R. Hora: “La tensión entre sector propietario rural y Estado es un rasgo constitutivo de nuestra política”

Entrevista al historiador Roy Hora sobre el campo argentino

Entrevista a Roy Hora* | Por Tomás Allan y Ramiro Albina |

El 11 de marzo pasado se cumplió un nuevo aniversario de la Resolución 125, aquella medida que desató uno de esos conflictos que signan una época. «La protesta agraria más importante de toda la historia»: el momento que para varios intérpretes de la política argentina marcó el nacimiento de la famosa grieta y, con ello, un nuevo lenguaje político, acompañado de un reordenamiento de alianzas electorales que cambiarían el escenario político argentino y el balance de poder de los años siguientes.

¿Qué hizo posible un fenómeno de semejante magnitud? ¿Qué cambió en la Argentina desde entonces? Aprovechamos para conversar sobre ello con Roy Hora, historiador e investigador principal del Conicet, que también responde sobre las transformaciones históricas en el sector y la relación de los peronismos y las izquierdas (en plural) con el campo.

Entre la revisión del pasado y la interpretación del presente, Roy deja una propuesta para el futuro: menos impuestos a las exportaciones para crecer, más impuestos sobre el suelo para distribuir y, de esa forma, empezar a transitar el complejo camino que permita sacar a Argentina del atolladero económico y social de la última década.

TA: Tu último libro se titula ¿Cómo pensaron el campo los argentinos? Y cómo pensarlo hoy, cuando ese campo ya no existe, lo que sugiere que hubo cambios objetivos en ese sector productivo que llamamos campo, en cuanto a incorporación de tecnología, agregación de valor, concentración de la tierra y la producción… ¿La percepción social acompañó esos cambios?

Roy Hora: Desde la década de 1990 se han producido transformaciones productivas y tecnológicas muy importantes en el campo, que incluso permitieron que la agricultura de exportación se extendiera fuera de la región pampeana. Chaco, Santiago del Estero y Salta hoy son parte de ese mundo. La organización de las empresas agrarias ha cambiado bastante, empujada por la incorporación de tecnología, el auge del arrendamiento capitalista en gran escala y la emergencia de una vasta red de empresas de servicios. Todo esto ha tenido un impacto muy positivo sobre la imagen del sector, que lo confirma como una de las vanguardias tecnológicas del capitalismo nacional. ¿Cuán profundo es este cambio? Es indudable que hoy estamos ante un escenario muy distinto al de las décadas de 1970 o 1980, cuando el campo era visto como el sector más atrasado del tejido productivo argentino. Hoy se habla más de agricultura de precisión y biotecnología que de terratenientes rentistas. Y esto significa que se ha forjado una nueva imagen del campo y sobre todo de la nueva agricultura, de lo que el nuevo campo significa no sólo como proveedor de divisas sino también como agente de crecimiento y desarrollo. 

RA: Sin embargo, daría la impresión de que sigue habiendo críticas importantes.

RH: Existen, y son importantes. No quisiera pasarlas por alto. La imagen positiva del nuevo campo no es hegemónica. Por una parte está la crítica ambientalista, todavía acotada a círculos reducidos y no siempre bien fundamentada. Me gustaría verla crecer y también me gustaría verla más capaz de ver costados importantes del problema a la que suele ser ciega, como que nuestro país necesita producir más para arrancar a medio país de la pobreza. Más importante es que, en amplio sectores de la población, sigue arraigada la idea de que el crecimiento económico con progreso social depende ante todo de la expansión de la industria manufacturera, que durante gran parte del siglo XX fue un gran empleador de mano de obra calificada, y que pagaba mejores salarios que el sector agrícola. Como en todo Occidente, la manufactura ya no tiene mucha gravitación sobre el mercado de trabajo, ni tanta capacidad de mover la economía, pero la idea sigue allí. Por algo a los políticos les encanta inaugurar fábricas. Les gusta más cortar la cinta en una planta metalúrgica que una empresa de servicios, pese a que hoy los servicios generan mucho más empleo, y mucho más empleo calificado, que la manufactura. Finalmente, y para completar este cuadro, hay que recordar que los argentinos tenemos una muy mala imagen del empresariado. Cuando uno ve estudios de opinión como los que hace Luis Costa advierte que esa imagen es de las más negativas de América Latina. Para el hombre o la mujer de a pie, la clase capitalista es parte del problema, no de la solución. Y esto es comprensible. Los empresarios integran ese mundo del poder que, en un país que hace varias décadas que no crece y no les ofrece mucho a sus mayorías, se ha divorciado de la suerte del hombre común. Y en alguna medida esto vale también para los hombres y mujeres de negocios del campo. Por tanto, cuando los empresarios agrarios dicen “nosotros podemos contribuir a transformar la realidad productiva”, sus palabras son evaluadas a la luz de esta experiencia decepcionante, que signa nuestras vidas en el último medio siglo. Y tampoco salen bien parados.

RA: En el último tiempo, sobre todo a partir del 2008, ¿pensás que se empezó a ver cierta identidad propia del campo en las protestas por conflictos agrarios, sobre todo en las protestas de autoconvocados? Si es así, ¿creés que esa identidad tiene componentes sociopolíticos? ¿O refleja una posición más pragmática?

RH: ¿Qué hizo posible la “rebelión del campo” de 2008, es decir, la protesta agraria más importante de toda la historia argentina? ¿Por qué reaccionó de manera airada frente al cachetazo que fue la Resolución 125, de la que en estos días se cumple un nuevo aniversario? Creo que debemos prestar atención a tres factores. En 2008, por primera vez, se habló del campo como un único actor en la vida pública. A lo largo del siglo XX, la fractura agraria había sido más grande que la industrial: en una vereda la Federación Agraria, en la otra la Sociedad Rural, mirándose con recelo. El conflicto del campo, con Eduardo Buzzi y Luciano Miguens abrazados y trabajando codo a codo, mostró que esa representación era anacrónica. Esa unidad es, ante todo, objetiva, producto de que el sector se volvió más homogéneo gracias al acceso a la propiedad del suelo de muchos viejos arrendatarios y, por tanto, de la disolución de la vieja tensión entre chacareros arrendatarios y propietarios rentistas. Para explicar este proceso yo le doy mucha importancia, más que a la partición hereditaria, al congelamiento de los arrendamientos, vigente desde comienzos de la década de 1940 hasta fines de la década de 1960, que empujó a muchos propietarios a vender y ayudó a muchos arrendatarios a comprar, y en definitiva forjó una clase propietaria más homogénea. Y a eso se agrega el peso de una nueva forma de arrendamiento en gran escala, que también tiende a unificar los intereses de productores y rentistas. Este fenómeno fue restando espesor al conflicto que nació con el Grito de Alcorta de 1912, y que por varias décadas enfrentó a terratenientes rentistas poderosos y chacareros arrendatarios débiles. En 2008 ese conflicto ya era historia. El gobierno de Cristina se sorprendió: de golpe descubrió que todos los productores (chicos, medianos, grandes) estaban en la misma trinchera.

RA: ¿Cuál es el segundo factor?

RH: Ese campo más homogéneo desde el punto de vista estructural fue muy importante para que la Argentina saliera adelante luego de la crisis de 1998-2002. Los años de Duhalde y Kirchner fueron años de fuerte expansión de las ventas externas, con precios en ascenso, y más entrada de divisas. Con un campo motorizando la salida de la crisis. Los discursos de la dirigencia agropecuaria lo decían todo el tiempo: “nos pusimos el país al hombro”. Y esto le dio al sector una confianza en sí mismo y una legitimidad que hasta entonces no tenía. Hay que irse muy atrás en la historia para ver algo parecido: poco conflicto y pocas diferencias dentro del mundo agrario, confianza en su potencia económica. En el siglo XXI tenemos un campo más cohesionado y más confiado en sus propias fuerzas. No sé si esto supuso una construcción identitaria novedosa pero sí creo que las condiciones eran muy propicias para que el empresariado agrario levantara la cabeza y se animara a desafiar a la elite dirigente.

TA: Unificación de intereses y autoestima en ascenso luego de impulsar la recuperación post-crisis. ¿El tercer factor cuál es?

RH: Para explicar la magnitud del desafío que supuso la protesta agraria hay que tener en cuenta un último factor. Hacia 2008 había un lugar vacante en el sistema político, consecuencia de la crisis que el radicalismo experimentó tras el colapso del gobierno de Fernando de la Rúa. Cuando Martín Lousteau anunció la Resolución 125 no había una oposición vigorosa, capaz de canalizar institucionalmente la protesta. Recordemos que en las elecciones de 2007 el radicalismo tuvo que camuflarse detrás de un candidato extrapartidario, Roberto Lavagna, que había sido ministro de Kirchner casi hasta la víspera, para arañar el 17% de los votos. Y que Elisa Carrió, que entonces tenía muy poca penetración fuera del electorado de clase media de la CABA, sacó más votos que el radicalismo que usó a Lavagna como mascarón de proa. Pienso que este vacío político creó el espacio para que la protesta agraria pudiera crecer de manera más bien autónoma, y que muchos dirigentes opositores se pusieran en su estela: es lo que todos vimos cuando las cámaras de televisión mostraron a Elisa Carrió intentando treparse al palco de los ruralistas en los bosques de Palermo.

RA: Eso ya no existe

RH: Hoy ese escenario es muy distinto. Poco después apareció Macri y ocupó ese lugar con su PRO. Y luego, en 2015, Macri también logró subordinar muchos fragmentos de ese radicalismo que pagó muy caro el fracaso de la Alianza. Ahora tenemos una coalición opositora vigorosa, que tiene peso institucional, y que expresa bastante bien la visión que predomina en los hombres y mujeres del campo. Juntos por el Cambio no es el campo ni lo va a ser, porque el campo no tiene peso económico, demográfico o electoral suficiente como para marcar la agenda de una fuerza que aspire a gobernar la república. Pero es lo más parecido a un vocero de los intereses rurales que la Argentina puede generar. No les ofrece identidad, pero sí un refugio bastante confortable. Lo mismo que algunos peronismos provinciales, como el de Córdoba.

«El sector se volvió más homogéneo gracias al acceso a la propiedad del suelo de muchos viejos arrendatarios y, por tanto, de la disolución de la vieja tensión entre chacareros arrendatarios y propietarios rentistas»

TA: ¿Qué implicancias concretas tiene esta inserción en un sistema político más estructurado?

RH: Una muy importante es que en un sistema político mucho más estable y estructurado, Juntos por el Cambio va a tratar las demandas de los productores agrarios como demandas importantes, pero no como los temas que están al tope de su agenda. Esto se puede ejemplificar mirando el caso de Alfredo de Angeli. Este chacarero entrerriano fue el gran héroe de la lucha en las rutas en el 2008. Mostró que dominaba la retórica del populismo agrario a la perfección. Pero ahora es senador nacional por el PRO. Y esto significa que los temas agrarios aparecen en su agenda como temas importantes pero no como los únicos temas de relieve y, sobre todo, como temas subordinados a las prioridades que impone la nueva carrera en la que de Angeli se embarcó, y a las necesidades de la organización política a la que pertenece. ¿Qué le gustaría más a este chacarero convertido en político: una fuerte protesta en la ruta contra las retenciones o ser gobernador de Entre Ríos y conquistar esta provincia para su partido? Estamos ante un panorama muy distinto al de 2008.

RA: Esto nos dice algunas cosas sobre la dirigencia. Pero, ¿cómo es el escenario abajo, en las bases?

RH: Creo que, en ese plano, el principal cambio identitario se asocia a la percepción de que -a diferencia de lo que era hace tres o cuatro décadas- el campo es un agente fundamental del desarrollo argentino. Muchos empresarios se ven como actores de un entramado económico y social que tienen más futuro que pasado. Las viejas tradiciones los constriñen poco, las viejas glorias de la ruralidad no los conmueven. Pero, al mismo tiempo, creo que las decepciones que les trajo la política post 2008 los han vuelto mucho más conscientes de sus limitaciones políticas. Saben que no tienen recursos políticos suficientes como para gravitar electoralmente, o incidir sobre el rumbo de la política pública. El fracaso de los “agrodiputados” elegidos en 2009 les mostró eso. Y volvieron a recordarlo cuando Macri, en el final de su gobierno, elevó las retenciones.

TA: En los últimos años tuvimos manifestaciones urbanas en defensa del campo, como las que se produjeron en el marco del conflicto del 2008 y el de Vicentín, el año pasado. ¿Cuándo comenzaron a generarse esas identificaciones por las que sectores de las clases medias urbanas salen a protestar en defensa de propietarios y productores rurales? ¿Qué es lo que ha cambiado?

RH: Me parece que es un fenómeno reciente, también hijo de las transformaciones y disputas de la primera década de siglo. Durante el gobierno de Alfonsín hubo “camionetazos” que llevaron la protesta agraria a la ciudad. Los protagonizó CARBAP, con el apoyo de la Sociedad Rural. ¿Y qué pasó, cómo les fue? Los manifestantes fueron recibidos con mucha frialdad en Buenos Aires. Nada de solidaridad entre esos manifestantes y las clases medias urbanas. El contraste con el 2008 no podría ser mayor. La adhesión al acto de la Mesa de Enlace en los bosques de Palermo el 16 de julio de 2008 fue enorme. No se limitó a los vecinos de Palermo, Belgrano o Barrio Parque. Congreso y Caballito también estuvieron allí. Recordemos: la convocatoria de la Mesa de Enlace tuvo mucho más público que el contra-acto organizado por Néstor Kirchner en la Plaza del Congreso. Creo que allí se evidencia una novedad que, como antes decía, expresa cuánto ha cambiado la valoración del nuevo campo. Pero al evaluar la significación de esa protesta no podemos olvidar que estuvo y está maridada con la línea de tensión más profunda de nuestra vida política. El hemisferio político que acompañó entonces al campo es, a grandes rasgos, la que hoy acompaña y constituye a Juntos por el Cambio. Y es la que, en 2020, vimos movilizarse por Vicentín.

TA: En tu visión el conflicto del 2008 no fue la causa de que el campo comenzara a actuar como un bloque relativamente unificado, sino, en parte, su consecuencia. Esa aglutinación entre los distintos actores que componen el sector, y que precedía al conflicto, ¿se profundiza con él?

RH: Los conflictos tienen su propia dinámica, y producen sus propios actores. Nadie sale de un gran conflicto igual que como entró. Creo que esto se aplica al conflicto del campo del 2008. Por una parte, porque ayudó a forjar la imagen pública del campo, contribuyó a darle identidad, a proveerles de una mística. Y también contribuyó a que la dirigencia aprendiera cómo se hace política en la era democrática, y premió a sus sectores más colaborativos. Los dirigentes agropecuarios dejaron atrás una larga historia de enconos, ganaron en confianza mutua. Después del conflicto Cristina designó a Julián Domínguez como Ministro de Agricultura y le puso como tarea quebrar el bloque agrario nucleado en torno a la Mesa de Enlace. Su intento de reeditar la alianza tradicional entre el partido de las mayorías urbanas y un sector de los pequeños productores dio muy pocos futuros. Convocó a la Federación Agraria y abrió la billetera. Pero no logró mucho. Sólo electrones sueltos como Pedro Peretti se vieron tentados a cruzarse de orilla. De hecho, todavía hablamos de la Mesa de Enlace. Y creo que vamos a seguir hablando por bastante tiempo. 

RA: Un bloque que se activa sobre todo en la resistencia.

RH: Lo vimos en el primer año de la presidencia de Alberto Fernández. Cuando suben los impuestos a las ventas externas, las retenciones, o cuando se imponen restricciones a las exportaciones, la unidad se fortalece. Pero es importante recordar que esa unidad también existe cuando se apagan las cámaras de la televisión.

Eduardo Buzzi y Alfredo De Angeli en las protestas por el conflicto del 2008. FOTO: imagen publicada por el diario El Cronista.

TA: ¿Por qué, teniendo tanto peso económico, nunca se consolidó un “partido agrario” que represente específicamente los intereses del sector? Un partido single-issue competitivo. ¿Hubo intentos por crearlo a lo largo de la historia argentina? 

RH: Parte de la respuesta es que nunca tuvimos partidos single-issue, ni en este ni en ningún otros tema. Si no pudieron los católicos o los laboristas, y no creo que en el futuro pueda el feminismo, ¿por qué habrían de lograrlo los del campo? Dicho esto, una de las sorpresas que me llevé investigando la historia de la relación entre intereses agrarios y política es que, en la era del crecimiento exportador, antes de 1916, hubo varias iniciativas dirigidas a organizar partidos agrarios, partidos representativos del interés rural. Esto habla de la potencia que tuvo este sector. La Liga Agraria insistió mucho con esta propuesta, y hasta la Sociedad Rural se sumó. Partidos como Defensa Rural, que compitió en las elecciones en 1912 llevando en sus listas a presidentes y eminencias de la Sociedad Rural, fueron creados para enfrentar no a partidos “populistas”, o de izquierda, sino a la clase dirigente del orden conservador, a la que acusaban de cobrar impuestos muy altos, que ahogaban a la producción. La tensión era entre sociedad y política, entre los que producen y los que consumen la riqueza. Suena el argumento, ¿no?

TA: Parece que viene de hace tiempo.

RH: Repasar estas experiencias es importante porque nos recuerda que la tensión entre la clase propietaria rural y el Estado es un rasgo constitutivo de nuestra política, de nuestra organización institucional. ¿Por qué estamos ante una tensión estructural? Porque el campo fue desde muy temprano un sector económico fundamental, el gran generador de exportaciones y de recursos fiscales, pero nunca pesó mucho en la vida pública. En nuestro país, la distribución geográfica de la riqueza es muy desigual: una pampa rica, con abundantes recursos naturales, y el resto bastante más pobre. Esta asimetría hizo que no hubiera más que una caja de donde sacar los recursos para pagar el ferrocarril a Catamarca o Jujuy, o el sistema educativo que se fue armando tras la sanción de la ley 1420 y la Ley Láinez. Y a esto hay que agregarle que ya en el siglo XIX Argentina era un país muy urbanizado, con mucho peso de los intereses urbanos. Esto significa que nuestro país tuvo, desde muy temprano, un Estado bastante grande y con bases políticas mucho más amplias que la clase propietaria pampeana. Y que, por las asimetrías que recién mencionamos –federal, urbana–, ese Estado siempre gastó mucho fuera de los distritos pampeanos donde está el motor de su economía y su principal fuente de recursos. Y agreguemos que, por la naturaleza del orden productivo pampeano, que se apoya en una pradera formidable, nunca necesitó mucho del Estado, al que siempre vio como un peso antes que como un aliado. Por eso, el conflicto fiscal entre campo y Estado recorre nuestra historia.

TA: El campo tiene peso económico pero no demográfico…

RH: La demografía no lo ayuda nada. En parte reflejo de la alta productividad agraria, hay poca población rural en la región pampeana, y eso significa pocos votos. Y a esto agreguemos la asimetría federal que ya mencionamos, el hecho de que las provincias del interior son muy gravitantes dadas las características de nuestro régimen federal. Ya en tiempos de Mitre y Roca provincias como La Rioja y Catamarca podían explotar el hecho de que tenían la misma cantidad de senadores que Buenos Aires. Y a esto agreguemos que los grupos de interés urbanos están mejor organizados que los del campo, y son más capaces de hacerse escuchar en el gran escenario de la vida pública, la ciudad de Buenos Aires. Finalmente, recordemos que tenemos una política muy inclusiva, con partidos muy legítimos, con grandes apoyos ciudadanos, muy profesionalizada. Si sumamos estos tres elementos –urbanización, federalismo y política inclusiva y profesional– se ve que, con o sin partidos single-issue, las cosas no estaban armadas para favorecer a los intereses agrarios de la pampa. Hasta la Gran Depresión de 1930 el sistema funcionó bien para el campo porque ese mundo de mercados abiertos que demandaba alimentos de clima templado, lana y cueros, que se había armado para mimar a la Argentina, el dinamismo del sector exportador daba para todo. Pero tras la Gran Depresión la torta fue achicando. Y a los voceros del campo les resultó más difícil hacerse escuchar, o promover sus intereses. Mucho más que a los dueños de fábricas, que integran un bloque en el que sindicatos y trabajadores urbanos formales hablan por ellos, ya que la suerte de ambos, capital y trabajo industrial, está asociada a la pervivencia del entorno en el que floreció y todavía sobrevive, ya muy dañada, la industrialización por sustitución de importaciones. La UIA y la CGT se necesitan mutuamente, discuten un poco pero en el fondo saben trabajar juntos porque se necesitan. Si a los industriales se les hubiera ocurrido armar un partido propio creo que les hubiera ido aún peor que a los empresarios agrarios. Pero como tienen a la CGT, se las arreglaron bastante bien. Eso no sucede en el campo, que emplea poco trabajo. Con la UATRE, el gremio de peones rurales no es posible ir muy lejos.

RA: Igualmente, a pesar de no tener una representación política directa o específica, el campo parece haberse activado como actor político. ¿Te parece que hoy tiene cierta organización en su representación de intereses, al menos en la Sociedad Rural y en la Federación Agraria? ¿O ya desbordó y es un fenómeno de autoconvocados que no están canalizados necesariamente mediantes entidades gremiales?

RH: El campo no podía permanecer al margen de la crisis de representación que es un signo de nuestra era. Desde hace bastante tiempo que las organizaciones tradicionales del campo vienen perdiendo peso. El fenómeno de los autoconvocados, muy importante en el conflicto del 2008, no hizo más que sacarlo a la luz. Al mismo tiempo, el panorama asociativo está en transformación: sus expresiones más dinámicas son asociaciones como CREA, AAPRESID o MAIZAR, para nombrar solo algunas, que tienen mucho para ofrecerle al productor en el plano de la incorporación de tecnología y la organización de la empresa. Y a esto hay que sumarle que el campo se integra cada vez más en cadenas de valor más amplias, que tienen su propia agenda, como se ve hoy en el Consejo Agroindustrial Argentino. Es importante que el campo tenga más y una mejor institucionalidad. Para que produzca más y mejor, cuidado más el ambiente, y para que se vincule de manera más estable y productiva con las instituciones de la Argentina política. Conversar con los que son distintos no soluciona los problemas pero ayuda a no tener visiones alienadas sobre cómo es el mundo y cómo se solucionan los problemas.  

«El conflicto fiscal entre campo y Estado recorre nuestra historia».

RA: ¿Qué es el campo hoy? ¿Cuáles son los actores principales? Pensando en términos de si existe una brecha entre lo que es y lo que pensamos que es en las ciudades. A veces se habla de los grandes terratenientes, por ejemplo. ¿Esa realidad todavía existe?

RH: Todo actor es en parte una representación, propia y de otros. Y esas representaciones no se forjan o desaparecen de la noche a la mañana. Argentina es un país que tuvo, desde temprano, una estructura de propiedad muy concentrada, propia de un país de frontera que puso en explotación millones de hectáreas en unas pocas décadas, en la última parte del siglo XIX. Menos concentrada de lo que suele decirse pero de todos modos lo suficientemente concentrada para que diera lugar a la formación de una de las clase propietarias agrarias más ricas a escala internacional. Ese grupo, que era muy visible y poderoso en el Centenario o en 1930, ya no existe más. Cuando uno hace la lista de los grandes empresarios agrarios, ya no encuentra muchos apellidos tradicionales. Y no están porque, como a veces se dice, se esconden detrás de sociedades anónimas. Las grandes empresas del campo, además, en muchos casos, son arrendatarias más que propietarias. Se expanden sobre tierra ajena, aportando capital y tecnología. La tierra es cada vez menos la base en torno a la cual gira el negocio agrario, como lo fue en tiempos de Roca o Perón. Esto significa que quizás tenga sentido hablar de una burguesía agraria, pero ya no de una burguesía terrateniente. Pero en muchos ambientes sobreviven imágenes anacrónicas de lo que es el mundo agrario. Sobreviven porque están arraigadas en el imaginario popular y porque son políticamente rentables. Pero reflejan poco lo que es el campo del siglo XXI. 

RA: ¿Qué distinguió a esa gran propiedad?

RH: La gran propiedad fue un rasgo distintivo de la economía de exportación pampeana, sobre todo en tierras ganaderas. Fue muy importante en el sur y oeste de Buenos Aires, y en muchos otros distritos de ocupación tardía. Pero lo que hay que recordar es que aquí no existió el correlato social que suele acompañar a la gran propiedad en otras sociedades agrarias europeas o latinoamericanas, donde el terrateniente ejercía un gran influjo sobre la sociedad local, y podía traducir ese influjo en capital político, preeminencia social, etc. Algo de eso hubo en el noroeste, en lugares como Salta. Pero en la pampa, la gran estancia fue el producto de la expansión del capitalismo agrario, y siempre se subordinó a esa lógica. Era y es una empresa capitalista, no una unidad social. A veces fue también una unidad de recreo, y un motivo de orgullo para sus dueños. Pero políticamente nunca contó mucho. De hecho, las grandes mansiones rurales de la era dorada del crecimiento exportador fueron construidas de espaldas a la sociedad rural local, a distancia del pueblo, para el disfrute exclusivo de sus propietarios (y hoy de los amantes del turismo de estancias que pueden pagarlas). Están hundidas en un parque, protegidas de la mirada de los curiosos por un denso bosque. No fueron pensadas para conectarse con la sociedad, para ejercer o reforzar liderazgo. Ni se les reclamaba, ni podían ejercerlo.

RA: ¿Cuándo surge entonces ese imaginario del gran propietario rural como “el enemigo”?

RH: Cuando uno recorre la historia del problema agrario argentino puede comprobar que la gran propiedad siempre fue un tema polémico. Lo fue ya para Sarmiento y los liberales de su generación, que querían forjar un campo de farmers, no de grandes terratenientes, y arraigar sobre esa base a las instituciones de la república democrática. No les gustaba la gran propiedad porque la veían como el ambiente en el que se había forjado la dictadura de Rosas, que había dado lugar al caudillismo. En la Argentina, la civilización es urbana, no rural. Y la gran propiedad nunca alcanzó la legitimidad que tuvo en Europa, donde el poder del señor y la presencia de la gran propiedad tienen siglos, vienen del fondo de los tiempos. Pero el latifundio recién se convirtió en un problema de cierta envergadura desde la década de 1910 y con mayor fuerza en la década de 1930. ¿Por qué? Porque en la estela del Grito de Alcorta comenzó la era del conflicto social agrario, de la disputa entre arrendatarios y terratenientes. Justo cuando el régimen político se volvía más democrático e inclusivo. En esos años se extendió la creencia de que no había progreso social posible en el campo, que el campo era el reino de la injusticia. Hasta entonces no había sido así, no lo era para Sarmiento y tampoco para José Hernández, que no tenía mala opinión de los propietarios (en el Martin Fierro los malos son otros, comenzando por los agentes del estado). En la era liberal hubo mucho cambio social en la campaña, con progreso social para muchos. Si alguien recorría la campaña en 1870 y la volvía a visitar en 1910 se encontraba con un mundo muy transformado.

TA: ¿A partir de ese momento comienza a enlentecerse el proceso de mejora social?

RH: Desde entonces el cambio fue más lento y, sobre todo, las oportunidades de mejora social para las mayorías se fueron cerrando. Era quizás inevitable, porque estaba dejando de ser una sociedad de frontera. Menos acceso a la tierra, menos oportunidades de mejora para los trabajadores. Todo esto sobre un fondo donde el contraste con el brillo de la sociedad urbana se hacía más marcado. Ya en la década de 1920 estaba claro que quien quería progresar en serio lo mejor que podía hacer era irse a probar suerte a la ciudad, a Buenos Aires, que entonces estaba en auge. Y poco después vino la Crisis del Treinta, que fue muy dura en el campo, que empobreció a muchos chacareros, provocó expulsiones, dejó a mucha gentes sin trabajo, y acentuó la migración hacia las ciudades. Entonces se afirmó la imagen que ve al campo como el reino de la injusticia social. Y al gran terrateniente como el arquitecto y gran beneficiario de ese orden injusto, emblema de los males que aquejan a la Argentina. Es una idea que fue cobrando envergadura en el periodo de entreguerras.  

RA: El escenario estaba dispuesto para una figura como Perón.

No es casual que Perón, como buen político, y como político sensible al problema de la justicia social, haya puesto allí el ojo. Para 1945 la gran propiedad ya no tenía ningún peso electoral y, en una Argentina donde el producto industrial supera al agrario los problemas sociales del campo se estaban volviendo políticamente marginales. Recordemos que, según el censo de 1947, la tasa de urbanización de la región pampeana era de más del 70 %. Pero lo que importaba, y mucho, era el lugar que el problema del latifundio ocupaba en la imaginación política. Por eso Perón dijo “quiero colocar a esos terrateniente oligarcas en el lugar de mis mayores enemigos, y voy a hacer campaña castigándolos, proponiendo una reforma agraria”. Por supuesto, una vez que llegó a la presidencia tomó otro camino. Su prioridad siempre fue otra: el núcleo de su programa de justicia social estaba dirigido a elevar el nivel de vida de los trabajadores urbanos, que eran los que decidían las elecciones e incidían mucho en la puja de poder, a través de sus organizaciones sindicales. Al campo lo necesitaba para generar alimentos baratos y divisas, ventas externas. Y a los peones rurales los necesitaba poco y nada. Por supuesto, una ola justiciera de tanta magnitud como la de 1946 no dejó al campo intocado: el Estatuto del Peón, el congelamiento de los arrendamientos, todo eso parte de la historia peronista… Pero la gran batalla por la construcción de una nueva coalición política apoyada sobre las clases trabajadoras se libraba en la ciudad. Para Perón, apostar muchas fichas a cambiar el campo era perder el tiempo.

TA: Tomo ese punto. Perón sanciona el Estatuto del Peón Rural en 1944 y el kirchnerismo sanciona un nuevo estatuto en 2011, con avances importantes en materia de protección laboral para los trabajadores del sector. ¿Qué hace que hablemos de que el peronismo tiene “conflictos con el campo” (es decir, con un sector productivo) y no, simplemente, de “conflictos con el capital”?

RH: El kirchnerismo recién puso la atención sobre el problema del trabajo rural luego del 2008. Hasta entonces tenía cosas más importantes de que ocuparse, porque el núcleo de nuestra pobreza y de nuestros problemas de empleo es la periferia urbana. El peso relativo de la fuerza de trabajo en el agro pampeano es muy reducido, porque la actividad productiva está muy mecanizada. Distinto es el caso de algunas producciones regionales, que sí emplean más trabajo, sobre todo trabajo estacional para las tareas de cosecha, muchas veces contratado de manera informal. Allí está el núcleo de los 3,5 millones de puestos de trabajo que genera todo el agro. Pero, visto en conjunto, y siempre con algunos “peros”, hay pocas tensiones entre trabajo y capital en el campo pampeano. El hecho de que la UATRE se haya plantado del lado de sus empleadores en 2008 y que luego el Momo Venegas lo haya transformado en un firme aliado formado del PRO de Macri nos dice algo al respecto. Por buenas o malas razones, se sienten parte del bloque agrario, atan su suerte a ese mástil. Más original y más relevante es la intensidad del enfrentamiento entre el kirchnerismo, o el peronismo urbano, y el sector agropecuario. Es muy difícil encontrar, en otros países, un fenómeno análogo, donde una fuerza política tan importante, una fuerza de gobierno, conciba, al menos en el plano retórico, a un sector de actividad tan relevante como un enemigo que debe ser combatido. No me parece una idea muy brillante, sobre todo en un país que, para mejorar el nivel de vida de sus mayorías, sí o sí necesita fortalecer su perfil exportador… Relacionarse de este modo con un sector que contribuye como ninguno a resolver el crucial problema de la anemia exportadora y la falta de dólares creo que es un error.

Los conflictos entre gobiernos nacional-populares, o de izquierda, y clase capitalista son frecuentes en muchos países, y en ciertas circunstancias inevitables e incluso deseables. No creo que los argumentos de los empresarios, o la visión de los dueños de empresas, tengan que ser el norte de la conversación pública. De allí a ver a todo un sector como un problema, con sospecha, hay una distancia. En vez de denunciar al campo y a sus voceros, prefiero el camino que tomó Alfonsín cuando en 1988, al inaugurar la Exposición de Palermo, fue abucheado por la barra brava de la Sociedad Rural: “no son los verdaderos productores agropecuarios los que me silban”, les dijo. También les dijo cosas durísimas, pero pensaba que era un error impugnar al empresariado del campo en su conjunto. Habiendo dicho esto, agrego que muchas de las tradiciones políticas y culturales que predominan en el asociacionismo agrario no me gustan nada. Pero esto es un tema secundario. Vivimos en una sociedad plural, tenemos que convivir y trabajar con los que piensan distinto, en nombre de objetivos superiores. Me gustaría que, en el futuro, la relación entre el sector agrario y los funcionarios públicos de máximo nivel se plantee en términos que recojan algo de la actitud de Alfonsín. Un sector tan crucial no puede ser concebido como parte del problema sino como parte central de la solución a los problemas argentinos.

RA: El peronismo cordobés pareciera tener una relación con el campo mucho más dinámica y amigable. Esa visión del peronismo nacional sobre el sector, ¿creés que surge de una mala estrategia o realmente no termina de entender bien qué es el campo hoy y cuáles son sus actores, por lo que terminaría retomando una visión del pasado?

RH: Trabajos como los de Federico Zapata nos muestran que otros peronismos, como el de Córdoba, una provincia muy importante en términos agrícolas, se relacionan mejor con el sector agrario y, en general, con el empresariado del campo. ¿Hasta qué punto el peronismo del conurbano bonaerense, que es el que domina en el plano nacional y el que desde comienzos de siglo marca el ritmo de lo que hace la Casa Rosada, puede aprender de esa experiencia, tomar otro camino? Seguramente la relación con el sector agrario puede mejorar, con beneficio para el país todo. Pero creo que soy menos optimista que Federico, porque las restricciones que operan sobre uno y otro peronismo no son las mismas. Antes que verlo como un conflicto de ideas y de culturas políticas prefiero entenderlo ante todo como un conflicto de raíz estructural, determinado por el lugar que cada peronismo ocupa en el mapa del poder. Sobre la elite kirchnerista: entiendo a los que dicen que un grupo dirigente que le dio mucho poder durante mucho tiempo a un personaje tan tosco y dañino como Guillermo Moreno no puede tener argumentos de política económica decentes. Pero quisiera ver el problema a la luz de su mejor versión, de la manera más empática. Y esto me lleva a pensar que desde la Casa Rosada las cosas se ven distinto que desde Córdoba pues cobra otro relieve, por ejemplo, la cuestión fiscal. Y esto me invita a concebir la disputa con el sector agroexportador, ante todo, como una disputa que, más que ideas o valores, está determinada por los intereses de esa dirigencia y, por supuesto, por los demandas de sus seguidores, de sus votantes. 

«Quizás tenga sentido hablar de una burguesía agraria, pero ya no de una burguesía terrateniente«

¿Dónde está el núcleo duro del peronismo de Cristina, su base más constante y fiel? Entre los votantes más pobres del conurbano, esos que no pueden esperar. Esos que, desde que el kirchnerismo de 2005-2008 permitió que la Argentina retornara al mundo de la inflación, destruyendo toda posibilidad de ahorro popular de mediano o largo plazo, en las buenas o en las malas (y desde entonces ha habido más malas que buenas), no tienen más horizonte que el día a día. Necesitan hoy, no pasado mañana, el auxilio del Estado: tarifas subvencionadas, AUH, etc. Para estos sectores todo proyecto de crecimiento económico que invite a sacrificar presente en nombre del siempre esquivo largo plazo es una propuesta muy poco atractiva. Entonces entiendo por qué Cristina dice “subamos las retenciones y congelemos las tarifas; mañana vemos cómo seguimos”. Pese a que a Cristina le gusta la idea de la estadista con vista de águila, es claro que su horizonte político es muy corto. En 2006 o 2007, cuando había margen fiscal, se perdió una oportunidad, y desde entonces las cosas se hicieron más difíciles. En Córdoba, en cambio, la tienen algo más sencilla: no están obligados a pensar en la solidez de la moneda ni en la estabilidad macroeconómica. Y no tienen que lidiar con la demanda constante del conurbano, ni con los movimientos sociales que rodean al Ministerio de Desarrollo Social, ni con las tomas de tierra en Florencia Varela.

TA: Es decir que esa retórica antagonizante te parece una estrategia inconveniente pero racional, en el sentido de que necesita legitimar una transferencia de recursos para sostener una coalición social que constituye su base de apoyo político.

RH: Exactamente. No es buena para la Argentina pero está al servicio de objetivos que uno puede compartir o no, pero que son políticamente legítimos y racionales. Esa retórica sirve para templar la mística de la militancia que tiene una visión agonal de la política y, sobre todo, para darle legitimidad a un régimen fiscal de baja calidad, y malo para el crecimiento. Cumple una función similar a la queja contra los helechos iluminados de Horacio Rodríguez Larreta: «Necesitamos esos recursos más que ellos, vamos a darle mejor uso». 

RA: La pregunta es si es sostenible a largo plazo tener al sector agropecuario como enemigo.

RH: Está claro que lo que es bueno para el día a día y para mantener a flote a este tipo de peronismo no ayuda a que dentro de 5 o 10 años el país esté mejor, con más empleo de calidad, más exportaciones y más crecimiento y, por tanto, con cuentas públicas más saneadas y una moneda más sólida. Pero, sabemos, el largo plazo es un lujo que la política argentina hace tiempo que no sabe cómo darse.

TA: Recién dijiste “este peronismo», señalando a una de sus versiones. ¿Creés que los conflictos del peronismo con el campo ilustran que es una tensión inherente a la identidad política peronista o es más bien contingente? Es decir, ¿es un elemento esencial e inevitable o es algo circunstancial y, por tanto, evitable?

RH: La travesía del peronismo nos muestra que, en la vida política, puede haber tensiones y disputas de gran intensidad pero que ello no es igual a contradicciones constitutivas, estructurales. Un recorrido por su historia muestra que, como toda fuerza política importante, tiene mitos identitarios y tradiciones, pero no posiciones de principio irrenunciables. No hace falta traer a la conversación a Menem y al giro pro-mercado -sostenido por casi toda esta fuerza política por una década-, para ilustrar este razonamiento. Basta con acordarse del propio Perón. Ganó las elecciones de febrero de 1946 levantando tres banderas: justicia social, soberanía política e independencia económica. En los primeros años de su gobierno fue muy generoso en términos de distribución. Su revolución distributiva de 1946-48, la más importante de toda nuestra historia, fue central para consolidar una base de apoyo que en 1945 o 1946 todavía no tenía fidelizada. En 1946 también jugó la carta nacionalista: “Braden o Perón”. Pero sabemos que cuando percibió que tenía más margen de maniobra acortó la rienda y se dispuso a cambiar el rumbo, acicateado por la crisis de fines de los cuarenta. Entonces los salarios bajaron y la revolución distributiva se frenó. Y las otras dos banderas también las arrió. Cuando pudo cambiar, primero porque la Guerra Fría hizo posible el acercamiento, y luego porque Perón entendió que necesitaba de la ayuda del capital norteamericano para obtener energía y empujar la industria, no lo dudó un minuto. En 1953 recibió al hermano del presidente de Estados Unidos, a Milton Eisenhower, como si fuese un amigo de toda la vida. El mismo presidente que unos años antes había llegado al poder diciendo «Braden o Perón», y que en 1949 sancionó una Constitución nacionalista le abrió le puso la alfombra roja al capital norteamericano. Si el acercamiento a Estados Unidos descarriló no fue por la contradicción que suponía con las Veinte Verdades Peronistas sino por el golpe de 1955. 

TA: Lo que demuestra cierta flexibilidad, cierto pragmatismo para definir las estrategias políticas a seguir.

RH: El peronismo es muy versátil, muy capaz de reformular su estrategia política, de mezclar viejos y nuevos lenguajes. Pero es un partido mayoritario, y esto le impone una restricción enorme, no puede hacer cualquier cosa. Puede hacer muchas cosas, pero siempre y cuando el rumbo adoptado prometa traer dividendos políticos y sea electoralmente redituable, y sirva a la mejora de la condición material de sus bases. De otro modo, no se sostiene en el tiempo. Este ductibilidad se ve en el caso de Cristina. Antes de ser “Cristina eterna”, fue otras cosas. Recordemos que en 2007 hizo campaña diciendo «yo quiero ser como Angela Merkel», con la idea de institucionalizar la transversalidad, y darle un barniz de sofisticación europea al movimiento nacional-popular. Después vino la crisis del campo y todo cambió. Pero no descartaría que, si se vuelve políticamente redituable, una propuesta de este tipo se vuelva a escuchar. Y puede haber otras estrellas polares que orienten la marcha, todo es posible. Antes de Alberto Fernández, el candidato presidencial del kircherismo fue Daniel Scioli. ¿Este hijo de Menem es el límite que el peronismo de nuestro tiempo puede tolerar? Figuras como Sergio Berni, que hoy tiene respaldos importantes en la cumbre del poder, nos muestran que otras opciones aún más preocupantes están sobre la mesa.

TA: Es difícil hablar de esencialidad en política en general y en el peronismo en particular, podría decirse. 

RH: Sobre todo en las fuerzas mayoritarias de una sociedad que no siente demasiada simpatía por los extremos ideológicos, que no organiza su oferta política en torno al eje izquierda-derecha, y que tiene partidos que quieren representar un arco bastante amplio. Por supuesto, las posiciones se vuelven más duras e identitarias cuanto más nos alejamos del centro de gravedad político, pero eso lleva a lugares políticamente marginales. Los que están en el negocio de disputar por el poder tienen muy claro que la rigidez no es políticamente rentable. Y esto no es nuevo. Antes de que marcara la historia del peronismo, marcó la del radicalismo, durante el cuarto de siglo en que Yrigoyen convirtió a la UCR en un partido mayoritario.

TA: ¿Cómo evaluás la postura que otros espacios progresistas no-peronistas tuvieron hacia el campo históricamente? Pienso en el caso del Partido Socialista a principios del siglo XX, con Juan B Justo como referente, y a mediados de siglo, con los gobiernos peronistas.

RH: El Partido Socialista fundado por Juan B. Justo a fines del siglo XIX fue un partido urbano. Pero como Justo tenía la ambición de pensar un programa de reforma para toda la Argentina, el campo tenía que entrar en el radar. Y lo que hizo fue elaborar una visión que recoge mucho de una larga tradición de crítica a la gran propiedad de inspiración liberal que lo precedía. Con eso, más la literatura socialista europea de ese momento, con Berstein más que con Kautsky, en 1901 dio forma al Programa Socialista del Campo. Al igual que para los liberales, su horizonte era la agricultura farmer, a la que quería ver rodeada y sostenida por un mundo cooperativo. Creo que luego de Justo no hubo muchas novedades de importancia en la visión socialista del campo. Y, lo más importante, al socialismo nunca le fue bien en el campo. De hecho, el núcleo dirigente del socialismo nacional siempre estuvo ligado a la política urbana, y en particular a la política porteña, que es donde tenían su principal base de apoyo. Esto no cambió tras el nacimiento de la Federación Agraria, porque la dirigencia federada (y seguramente también sus bases) prefirió buscar sus aliados en las fuerzas que controlaban el estado, el radicalismo y el conservadurismo. La Federación Agraria nunca estuvo tan cerca de un gobierno como con el de Manuel Fresco, el gobernador del fraude. Creo que las dificultades del socialismo para hacer pie en el campo hicieron que no tuviera tantos estímulos para renovar su visión del problema agrario. Ni en el periodo de entreguerras, ni en los años peronistas. A los comunistas les pasó algo parecido.  

TA: ¿Eso se extiende al socialismo santafesino en la actualidad?

RH: Con Binner, el socialismo de Santa Fe logró algo que hasta entonces había sido muy difícil, que es armar un tercer polo de poder, una tercera opción que pueda gobernar y sostenerse en el tiempo en un distrito importante. En relación con tu pregunta, lo primero que hay que decir es que este proyecto nació en el medio urbano. Comenzó con la conquista de Rosario en 1989, y luego poco a poco avanzó sobre el resto de la geografía santafesina, y lo hizo con bastante éxito en distritos rurales o donde lo rural pesa mucho. Gobernó una provincia con una gran ciudad y también con una economía rural muy importante, y logró forjar una relación productiva y pragmática con el mundo de la producción agropecuaria. Un poco como en la Córdoba que mencionábamos hace un rato, pero al servicio de un proyecto progresista, más amigo de la igualdad y la diversidad, que logró afirmar sobre todo en aquellos lugares donde encontró bases políticas que lo ayudaran a avanzar por este camino. Y ha logrado manejar bien las tensiones que toda fuerza política de inspiración socialdemócrata enfrenta al encontrarse con un mundo de propietarios como es el de la Santa Fe rural.

TA: ¿Hay una actualización del pensamiento de izquierda sobre el campo?

RH: Cobra cada vez más relieve la voz ambientalista, que me parece fundamental en un mundo como el de hoy, signado por la crisis climática. Un proyecto progresista para el campo debe preocuparse por el crecimiento sustentable, amigable hacia el ambiente. Pero, contra lo que a veces se escucha en el discurso ambientalista, tenemos que tener claro que nuestras mayores deudas con el ambiente son urbanas, no rurales. Las principales son la recuperación de la cuenca del Matanza-Riachuelo y del Reconquista, que vuelve más penosa la vida de varios millones de personas que viven en la vera de esos desastres ambientales. Esa tiene que ser nuestra gran “causa nacional” en términos de recuperación de un ambiente degradado, que afecta muy directamente la vida de los más pobres. Me gustaría ver más interés en esta cuestión y menos en la verdura o la carne orgánica, que son lujos de los que están cómodos, del 10 o el 20 por ciento superior de la pirámide del ingreso, de los que no tienen que preocuparse sobre cómo llegar a fin de mes. Y, sobre todo, me gustaría una discusión que incorpore de manera más central la pregunta por cuál tiene que ser la contribución del campo a la construcción de una sociedad más democrática, más capaz de ampliar los horizontes de sus clases populares. Y esto significa, creo, poner en relación el cuidado del ambiente con el crecimiento de la economía y la distribución de sus frutos. Preocuparse por el bosque nativo, o por qué la gente como yo tenga su bolsón de verdura orgánica con delivery a domicilio puede hacerse sin pensar mucho en estos temas. Pero si metemos a los pobres en la ecuación la cosa cambia. Y esa agenda se tiene que poner en relación con otras. Pues sin crecimiento económico sostenido –y esto significa más presión sobre los recursos– no hay posibilidad de darle un futuro mejor a los millones de argentinos que están en el fondo del pozo.

RA: ¿Por qué? ¿Y qué hay de lo específicamente rural?

RH: Porque esta Argentina estancada, que cada día degrada más las condiciones de vida y las esperanzas de las mayorías, no logrará nada perdurable si no logra poner en marcha la rueda del crecimiento. No alcanza con distribuir mejor lo que hay. Hace falta agrandar la torta, y sumar a millones al mundo del trabajo formal, al empleo de calidad. Y esto significa que debemos insistir más en la importancia del sector rural para promover el crecimiento, ya no sólo del campo, sino de toda la economía nacional. No es una tarea exclusiva del agro, pero sin un agro pujante, sin más exportaciones, no podremos ampliar el mercado interno y satisfacer las demandas de empleo y de consumo de las mayorías. Para sacar a medio país de la pobreza, y ofrecerle un futuro mejor a las clases populares, la Argentina necesita un sector exportador pujante. ¿Con qué instrumentos contribuir a impulsarlo? Política sectorial bien orientada, una macroeconomía ordenada y más colaboración público-privada, por supuesto. Pero también con estímulos fiscales. Y en el caso del agro esto significa reducir los impuestos que son malos para el crecimiento y para una mejor distribución social y regional de los frutos del crecimiento. Esto significa, en mi opinión, menos retenciones y más impuestos al suelo.

TA: ¿Cuáles serían las principales ventajas de avanzar hacia un esquema de ese tipo, con menores impuestos a las exportaciones?

RH: La primera es que menos retenciones supone un premio a la inversión productiva; más inversión y más tecnología que van a traer un aumento del volumen exportable. Una baja de las retenciones también servirá para estimular la actividad en el interior, que tiene costos productivos y de transporte más altos. Un esquema de este tipo, bien calibrado, puede utilizarse, también, para diversificar la canasta productiva, para evitar tanta concentración en la soja, que tiene sus costos ambientales. Más inversión, una economía más federal, más cuidado del suelo y, sobre todo -o más urgente- más exportaciones. En una Argentina que hace una década que no ve crecer el volumen de sus ventas externas, esto es fundamental. Más exportaciones significa un mercado interno más grande, condición necesaria para aumentar la oferta de empleo y aumentar los salarios. Y un perfil exportador más sólido significa mejores condiciones para atenuar la fragilidad macroeconómica de la Argentina. El rol dinamizador de un comercio exterior pujante se siente mucho más allá de los sectores directamente vinculados con el agro. En la industria volcada sobre el mercado interno y sobre todo en el sector de servicios, que es muy sensible a la expansión económica que se produce con el ingreso de dólares provenientes del campo. Si queremos sacar a la mitad de la Argentina de la pobreza tenemos que promover iniciativas que expandan sobre todo el sector de servicios, principal demandante de empleo de nuestro tiempo. 

TA: ¿Cuáles serían las ventajas de la otra parte de la propuesta, la de gravar más el suelo?

RH: Es el costado igualitario de la propuesta, la prenda de paz que el campo tiene que ofrecerle al resto de la sociedad a cambio de un tratamiento más benévolo para la inversión productiva. La tributación siempre tiene dos caras: una que mira la eficiencia, el impacto sobre la producción; la otra, está inspirada en los valores que, como comunidad, queremos promover. Y a mi me interesa promover la igualdad. La presión impositiva sobre la actividad agropecuaria exportadora es muy alta en términos comparativos: más que en Uruguay o Brasil, Australia o Canadá. En pocos países hay impuestos a las ventas externas tan altos. Por eso, además de reducirlos de modo de promover el crecimiento de las exportaciones, sería conveniente que el fisco grave menos la actividad productiva y más el patrimonio. En la comparación internacional se ve que los impuestos al suelo y a la herencia son bajos en nuestro país. En proporción, se paga más impuestos de patente por un auto que por una casa o una hectárea de campo. Y esto, como ha mostrado Thomas Piketty, es un gran productor de desigualdad, y de desigualdad intergeneracional. Esto es más viable que en otros tiempos porque parte importante de las empresas agrarias trabajan tierra que no les pertenece. Podemos gravar más el suelo sin dañar el potencial de las empresas para crear riqueza, y haciendo recaer un mayor porcentaje del impuesto sobre dueños que son rentistas, que perciben un ingreso que no es producto de su esfuerzo productivo. 

«Un perfil exportador más sólido significa mejores condiciones para atenuar la fragilidad macroeconómica de la Argentina«

TA: ¿Hay incentivos políticos para avanzar en esa dirección? En principio eso implicaría que el Estado nacional resigne cuantiosos recursos y simultáneamente acepte un empoderamiento fiscal de las provincias en relación al Estado central, lo que podría darles mayor autonomía relativa y encarecer los costos de la gobernabilidad…

RH: Soy muy consciente de que es más fácil proponerlo que hacerlo, porque un cambio en esta dirección requiere acuerdos entre gobiernos de distintos niveles. Y que la Casa Rosada resigne ingresos, que a veces ha utilizado de manera discrecional, para premiar aliados políticos, para castigar rivales, etcétera. Acotar esa discrecionalidad me parece bueno. Pero, al margen de su posible efecto sobre la desigualdad, lo que más valoro en el plano federal es que ayudaría a forjar un federalismo en el que las administraciones provinciales tengan más incentivos para recaudar, porque de este modo invertirán más energía en ver de qué manera generar riqueza en sus propios distritos. Redefinir las relaciones entre estado federal y provincias tal vez sólo sea posible en un contexto de mayor holgura fiscal. En todo caso, creo que debemos tener claridad respecto a cuál es el horizonte deseable: más estímulos al crecimiento, mejor distribución regional y social de sus frutos.

RA: Una mayor correspondencia fiscal. Decir «si querés aumentar el gasto, preocupate también por generar los recursos». 

RH: Tocaste uno de los grandes problemas de nuestro federalismo. Contamos con un conjunto muy importante de provincias que resuelven sus problemas fiscales con transferencias por coparticipación y que, por tanto, se desentienden de recaudar y de estimular la actividad económica, de expandir el trabajo formal en el sector privado, de mejorar el sistema educativo, de incrementar la transparencia de su gestión, etcétera. Es un tema importante, uno más. La Argentina que emergerá de la pandemia tendrá demasiadas zonas oscuras. Tenemos que trabajar para dejarle a las próximas generaciones algo más que un paisaje de ruinas, o la Argentina mediocre que nosotros heredamos. Debidamente orientado, el campo puede hacer un gran aporte a la difícil tarea de construir un país con un horizonte de progreso para todos. 

* El autor es historiador, doctorado en la Universidad de Oxford. Es investigador principal del Conicet y profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Se ha dedicado a investigar en profundidad la historia del campo argentino y las élites agrarias. Su último libro es ¿Cómo pensaron el campo los argentinos? Y cómo pensarlo hoy, cuando ese campo ya no existe (Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2018).

Cristopher Nolan: amado, odiado, respetado

Opinión | Por Ulises Lazarte*|

Aprovechando el estreno de Tenet, es un momento oportuno para hablar del cine que realiza Christopher Nolan. Me resulta interesante pensarlo desde una perspectiva crítica y, sobre todo, que sirva para exponer una mirada particular del cine. No soy quien ni jamás lo seré para criticar a un consagrado, pero creo que hay que entender de forma criteriosa cuál es realmente su cine.

 Hay un gran debate y posturas muy divididas en torno a la imagen de Christopher Nolan. El público popular lo considera un maestro, incluso una leyenda. Por otro lado, los críticos más duros y los historiadores de cine sostienen que sus películas son mediocres. A mí, particularmente, no me gusta el cine de Nolan, o mejor dicho, creo que su trabajo está lejos de lo que a mí me interpela con respecto al cine. A mi manera de ver, sus películas están muy alejadas de la representación del cine como  una herramienta sobre la exploración del mundo.

En primer lugar, se lo reivindica como un director moderno porque “rompe” con las estructuras clásicas a la hora de narrar. El cine moderno, no tiene que ver con la época actual, ni tampoco con realizar films teóricamente “diferentes”. Lo moderno tiene que ver con un sello autoral desde la puesta en escena y con una exploración social, política, filosófica y poética del mundo. Y por sobre todo, con la construcción de ambigüedad desde una postura sentimentalista y no desde aquello que genera confusión. Es cierto que Nolan trabaja algunos rasgos notorios en sus films, como las tramas complejas y la música del gran Hans Zimmer, pero desde la dirección y la puesta en escena, me cuesta ver un plano propiamente suyo. Es decir, no encuentro uno en el que pueda decir: “este es un plano de Christopher Nolan” o “esta película es de Christopher Nolan por este plano”. Tampoco puedo distinguirlos o identificarlos en otros de sus films. Algo que sí pasa, por ejemplo, con Quentin Tarantino: en sus películas hay planos distintivos de un estilo de dirección. Por eso mismo, considero que Nolan no es un director moderno: la puesta en escena y sus decisiones de dirección son clásicas (además de que realiza películas con enormes presupuestos y con grandes productoras). Quizás lo distintivo está en sus enredadas pero irritantes tramas.

Volviendo a la ambigüedad en el cine, Nolan la genera desde lo que no puede ser entendido, lo que está más allá de la capacidad de la mente de una persona. Eso, en definitiva, es justamente lo que el cine no debe representar. Es decir, el cine debe partirle el alma al espectador en función de las sensaciones, pero no partirle la cabeza desde el intelecto. Lamentablemente, he escuchado mucho decir: “no entendiste El origen porque hay que pensar” o “Interestelar está hecha para un público intelectual”. ¡Error! El cine no debe generar confusión en el espectador escarbando cruelmente  la psiquis: el cine debe llegar al alma, generando diversas sensaciones para que al final del film, el espectador pueda sentirse encontrado y no confundido con lo que experimentó. Lo intelectual en el cine no sirve, es basura. Realizar algo pretencioso que carece de sentido y que no se esfuerza por explicar, es casi faltarle el respeto al espectador. Un director debe narrar desde el sentimentalismo y no desde el intelecto, una película debe inquirir en el espectador y de algún modo, ingresar en su vida y de ser posible, cambiársela. A mí me parece muy triste pensar que por entender un film de Nolan, exista la potestad de creer haber visto una buena película.

Hace poco escuché al director en cuestión en una entrevista en la que hablaba de cuál era la finalidad de su cine: “El cine es entretenimiento, busco que el público se entretenga con mis películas”. Una frase que es casi un puñal para mí. El cine debe entretener, pero creo que eso también significa desaprovechar y no tomarse en serio una herramienta tan rica para narrar si solo se resume a entretener. Lo maravilloso del cine es que puede hacerse de innumerables formas, y creo que uno como cineasta debe utilizar las enormes ventajas que tiene por sobre otras artes para poder llevar a cabo un relato. Un director hace cine porque, de algún modo, le interesa cambiar la realidad y ofrecer su propia visión del mundo. Pero si a Nolan solo le interesa entretener, allá él.

Creo que sus mejores películas son las que, justamente, no tienen ese efecto “Nolan” para complejizar las tramas. De esta manera, ofrece una interesante visión de Batman en su trilogía (sobre todo en Batman inicia y el caballero de la noche)aunque,creo que falla en la caracterización de Bruce Wayne como personaje y se nota a leguas que no sabe filmar escenas de acción. De hecho, Batman casi no pelea y cuando lo hace usa solamente los codos (algo doloroso para los seguidores de los cómics). Efectivamente, los villanos que escribe son aún más interesantes que el propio Batman. Pero en fin, pienso que está muy bien lograda la atmósfera realista y sobre todo la humanización de los personajes.

Dunkirk me parece su mejor obra. Me parece que hay una puesta en escena en función de la narración y es interesante la ruptura temporal del relato. Una  ruptura temporal ya de por si manifiesta signos de complejidad, pero en Dunkirk, Nolan no juega a hacerse el intelectual incluyendo agujeros de gusano, física cuántica o un sueño dentro de otro sueño. Aquí, el guión es sencillo, logrado y la temporalidad, por más que esté quebrada, no es compleja de interpretar. De esa forma, el espectador puede atar cabos fácilmente. Pero lo más atrayente, es justamente la materialización de un sentimiento como tal: en Dunkirk hay más sentimentalismo que intelecto, y por eso es la mejor, porque justamente es la menos “Nolan” de sus películas. De hecho, fue la primera vez en ser nominado al premio Óscar como mejor director.

Sus otros films debo decir que me entretienen pero no me generan nada. Quizás hasta me produce cierto rencor el hecho de que complejicen tanto las cosas y que sus fans se crean intelectuales por entender algo que les da fatiga y temor ser explicado.

Creo que Christopher Nolan está a años luz de ser un maestro y sentarse en la misma mesa junto a otros enormes directores. Sus films son justamente lo que para mí, muchos críticos e historiadores, el cine no debe representar. Es decir, el cine sí debe representar y producir sentimientos y sensaciones, pero no intelectos. De todos modos, se ha ganado un lugar y el respeto no solo del público, sino también de sus colegas. Lo que más rescato de él es que siempre defendió el cine y que a pesar del contexto actual de pandemia y de tener la posibilidad de estrenar Tenet en plataformas streaming, decidió aguardar y estrenarla en las salas, y allí sí, estamos en el mismo barco.

*El autor es estudiante de Dirección Cinematográfica en la Universidad del Cine (FUC).

¿El cine ha muerto?

Un análisis sobre el impacto del surgimiento de las plataformas de streaming en el mundo del cine

Opinión | Por Ulises Lazarte* |

 

A lo largo de la historia, el mundo y las sociedades han sufrido pequeños y grandes cambios, en áreas que van desde la cultura y la arquitectura hasta la lengua. Y también, lógicamente, el cine. El cine ha variado a lo largo del tiempo, y la forma de expectación de una película se fue dando de diferentes maneras, desde la sala de cine propiamente dicha hasta la exhibición de filmes en museos, centros culturales, autocines y demás.

En el momento en el que salió el tan famoso VHS (sistema de video doméstico), se creyó que la sala de cine iba a desaparecer, debido a que se comenzó a reducir la cantidad de espectadores. Algunas personas tenían acceso al dispositivo y podían comprar películas o alquilarlas y verlas sin salir de la comodidad de su casa. El cine siempre ha sufrido atentados; luego del VHS se empezó a comercializar el DVD, ya con mayor tecnología en el dispositivo y con una mejor calidad técnica en las películas. Pero actualmente, un coloso ha venido a ocupar el terreno y a ser la competencia directa de las salas cinematográficas: las famosas plataformas streaming.

El cine vs Netflix: entidades y películas

Netflix, la plataforma streaming por excelencia y a la que la mayoría de la población mundial tiene acceso, comenzó siendo una plataforma con varias series y alguna que otra película disponibles, aunque todas eran producciones ajenas a la compañía. Con el tiempo, vieron que podían generar su propio material y se lanzaron también a la producción, con mucho éxito comercial en series pero con poco éxito en el caso de las películas.

Fue hasta hace algunos años que las historias comenzaron a mejorar: se contrataron a mejores guionistas y directores como Martin Scorsese, Noah Baumbach y Alfonso Cuarón, entre otros, para llevar a cabo varias producciones, algunas de ellas con nominaciones a los Óscars.

Soportes técnicos

Empecemos con los cambios que introduce esta novedad en los soportes técnicos. Mientras que ver una película desde el sillón de nuestra casa puede traer algunas ventajas relativas a la comodidad, también representa algunas desventajas en cuanto a que no es exactamente una película lo que terminamos viendo, sino una representación -un reflejo- de esa película.

Para entenderlo mejor, digamos que una película siempre va a funcionar mejor en una sala cinematográfica, en primer lugar por las características técnicas de imagen y sonido. Cuando se piensa la fotografía de un film, por ejemplo, el ratio de aspecto, la sensibilidad y el uso de la óptica se piensan para una pantalla grande, en donde estos elementos se verán con mejor detalle y generarán cierto impacto en el espectador, tanto visual como emocional. En cambio en una pantalla pequeña, la calidad y el formato se verán modificados para este dispositivo, lo cual genera mucha pérdida en la narración visual y eso afecta, lamentablemente, a la emoción.

Lo mismo va para el sonido: en líneas generales, el sonido se mezcla en 5.1 o en 7.1 o hasta en más canales, dependiendo de la sala y de la calidad de la producción. Este procedimiento favorece que las diferentes capas de sonido del film (ambientes, efectos, diálogos, música y demás) hagan que la narración tome un rumbo concreto en afán de constituir una emoción.

Desgraciadamente, los dispositivos de televisión no cuentan con canales 5.1. Hay una opción en Netflix que permite reproducir el sonido en este nivel de calidad técnica pero en realidad no es así, dado que para eso se necesita la disposición de los parlantes necesarios distribuidos de una forma concreta. En cine serían tres parlantes detrás de la pantalla (izquierdo, central, derecho), un subwoofer delante de la pantalla y dos medialunas de parlantes surround en los costados de la sala. Por lo que el formato de sonido de un Smart TV será estéreo y eso modificará (para mal) la calidad narrativa de los sonidos: se escucharán achatados, uno encima del otro y siempre resultará en que se priorice un canal por encima del otro (el sonido ambiente o la música se escuchan fuerte y los diálogos, más bajo).

Emotividad

Más importantes aún son las diferentes emociones que le produce al espectador visualizar un film en una sala de cine. Con respecto al efecto espejo, un film en Netflix actúa de forma inversa; es decir, el espectador es quien manipula la película, algo que no debiera ser así porque el cine no se trata de eso. Una película no tiene que estar atada al espectador: de hecho, todo lo contrario. El espectador se sienta cómodamente en su sillón, pone play a una película, no le gusta, la saca. Pone otra película, cambia el idioma, le llega un mensaje, pone pausa, chatea, pone play, hay una escena de diálogos extensos, el espectador revisa las diferentes redes sociales, no pone pausa y deja que la escena de diálogo continúe, pone pausa, tiene sueño, se va a dormir y retoma el asunto al otro día, en unos días o quizás nunca.

Todo este procedimiento repercute negativamente en la visualización de una película, independientemente de si es de carácter narrativo, descriptivo, para pasar el rato, pasa filosofar, o lo que sea. El formato del cine genera una especie de relación de respeto entre la película y el espectador: todo film debe ser respetado por el espectador y debe entregarse de lleno a aquello que elige mirar. Algo que no está presente en las plataformas de streaming.

En cambio, en una sala cinematográfica el procedimiento es muy distinto: ir al cine es una salida más, al mismo nivel que ir a cenar o ir a bailar. Al igual que ver una película en Netflix, es un momento que puede compartirse con un amigo o amiga, con pareja, familia o incluso solo. Pero la enorme diferencia es que también se comparte con gente desconocida, gente que al vivir en la misma ciudad, pareciera que aparecen de la nada en un mismo espacio. El espectador ingresa al cine, va al baño, compra bebidas y pochoclos y se sienta en una ubicación lo más favorable posible (los espectadores obsesivos llegan temprano y eligen los mejores asientos). Allí sucede la magia, luego de los trailers y del indicador de “apagar los celulares”, las luces comienzan a caer y todo ese ritual de ir al cine se concentra en ver la película, a oscuras, en una pantalla gigante, con sonido envolvente, con personas alrededor, conocidas y desconocidas.

El espectador se entrega por un lapso de tiempo a aquello que está viendo y escuchando, se mete de lleno en una historia ajena y empatiza con personas ajenas, sin pensar en ningún momento en que aquello que se está reproduciendo no es más que mera ficción. Es algo inexistente pero en lo que el espectador cree. El espectador sufre, se ríe, se enoja, se asusta, se emociona.

Luego de esa ceremonia, sale del cine, aturdido, sin saber qué día ni qué hora es, vuelve a ir al baño y se encuentra con las desconocidas personas con quienes compartió la película, en algunos casos algunos que fueron juntos debaten lo que vieron. El espectador se queda durante horas pensando en aquello que vio y escuchó, el film invade su mente pero un buena película también invade su corazón. Esas horas de digestión ponen al espectador en jaque. Ese conjunto de sensaciones es algo que una pantalla chica jamás podrá reproducir, independientemente del producto. Una sala de cine trae consigo una mística sin igual: hace que la película tome el carácter que se merece y la relación entre película-espectador fluya y perdure en el tiempo.

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Cine vs series

Durante estos últimos años se produjo el boom de las series, en su mayoría disponibles en Netflix y muchas de ellas producidas por esta compañía. Una primera aproximación arroja que en las series prevalecen fines de entretenimiento, por el simple hecho de que se apoyan más en el factor guión que en el trabajo de dirección y cuestiones técnicas. Los tiempos en televisión suelen ser más rápidos que en cine y lógicamente se prioriza la historia. A su vez, hay series que tienen un grandísimo contenido y muchos factores de análisis; también hay algunas que datan de períodos históricos particulares y hay otras con un contenido bastante más superficial.

Una primera conclusión alude al tipo de espectador que genera; lo que podríamos llamar el espectador pasivo: alguien con poca tolerancia y que se aburre fácil. Esa pasividad que surge del desacople entre tener la intención de ver algo pero no tener el compromiso de introducirse y someterse a la narración.

Lastimosamente, los grandes perjudicados son el cine y las películas. Un espectador que se acostumbró a ser pasivo se acostumbró al mismo tiempo al formato de estructura de una serie. Una estructura puramente narrativa, con conflictos externos, que avanza rápido y sitúa el conflicto en los primeros cinco o diez minutos de comenzado el primer capítulo. Allí el espectador se engancha y mira todas las temporadas que componen a esa serie. Luego, comienza a indagar cuál será la futura serie que desea ver. En cambio, al momento de ver una película, si no hay acción en los primeros diez o quince minutos, se aburre y la termina sacando. En líneas generales, en un film clásico el conflicto aparece a partir de los veinte minutos… Cinco minutos más de paciencia.

El autor, el contenido y los puntos a favor

Es muy común que Netflix adquiera los derechos de un film que se filmó con una productora cualquiera, se estrenó en festivales y todavía no tiene distribuidora. Pero, lamentablemente, en la mayoría de los casos no se le da crédito al autor de la obra. El contenido queda como “una película de Netflix”.

Asimismo, dentro del catálogo, la división de géneros parece muy limitada y se utilizan categorías como “lentos” y allí dentro hay un conjunto de series y películas aparentemente “lentas”. En parte es cierto que existen productos que tienen procesos de narración más lentos que otros, pero Mindhunter no es una serie lenta por tener mucho diálogo, ni El Irlandés lo es por durar tres horas y media. Quizás Netflix no conoce la existencia de las películas de Tarkovksi, o quizás se resume a que su catálogo solo contiene filmes de años recientes, como si el cine hubiese sido inventado hace veinte años. Posiblemente Netflix tenga como tarea estudiar la historia del cine.

Más allá de todos los puntos en contra que pueda llegar a tener la plataforma, es cierto que también tiene muchas cosas a favor. Volviendo al caso de El Irlandés, ninguna productora ni distribuidora estaba interesada en llevar a cabo la producción. Es muy extraño ya que se trataba de un film de nada más ni nada menos que Martin Scorsese y con actores como Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci. Aunque, al mismo tiempo, no es tan extraño si consideramos que hoy en día un espectador no aguanta ver una película larga en la sala de cine (otro guiño al nuevo espectador pasivo). Gracias a Netflix, esa joya (recomendadísima, por cierto) pudo ver la luz.

Por otra parte, Netflix está teniendo grandes acercamientos a producciones nacionales, lo cual es muy bueno si tenemos en cuenta hoy en día la industria es muy acotada y gracias a la inserción de esta plataforma se genera más movimiento de producciones nacionales y más fuentes de empleo.

Por último, la famosa plataforma de streaming hace algo muy extraño: lanzan una serie de filmes en carteleras de cines y luego las quitan y las colocan en su plataforma. Pasó el año anterior con Roma, El Irlandés, Historia de un matrimonio, Diamantes en bruto y algunas otras más. El motivo es estar en carrera para las diferentes ceremonias de premiaciones (Oscars, Globos de Oro, premios de la crítica, entre otras). Una de las tantas reglas para participar es que un film debe estar en cartelera como mínimo una semana. Por un lado es una maravillosa experiencia poder disfrutar de esas películas en salas cinematográficas, pero por otro lado es algo triste que las quiten tan rápido y luego las estrenen en su plataforma.

Quizás, esperemos, en un futuro Netflix produzca contenido exclusivo para salas de cine. Eso enriquecería mucho a la industria y podría ser una reivindicación para aquellas y para el cine mismo. Un cine que, a pesar de todo, sigue y seguirá prevaleciendo a lo largo de la historia.

 

*El autor es estudiante de Dirección Cinematográfica en la Universidad del Cine (FUC).

 

 

 

Crítica de El Hoyo: nada brilla en la película de Gaztelu-Urrutia

Crítica |por Ulises Lazarte|

El Hoyo es una película española dirigida por Galder Gaztelu-Urrutia que narra básicamente la crisis que vive el personaje llamado Goreng en una especie de cárcel o lugar penitenciario distópico que tiene una estructura piramidal. En este contexto los que habitan en los niveles superiores gozan de mayores privilegios y tienen acceso al banquete a la hora de comer. Los que están en los niveles inferiores no comen otra cosa que sobras, y para los que están aún más abajo directamente no llega ningún tipo de alimento.

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La película es exageradamente pretenciosa, obvia, lineal y grosera en algunos aspectos. Se denota que está articulada para espectadores sin uso de la razón analítica profunda de un film. Es decir, en todo momento se muestra exageradamente que la película habla metafóricamente de un conflicto de clases pero el guión es tan lineal como su diseño de producción. En otras palabras, es obvio que la estructura de ese lugar llamado El Hoyo implica una división entre ricos y pobres. En primer lugar utiliza de forma grosera el concepto de la estructura piramidal, lo cual nos dice literalmente y sin proponernos otro punto de vista analítico que los de arriba son los ricos y los de abajo los marginados. Digo piramidal y no vertical porque los primeros niveles representan la punta de la pirámide. El estrato más alto aparece como un imposible. Siempre se parte de la base y es difícil escalar hasta la punta. En ningún momento propone otro nivel de análisis, por lo que esa metáfora queda diluida desde el primer momento en que empieza la película. El hecho de que se entienda desde el primer minuto hace que el film se torne aburrido, repetitivo y tedioso.

Veamos un ejemplo: en Parasite, de Bong Joon-Ho, aparece bien lograda la metáfora del conflicto de clases. La casa de los Kim está literalmente en un semisótano, y sin analizarlo en profundidad no es un lugar para marginados. Es decir, si uno no lo interpreta metafóricamente simplemente los Kim viven en ese lugar. En cambio, la casa de los Park se ubica en calles más arriba, como si fuera en una colina. La distribución muestra muchas escaleras dentro de la casa, dando un mensaje sobre el nivel económico de la segunda familia.

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Esto quiere decir que no hay necesidad de utilizar la estructura piramidal que vemos en El Hoyo. La situación no tiene lugar de análisis porque el significado metafórico está explícito. En cambio, si el espacio se presenta como un lugar aparentemente cotidiano y con distribuciones sutiles, pero al mismo tiempo está repleto de segundas lecturas, se da un abanico enorme de puntos de vista desde donde analizarlo. Quizás se requiera una revisión de la película, en el caso de Parasite, para entender ese espacio como la real división de clases. Una mirada más atenta no es un problema. Al contrario, en El Hoyo, al arruinar la metáfora se echa tierra sobre toda la narración.

Independientemente de lo burdo y lineal que está estructurado el espacio, los personajes tienen mucha pobreza narrativa. Están muy poco desarrollados desde el punto de vista interno al igual que la relación entre ellos. Además, todos los personajes son malvados: como si los ricos fueran culpables de ser ricos y los pobres culpables de ser pobres; lo cual es un recurso muy banal y repetitivo porque no se caracteriza a ningún personaje de otra forma. Todos son iguales. Por momentos se entendía que el personaje de Goreng era Don Quijote (libro que lee) y necesitaba un Sancho Panza (el cual aparece recién en el tercer acto). El conflicto está muy poco desarrollado y puede decirse que ni siquiera existe uno. Quizás recién en el tercer acto pero no se entiende si es externo o interno. Está ahí meciéndose entre ambos sin dirección clara.

En síntesis, El Hoyo es un film bastante pretencioso, repetitivo y sumamente obvio. Hace pensar que no confía en la capacidad de análisis del espectador y sirve las metáforas en bandeja de manera muy lineal. No ofrece la capacidad de establecer un análisis desde diversos puntos de vista. La película no es ambigua: plantea algo y es esquemática. Hasta nos esclaviza con su falta de capacidad para narrar algo metafórico.

 

*El autor es estudiante de Dirección Cinematográfica en la Universidad del Cine (FUC).

De la prostitución y sus fundamentos: recorrido histórico (parte I)

Primera entrega de «De la prostitución y sus fundamentos». Un recorrido histórico de una actividad objeto de controversias.

Primera entrega de De la prostitución y sus fundamentos | Por Malena Malacalza |

   

Cualquier acercamiento a la prostitución exige como punto de partida entender que no hay un solo fenómeno que pueda llamarse de ese modo sino que han existido formas muy variadas que responden a diferentes significados y orígenes.

En general, el debate sobre la prostitución no suele abordarse dentro de un contexto histórico, por lo que siempre queda oculto su vínculo con la situación de las mujeres en distintas épocas. En este sentido Beatriz Gimeno nos ilustra: 

«Para abordar la prostitución adecuadamente es imprescindible estudiar las relaciones de género hegemónicas en cada momento histórico, porque la prostitución tiene que ver, fundamentalmente, con el tipo de relación que cada sociedad, en cada momento, establece entre hombres y mujeres. Por tanto entendemos aquí la prostitución siempre como una relación. No hay prostitución sin más, sino relaciones de prostitución, situaciones muy diversas en las que las mujeres se han relacionado con los hombres para ofrecerles sexo a cambio de dinero o de bienes».

Sin ánimos de adelantar, me atrevo a hacer una primera reflexión: el patriarcado siempre encuentra una manera de manifestarse incluso en las sociedades más progresistas.

De los fundamentos de la prostitución

  • “El trabajo sexual es la actividad voluntaria de personas mayores de 18 años que ofrecen o prestan servicios de índole sexual a cambio de retribución económica”
  •  “Las trabajadoras sexuales necesitamos una ley para ejercer nuestra actividad, amparada en derechos laborales, como cualquier trabajador/a registrado/a en el país (…)” (Asociación de mujeres meretrices de la Argentina -Ammar).
  •  La posición abolicionista mantiene que la prostitución de mujeres solo puede ser analizable desde la perspectiva de la historia de la desigualdad entre hombres y mujeres (…), la prostitución, que definen como violencia contra las mujeres, no es comparable con ningún otro trabajo. En realidad, es el núcleo de una relación de dominación en bruto, sin mediación alguna” (Ana de Miguel Álvarez, “La prostitución de mujeres, una escuela de desigualdad humana”).

 

Saber a quién consideramos social o legalmente prostituta -y por ende sobre qué mujeres se aplican las políticas relativas a la prostitución- no es tarea fácil. La  cuestión tiene lo que algunas autoras llaman “un matiz ideológico casi invisible”.

La RAE define a la prostitución como «la actividad a la que se dedica quienes mantienen relaciones sexuales con otras personas a cambio de dinero», y a la prostituta como «la persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero».

Este concepto es viable en el mundo actual, en el que casi toda actividad humana se expresa en términos monetarios, pero en el pasado no ha sido tan sencillo delimitarlo; no se ha considerado siempre al dinero como característica esencial para la definición. En otros momentos y en otras culturas, lo relevante ha sido la actividad en sí misma. En la edad media, por ejemplo, cualquier mujer con experiencia sexual, consentida o no, fuera del matrimonio, era una prostituta incluso cuando no cobraba.

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La prostitución como «el empleo más antiguo del mundo»

Cuando hablamos de la prostitución debemos referirnos a la sexualidad, puesto que están íntimamente vinculadas y es esta última la que crea y reproduce relaciones de desigualdad entre hombres y mujeres. Más aún, debemos referirnos a la doble moral sexual: un conjunto de postulados que indican que hay cuestiones éticamente aceptadas para los hombres pero no para las mujeres (o al menos para algunas mujeres).

Los hombres han sido el sujeto en casi todos los sentidos posibles, y como tal, definieron la sexualidad como su sexualidad. Es así como establecieron distintas instituciones que les garantizaban la variedad en sus parejas sexuales. Entre estas, la prostitución.

Frente a esta situación de “comprensión y tolerancia de la promiscuidad masculina”, las mujeres fueron divididas en dos grupos: las mujeres públicas, destinadas a satisfacer el deseo sexual de los hombres, y las mujeres destinadas al matrimonio, quienes renegaban de su sexualidad.

La época victoriana. Sexualidad y Revolución Industrial en el siglo XIX

La época victoriana de la historia del Reino Unido marcó el auge de la Revolución Industrial y del Imperio británico. Aunque esta expresión se usa comúnmente para referirse al largo reinado de Victoria I (1837/1901), también refiere a los profundos cambios ocurridos en las sensibilidades culturales.

La doble moral sexual encuentra en la era victoriana su mayor esplendor: paralelamente a las estrictas y conservadoras costumbres de la época para las mujeres de las clases sociales más altas,  se desarrollaba un mundo sexual subterráneo donde proliferaba la prostitución. Se creó una sociedad exacerbada de moralismos y disciplina, con rígidos prejuicios y discursos de sexualidad como nunca habían existido en el mundo Occidental.

La prostitución fue una de las principales actividades económicas que caracterizaron Inglaterra en el periodo victoriano, concentrándose en centros urbanos como Londres y Gales, en barrios específicos y en burdeles, y tuvo como protagonistas a las mujeres de clase media y baja, mujeres que se encontraban desprotegidas por haber enviudado, por tener maridos alistados en el ejército o mujeres con pocos recursos. Es así como comienza a perfilarse en el siglo XVIII el modo de prostitución contemporáneo.

La actividad sexual femenina (por supuesto, de la clase alta) quedó neutralizada y reducida a un solo fin: la reproducción, cuando fuere necesaria. Mientras tanto, resultaba lógico –y era de buena práctica- que los hombres estuvieran con una variada cantidad de mujeres, que al parecer podían incumplir las reglas al solo efecto de darles placer.

 


«Las mujeres fueron divididas en dos grupos: las mujeres públicas, destinadas a satisfacer el legítimo deseo sexual de los hombres, y las mujeres destinadas al matrimonio»


 

La revolución industrial y los discursos de sexualidad construidos en ella no pueden considerarse como dos situaciones sin punto de encuentro, meramente casuales. Uno fue condición de posibilidad del otro.

El modelo de producción capitalista exigió que los cuerpos sean concebidos y tratados en miras a los intereses productivos económicos de la época : consumo y acumulatividad. La movilidad social producida por el desarrollo del capitalismo industrial creó nuevas demandas a gran escala por lo que era necesaria mano de obra barata.  Para ello, se requería rapidez y eficacia y de ahí que fuera necesario instruir unas reglas para el cuerpo y posibilitar que las mujeres contribuyan en el trabajo en la industria, modificando este concepto de la familia tradicional arraigada a la tierra, reduciendo la cantidad de miembros que la integraban.

De ese modo, se produjo una represión de los cuerpos traducida en un control de la sexualidad  atravesado por el saber y el control de la misma. El sexo era considerado un problema: «el placer sexual era un interés particular que escapa de toda dominación, se escapaba  del interés general de la producción industrial y del orden social». 

Sin embargo, es necesario volver a advertir en este punto, qué eran las mujeres quienes encontraban coartada su sexualidad, mientras tanto: los hombres consumían prostitutas.

Este modelo es el que caracteriza la época victoriana, pero dichas prácticas no fueron cometidas única y exclusivamente en el Reino Unido, sino que trascendieron sus fronteras hasta llegar a todo el Occidente.

Este orden de cosas permaneció relativamente incuestionable hasta el desarrollo de los movimientos feministas del siglo XIX. Las feministas y los diferentes socialismos fueron críticos con esta doble moral sexual y lucharon por la autonomía de las mujeres en los más amplios sentidos. La denuncia de la doble moral sexual tomó la forma de defensa del derecho de divorcio y también una posición crítica sobre la prostitución.

Ana de Miguel en su trabajo La prostitución, una escuela de desigualdad humana introduce el concepto de “ideología de la prostitución”: un conjunto de postulados favorables a que los hombres vayan con mujeres prostituidas y a que las mujeres lo acepten. Por un lado, se parte de la base de que el hombre tiene derecho a satisfacer sus necesidades sexuales. Por otro, a que la sociedad debe proporcionarles un mercado de mujeres para satisfacerlas.

Desde argumentos conservadores, se sostiene que lo que es bueno para los hombres es malo para las mujeres y viceversa. De este modo, es conveniente que los hombres tengan relaciones sexuales lo más variadas que puedan antes del matrimonio, siendo el mismo núcleo familiar quien llevaba a los hombres a debutar a los prostíbulos, mientras que la mujer debía permanecer virgen hasta el matrimonio.

Se consideraba así a la prostitución como un mal menor para evitar que el  hombre pudiera tener estas necesidades insatisfechas. Advierte, sin embargo que ésta ideología es muy elástica, y que la prostitución se legitima tanto desde posturas conservadoras como desde liberales y progresistas. Esos argumentos pudieron funcionar durante un largo tiempo, pero luego la opresión encontró nuevas maneras de manifestarse y transformarse.

marcha feminista

Los años 60: drogas, sexo y rock and roll. Haz el amor, no la guerra.

La revolución sexual del año 1960 fue un punto de inflexión del modelo sexual tradicional y “la doble moral sexual” en casi todos los países de Europa Occidental. Su mayor auge fue entre 1970 y 1980, con consecuencias que aún siguen vigentes. Esta revolución supuso una reivindicación a la libertad sobre los cuerpos y la sexualidad como parte integral de la condición humana, la aceptación de las más diversas relaciones sexuales, en parte gracias a los avances tecnológicos en materia de métodos anticonceptivos, y de la legalización de prácticas como el aborto.

Sin embargo, como advertimos hace un momento, la ideología de la prostitución encontró el modo de reproducirse en esta nueva era, donde los argumentos anteriores quedaban anticuados.

 


«La ‘mujeres de familia’ se reprimían, los hombres consumían prostitutas»


 

El sexo empezó a concebirse como algo bueno, moderno y trasgresor, como algo “antisistema”, a tal punto hubo una exaltación del mismo excluyendo todo juicio moral de ese territorio.  ¿Cuál fue el problema? Que estas ideas fueron tomadas por los medios hegemónicos de comunicación y reprodujeron un nuevo modelo de sexualidad, que ya no era tradicional, pero que exaltaba al cuerpo de la mujer desnuda constituyéndola como objeto de deseo de los hombres bajo el lema de la “libertad”. La televisión, las revistas, las publicidades, incluso la industria pornográfica, todos se encargaron de dejar un mensaje bien claro: la sexualidad seguía estando a la orden del placer masculino.

Debemos destacar que este escenario también posibilitó que muchas mujeres pudieran cuestionar ese modelo sexual tradicional al que estaban sujetas, advirtiendo que pocas veces se sentían identificadas con aquellas mujeres de la pornografía; que pocas veces se veían satisfechas; que poco conocían su cuerpo; que esa libertad estaba dirigida por el placer masculino. Dentro de algunas mujeres de la época podemos mencionar a Kate Millet, quien sostuvo que «el amor era el opio de las mujeres», la planta que adormecía sus inquietudes y las llevaba a la sumisión y al conformismo: “mientras nosotros amábamos, ellos gobernaban el mundo”. Sin embargo, fueron silenciadas, tachadas de locas, lesbianas, feas, puritanas. La ideología de la prostitución encontraba así una nueva base: el mito de la libre elección y el consentimiento. Si la prostitución es voluntaria y hay consentimiento, la libertad individual aparece como un factor determinante para su aceptación.

En este sentido, Ana De Miguel distingue entre las sociedades de patriarcado duro o coacción en las que legalmente se establece la inferioridad moral, intelectual y física de las mujeres, reduciéndolas al ámbito privado y al servicio del hombre, y las sociedades de patriarcado blando basadas en el consentimiento, en las que el patriarcado se manifiesta a partir del mundo de la creación: cuentos, novelas, canciones que orientan a las mujeres a elegir cosas distintas que los hombres. En una entrevista, Ana ilustra esto de manera muy precisa a través de un ejemplo: al nacer una mujer inmediatamente se ofrece perforarle las orejas, desde ese primer momento en su vida es marcada por la sociedad. Eventualmente, en el desarrollo de su vida, esa niña tomará varias decisiones: la elección del color rosa; las novelas de amor; los juegos de cocina o cuidado de niños. Elecciones que creerá libres, pero que en realidad no son más que respuestas a nuestra sociedad patriarcal.

En este  punto de la historia, la sexualidad de la mujer dejó de estar entre las sombras, pero lejos de producirse un verdadero cambio en su modo de percibirla y vivirla, se la concibió nuevamente desde una perspectiva patriarcal: se hiper sexualizo a la mujer, reduciéndola a un mero objeto de consumo masculino.

*La autora es estudiante de Derecho (UNLP).

El día que prendieron la luz: 40 años de la visita de la CIDH a la Argentina

Por Antonella Bormapé |

 

Corría el 7 de septiembre del año 1979 cuando el seleccionado juvenil, liderado por Diego Armando Maradona, aterrizaba en Argentina después de ganarle 3-1 a la Unión Soviética y consagrarse, de manera indiscutible, como campeón del primer Mundial de la categoría Sub 20.

Sin embargo, a pesar de que la dictadura presidida por Jorge Rafael Videla ya había gozado unos meses antes del poder del fútbol gracias al Mundial `78, ese 7 de septiembre también llegaba a la Argentina una bomba lista para estallar: la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

El telón que ocultaba el horror comenzaba a descorrerse en tiempos donde Estados Unidos buscaba revertir su imagen internacional como impulsor de las sangrientas dictaduras en Latinoamérica, y las Madres de Plaza de Mayo comenzaban sus primeras rondas frente a la Casa Rosada.

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“Los argentinos somos derechos y humanos”  

Con Jimmy Carter (presidente de EE.UU desde 1977) por un lado, pretendiendo impulsar por distintos medios que la CIDH visitara la argentina ya que las denuncias de familiares desaparecidos comenzaban a tener repercusión, y con la junta militar por el otro, queriendo desmentir las denuncias de secuestros y torturas ilegales que aseguraban que en Argentina funcionaban centros clandestinos de detención, nace el slogan de campaña que pasaría a la historia, ideado por el gobierno de facto para recibir a la CIDH y usado como estrategia publicitaria: “Los argentinos somos derechos y humanos”. 

Con presiones cada vez más fuertes, el gobierno se resistía a la visita de la CIDH porque la consideraba parte de la campaña antiargentina del marxismo internacional, logrando que la frase se haga eco en la vía pública, en los grandes medios de comunicación masivos, se repita en radio y televisión, y que no pocos automovilistas lleven el sticker en sus autos. Sin embargo, la fuerte complicidad civil y eclesiástica no evitó que centenares de personas fueran aquel viernes a entregar denuncias por sus familiares desaparecidos o detenidos en prisiones ilegales, formando colas interminables que, para los que luchaban contra la barbarie, fueron un hito fundamental para cambiar la historia.

«Por favor, hagan algo», suplicaban madres, padres y otros familiares de desaparecidos argentinos en cartas que enviaban a la Comisión Interamericana, que entre el 6 y el 20 de septiembre de 1979, no solo escuchó a las víctimas y registró 5580 denuncias de secuestros y desapariciones,  además de otras 3000 aportadas por organismos de DD.HH, sino que, además, recorrió a través de sus comisionados distintos puntos para ver que estaba pasando. Entre cárceles de Trelew, La Plata, Córdoba y Tucumán, una parada obligatoria en Buenos Aires: la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).

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Desaparecer a los desaparecidos

Junto con la campaña que apuntaba a desprestigiar a la Comisión, la Junta Militar se encargó de maquillar a la ESMA realizando distintas modificaciones edilicias para que el lugar no coincidiera con el descripto en las denuncias.

Por su parte, La Marina se ocupó de trasladar a los allí detenidos a la isla en el Delta llamada «El Silencio”, cuyo nombre, como casi una metáfora de la crueldad, se debe a que se trataba de un lugar de retiro espiritual cedido nada más y nada menos por el Arzobispado de Buenos Aires.

A pesar de que La CIDH encontró el Casino de Oficiales sin prisioneros y completamente modificado, disfrazar la arquitectura del edificio no bastó para que la junta militar quedara en evidencia. En su informe de 1980 la CIDH denunció: «La comisión ha llegado a la conclusión de que, por acción u omisión de las autoridades públicas y sus agentes, en la República Argentina se cometieron numerosas y graves violaciones de fundamentales Derechos Humanos». Ante un frustrado intento de tapar el sol con la mano, la historia argentina y la del mundo entero en torno a la lucha contra la violación de los Derechos Humanos cambiaba para siempre.

El Informe Final no solo dio cuenta por primera vez de la existencia de un plan represivo y sistemático llevado a cabo por el gobierno militar, sino que también permitió establecer la figura del «Desaparecido» y crear una tipificación en el derecho internacional para los crímenes de Lesa Humanidad fuera del Código Penal Ordinario.

Los militares, quienes objetaron la autoridad del organismo para evaluar y cuestionar las leyes y decretos del Gobierno argentino “en su lucha antiterrorista”, rechazaron estas afirmaciones con similares argumentos a los que había tenido la Iglesia Católica, que sostuvo que “no tenía por qué una comisión extranjera venir a tomar exámen”.

La Junta militar intentó por todos los medios que el informe de la CIDH fuera rechazado por la Asamblea de la OEA y finalmente la declaración oficial del organismo no hizo mención alguna al caso de Argentina. No obstante, la dictadura no logró frenar el impacto que su divulgación produjo en el mundo entero, y a pesar del silencio cómplice de la Organización, las denuncias sobre desapariciones forzadas, tortura y muerte crecieron y comenzaron a ganar repercusión pública internacional.

Cuatro años después, Raúl Alfonsín –fundador y directivo de la APDH-, quien en su momento había sido visitado por la CIDH y habló de una Argentina empujada al colapso ético por partidarios de la violencia de un signo y del otro, era electo presidente. El informe que la dictadura había prohibido, acabó por ser un aporte esencial a la extraordinaria labor llevada a cabo por la CONADEP en 1984, cuyo trabajo a su vez, sería luego de invaluable relevancia para el desarrollo del Juicio a las Juntas en 1985.  

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40 años después…

A partir de su labor de monitoreo, que realiza en el ejercicio de las facultades consagradas en el artículo 41 de la Convención Americana, la CIDH ha impactado a lo largo de todos estos años en los procesos de transición democrática en la región, en la preservación de la memoria, en la búsqueda de la verdad y en el acceso a la justicia de víctimas de las dictaduras.

Después de 40 años de haber marcado el rumbo definitivo en la recuperación de la democracia, la CIDH volvió a Argentina este 7 de septiembre, no para ver la situación de presos y torturados políticos, sino para la inauguración de la muestra «El ocultamiento de la ESMA: la verdad se hace pública» en el museo del Espacio Memoria y Derechos Humanos. “A partir de testimonios inéditos, la exhibición de objetos y la presentación de documentos, se podrá conocer en detalle el período en el que Grupo de tareas de la ESMA realizó todo tipo de estrategias para ocultar, ante la inminente llegada de la CIDH, cualquier indicio de actividad represiva dentro del lugar”, detallan desde la organización.

La visita fue protocolar, es decir que en este caso no hubo monitoreo de la situación de los derechos humanos en el territorio nacional. Sin embargo, desde que Cambiemos gobierna, la CIDH adviritó en varias ocasiones sobre la situación de los derechos humanos en Argentina. Los comisionados aprovecharon la tarde del viernes para reunirse con el presidente, Mauricio Macri.

En la actualidad, la realidad del continente americano sigue siendo desafiante con extremas desigualdades sociales, problemas serios de acceso a la justicia, discriminación a las mujeres, indígenas, afrodescendientes y un buen número de la población de los colectivos LGTBI. El respeto de los derechos humanos debe ser integral, siendo la memoria un factor fundamental para conocer la historia y unirnos en los valores republicanos que compartimos, que junto con los postulados de verdad y justicia, deben seguir levantándose para que perduren como políticas de Estado. 

 

«Siempre cuenta tu historia»: el documental a 40 años de la misión de CIDH en Argentina.

 

 

 

Woodstock: algo más que música

Por Milton Rivera

En 1967 la imagen de Estados Unidos en el mundo corría el riesgo de menguar sorpresivamente. Por esos días el Pentágono veía impávido como sus alrededores se colmaban de manifestantes que protestaban contra la guerra de Vietnam. En eso Marc Riboud, un fotógrafo de la Agencia Magnum, llegaba por la inercia de la marea hasta el cordón policial que defendía el edificio y era testigo de uno de esos momentos con cierta incidencia en la historia. Su cámara captura el instante en que una mujer enfrenta las escopetas y suelta una flor en el interior del cañón: nacía el flower power, y con él un movimiento que explotó dentro de la cultura rock más fuerte que las bombas en la selva. 

Los años 60 fueron un sismo que partió a la sociedad occidental en dos tiempos por muchas cuestiones. Las diferencias entre una generación hija de la Segunda Guerra Mundial, fuertemente disciplinada e impregnada de un nacionalismo oxidado chocaba con el piberío de pelo largo cuya curiosidad era alimentada por las experiencias psicodélicas y la libertad sexual. Si me preguntan a mí, creo que el fenómeno que supo aglutinar toda esta ensalada de diferencias (y que la posteridad reconocerá como factor de unidad) fue el Rock and Roll. La disputa generacional que supuraba la sociedad norteamericana de la guerra fría iba a encontrar su expresión masiva en los conciertos de Woodstock en 1969, donde la cultura hippie congregó 500.000 almas en una granja cerca de Nueva York. 

Vale la aclaración: decenas de festivales posteriores fueron superiores en line up (como se lo llama ahora), en producción artística, en sonido, en organización y rentabilidad. Woodstock fue distinto por otros motivos, fundamentalmente por el contexto social y cultural, pero además por su espontaneidad y frescura. Por el amateurismo y la apropiación juvenil. Por la semilla que plantó y los engranajes que movió. Y por su carácter épico: la lluvia, la noche, las carpas, el viaje, los helicópteros sobrevolando la zona y el país -el mundo- hablando de eso. 

Tan legendario fue el evento que pocos saben lo improbable que parecía cuando surgió la idea. O que ni siquiera fue en Woodstock, sino en Bethel, en la granja de un productor de leche que recibió 75.000 dólares por el alquiler de los tres días. Inicialmente el pueblo predilecto pare sacar adelante semejante festival le cerró las puertas a los organizadores cuando veían que eran jóvenes de 23 años que caían fumando porro y vestidos de mujer. Había una generación que se resistía. No importaba. Michael Lang manejó durante horas hasta terminar metido en un descampado que parecía que la naturaleza había preparado para la ocasión. Una loma iba de menor a mayor desde el alambrado hasta formar una tribuna de césped al fondo haciendo que el escenario se dibujara en la mente del organizador. A las corridas contrataron servicios de comida y telefonía, baños y algún voluntariado médico. Un detalle: se instalaron carpas “para malos flashes”. No era un show más.

Inicialmente se esperaban 35.000 personas, tomando como referencia el Monterrey Pop Festival de unos meses antes que manejaba una cifra similar, pero dos días antes de que sonara el primer instrumento ya caminaban la ciudad esa misma cantidad de jóvenes. Los pronósticos fueron muy pesimistas. Nada salió según lo previsto, pero ese detalle lo hace único. Woodstock fue un desastre natural, fue inevitable. La ola de un tsunami imprevisible que volteó cualquier intento de organización y empapó al mundo de paz y música. Las calles se colapsaron; la lluvia convirtió el terreno en un barrial donde los hippies se desparramaban; los encargados de vender hamburguesas las cambiaban por drogas; el primer día los artistas no sabían el orden de los shows y muchos de ellos no habían cobrado lo prometido. The Who por ejemplo, una de las atracciones principales, amenazó con no salir a tocar hasta no cobrar su plata. Pero el espíritu de la época -y la amenaza de uno de los productores de revelarle a la multitud el motivo de su capricho- los empujó al escenario para hacer vibrar al público.

Entre los artistas que la rompieron una de ellas fue Janis Joplin. Vieja conocida de la contra cultura juvenil, salió a escena en la madrugada del domingo acompañada por la Kozmic Blues Band para interpretar su nuevo repertorio solista. Visiblemente sorprendida por la cantidad de público, antes de tocar su hit Try (just a little bit harder), preguntó cómo venía la cosa abajo del escenario: si tenían lugar donde dormir y qué comer. “No se tienen que bancar cualquier porquería sólo para escuchar música, eso va para los promotores también“, dijo con voz dulce antes de ponerse a gritar desaforadamente. 

The Who era una de las bandas fetiches de los organizadores, que entendieron que un mix entre músicos populares y los nuevos talentos que pululaban pidiendo minutos de escenario como si fuesen pordioseros terminaría conformando una grilla atractiva. Pete Townshend en persona negoció un contrato de 12.500 dólares que terminó sumándose a la larga lista de deudas contraídas por Lang y Kornfeld. La banda estaba en su apogeo no sólo por la conversión de su estilo musical y el estreno de la opera rock Tommy. Sus presentaciones en vivo eran energía pura. Tuvieron un conflicto con Abbie Hoffman, un activista y fundador del Partido Internacional de la Juventud, cuando quiso manotear el micrófono y Townshend le revoleó un guitarrazo en la nuca. “Al próximo lo asesino” -dijo ante la carcajada del público. “No se rían, lo digo en serio”.

Lo que en principio eran tres días de música y paz terminaron siendo cuatro porque el lunes por la mañana tuvo lugar el más memorable de todos los recitales. La lluvia inclemente y las caóticas condiciones organizativas retrasaron la presentación de Jimi Hendrix, que se había encaprichado con cerrar el festival. El tipo salió a tocar a las 8.30 de la mañana como si fuese algo completamente normal que un negro, bandana en la frente y su camisa blanca con flecos, saliese a recibir el sol prendiendo fuego su guitarra. Paradójicamente el show mas recordado es el que contó con menor cantidad de público. La mayoría había emprendido la vuelta a casa muertos de frío, cansados de la lluvia y la intemperie. Fueron casi dos horas de magia en una atmósfera viciada por los punteos de Hendrix. En el medio se le cortó una cuerda mientras tocaba Red House, invitó a cantar a Larry Lee -quien había compuesto algunos temas del repertorio- y cerró con el que luego se convertiría en el himno de Woodstock: una versión distorsionada y agónica de The Star-Spangled Banner (el himno de Estados Unidos). Toda una declaración de principios. Las notas parecían llantos de protesta por la guerra.

Como la desconcentración fue progresiva, la armonía duró hasta el último instante. Lo que se preveía un caos, una invasión agresiva de manifestantes anti-sistema, terminó siendo todo lo contrario. A pesar de los intentos -por izquierda y derecha como quién dice- de desestabilizar la paz y el verdadero espíritu del evento, Woodstock es recordado una vez más como un movimiento que aglutinó los síntomas de una época, conflictiva y dispar en muchos aspectos, pero con la potencia propia de la esperanza. “Son los chicos más buenos y educados con los que me crucé en mis 24 años como policía”, dijo Lou Yank, el jefe de policía de la zona. Incluso la Revista Time lo definió como el «mayor acontecimiento pacífico de la historia». La grieta generacional encontró algunos puentes. Sin líderes ni referentes, la música fue el principal arquitecto.

Bienvenidos a la máquina: claves para entender el nuevo periodismo

Opinión | Por Milton Rivera |

 

Los principales funcionarios del Gobierno de Cambiemos se ubicaban como una pared de concreto en posición anfiteatrada frente a las gesticulaciones exageradas del presidente. Nadie decía nada más que un suspiro condescendiente cuando Macri largaba alguno de sus latiguillos sarcásticos que a esta altura ya parecen ser incontrolables para los asesores comunicacionales. “Siempre me calentó la mentira”, dice. En línea con las últimas declaraciones públicas, se muestra combativo. Para los esperanzados en el entierro de la famosa grieta y que no parecen dispuestos a desilusionarse: sopapo tras sopapo. Entre guiones cinematográficos y frases vacías transcurrió otro acto que viene a demoler el idealismo de una sociedad rica y constructiva en la divergencia: si no lo hubieran combatido de antemano capaz pasaba.

Aviso al lector antes de continuar con el scroll: por si no se nota, acá hay alguien que escribe. La aclaración responde a la necesidad de pararse fuera de lo que Martín Caparrós, en su libro Lacrónica, llama la Máquina-Periódico. Hace rato que no se habla de la crisis del periodismo, que por otra parte su vigencia se acentúa si uno se guía por las notas más leídas de los portales digitales. Por eso, lo urgente de la redefinición de algunos conceptos que pueden salvarnos del cataclismo: ¿Qué es noticia? ¿Qué es el periodismo y cuál es su mecanismo de adaptación? Nuevo periodismo: ¿Tiene lugar la literatura? Objetividad y subjetividad.

Para empezar, en la necesidad de combatir la inmediatez, las descripciones pobres e “impersonales” han ganado terreno. Detrás del velo del interés público muchos profesionales fueron cediendo a la cobertura de acontecimientos nimios y a la redacción chata: “objetiva”, distante. Por eso el comentario al pie del fragmento que fue usado para ejemplificar la nota sobre la reunión de gabinete ampliado de Cambiemos. Reivindicar lo político de la escritura periodística y su carácter esencialmente subjetivo (hoy) resulta de suma importancia. No de manera tan explícita como leemos más arriba; sí en los detalles, en las descripciones, en la primera persona, en la adjetivación: en el discurso, para ganarle a la máquina. Esa que dice aquí no hay nadie que escribe: esto es una ventana y del otro lado está la realidad tal cual sucede, sin intermediación. Esta es la verdad. Además del cinismo característico de sus voceros, esta teoría es la responsable de contenido con construcciones superficiales y limitadas, que en el afán de ser eficaces y espontáneas terminan siendo lo contrario: conservadoras.

Los parámetros para definir qué es y no es una noticia parecen encontrar la excusa perfecta en el interés público. Pero lo más lamentable, y quizás la causa de la distorsión más grande de los medios de comunicación en los últimos años en Argentina, es el hecho de que la noticia se transformó en un buen negocio. La llegada del gran capital a grupos, agencias o medios particulares para explotar los réditos (no tanto económicos, mas bien políticos) de su producción, sepultaron algunos valores esenciales del periodismo. Kapuscinski, en su libro Los cinco sentidos del periodista, explica que este era considerado un oficio cargado de principios y, leído en términos actuales, se lamenta porque el ingreso de personas completamente ajenas a su esencia implicó también un cambio rotundo en el trabajador: ahora es un trabajo trivial, como cualquier otro, “y el que hoy es periodista, mañana puede ser empleado de un banco o trabajar en una oficina”. En resumen, se reemplazó la ética de la verdad por la de la conveniencia, lo que aleja a potenciales nuevos periodistas y margina a los viejos buenos.

 


«Reivindicar lo político de la escritura periodística y su carácter esencialmente subjetivo (hoy) resulta de suma importancia»


 

¿Cómo superar una dificultad de doble vertiente?

Cuando en la década del ’60 surgió en Estados Unidos una oleada de ideas nuevas sobre la profesión, lideradas por personas que entendieron que el lenguaje periodístico clásico no describía tan nítidamente los sucesos que cubrían, el concepto de nuevo periodismo fue ganando lugar en un contexto parecido al de hoy (en crisis). Pero la dificultad de garantizar el surgimiento de un nuevo Gay Talese o un joven Norman Mailer, Tomás Eloy Martínez o Gabriel García Márquez (para ser más coterráneos), o la presencia de alguna mujer discípula de Robin Green que revolucione las editoriales de las revistas más famosas (y que todos ellos pongan otra vez la literatura al servicio del periodismo) se inscribe en dos claves de este tiempo: el surgimiento de nuevas tecnologías, que arrastran otra vez la discusión en dirección a los dispositivos y a su carácter inmediato; y la imposibilidad de derrotar a la máquina. Esto es: ir contra el sistema, salir del círculo de sometimiento. Caparrós dice: “Te doy basura, te entreno en la lectura de basura, te acostumbro a la basura, me pedís basura, te la doy”.

En este sentido, Jorge Fontevecchia, en Periodismo y verdad, identifica dos infraestructuras del periodismo: el sistema político y el sistema tecnológico. Es común que los problemas relacionados a los cambios más vertiginosos (llámese nuevas tecnologías) hoy ocupen la centralidad del debate, pero no hay que olvidar ni por un segundo la participación intelectual y harto escuchada denominación de “cuarto poder” que caracteriza a la profesión. Sustento de la democracia representativa y la división de poderes, el periodismo muchas veces cuando es atacado por partidos con vocación hegemónica debe encontrar otra salida que no sea la militancia, porque entonces estaría entrando en el juego del totalitarismo y la ceguera que tanto combate.

Debido a que hoy cualquiera puede ser periodista armado apenas con un smartphone; de la bipolaridad de la opinión pública -incontrolable e ingobernable por otro lado-; de los bot, trolls y la dispersión de sus fake news; y por el momento crítico que están atravesando los medios de comunicación y las agencias de noticias, sobre todo en Argentina: los periodistas deben afirmar una vez más los conceptos esenciales del buen ejercicio del periodismo. Los escritores que más valgan terminarán siendo los que engañen a la máquina. Los que hagan detener el ojo del caminante de a pie en un hecho que no suscita interés público, que no es noticia, y los que combatan las amenazas al sistema republicano de gobierno y todos sus atropellos. Steve Jobs fue el genio que fue por el arte de convencer; se negaba a regalar sus ideas y ponerlas al servicio del consumidor porque creía que había que cambiar sus hábitos y costumbres: muchas veces la gente no sabe lo que quiere hasta que se lo mostrás. Es hora de innovar en periodismo, como lo hicieron hace 60 años en Estados Unidos, para volver a ponerlo en el lugar que merece. Prosa literaria, redefinición de los criterios noticiables, ética de la verdad y un pacto periodista-lector de subjetividad explícita.

Más allá de esto, sabemos que hay cambios inevitables. No es cuestión de ponerse en una posición negadora, reacia a las transformaciones que por otra parte deberían impulsar a la profesión –no solo a esta- a reinventarse sabiendo aprovechar las ventajas que van apareciendo (aunque pareciera que en este sector está pasando todo lo contrario con responsabilidades que empapan a multitud de actores). Por eso entendemos que el foco debe correrse y apuntar más a las entrañas de la producción del contenido. En esta múltiple crisis, algunos intelectuales del medio surgen como destellos de claridad. Tan simple y clara como siempre, Leila Guerriero le puso palabras a la reivindicación del periodismo progresista: “El periodismo debe volver a contar historias”. Debe reinventarse, volviendo a las bases.

 

Solo Rock & Roll

Por Milton Rivera

Un tipo de más de 70 años mueve el esqueleto y corre para allá y para acá sobre un escenario. Suena un hip hop de esos modernos que lo hacen mover los hombros, improvisar unos pasos en la pasarela larga y angosta que se abre paso en donde dentro de unas horas 50.000 personas van a estar saltando enloquecidas por el viejito. 74 años para precisar, y alrededor de 360 millones de dólares en el bolsillo. Y el pelo siempre igual –un poco más pajoso, a veces más dorado- se le escapa por debajo de la gorra. La escena es del año pasado: los Rolling Stones tocan en Croke Park cerrando su gira número 45 y Mick Jagger entra en calor como si fuera 1963. Como si la adrenalina fuera la de la primera vez, el hambre fuera el de esos años y las ganas de dar el mejor espectáculo de todos siga intacta. El 20 de abril llega la número 46 y vamos a poder ver repetirse ese ritual otra vez. La mejor banda en vivo de la historia no se cansa y nos regala otro motivo para creer que no todo está perdido en el nuevo panorama idealizador del indie y el trap. Empieza el No filter tour por Estados Unidos.

Anda circulando una foto a modo de reto: te ofrecen 9 pastillas, cada una con un beneficio específico, y sólo podes elegir dos. Son esos desafíos virales que están de moda. Unos cuantos acomplejados con su altura eligen ser 5cm más alto; algún meloso encontrar a su media naranja; otro bastante superficial quiere ser famoso, o tener un millón de seguidores en redes. Para mí es muy fácil: viajar en el tiempo. 17 de octubre 1973, Forest National Arena, Bruselas. Los Stones nivel dios. Mick Taylor en su apogeo, Jagger endemoniado y Richards tocando la guitarra rítmica más fina desde siempre. Cinco londinenses atrevidos desafiaron al gobierno francés que había prohibido una presentación en suelo galo por asuntos relacionados a las drogas durante la grabación de Exile en 1971. Lo hicieron en Bélgica y se podía ver como cantidades de personas cruzaban la frontera a pie sin más equipaje que una lengua estampada en la remera.

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Estos shows, como el del ’69 en Hyde Park dos días después de la muerte de Brian jones, o la gira norteamericana del ’72, dieron vida a la leyenda. Fueron recitales épicos. Combinaban el nivel musical con una sensación de peligro que se metía en el escenario cuando ellos salían y que invadía a la multitud. Era Jagger mimetizado con el público, que le pertenecía. Eran los disturbios, y las arengas. La imagen de antihéroes que contrastaba con la de los Beatles. Era la insatisfacción a la que supo ponerle melodía Keef. “La insatisfacción con la generación que gobierna el mundo”, y con la que la juventud de los ’70 se vio personificada. El bajo perfil en vivo y las pocos shows que ofrecían los músicos en auge de esa época, pusieron a los Rolling Stones en un lugar de protagonismo hasta a veces dañino. El peligro podía mutar de sensación a violencia explícita, como en Altamont 1969: un tipo apuñalado hasta la muerte en medio de Under my thumb.

Pero los que abrirán la gira en Miami son otros. Es perjudicial imaginarlos como se los ve en el documental pirata Cocksucker Blues, de los años frenéticos: reventados y enérgicos, contestatarios, al límite, festivos y descontrolados: jóvenes. Ahora, sin Taylor, sin Bill Wyman, Con Ron Wood, con cincuenta años más, rescatados y con familias, con proyectos, con ideas diferentes: viejos. El espíritu Stone no se marchita, no envejece ni se esfuma con el soplido de unos cuantos años. Sino recordemos el recital gratis en suelo cubano, una cuenta pendiente: 50 años esperándolos, reza una bandera que flamea en la fila que se forma para entrar al predio. En un lugar donde la educación, la salud y tantas otras cosas son gratis, la asistencia al show no podía ser de otra manera. Un millón de personas se mezclaron en un picnic multicultural propio de la variedad antillana que camina la isla todos los días. Los Stones se dieron cita con la historia derribando un muro absurdo con los cimientos ya endebles, y le agregaron un condimento musical y cultural a la posibilidad de reestructuración y nueva interpretación de la sociedad cubana. Es que al final, de eso se trata el rock & roll.

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Si todavía son noticia no sólo es por lo que representa como ícono la lengua afuera, también por un panorama en decadencia de los grupos de estadios. Antes aprovecharon la poca participación en directo que tenían Dylan y los Beatles y se pusieron el mundo sobre los instrumentos; hoy el escenario mundial tampoco está colmado de rockeros y ellos son un paréntesis eterno en un ambiente de lluvias raperas, snob, pop cósmicas (o rockeras de bajo vuelo). ¿Quién puede negar que el mundo está contaminado por ellos? García Márquez decía que la nostalgia siempre empezaba por la música: sólo sentimos pasar nuestro pasado personal cuando se termina un disco. Esperemos que este, el que reproduce su vida como grupo musical, no se acabe nunca. Están acá para recordarnos: es sólo rock and roll, pero… ¡Carajo que nos gusta!