Trump vs Biden: no fue un debate, fue una desgracia

Opinión |Por Joaquín Núñez*|

Si bien el hecho de que dos candidatos a ocupar un mismo cargo público en los Estados Unidos intercambien ideas por televisión nacional se nos ha hecho moneda corriente, este ritual apenas cumple sesenta años. Tal y como los conocemos hoy, estos debates comenzaron en el año 1960 cuando Richard Nixon (R) y John F. Kennedy (D) protagonizaron el primer debate presidencial transmitido en vivo y en directo. La transmisión marcó un claro precedente para todos sus sucesores: la imagen también cuenta.

 Cuando Kennedy entró a los estudios de NBC para alistarse para la contienda, el periodista Theodore White escribió “Parece un Dios bronceado”. Esto se debió a que pasó toda la tarde tomando sol en la terraza del hotel. Diferente fue la situación de Richard Nixon, a quien se vio un poco desmejorado. En palabras de Roger Stone, “Nixon llegó tarde a Chicago, luciendo cansado, demacrado y con bajo peso debido a una cirugía reciente de rodilla. Además se negó a maquillarse. También vestía un saco de tres botones de color claro.  JFK lucía bronceado y confiado. Nixon se veía pálido y nervioso”, comentaba en su libro Stone´s Rules. Quienes escucharon el debate por radio, dieron como ganador a Nixon, sin embargo, quienes lo vieron por televisión, mayoritariamente se inclinaron hacia ese joven y bronceado senador.

John Kennedy y Richard Nixon en 1960. Fuente: history.com

Vale aclarar también, que hubo otros eventos de este estilo más de cien años atrás de nuestro ejemplo anterior. En el año 1858, hubo una serie de siete debates entre los, por entonces, candidatos al senado por el estado de Illionis, Stephen Douglas y Abraham Lincoln. Los mismos fueron organizados exclusivamente por los candidatos, ni siquiera hubo necesidad de un moderador. Esto último hoy sería imposible ya que se acercaría más a una discusión entre camioneros en plena Autopista Richieri.

Los debates son momentos que requieren de mucha preparación, dónde nada puede dejarse al azar y los pequeños detalles adquieren una gran importancia. Algunos de esos momentos han sido  memorables, como Ronald Reagan asegurándose la reelección con un ingenioso chascarrillo o George W. Bush asintiendo con la cabeza; y otros no tanto, como Gerald Ford afirmando que la Unión Soviética no tenía el control sobre Europa del Este, George H.W. Bush ojeando su reloj,  y Albert “Al” Gore con  esos molestos suspiros.

Ya sea para reírse o llorar, estos debates se han vuelto un clásico esperado por todos. Desde aquellos apasionados por la política o televidentes ocasionales, nadie quiere quedarse afuera. Sin embargo, si algún amigo lector por casualidad no pudo ver este último debate, déjeme decirle que lo envidio profundamente. Lo que se vio en el primer round de Trump vs Biden se asemejó más a un debate entre delegados de escuela primaria, dónde el principal asunto a discutir era: ¿Quien pinchó la “plastiball”?.

“Mentiroso”, “Payaso”, entre otras cosas,  fue lo que salió de la boca de quienes se están disputando el liderazgo del “mundo libre”. Esto no solía ser muy común en los Estados Unidos, dónde se han presenciado grandes debates. No hace falta irnos a 1980 a ver el Reagan vs Carter, pueden ver el primer debate entre Barack Obama y Mitt Romney en el 2012 y sacar sus propias conclusiones.

Lo que se vio la noche del martes 29 de septiembre fue una hora y media de gritos, insultos e interrupciones. Los candidatos raramente pudieron terminar un argumento sin ser opacados por los gritos del otro.

Analicemos con un poco más de detenimiento las performances de los candidatos en cada una de las temáticas. Con esto no quiero levantar las expectativas de lo que fue el debate. En palabras de Ben Shapiro, “Fue lo peor que he visto en mi vida. En los primeros 15 minutos la gente se fue a buscar un whiskey. A los 30 minutos fueron buscar una aspirina y a los 45 minutos fueron a buscar un revólver”.

Debate 2020

Se llevó a cabo en la ciudad de Cleveland, Ohio, y estuvo dividido en seis segmentos: el historial de ambos candidatos, la corte suprema, el Covid-19, la economía, raza y violencia en las calles y la integridad de la elección. Cada uno de estos tópicos, de 15 minutos de duración, fueron elegidos por el moderador de la noche, el polémico Chirs Wallace, del cual nos ocuparemos más adelante. La modalidad era la siguiente. Wallace disparaba una pregunta a uno de los candidatos,  este tendría dos minutos para responder y luego ambos tendrían tiempo para debatir entre sí. La idea era que dentro de esos primeros dos minutos no hubiera interrupciones. Evidentemente algo salió mal.

Joe Biden y Donald Trump. Fuente : BBC News

Estrategias

Ambos candidatos salieron a la cancha con una estrategia bien definida y ensayada. La táctica elegida por el equipo del vicepresidente Biden fue simple, incluso se puede imaginar a su staff arengándolo antes de salir, “Por favor, evita todo tipo de intercambio con Trump. Salí a hacer lo tuyo”. Lo aplicó al pie de la letra. Eran conscientes de que el actual nominado demócrata no está muy lúcido como para un intercambio a solas con el presidente Trump, quien arriba del escenario es una topadora.

Su papel fue prolijo, aunque no lució del todo bien. Si bien estuvo mucho más sagaz de lo que se podía esperar, se lo vio bastante frágil.  Su apariencia no era la más presidencial y tuvo dificultades para empezar oraciones. A pesar de todo se mostró muy calmado y sereno.

Biden también quiso instalar que él es quien toma las decisiones dentro de su partido, algo que últimamente ha estado en tela de juicio.  “Yo soy el partido demócrata. Lo que está en la plataforma demócrata está ahí porque yo lo he aprobado”, expresaba.

Por otra parte, el presidente Trump buscó interrumpir constantemente a su adversario, con el objetivo de que este se desorientara, como ya hemos visto en sus apariciones públicas. Personalmente no creo que haya sido lo más inteligente, ya que lo peor de Biden se vio cuando el presidente lo dejó hablar. Citando a Napoleon Bonaparte, «Nunca interrumpas a tu enemigo cuando esté cometiendo un error». Otro motivo por el cual la constante interrupción no fue acertada es la siguiente: si hubiera centrado el debate en sus políticas, comparadas con la de su adversario, podría haber sido una victoria clara. Sin embargo, hizo todo lo posible por mostrar lo que a la gente más le molesta, que es su propia personalidad. 

Esos argumentos políticos que el presidente tenía a su favor se vieron eclipsados por sus interrupciones constantes y, a veces, irritantes. También buscó fragmentar a la coalición demócrata, forzando a su adversario a declarar en contra de la izquierda, la cual se está disputando el control dentro de dicho partido. Aquí no tenía nada que perder ya que, diga lo que diga Biden, alguien dentro de esa coalición se iba a ofender. Esta estrategia la utilizó en casi todas las temáticas a lo largo de la noche.

Joe Biden. Fuente: BBC News

Primer Round

El debate comenzó con la discusión sobre la Corte Suprema de Justica. Para quienes no estén muy al tanto, ante el fallecimiento de la jueza Ruth Bather Gindsburg, el presidente Trump nominó a Amy Coney Barnett, quien se espera sea confirmada por el senado a fines de octubre. “Nosotros ganamos las elecciones, las cuales tienen consecuencias, tenemos el senado, tenemos la casa blanca y tenemos una nominada fenomenal, respetada por todos”, comenzaba Trump.

Por su parte, Biden criticó a Barnett por estar en contra del Obamacare y cuando fue consultado por el moderador si tenía en mente ampliar el número de jueces en la corte, la respuesta del exvicepresidente fue la siguiente: “El problema es que el pueblo norteamericano debe expresarse, ustedes deben salir y votar, voten ahora y háganle saber a sus senadores que tan fuertes se sienten. Voten ahora”.

Terminado este tema, pasaron al Covid-19. Biden atacó primero. Comentó los  números que había dejado hasta el momento la pandemia en el país del norte. Sumado a esto criticó fuertemente la gestión de Trump sobre el virus y lo acusó de saber de antemano lo peligroso que este era. El presidente no tardó en responder: “Si lo hubiésemos escuchado a usted Joe, las fronteras hubieran quedado abiertas, millones hubieran muerto en vez de doscientos mil. Por supuesto que un muerto ya es demasiado, esto es culpa de China y jamás debería haber ocurrido. (…) Cuando cerré las fronteras me acusaste de xenófobo.  Muchos de los gobernadores demócratas dijeron que el presidente había hecho un trabajo fenomenal. Conseguimos las mascaras, las camas, los ventiladores y ahora estamos a semanas de la vacuna”, sentenciaba.

Ahora llegaba el turno de la economía. Aquí Biden comentó cuál sería el alcance de su proyecto. “Mi plan va a crear siete millones de puestos de trabajo más de los que creó el presidente en sus cuatro años. Además, va a añadir un billón de dólares en crecimiento económico, porque va ser acerca de “comprar americano”. (…) Voy a subir el impuesto corporativo de 21% a 28%”, explicaba. Este segmento derivó en un griterío cuando Trump acusó al hijo del ex vicepresidente de haber recibido tres millones y medio de dólares por parte de la esposa del alcalde de Moscú. De lo que menos se habló en esos ocho minutos fue de economía.

Donald Trump. Fuente: BBC News

Otro de los momentos polémicos se dio cuando, ante una pregunta de Wallace referida a si existe un racismo institucional en Estados Unidos,  Biden argumentó lo siguiente, “Hay una injustica sistémica en este país, en educación, trabajo y aplicación de la ley”.  Esa idea de que las instituciones norteamericanas son racistas ha sido una de las banderas de los demócratas de cara al 3 de noviembre.

No mucho después, Wallace le preguntó al presidente por qué prohibió el “Entrenamiento de Sensibilidad Racial” en las oficinas del gobierno. Esta pregunta partió de una premisa falsa, ya que lo que Trump prohibió fue la “Teoría Racial Crítica”, la cual afirma que toda institución en los Estados Unidos está apuntalada por supremacía racial. “Le estamos pagando cientos de millones de dólares a ciertas personas para enseñar, francamente, ideas muy malas y enfermas. Realmente le están enseñando a la gente a odiar a nuestro país y no voy a permitir que eso pase”, respondía Trump.

Uno de los obstáculos que tuvo que afrontar el presidente, quizás el más difícil, fue el propio moderador. Wallace comenzó el debate tranquilo, pero aparentemente se molestó con la estrategia del presidente de interrumpir a su rival tantas veces como era posible. Por lo tanto, decidió convertirse en un jugador más en el debate, por momentos parecía un dos contra uno. Incluso increparon a dúo al presidente para que condenase a grupos supremacistas blancos (algo que ya ha realizado en reiteradas ocasiones).

 La respuesta del “acusado” fue la siguiente: “Seguro que estoy dispuesto a condenarlos, pero debo decir que casi toda la violencia que he visto en las calles es de los grupos de izquierda, no de derecha. Estoy dispuesto a hacer lo que sea, yo quiero ver paz.”. Mientras Trump hablaba, Biden y Wallace arengaban, “Vámos, hágalo”. Algún televidente ocasional puede haber pensado que lo que estaban transmitiendo era una reunión de consorcio.

Chris Wallace, moderador de la noche. Fuente: BBC News

Luego le pidieron que condenara al grupo “Proud Boys”,  un grupo violento de ultraderecha asociado al neonazismo, nacionalismo y supremacismo blanco. “Proud Boys, retrocedan, pero les diré una cosa, alguien tiene que hacer algo sobre ANTIFA, porque este es un problema de la izquierda”, sentenciaba Trump.

Esto dio lugar a otro de los momentos más tensos de la noche. Luego de lo comentado, el ex vicepresidente se refirió a ANTIFA, en sus propias palabras, “ANTIFA es una idea, no una organización”. Por supuesto que la respuesta de su adversario no se hizo esperar, “Tienes que estar bromeando. ANTIFA es un grupo radical peligroso”.  Inmediatamente Wallace intervino para cortar la interacción y sacarle a Biden las papas del horno. Para despejar dudas, ANTIFA es un grupo extremista de izquierda y uno de los principales responsables de la violencia en las calles de Kenosha, Minneapolis o Chicago.  El nominado demócrata tomó distancia de la izquierda con respecto a los saqueos, “La violencia como respuesta nunca es apropiada, pero sí los manifestantes pacíficos”, declaraba. “¿Quiénes son los manifestantes pacíficos. Aquellos que toman las calles, queman los negocios y matan gente?”, replicaba el presidente.

Fin del debate. Fuente: BBC News

Acto seguido, Trump infló el pecho por haber sido respaldado por diferentes departamentos de policía. “Tengo el apoyo de todas las organizaciones que están a favor del cumplimiento de la ley. Tú ni siquiera puedes decir esas palabras, porque si lo haces, vas a perder a todos tus votantes de izquierda. (…) Yo creo en la ley y el orden, usted no Joe. Y le digo algo, la gente de este país quiere y demanda ley y orden. Usted ni siquiera puede decir esas palabras”, argumentaba. En ese momento apareció nuevamente Wallace, vestido de bombero para apagar la discusión. Esto le valió un comentario por parte del presidente: “Supongo que estoy debatiendo con usted y no con él. Pero está bien, no me sorprende”, disparaba.

Ahora sí, para alegría de todos los televidentes, llegaba el último tema de la noche, la integridad de las elecciones. Dicha integridad ha estado muy discutido debido a la cantidad de gente que va a votar por correo. Este tipo de votación ha sido cuestionado, entre muchas otras cosas, porque estados clave como Michigan o Florida no pueden abrir los sobres hasta el día de la votación, lo que dio lugar a teorías sobre fraude. Básicamente, el partido demócrata está a gusto con la votación por correo y el partido republicano le tiene fobia.

“El director del FBI aseguró que no había ningún riesgo en la votación por correo, no hay evidencia de que los sobres puedan ser manipulados. Ustedes deben salir a votar, voten, voten y  voten. Si pueden votar antes, voten antes, si quieren ir a votar, vayan a votar, pero  él no puede detenerlos para que decidan el resultado de esta elección. Si gano, voy a aceptarlo y si pierdo también, exclamaba Biden.

“En cuanto a las boletas se refiere, es un desastre. Una boleta solicitada está bien, usted la pide, ellos se las mandan y usted la devuelve con su voto. Pero ellos están enviando millones de boletas a lo largo del país. Esto va a ser un fraude como nunca han visto. Vean lo que pasó en Manhattan, en Nueva Jersey, en Virginia, se han perdido el 30% de los votos. Es una vergüenza (…), esto no va a terminar bien. Si es una elección justa, estoy 100% a bordo, pero si veo cientos de miles de boletas manipuladas, no puedo estar de acuerdo con eso” finalizaba el presidente. Entonces, ¿Quién gano el debate? Depende a quien le pregunten. Si vamos a CNN veremos una cosa y si vamos a Fox News veremos otra muy diferente.

En resumen, lo hecho por Donald Trump estuvo muy debajo de lo esperado, aunque se mostró más sólido tanto en las temáticas como en lo que respecta a la imagen. Esto se vio eclipsado por su “rudeza” y sus interrupciones. Joe Biden fue a Cleveland a dar un monólogo y esquivó todo tipo de intercambio. Pero hay que destacar que su actuación estuvo por encima de las expectativas. Ahora debemos esperar unos días para presenciar el segundo round. Lo único que nos queda es rezar para que la siguiente frase no se cumpla: “Las segundas partes nunca fueron mejores que las primeras”. Porque, como les adelanté al comienzo, esto no fue un debate: fue una desgracia.

*El autor es estudiante de Periodismo en la Universidad Católica Argentina (UCA)

Foto de portada: Scott Olson/Getty Images

Un viaje retrospectivo a las convenciones 2020

Opinión | Por Joaquín Nuñez* |

Se pueden decir muchas cosas acerca de las convenciones nacionales en los Estados Unidos. Para algunos son innecesarias como la citación de Diego al “Chino” Garcé para el mundial de Sudáfrica. Otros, en cambio, las perciben infaltables como el vitel toné del 24 de diciembre. Incluso están los que tachan los días como los presos esperando a que lleguen. Pero si hay algo en lo que todos vamos a estar de acuerdo es en que las convenciones de este año fueron las más particulares de la historia.

Para aquellos amigos lectores que no están muy en tema, vamos a explicar un poco de qué se trata esto de las convenciones nacionales.

Pasando en limpio

Podemos definir a las convenciones nacionales en los Estados Unidos como grandes eventos políticos, celebrados únicamente en años electorales, generalmente de tres o cuatro días de duración, en donde se reúnen los delegados del partido en cuestión para nominar a un candidato. Suelen realizarse en grandes estadios, con tribunas colmadas y ruidosas, al mejor estilo Racing Club. Podríamos afirmar que los principales objetivos de las convenciones son los de anunciar al nominado presidencial del partido y dejar bien en claro cuál será la plataforma del mismo (base ideológica, candidatos y propuestas).

Tanto el partido demócrata (DNC) como el partido republicano (RNC) celebran sus convenciones, pero en fecha y lugares diferentes.

Convención republicana 2012. Fuente: Roll Call

Decenas de oradores tendrán su momento a lo largo de esas cuatro noches. Estos suelen estar ordenados según su jerarquía, como cuando uno sale a cenar. No empieza con el plato fuerte. Primero traen la canasta de pan, con algún dip de dudosa procedencia, luego uno comienza a abrirse el apetito con un tentempié, van trayendo las bebidas, para luego esperar, a veces de más, el plato fuerte de la noche. Queda a gusto del lector si prefiere o no cerrar con un postre. 

Entre los oradores suele haber mucha diversidad, ya que no solamente son políticos quienes pronuncian su discurso: celebridades, cantantes, empresarios, maestros, comerciantes, activistas, entre muchos otros rubros, también son invitados según sus ideales. 

Aunque, sin lugar a duda, quienes más tienen en la mira la convención nacional del partido son los jóvenes candidatos. Estos intentaran esforzarse al máximo para conseguir la atención de las bases del partido para futuras elecciones. Sino, pregúntenle al presidente Obama. Su discurso en la DNC del año 2004 fue su boleto directo a la nominación presidencial del 2008; boleto que también le dio acceso a las Casa Blanca meses después.

Imagínense, para un político absolutamente desconocido, de repente aparecer en televisión nacional y contar con la atención de decenas de millones de personas. A muchos se les hace agua la boca.

También es una ocasión inmejorable para recaudar fondos, ya que a los lobbies más grandes del país no les van a escribir ausente en ninguna de las 4 noches que dure la convención.

En cuanto a la campaña, la convención suele reforzar al partidario, ahuyentar a la oposición más dura y seducir al indeciso. Esto último resulta fundamental, ya que para aquellas personas bautizadas por Paul Lazarsfeld como “cristalizadores” (aquellos que definen su voto en las últimas instancias) estos eventos resultan de gran importancia. Los ayudan a definirse por uno u otro partido, según cuál de estos represente, momentáneamente, sus ideales de la mejor manera. El caso de los Estados Unidos es muy claro en este sentido, ya que es un juego de suma cero, lo que significa que lo que gana uno lo pierde el otro (pido por favor que no se me ofenda la gente del Partido Verde o del Partido Libertario).  Por este motivo, los dos partidos mayoritarios se esfuerzan al máximo para poder ganarse la simpatía de estos cristalizadores, y qué mejor manera que bombardearlos con toda su agenda política por televisión nacional.

Barack Obama en la convención demócrata del 2004. Fuente: WBUR

¿Sirven electoralmente? Estadísticamente hablando, estos eventos suelen suponer una inyección de alza en las encuestas para los nominados en cuestión. Vamos con un ejemplo concreto: en las elecciones presidenciales de 1992, después de las convenciones nacionales, el presidente George H.W. Bush (R) subió 3 puntos en las encuestas, mientras que el por entonces gobernador, Bill Clinton (D) subió 16 puntos. Un numerito. Afortunadamente para él, pudo confirmar esa diferencia en el colegio electoral, lo que le valió para mudarse sin escalas desde Arkansas a Pennsylvania al 1600 en Washington DC.

El día y la noche

Ahora sí, vamos a lo que venimos. Este 2020 presenció las convenciones más particulares de la historia de los Estados Unidos. Ambos partidos tuvieron que adaptarse a esta nueva realidad de pandemia. Ya no se podían llenar estadios con miles de simpatizantes, así que optaron por retrasar el inicio de sendos eventos para poder realizarlos de manera virtual, cada uno a su manera.

Sin embargo, la virtualidad fue lo único en lo que ambos eventos coincidieron. ¿En qué se diferenciaron? Veamos.

Convención Nacional Demócrata

La Convención Nacional Demócrata tuvo lugar entre el 17 y el 20 de agosto, donde decenas de oradores intentaron convencer a la audiencia de que la fórmula Biden-Harris es lo que Estados Unidos necesita. Desde los presidentes Barack Obama, Bill Clinton o Jimmy Carter, ex nominados como John Kerry y Hillary Clinton, ex candidatos como Bernie Sanders o Pete Buttigieg, republicanos como John Kasich y hasta cantantes como Billie Elish.

Cada uno de ellos hizo un excelente trabajo en transmitir el mensaje central de la plataforma demócrata de cara al 3 de noviembre: Donald Trump no está capacitado para ser presidente de los Estados Unidos. Esto puede ser un arma de doble filo ya que fue exactamente la misma estrategia que utilizaron cuatro años atrás. ¿Cómo fue el resultado entonces? Habrá que preguntarle a Hillary Clinton.

Se centraron casi exclusivamente en los aspectos negativos de la administración Trump en términos económicos, políticos y atacaron su gestión contra el Covid-19: “La ignorancia e incompetencia de Donald Trump fue siempre un peligro para nuestra nación. El coronavirus fue su más grande evaluación; falló miserablemente”, comentaba la senadora Elizabeth Warren.

Elizabeth Warren. Fuente: WBUR

Muchos de los oradores expusieron los aspectos negativos de los Estados Unidos, en términos económicos y raciales, dando a entender que el país del norte es racista e injusto. Todos coincidieron en que están inmersos en un momento muy difícil y que esta realidad de crisis empeoraría enormemente si el presidente resultase reelecto. “Las cosas no están bien, y créanme, puede llegar a estar mucho peor si no generamos un cambio en esta elección”, expresaba Michelle Obama.

La ex primera dama pronunció uno de los discursos más destacados de la convención. “Donald Trump tuvo mucho tiempo para demostrar que era apto para el cargo, pero está claramente por encima de su cabeza (…) simplemente él no puede ser quien necesitamos que sea para nosotros. Él es lo que es”, sentenciaba.

Su esposo, Barack Obama también tuvo palabras muy críticas para con el actual inquilino  de la Casa Blanca. Aunque articuló uno de los discursos más moderados en cuanto a los Estados Unidos, sugirió que la democracia estaría en jaque con cuatro años más de Trump. “No dejen que les quiten el poder (…) esta administración ha demostrado que derribarán nuestra democracia si es necesario. Hay que votar como nunca antes, por Joe, por Kamala, para que no quede duda, de lo que este país, el cual amamos, representa”, formulaba.

A su vez, el racismo fue uno de los principales protagonistas a lo largo de las cuatro noches. “Las personas de raza negra, latinos e indígenas están sufriendo y muriendo desproporcionadamente (…) siendo causa de un racismo estructural”, exclamaba la flamante nominada a la vicepresidencia, la senadora Kamala Harris. Este concepto del racismo sistémico estuvo en boca de muchos de los oradores, lo cual evidencia que el discurso en general estuvo orientado a las minorías. En su mayoría latinos, mujeres y, sobre todo, afroamericanos.

Transmisión en vivo del discurso de Michelle Obama. Fuente: Miquer Pelicier

También enfatizaron en los aspectos positivos del vicepresidente Biden, definiéndolo como un hombre “decente”, “capaz”, “valiente” y “de fe”.                         

A muchos les llamó la atención que pasaran por alto sus propuestas políticas y económicas, a las que se refirieron poco y nada. Esto se debe principalmente a la creciente división ideológica dentro del partido, que actualmente se encuentra en medio de un forcejeo entre la moderación y la izquierda progresista. Un claro ejemplo fue el curioso y breve discurso de la representante Alexandria Ocasio Cortez, quien expresó que buscaba conseguir la nominación del senador Bernie Sanders. Quizás lo conozcan como “el loco Bernie”, representa el ala más radical hacia la izquierda del partido.

Tampoco le dedicaron mucho tiempo a la violencia que está ocurriendo en ciudades como Portland, Minneapolis y Kenosha, entre otras. No quisieron inquietar a ninguna de las dos bases, un discurso recatado y prudente, con el objetivo de no ofender a nadie.

Si nos referimos al “show” que se suele ofrecer en este tipo de eventos, los demócratas fueron bastante austeros. Incluso, hablando un poco en criollo, pareciera que ratonearon con la pirotecnia.

El encargado de cerrar esas cuatro noches no iba a ser otro que el nominado presidencial, Joe Biden. Ya un experimentado, por no decir un dinosaurio, en este tipo de eventos. Fue protagonista de las tres últimas convenciones como vicepresidente. Biden intentó no fragmentar a la coalición del partido, llamó a la unidad del país y  le dedicó unas bonitas palabras a su esposa Jill y a sus hijos. Enfatizó en la gran crisis que está sufriendo Estados Unidos, comparado con Canadá, Japón o incluso Europa. Sin embargo, fue uno de los pocos oradores en dedicarle palabras positivas al país y casi no mencionó al presidente.

Joe Biden cierra la DNC junto a su esposa Jill y su Kamala Harris. Fuente: El Español

“Esta es una elección trascendental, el carácter de esta nación está en la boleta, la compasión está en la boleta, la decencia, la ciencia y la democracia, todas están en la boleta. (…) Esta es nuestra misión, la historia va a decir que el final de este capítulo oscuro de Estados Unidos empieza aquí, esta noche, con amor, con esperanza y con luz. Únanse a la batalla por el alma de la nación”, finalizaba. 

Convención Nacional Republicana

La Convención Nacional Republicana tuvo lugar entre el 24 y el 27 de agosto. La diferencia entre ambas convenciones fue abismal en todo sentido. Solo coincidieron en dos aspectos: esta es la elección más importante de “nuestro tiempo” y, de ganar el otro partido, es muy posible que el sol no vuelva a salir.

Los principales valores que buscaron transmitir fueron el optimismo, la inclusión y fundamentalmente el patriotismo. Para ello contaron con un amplio abanico de oradores, entre los que se destacaron Charlie Kirk, los senadores Rand Paul y Tim Scott, la ex embajadora Nicky Hailey, el ex alcalde Rudy Giuliani, el Doctor Ben Carson, el empresario Máximo Álvarez e incluso algunos demócratas, como los representantes Vernon Jones y Jeff Van Drew. De más está aclarar, todo el clan Trump también dijo presente.

Centraron su mensaje en cómo las políticas del presidente ayudaron a la población en general. Sacaron chapa de la baja de impuestos, una economía fuerte, históricos números de desempleo para las minorías, reforma de la justicia penal, su política exterior y las “zonas de oportunidad”. Personificaron estas políticas con personas comunes y corrientes. Gente a pie de calle que se vio beneficiada por alguna de estas iniciativas, como Alice Johnson o la familia Mc closkey. Llenaron a la audiencia de optimismo, fieles a uno de los eslóganes de campaña: “Lo mejor está por venir”.

Por supuesto que también dispararon sus flechas contra el partido demócrata, al que acusaron de haber sido consumido por la izquierda. Para ello subieron al escenario a Jeff Van Drew, un representante que fue demócrata hasta el 2019, cuando cruzó a la vereda de enfrente. “Este no es el partido demócrata que yo conocí. He visto al “Escuadron” tomar el control del partido, se ha vuelto radical. Ahora no solo buscan subir los impuestos, buscan abrir las fronteras, están en contra de la policía y en contra de los derechos que nos fueron dados por Dios.(…) Ya tuve demasiado de su agenda radical y socialista”, exclamaba.

Jeff Van Drew junto a Donald Trump en el despacho oval. Fuente: NYT

 A esto último se sumó el senador Tim Scott. “Los demócratas radicales quieren transformar permanentemente lo que significa ser norteamericano. No cometan el error. Joe Biden y Kamala Harris buscan una revolución cultural. Si los dejamos, comenzarán a transformar este país en una utopía socialista”, enunciaba.

Otro que no quiso quedarse afuera del ataque fue Máximo Álvarez, empresario cubano: “Esas cuatro promesas: distribución de la riqueza, «Medicare» para todos, educación ‘gratuita’ para todos y desfinanciar a la policía. Esas políticas no suenan radicales para mí, suenan familiares. (…) Cuando escuché esas promesas, escuché ecos de mi vida anterior, ecos que nunca quise volver a escuchar”, declaraba.

Otro de los objetivos de la convención fue sacarle al presidente Trump y a Estados Unidos los carteles de “racista” que les fueron colocados por los demócratas. La primera de estas misiones le fue encargada a Hershel Walker, ex jugador de fútbol americano y amigo personal del presidente. Walker ilustró a Trump como un hombre cálido y familiero: “Conozco a Donald hace 37 años, me duele en el alma cuando escucho a la gente llamarlo por nombres horribles y el peor de todos, es el de ‘racista’. Tomo como un insulto personal que alguien me diga que fui 37 años amigo de un racista. Crecí en lo profundo del sur, créanme, sé lo que es el racismo y no es Donald Trump”, comentaba.

La segunda misión estuvo a cargo de Nikki Hailey y nuevamente Tim Scott. “El cumpleaños número 99 de mi abuelo hubiese sido mañana. Fue obligado a dejar la primaria para cosechar algodón, nunca aprendió ni a leer ni a escribir. A pesar de todo, vivió lo suficiente para ver a su nieto convertirse en el primer afroamericano en ser elegido para la Casa de Representantes y para el Senado en la historia de este país. Nuestra familia pasó del algodón al congreso en una generación. Por eso es que creo que este próximo siglo puede ser mejor que el anterior”, manifestaba.

Tim Scott durante su discurso en la RNC. Fuente: National Review

Tampoco iba a faltar tiempo para perseguir a Biden por sus recientes dichos sobre la comunidad afroamericana. Daniel Cameron, fiscal general de Kentucky, le respondió al nominado demócrata: “Pienso en Joe Biden, quien dijo que si no votamos por él, no éramos negros. Quien argumentó que los republicanos nos pondrían cadenas y quien dijo que no había diversidad de pensamiento en la comunidad negra. Señor vicepresidente, míreme a mí. Soy negro, no somos todos iguales, no estoy encadenado, mi mente es solo mía y usted no puede decirme como votar por el color de mi piel”, sentenciaba. Todos los anteriores oradores fueron transmitidos en vivo desde el Auditorio Andrew Mellon en Washington DC.

Ahora vamos al plato fuerte de la última noche: el discurso del presidente Trump. El lugar elegido fue la casa blanca, contó con un numeroso público, algo que fue bastante cuestionado por el contexto actual. Habló, sobre todo, de los éxitos de su administración, defendió a la familia, fulminó al actual partido demócrata, nombró 41 veces a su adversario, se jactó de su gestión del Covid-19 y atacó a la audiencia con bombas de patriotismo.

“Nunca antes los votantes se enfrentaron a una decisión tan clara entre dos partidos, dos visiones, dos filosofías y dos agendas. Esta elección va a definir si salvamos el sueño americano o si permitimos que una agenda socialista destruya nuestro destino”, comenzaba. Suave, por suerte.

No tardó en atacar a los demócratas y en especial a Joe Biden, a quien calificó como el “caballo de troya del socialismo”. “En la DNC, Joe Biden y su partido atacaron repetidamente a Estados Unidos como una tierra de injusticia racial, económica y social. Hoy les hago una simple pregunta, ¿cómo el partido demócrata pide liderar nuestro país, cuando pasan tanto tiempo intentando tirarlo abajo?”, disparaba.

Donald Trump finaliza la convención republicana. Fuente: NYT

También le dedicó unos minutos a la violencia que se estuvo viendo en las calles estos últimos meses. “El partido republicano condena las revueltas y los saqueos que hemos visto en Kenosha, Minneapolis, Portland, Chicago y Nueva York. Todas ciudades gobernadas por demócratas. (…) No debemos y no podemos permitir la ley de la calle”, afirmaba.

Para finalizar, el presidente lanzó un mensaje de unidad a la audiencia. “Los norteamericanos construimos nuestro futuro, no tiramos abajo nuestro pasado. Somos la nación que ganó una revolución, combatió la tiranía, el fascismo y llevó la libertad a millones. Lo hicimos con confianza, estilo e instinto. (…) Porque eso es lo que somos. Cuando nuestro estilo de vida fue amenazado, nuestros héroes aparecieron, respondieron la llamada. (…) Para nuestro país, nada es imposible. Juntos, somos imparables; juntos, somos invencibles; porque juntos, somos los orgullosos ciudadanos de los Estados Unidos de América”, cerraba.

Si hay algo que no le podemos reprochar al presidente Trump es su empeño por producir un buen show. Luego de que terminó su discurso, comenzaron seis minutos seguidos de fuegos artificiales. Lo que se ahorraron en gastos de la convención sin duda lo invirtieron en pirotecnia. 

Entonces, transcurrido este -no tan breve- repaso por ambas convenciones, definitivamente quedan muchas interrogantes: ¿Cuál estuvo mejor? ¿cuál fue más efectiva? ¿cuál transmitió mejor su mensaje? Las respuestas a esas interrogantes estarán disponibles el tres de noviembre.

*El autor es estudiante de Periodismo en la Universidad Católica Argentina (UCA)

Fuente de la imagen principal: Morning Consult

La cultura del aguante

Opinión |Por Milton Rivera|

En cuanto se confirmó la decisión del Gobierno nacional de avanzar sobre la coparticipación de CABA, Alberto Fernández dinamitó el último reducto de capital político que le quedaba para hacer frente a la heterogeneidad de su espacio. Socio minoritario como adelantaron muchos analistas, la participación del presidente en la coalición pierde cada vez más peso. En todo juego de poder, aquel que lo pierde se lo cede a otro. ¿Qué actor absorbe este porcentaje que se le escapa a Fernández? Inicialmente no parecían adquirirlo los gobernadores: ahora resulta que lo que pierde CABA será coparticipable con las demás provincias. A simple vista, Cristina Kirckner y Axel Kicillof emergen como los verdaderos ganadores de una situación que parecía complicarles la vida.

Sin olvidar el carácter unipersonal del Poder Ejecutivo, no hay que perder de vista que las decisiones (inducidas o no) las toma el presidente. Poco puede decirse de ellas dejando de lado las conjeturas habituales sobre el rol de la vicepresidenta. Pero lo cierto es que cada una de las determinaciones del último tiempo parecen ir en línea con el armado de poder que se juega en la provincia de Buenos Aires. Aquella arquitectura cuenta con cuatro personajes centrales que definirán sin duda el papel del oficialismo en las elecciones del año que viene: la propia Cristina, Kicillof, Berni y Máximo Kirchner.

Alberto Fernández fue elegido por Cristina como su compañero de fórmula para tender puentes con todos los espacios que la rechazaban. La relación con estos actores tuvo una intensidad desmedida en el período electoral, aflojó progresivamente desde el 10 de diciembre y hoy está seriamente deteriorada. A cada uno de estos jugadores les corresponde un episodio de desencuentro: al empresariado, la expropiación de Vicentín; a Clarín, el decreto que establece a Internet como servicio público; a Estados Unidos, la postulación de Béliz en el BID; al electorado de centro, la reforma judicial; a la clase media, el endurecimiento del cepo. En términos hegelianos, estas relaciones de poder que Fernández supo ir construyendo en sus días de operador tienen como síntesis el desencuentro en sus días de presidente.

Por eso podemos suponer que una de las características que faltaba estropear, con el proyecto que envió el Poder Ejecutivo para discutir el financiamiento de la Policía Federal, corrió la misma suerte que todas las demás. El mandatario ya no será el interlocutor del Gobierno con la oposición. La herida de muerte que supone este anuncio le saldrá caro en el largo plazo. No solo porque achica su capital como se dijo, sino porque además reúne a la oposición que parecía dirigirse irremediablemente a una disputa entre los moderados y los extremistas. Por primera vez, el espacio se abroquela detrás de Rodríguez Larreta, que implícitamente lanzó su candidatura nacional.

Foto: NA

De todas formas, desde el punto de vista estratégico parece una decisión razonable. La incapacidad del Gobierno para solucionar los problemas estructurales que arrastra el país, o lo mismo aquellos que surgieron con la pandemia, obligan a Fernández a traicionar su aparente vocación de unión. En campaña se presentaba como el candidato que venía a unir a los argentinos tras años de distanciamiento y rencores. Pero mientras el gabinete espera soluciones que (dicen) llegarán en algún momento, la grieta es la única salida. Es la cultura del aguante que hace unas semanas Guzmán denostó con tanta naturalidad. Sin ninguna credencial para mostrar, más que la resolución del default, el presidente apela a la base dura del kirchnerismo.

La grieta siempre puede ser una jugada arriesgada para la democracia. En medio de semejante despelote no sería bueno que una de las instituciones que todavía goza de prestigio en Argentina empiece a tambalear al punto de poner en duda a la clase política. Más aún si en el medio se desata un escándalo de tal bajeza en la Cámara de Diputados. Además, se confirmó un dato muy desalentador: la caída para el segundo trimestre del año fue peor a la del primer trimestre del 2001. Algunas élites sudamericanas se están cuestionando el orden político y son ellos los que marcan la agenda. El problema estará cuando las clases populares se sumen a ese cuestionamiento porque son esos sectores quienes marcan el pulso de la calle. ¿Tiene el presidente el poder para encauzar una crisis similar a la del 2001? Andrés Malamud dice que este Gobierno es una paradoja: “mucha gente pedía un Gobierno con honestidad radical y eficacia peronista, y hoy parece que llegó el resultado invertido”.

La decisión en sí misma es otro tema que vale la pena revisar. Argentina llegó al punto de justificar (y legitimar) una medida inconstitucional fundada en el argumento de que desplaza a otra del mismo tipo. Y la amenaza: si revisamos esta, revisemos también la anterior. Si bien es una jugada que establece ganadores y perdedores desde una perspectiva política, de forma inmediata también los hay desde el punto de vista económico. Abandonamos el mandato que había impuesto la Ley provisoria de coparticipación (aquel que establecía un plazo para elaborar una nueva Ley) como si fuera completamente normal que algunas provincias mendigaran recursos que por cuestiones objetivas les corresponden.

Independientemente de este caso, quitar recursos a los sectores más productivos del país para repartirlos en forma de subsidios ha tenido resultados precisamente no muy alentadores. Muchos dirigentes políticos se muestran preocupados por el destino de los fondos coparticipables. Pero no lo hacen con un criterio ideológico sino geográfico: la cuestión no es qué se hace con los recursos sino quiénes lo hacen. La inquietud que surgió en su momento entre los gobernadores peronistas que firmaron un documento en apoyo al presidente, ¿tendrá que ver con algún incumplimiento del ministro del interior? Todo parece indicar que sí, toda vez que la puja es por sostener una maquinaria política y electoral en aras del federalismo que la opulenta Buenos Aires busca evitar. Como sostiene Ramiro Albina, enfrentar porteños con bonaerenses es un tiro en el pie, teniendo en cuenta que son los dos actores más perjudicados del sistema actual. Argentina nunca tendrá verdadera vocación federal hasta que no se plantee seriamente, sin mezquindades ni oportunismos, el tema de la coparticipación. Es difícil recordar algún candidato a presidente con el tema en agenda por lo que el futuro no inspira demasiada confianza.

*El autor es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Católica Argentina (UCA)

Juicio a la «lista sábana»

Opinión | Por Ramiro Albina |

Luego de la particular sesión de la Cámara de Diputados del jueves 24 de septiembre, los cañones apuntaron hacia una presunta culpable: la “lista sábana”. 

Las historias simples nos ayudan a ordenar nuestra cabeza. Cuando encontramos fácilmente al culpable, podemos protestar y hacer escándalo mientras en el fondo estamos tranquilos por haber hallado una respuesta certera. 

La “lista sábana” se convirtió en el cuco que más usamos como explicación cuando asoma un escándalo protagonizado por alguno de nuestros representantes políticos. Se convirtió en un cliché.  Cuando una idea recurrente no encuentra adversarios con los cuales discutir y afianzarse, la verdad se devalúa y se transforma en dogma. Por esta razón, hagamos el ejercicio de ponernos en modo “abogado del diablo” y analicemos los posibles argumentos positivos por parte de la conservación de la “lista sábana”. Por las dudas ya pedí custodia. 

Si la “lista sábana” hubiera tenido un juicio justo el 24 de septiembre, su inocencia hubiera quedado demostrada. Los sistemas electorales nos plantean una historia apasionante pero nunca simple. Rebobinemos. 

Los sistemas electorales tienen la enorme tarea de conectar la expresión de nuestras preferencias por medio del voto con la ocupación de cargos públicos electos. Simplificando bastante, dentro de sus componentes fundamentales podemos encontrar 1) la magnitud de los distritos electorales, 2) la fórmula electoral, 3) el umbral de exclusión (un mínimo de votos para que el partido/candidato pueda acceder al reparto de cargos), 4) la estructura de la boleta de votación.

A muy grandes rasgos, los sistema electorales suelen ser clasificados según su principio de representación como mayoritarios o proporcionales. Los primeros tienen como objetivo conseguir mayorías legislativas sólidas premiando a los principales partidos. El mejor ejemplo son aquellos en los que se elige solamente un representante por distrito por mayoría simple de votos. Por otro lado, los sistemas proporcionales privilegian una representación fiel de la distribución de preferencias (algo que depende en buena medida de la fórmula electoral y el tamaño de los distritos). 

Cada distrito electoral está definido por sus límites, la cantidad de electores en su interior y la cantidad de cargos en juego. Para las elecciones legislativas, los distritos en los que se disputa solamente una banca reciben el nombre de “uninominales”, mientras que cuando se eligen dos o más se denominan “plurinominales”

Cuando se elige más de un representante, entra a jugar la fórmula electoral. Siguiendo a Gary Cox, esta constituye “el procedimiento de cálculo que convierte en forma usualmente mecánica los totales de los votos de los electores en una determinada distribución de los puestos en disputa entre los distintos partidos políticos o candidatos”.

En los sistemas electorales proporcionales, un elemento fundamental lo constituye la magnitud de los distritos. Esta está determinada por la cantidad de bancas legislativas en juego. Generalmente se divide en pequeñas (entre dos y cinco bancas), medianas (entre seis y diez) y grandes (más de diez). Cuanto más cargos hay en disputa, más se acentúa el efecto proporcional y el reflejo es más fiel. En este sentido, el tamaño de la asamblea legislativa es un elemento importante. 

En los distritos plurinominales, la estructura de la boleta de votación es otra característica fundamental. Generalmente se la puede clasificar como: a) lista cerrada y bloqueada: el votante no puede alterar el orden de los candidatos, ni elegir candidatos de distintos partidos para una misma categoría; b) lista cerrada y desbloqueada: el votante no puede elegir candidatos de distintos partidos para una misma categoría pero sí puede manifestar preferencias dentro de la lista (estableciendo un orden de preferencias en términos positivos o tachando/borrando candidatos que no sean de su agrado); c) lista abierta: el votante puede elegir candidatos de distintos partidos para una misma categoría (de esta forma, tendría la libertad para armar su propia lista). 

¿Y la lista sábana?

En el debate público se suele escuchar hablar de “lista sábana” para referirse a dos fenómenos distintos. Hay quienes llaman así a las boletas de votación que presentan distintas categorías de cargos en juego (presidente, gobernador, diputados nacionales, etc.), lo que favorecería el efecto arrastre. Sin embargo, en este caso nos referiremos a su segunda utilización, que fue la que entró en juego con el escándalo del diputado salteño. Se denomina entonces “lista sábana” a lo que técnicamente sería una boleta partidaria cerrada y bloqueada en distritos plurinominales de magnitud mediana/grande. El argumento en contra de la misma sostiene que dificulta al votante conocer a todos los candidatos que van detrás de quienes ocupan los primeros puestos de la lista, lo que desvirtúa el vínculo representante-representado. 

De esta definición se desprende que, en contra de lo que dicta la opinión más difundida, en nuestro país la “lista sábana” podría ser a lo sumo un problema (incluso estirando un poco el concepto) de únicamente 4 distritos. Además, tengamos en cuenta también que el “efecto sábana” tampoco cuenta para los candidatos que ocupan los primeros lugares en las listas.

“A lo sumo, la lista sábana podría ser un problema (incluso estirando un poco el concepto) únicamente de 4 distritos»

Aclaración: debido a que en el caso argentino la Cámara de Diputados se renueva de forma parcial (por mitades cada dos años), debemos prestar atención a lo que se denomina “magnitud efectiva”.

Como podemos ver, a pesar de que formalmente los diputados son electos en distritos plurinominales por representación proporcional, con fórmula D´hont y un umbral legal del 3%, en la práctica existen grandes diferencias de acuerdo al distrito del que se trate. En aquellos distritos que eligen entre 2 y 5 diputados se genera en la práctica un efecto mayoritario que si bien contribuye a un mayor reconocimiento de los candidatos, lo hace al costo de un menor reflejo fiel de las preferencias al imponer fuertes barreras de entrada a las fuerzas minoritarias. Por el contrario, en los distritos con magnitudes más altas (en los que se critica la “lista sábana”) existe la posibilidad de un mayor reflejo de las preferencias, a un costo de despersonalizar las candidaturas. Esta combinación puede generar efectos distorsivos tales como la facilidad de las terceras fuerzas para conseguir representación en las provincias metropolitanas pero la fuerte dificultad para extenderse más allá de estas a lo largo del territorio nacional. 

“Cuanto mayor es la cantidad de bancas en disputa, más se acentúa el efecto proporcional»

En los sistemas proporcionales es clave la magnitud del distrito. De nuevo: cuanto mayor es la cantidad de bancas en disputa, más se acentúa el efecto proporcional, y el reflejo es más fiel.  Hagamos un breve ejemplo, comparando el resultado de una igual distribución de votos en tres distritos con diferente magnitud, utilizando el método D´hont. 

Como vemos, lo que se conoce como “lista sábana” hace posible la representación parlamentaria de minorías. Por supuesto que sería absolutamente legítima una postura que defienda la reducción de la cantidad de candidatos por lista, pero esta no puede perder de vista su costo en términos de representatividad. 

En la discusión sobre cómo mejorar la calidad del vínculo representativo fortaleciendo la rendición de cuentas, una de las propuestas que se pueden escuchar en estos días es en favor del sistema de distritos uninominales. Si bien el sentido común nos dice que en un distrito en el cual se elige un solo representante la rendición de cuentas es mayor, es necesario tener en cuenta que esto entra en juego con otras variables tales como el sistema de gobierno o la selección de candidaturas, que pueden conducir a efectos distintos (por ejemplo, a pesar de que Estados Unidos y el Reino Unido cuentan con sistemas uninominales sus efectos en la dinámica partidaria son muy diferentes). 

El talón de Aquiles de los sistemas uninominales es la subrepresentación de minorías. Incluso se puede dar la situación en que la fuerza subrepresentada en realidad sea la mayoritaria. Pongamos un ejemplo extremo, al borde del absurdo. Imaginemos un país dividido en 101 distritos electorales uninominales donde existe un sistema bipartidista perfecto: únicamente compite el partido A y el partido B. Supongamos que el partido A consigue el 50% + 1 voto en 51 distritos (por lo cual gana la banca en disputa en cada uno de ellos), mientras que el partido B consigue el 100% de los votos en los 50 distritos restantes. El resultado terminaría siendo que el partido A, con cerca del 25% del voto a nivel nacional tendría mayoría en la asamblea, mientras que el partido B, con cerca del 75% de los votos a nivel nacional quedaría en minoría. 

Otra de las alternativas para solucionar el problema de las “listas sábana” sería mediante la modificación de la estructura de la boleta. Sin embargo, a medida que se otorga una mayor libertad al votante para modificar la boleta, también se incrementa la complejidad del sistema. Como vimos, el reemplazo de la lista cerrada y bloqueada por una lista abierta permitiría al votante combinar candidatos de distintos partidos para una misma categoría. Para no ir tan lejos, también se puede optar por una lista cerrada y desbloqueada (donde se permite alterar el orden de los candidatos, pero no mezclar candidatos de distintos partidos para una misma categoría), lo que permitiría al votante elaborar un orden de preferencias entre los candidatos de la lista, ya sea por la positiva o tachando aquellos que no le gustan. A pesar de que esta alternativa podría mejorar la rendición de cuentas y el control por parte de los ciudadanos, también podría contribuir a un mayor debilitamiento de los partidos políticos, una mayor dificultad para sellar acuerdos electorales, e incluso un encarecimiento de las campañas debido a que los candidatos deberían competir no solo contra los otros partidos o alianzas sino contra los candidatos de su propia lista. 

Los puntos tratados acá son apenas una punta del iceberg, y en muchos casos una simplificación. Existen cientos de maneras distintas de contar y traducir los votos. Con la misma distribución de preferencias pero distintas reglas para contar y asignar cargos, los resultados pueden ser incluso opuestos. Por esta razón no podemos simplificar un problema que es complejo por naturaleza y menos cuando constituye el corazón de nuestro régimen democrático. 

En esta historia no hay buenos y malos. La cuestión gira en torno a los principios que buscamos privilegiar. Los sistemas electorales inevitablemente tienen efectos que generan ganadores y perdedores. Sin embargo, tenemos una buena noticia: la vasta experiencia no solo a nivel internacional sino también de los 24 distritos en nuestro país con variados arreglos electorales, nos permite recabar importantes lecciones sobre sus efectos. 

En la discusión sobre la “lista sábana” es necesario tener en cuenta su impacto y discutir los puntos débiles de sus alternativas. ¿La disconformidad de muchos ciudadanos con sus representantes nace de este arreglo electoral o tiene otros orígenes? Si la “lista sábana” fuera realmente la fuente de todos los males, deberíamos poder corroborar una imagen positiva mucho mayor de la Cámara de Senadores, donde se eligen únicamente tres representantes por cada provincia (dos por la lista más votada y uno por la segunda). ¿Menos candidatos en una lista contribuiría a superar la disconformidad de muchos ciudadanos y mejorar la calidad de la representación? 

Estamos estirando tanto la sábana, que corremos el riesgo de terminar tapando los problemas antes que encontrando soluciones.

*El autor es estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

El desencantamiento del mundo judicial: entrevista a Ezequiel Kostenwein

Entrevista a Ezequiel Kostenwein sobre la reforma judicial

Dossier Reforma de la Justicia | Entrevista a Ezequiel Kostenwein*|

A fines de julio, el Gobierno nacional anunció el envío al Congreso de un proyecto de reforma del Poder Judicial que incluye la creación de juzgados federales penales con asiento en las provincias, la unificación del fuero Criminal y Correccional federal (Comodoro Py) con el Penal Económico, la unificación del fuero Civil y Comercial federal con el Contencioso Administrativo federal (aspecto que ya sufrió modificaciones en el Senado) y el traslado de la Justicia penal ordinaria a la Ciudad de Buenos Aires, entre otras medidas.

A su vez, creó un Consejo Consultivo, conformado por once juristas, cuyas tareas consisten principalmente en formular recomendaciones relativas al diseño y funcionamiento de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y el Consejo de la Magistratura y a la implementación de los jurados populares.

Con varias definiciones pendientes, tanto en relación a la recomendaciones del Consejo Consultivo como a posibles cambios en la letra del proyecto por parte del Congreso, entrevistamos a Ezequiel Kostenwein, profesor de Sociología Jurídica (UNLP) y de Criminología (UNL) e investigador del Conicet en esta quinta entrega del Dossier Reforma de la Justicia.

Ezequiel, estuviste estudiando con cierta profundidad el funcionamiento de la Justicia, sobre todo del fuero penal de la provincia de Buenos Aires. ¿Qué problemas reconocen los propios actores judiciales sobre el funcionamiento actual? ¿Qué cosas agregarías como observador de la Justicia?

Los problemas son varios, al menos desde el tiempo que yo llevo indagando, haciendo entrevistas, pero me circunscribiría a dos fundamentalmente. Uno de ellos es el de la injerencia cada vez mayor de los medios de comunicación y de las autoridades políticas, al menos respecto de lo que deciden plantear quienes trabajan allí. Desde luego esos vínculos o relaciones son complejas, pero más allá de eso uno podría sugerir que van influyendo o condicionan el trabajo cotidiano de quienes integran la Justicia Penal. Y a eso podríamos agregar el “desencantamiento mundo judicial”: los propios actores judiciales consideran que están en una institución que no los protege, no los preserva, no los apoya. Entonces,  frente a cualquier injerencia externa, es decir, de algún actor extrajudicial, las posibilidades de resistir esas envestidas son pocas.

¿Cómo se explica ese «desencantamiento del mundo judicial»?

El diagnostico que se puede generar es que hay como dos grandes perspectivas por parte de los integrantes de la  Justicia Penal… ¿Esa falta de cohesión interna cómo se puede explicar? Para algunos, ese debilitamiento, esa falta de integración de la Justicia Penal, que es un proceso complejo y largo, se debe a que empezó a haber debilidades entre los propios actores judiciales y eso hizo posible que estos actores extrajudiciales, que son más pero para circunscribirnos vamos a pensar en los medios de comunicación y autoridades políticas, cada vez puedan tener más influencia.

Sin embargo, hay otro grupo de actores judiciales que dice que en realidad fueron estos actores extrajudiciales los que generaron esa pérdida de cohesión interna. No sé si soy claro pero hay dos grandes posturas: 1) más internalista: actores judiciales que dicen que fue primero la pérdida de integración o cohesión la que hizo posible el ingreso de los actores extrajudiciales; 2) fueron los actores extrajudiciales los que generaron mayor debilitamiento interno.

«Los propios actores judiciales consideran que están en una institución que no los protege, no los preserva, no los apoya»

¿Y cuál es el grado de autonomía relativa de estos actores judiciales respecto de estos otros actores extrajudiciales que mencionás?

Es difícil, desde luego, hacer un planteo general, sobre todo en un ámbito como el de la provincia de Buenos Aires, con las heterogeneidades que existen respecto de los departamentos judiciales, y en ese aspecto las relaciones con políticos/as varía. Tenés desde personas que consideran que hay una vinculación espuria -es decir que eso termina en una genuflexión o una actitud sumisa por parte de la Justicia frente a los pedidos, los reclamos o exigencias de los poderes ejecutivos de turno- a, por otro lado, quienes sostienen, y en este caso también ubicaría a actores judiciales, que en realidad es esto que se ha dicho más de una vez: el papel de la Justicia es mas bien de aquellos tiempistas. Los que saben advertir cuando van cambiando de acuerdo a las circunstancias, a las coyunturas, a las elecciones los poderes ejecutivos y en ese aspecto la Justicia se va adecuando a las necesidades o exigencias de las nuevas personas que llegan a los cargos ejecutivos empezando a perseguir o investigar a aquellos que los dejan.

A mí me parece que si bien tiene algún asidero, debería ser analizado o evaluado a partir de casos más específicos, pero es evidente que las designaciones, los nombramientos, las promociones de los cargos, sobre todos los más importantes, en el ámbito judicial están estrechamente ligados al campo político. Allí se encuentran diferentes experiencias, actitudes y posturas de los integrantes de la Justicia Penal. Lo que es interesante -y también previsible- es que los actores judiciales mismos, cuando los entrevistan, están en condiciones de hablar y señalar a otros pares, es decir de colegas que son más “flexibles” o “tienden a ceder más rápidamente frente a las presiones de las autoridades políticas” pero los entrevistados nunca se autodefinen de esa manera; siempre lo hacen en una actitud de mayores límites que ponen a los reclamos o exigencias del poder político.

¿Hay otros actores que perciban como influyentes además de los medios de comunicación y las autoridades políticas?

Yo diría que, con matices y de acuerdo a circunstancias, coyunturas y jurisdicciones: los medios de comunicación, las autoridades políticas, como ya mencioné, determinadas organizaciones no gubernamentales… El trabajo de la policía, si es mancomunado o no, si en definitiva en el territorio investiga la policía y la Justicia rubrica o legitima lo que hace la policía… Sabemos que en algunos ámbitos o momentos esto efectivamente puede ser así.

Después por ejemplo en algún trabajo que he escrito hace un tiempo trataba de señalar que la metáfora o alegoría de la familia judicial quizá no es la más precisa o la más adecuada para tratar de dar cuenta algunos de los movimientos o rasgos de la Justicia, precisamente por estos escepticismos que existen entre los mismos integrantes, y que deberíamos pensar no solamente o fundamentalmente a la familia judicial si no del judicial. Y en este aspecto está asociado a las consecuencias o secuelas cuando a un actor judicial se lo somete a jury o a juicio político: cómo altera, cómo reconfigura su vida cotidiana; es decir, cómo se ven alterados sus lazos con sus familias, sus padres, sus parejas si es que tienen, sus hijos si es que tienen… Entonces, para tratar de entender las decisiones judiciales en la actualidad quizá es importante pensar en la familia del judicial; es decir, cómo un integrante de la justicia puede proyectar o puede pensar en una decisión que va a tomar, y si eso en el futuro puede llegar a acarrear a algún daño a su familia y entonces lo revea y no tome esa decisión. Yo creo que esto último, para pensar en la influencia de situaciones respecto de las situaciones judiciales, puede ser importante.

¿Crees que estas consideraciones que venís haciendo pueden extenderse a la Justicia Penal Federal? ¿O son dos mundos distintos?

Me parece que en algunos puntos hay desde luego vasos comunicantes; es decir, hay algunos esquemas similares. En definitiva se trata de la misma institución, pero me parece que debido a los temas de competencia de cada una de las justicias no es exactamente comparable. Creo que construir herramientas para tratar de entender la dinámica de la Justicia por ejemplo en la provincia de Buenos Aires, no necesariamente es la misma que para hacerlo en la Justicia Federal…. Además cuál Justicia Federal estamos pensando… En definitiva, yo pondría un término medio, no son dos mundos distintos pero tampoco son los mismos mundos. De allí que lo que habría que diferenciar son las causas profundas y próximas de esas diferencias y de esas similitudes.

¿Hay problemas estructurales relacionados al procedimiento de nombramiento y remoción de magistrados? ¿Qué aspectos de estos procedimientos se presentan como problemáticos?

A mí me parece que el problema respecto a los nombramientos y la separación, suspensión o incluso expulsión de magistrados está asociado a la falta de rigurosidad de un control cierto sobre cómo se despliegan esos resortes; y esto no equivale a hablar bien de actores judiciales que se victimizan cuando están en esa situación, ni tampoco hablar bien de quienes integran, por ejemplo, el Consejo de la Magistratura, que por lo general cuando están en ese cargo o esa función tienden solo a ponderar lo positivo que quieren lograr o al menos la dirección en la que quieren avanzar.

Considero que se genera como una discusión endogámica, donde se empieza a hablar un mismo vocabulario y las expectativas o pretensiones de hacer cambios relativamente profundos y con consistencia, incluso hasta con valentía, se terminan diluyendo. No por señalar cobardía, ni conformismo por parte de quienes están, por ejemplo, en el Consejo de la Magistratura; son lógicas que para desactivarlas, para generar nuevos escenarios posibles y alternativos no es tan sencillo. Pero me parece que hay una circulación de individuos por que por lo general tienen ya todo el capital acumulado y es difícil que al ingresar estén en condiciones de proponer un nuevo diálogo, un nuevo esquema… Mas bien con algunas diferencias o sutilezas tienden a reproducir las lógicas establecidas.  Si tuviese que decir una cuestión o aspecto problemático diría que es el poco control de decisiones que toman primero en la Justicia y después en el Consejo de la Magistratura y a su vez que en algún punto siguen siendo bastante encriptados o encapsulados esos ámbitos y como consecuencia las personas que pululan por allí son más parecidas que diferentes.

«Si tuviese que decir una cuestión o aspecto problemático diría que es el poco control de decisiones que toman primero en la Justicia y después en el Consejo de la Magistratura»

En base a la versión actual el proyecto que  presentó el gobierno, con la aclaración de que aún queda un largo camino por recorrer en el Congreso, por lo que puede sufrir modificaciones, ¿qué aciertos, omisiones y problemas marcarías?

No quisiera tampoco dar detalles que no esté en condiciones de respaldar. Sí voy a hablar en calidad de docente e investigador y que además trabaja temas ligados a la justicia o a la sociología de la Justicia Penal… Por ejemplo, el hecho de que de manera muy, muy lateral hayan tenido en cuenta a investigadores/as que se vienen dedicando a la temática de la Justicia es un punto débil. Pero además digo investigadores/as en términos multidisciplinares; es decir, personas que desde la antropología, la etnografía, la sociología, las ciencias sociales en general -y podríamos incluir a otros ámbitos y disciplinas- podrían dar nuevos enfoques, pero no para cambiar radicalmente la propuesta sino para oxigenarla, es decir para que hablen sin el bagaje absolutamente introyectado e incorporado que tienen quienes sí han formado parte de las comisiones o los teóricos expertos respecto del funcionamiento de la Corte.

De hecho en parte algo insinué en la respuesta anterior: en algún aspecto es bastante autorreferencial, bastante circular y los argumentos o las justificaciones que validan estas reformas para mí son endebles, entre otras cosas porque siguen hablando el mismo idioma que hablaban las propuestas de reformas anteriores; y considero, desde mi punto de vista, con poca participación de individuos, de colectivos, de agrupaciones, de actores que podrían ofrecer una mirada más novedosa o más innovadora.

El énfasis de la reforma pareciera estar puesto en Comodoro Py. ¿Alguna observación sobre ello?

El presupuesto de que la Justicia federal o al menos estrictamente Comodoro Py  tiene mucho poder acumulado y que por lo tanto debemos multiplicar los integrantes que tengan competencia en esos temas parece bastante infantil, ¿no? Decir que si algo se hace mal entre 5 personas, si ponemos a 20 a hacerla, de por sí es algo bondadoso o beneficioso, me parece que no resiste mucho análisis. A mí me habían parecido un tanto arriesgadas las palabras de la ministra Losardo cuando hablaba del costo de la reforma, de que eso además no podía ser después utilizado para cuando la gente vaya a la plaza entonces como gobierno no podían decir «no tenemos plata» o «nos sale cara la reforma». Me parece muy elemental ese razonamiento así planteado, no Losardo sino lo que dijo en esas circunstancias (1).

Habría que revisar ciertos tópicos, ciertos disparadores que utilizan sobre todo para poner en agenda un problema tan sensible. Y por otro lado, se parte de una idea que no está demostrada en lo más mínimo y es que la Justicia es una de las instituciones peor vistas por la opinión pública. Los trabajos que se han hecho en ese sentido son realmente limitados, segados. Yo no estoy diciendo lo contrario (que en efecto la sociedad realmente no vea mal el desempeño de la Justicia) pero el modo en que se lo conceptualiza es muy restrictivo. Entonces…. yo también pondría al menos entre paréntesis la relación entre la opinión pública -si algo así existe- o «la sociedad» y la administración de justicia, porque la gente en función de la experiencia propia que tiene no deduce las mismas cosas. Además no es lo mismo la justicia laboral, de familia, la penal; la justicia federal penal que la ordinaria… Entonces creo que habría que hacer varias salvedades.

***

*El entrevistado es abogado (UNLP), magister en Criminología (UNL) y Doctor en Cs. Sociales (UNLP). Actualmente se desempeña como investigador asistente del CONICET y docente de Sociología Jurídica en la UNLP. También dicta clases en la maestría de Criminología de la UNL.

(1) Palabras de la ministra de Justicia Marcela Losardo acerca de la reforma judicial, en su presentación en el Senado: «La justicia no es un costo. Eso es como decir no tengamos escuelas porque es un costo. La justicia es un pilar. Tiene que dar respuesta Las plazas llenas de gente pidiendo justicia. ¿Qué le vamos a decir? ¿Qué no tenemos plata?».

Porteños y bonaerenses en el laberinto del federalismo

Opinión | Por Patricio Mendez

La decisión del presidente Alberto Fernández de destrabar el conflicto policial a través de la sustracción de un punto de coparticipación de la ciudad a la provincia abrió un fuerte debate en las redes sociales y los medios. Mientras que unos rechazaron la decisión arbitraria e inconsulta del gobierno, otros aprovecharon para recordar el aumento de la coparticipación que había establecido el gobierno anterior a través de un método igualmente inconsulto con el resto de las provincias. La legalidad de la medida va a ser definida por la Corte Suprema en un fallo tan distante como incierto. En esta nota me gustaría analizar tres puntos que fueron evidenciados por la decisión y que son problemas inherentes del federalismo argentino.

En primer lugar, la Provincia de Buenos Aires es la gran perdedora del sistema federal. Lo es en términos de coparticipación: la provincia genera 40% de la masa total, solamente se lleva 22%. Se trata de la jurisdicción con mayor cantidad de habitantes y con un alto índice de necesidades básicas insatisfechas en materias sociales como vivienda, agua potable, cloacas, salud y educación. Si los derechos tienen costos, como nos dicen Holmes y Sunstein, la falta de recursos deriva en una situación de graves y sistemáticas violaciones a los derechos humanos. No es justo condenar a los bonaerenses a esta situación de desamparo por el solo hecho de haber nacido en esa provincia.

Pero Buenos Aires es también la gran perdedora en términos de representación política. A pesar de representar alrededor del 38% de la población, solo representa el 27% de la cámara de diputados y el 4% del Senado. Esto no solo genera problemas a la luz del ideal democrático de “una persona un voto” sino que genera efectos prácticos sobre cómo se recauda y como se distribuyen los recursos en nuestro país. Argentina tiene el sistema representativo más distorsionado de todos los países federales, según los expertos en la materia. La subrepresentación de las provincias grandes y la sobrerrepresentación de las pequeñas genera un sesgo favorable a estas últimas en detrimento de las necesidades e intereses de la mayoría. La cantidad de recursos que reciben los fueguinos o los santiagueños en desmedro de los bonaerenses es un resultado directo del sistema representativo.

Si esta situación nos parece problemática, es natural que nos parezca necesario cambiarla. Sin embargo, el régimen de coparticipación es prácticamente inmodificable. La sanción de una nueva ley de coparticipación no solo requiere mayorías absolutas de los miembros totales de las dos cámaras (que ya cuentan con una distorsión representativa a favor de las provincias más pequeñas) sino que requiere de la ratificación de todas las provincias. Se trata de una regla tan injusta como impracticable. Lo que a simple luz parece una oda a los consensos en realidad implica la “tiranía del disidente”. Si la regla es la unanimidad, la consecuencia es que una solo de las provincias tiene poder de veto sobre cualquier reforma. El método elegido para sancionar la nueva ley de coparticipación genera incentivos concretos para que las provincias beneficiadas por el actual sistema no cooperen y rechacen toda reforma, más allá de la injusticia manifiesta del sistema.

Esta situación se agrava a los ojos de las personas preocupadas por la situación actual. Si uno analiza los datos de los recursos otorgados a las provincias, puede notar que la mayor cantidad de dinero es otorgado a las provincias con peores estándares de protección de derechos y de menor calidad democrática. Y en este caso, el federalismo argentino también se aparta de lo que hacen la gran mayoría de los países de este tipo. Mientras que es una práctica normal atar desembolsos de dineros federales al alcance de ciertos objetivos de política pública y de progresiva expansión de los derechos, nuestro sistema no cuenta con mecanismos federales de rendición de cuentas y monitoreo de los recursos y las obras a realizar. Lo que termina sucediendo es que a pesar de que en teoría la mayor asignación de recursos a las provincias más desaventajadas se hace en términos de justicia distributiva, la realidad es que no tenemos mecanismos para verificar que efectivamente eso redunda en mejor calidad de servicios públicos para los más desfavorecidos de esas provincias.

Esta situación, sin embargo, no avala la decisión del gobierno de sustraerle los recursos a la Ciudad de Buenos Aires. Durante los últimos 10 años, la Ciudad asumió la responsabilidad de manejar dos servicios esenciales, como lo son la red de subterráneo y la policía local. En estos días se está discutiendo, asimismo, la transferencia de delitos y juzgados penales nacionales al ámbito de la Ciudad. Estas atribuciones son servicios costosos y, por mandato constitucional, debe ir de la mano de la transferencia de los recursos. No hacerlo así implica un virtual ajuste sobre las arcas públicas de la Ciudad, generando efectos regresivos en los sectores más desaventajados.

Podemos notar que algunos aspectos del arreglo federal argentino chocan con nuestras intuiciones de justicia y, en especial, generan efectos nocivos sobre las personas postergadas de nuestro país. La decisión de ayer provoca una pelea absurda entre las clases medias y pobres de las dos jurisdicciones. No hay que caer en esa tentación. Tampoco es útil entrar en un conflicto con las provincias más pobres de nuestro país. En un país con las desigualdades económicas y territoriales que tenemos, la recaudación y el gasto tienen que tener un fin redistributivo. Sin embargo, para que esas exacciones a favor de ciertas provincias nos parezcan justas, tenemos que repensar los mecanismos de rendición de cuentas atados a la expansión de derechos y del estado de derecho. A largo plazo también nos invita a discutir la salud del federalismo. Si esta forma de gobierno genera desigualdades políticas y económicas, pero hace imposible el cambio y la transformación del status quo, es necesario que repensemos su funcionamiento y sus características.

*El autor es abogado y docente (UBA) y LL.M en Derechos Económicos, Sociales y Culturales (University of Essex)

Un fondo para la mesa 1, por favor

Opinión | Por Ramiro Albina |

“Cuando hablamos sobre el federalismo argentino, la previsibilidad que otorgan las reglas claras es una ilusión. Hoy vuelve a aparecer la discusión sobre una eventual reducción de la coparticipación de la CABA. Decir vuelve es engañoso, porque la discusión sobre coparticipación federal de impuestos forma parte de nuestro ser nacional”. Hace seis meses, cuando el coronavirus aún era algo que leíamos en los medios internacionales, escribía eso en una columna. La quita de un porcentaje de la coparticipación de CABA se venía planeando y negociando. Sin embargo, el anuncio de anoche nos agarró a muchos por sorpresa. 

No puedo dejar de preguntarme si en algún otro país, un tema tan aburrido como el reparto de impuestos puede formar parte de la discusión twittera más acalorada. En pleno conflicto con la policía bonaerense revivimos un conflicto sobre la interpretación de la historia de nuestro federalismo. Realismo mágico.  Que sea un tema aburrido, no significa que sea insignificante. Al contrario. Cuando las discusiones son complejas y difíciles de entender para los simples mortales hay que prender las antenas. 

El federalismo es un mecanismo de descentralización vertical del poder político. La dimensión fiscal del mismo es el motor de la máquina. Algo que, en algunos casos, puede transformarse en una auténtica puja distributiva. La coparticipación federal de impuestos es una de las piedras angulares de este sistema y, a diferencia de otras transferencias de Nación, deja poco margen a la discrecionalidad. Poco no es ninguno. Hay dos conceptos que tenemos que tener presentes. La distribución primaria establece qué porcentajes le corresponden a la Nación por un lado, y a todas las provincias en su conjunto por el otro. La distribución secundaria hace referencia a la participación relativa de cada provincia en la masa de recursos destinados a ellas. En el caso de la Ciudad de Buenos Aires, su porcentaje de coparticipación surge de la distribución primaria, no de la secundaria. Con el traspaso de la Policía Federal, CABA pasó de recibir el 1,4% al 3,75%, que luego del Consenso Fiscal se redujo al 3,5%. Hoy Nación busca recortarle un punto, que según algunas estimaciones representaría cerca de 40 mil millones de pesos anuales. La discusión legal sobre si Nación puede recortar recursos por decreto, recién acaba de comenzar. En este mismo contexto, se discute también una reforma judicial cuyo costo no termina de queda claro y que, entre sus planteos, está el de traspasar la justicia nacional con competencia ordinaria a CABA. En caso de aprobarse, vamos a tener otra discusión sobre traspaso de fondos en puerta. Loop.

Efectivamente, como señala un informe del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF) (https://www.iaraf.org/index.php/informes-economicos/area-fiscal/335-informe-economico-90), en el período 2015-2019 los dos distritos que más se vieron beneficiados fueron CABA y Provincia de Buenos Aires (PBA). Tres factores son los más importantes: restitución de la precoparticipación del 15% que incrementaría la participación de las provincias en al distribución primaria; el aumento del coeficiente de CABA y el descongelamiento del Fondo del Conurbano Bonaerense.

El caso del Fondo del Conurbano Bonaerense es interesante. Con el anuncio de anoche y fundamentalmente los argumentos para la creación Fondo para el Fortalecimiento Fiscal de la Provincia de Buenos Aires, es inevitable que este no se nos venga a la cabeza. El Fondo de Reparación Histórica del Conurbano Bonaerense, creado mediante la Ley 24.073 en el año 1992 estipulaba que el 10% de lo recaudado en impuesto a las Ganancias se destinaría a PBA como compensación por lo perdido en términos relativos por la Ley de Coparticipación. Si, esa que rige actualmente. En 1996 se impuso un tope máximo de 650 millones de pesos para el Fondo mediante la Ley 24.621, y la diferencia entre el 10% y los 650 millones se distribuiría entre el resto de los distritos (sin incluir CABA). Con el tiempo y hasta su descongelamiento, el Fondo del Conurbano Bonaerense fue cada vez menos conurbano, y mucho menos bonaerense. 

Desde la reforma de 1994, seguimos incumpliendo el mandato constitucional que determina la necesidad de aprobar una nueva Ley de Coparticipación cuya fecha límite era 1996. No necesariamente por falta de voluntad, sino por la práctica imposibilidad de llegar a un acuerdo en los términos establecidos, ya que su aprobación requeriría el apoyo de las 24 legislaturas. Cuando se trata de distribuir recursos, siempre hay quienes ganan y quiénes pierden. El status quo es difícil de cambiar.

Muchas cosas cambiaron desde 1988, año en que fue sancionada la Ley de Coparticipación que rige actualmente. Se crearon nuevos impuestos, se transfirió a las provincias los gastos en salud y educación, se llevaron adelante distintos pactos y compromisos fiscales, se sumaron nuevos actores (Tierra del Fuego y la propia CABA), etc. En fin, parches que volvieron al sistema cada vez más complicado. 

No creamos que los problemas estructurales se resolverán con la discusión sobre un par de puntos en la coparticipación. ¿Hay que discutir el esquema de reparto? Absolutamente. Nos debemos esa discusión. Pero el problema de base en la distorsión de lo que cada provincia aporta y recibe, reside en la persistencia de un desarrollo productivo fuertemente asimétrico entre los 24 distritos.  La falta de autonomía tributaria de algunas provincias cuya dependencia con las transferencias de Nación supera el 70-80% es un claro indicador de nuestro problema. ¿Qué incentivos estamos creando para avanzar en la senda de un mayor desarrollo productivo y mayor inversión privada? ¿Qué incentivos de rendición de cuentas existen cuando mis recursos fiscales no surgen de la recaudación propia y por lo tanto estoy libre del costo político? 

¿Los enormes problemas de la provincia de Buenos Aires se van a solucionar con un poco más de recursos? Probablemente no. El gigante bonaerense, que tiene alrededor de 17 millones de habitantes y en cuyo interior hay municipios con más habitantes que muchas provincias, pasa buena parte de su tiempo enfocado en conseguir recursos de un sistema que lo perjudica. Amenazante cuando se inquieta, la bestia parece a veces indomable. Transferencia va, transferencia viene, y sus problemas estructurales siguen ahí, agravándose. Más aún, la provincia de Buenos Aires no es perjudicada solamente con la coparticipación. Por ejemplo, en términos de representación política, con el 38% del electorado a nivel nacional tiene solamente el 27% de los diputados y el 4% de los senadores. 

Ya va siendo tiempo de plantear una discusión seria sobre una profunda reforma para cambiar el enfoque de los problemas en PBA. Hay quienes piensan que el camino es una reorganización interna que contemple mayor autonomía municipal, y quienes consideran directamente la posibilidad de dividirla. No tengo la respuesta. Pero empecemos por plantear las preguntas.

No habrá luz al final del túnel mientras no discutamos una agenda de desarrollo que contemple la inversión productiva y la eficacia estatal en todos sus niveles. La sábana es corta. Y se acorta cada vez más. Plantear la discusión sobre los recursos como una disputa entre dos de los distritos más perjudicados en términos de lo que aportan y lo que reciben, es dispararnos en el pie.

*El autor es estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

A. Castagnola: «El problema de Argentina con la lentitud no es la falta de jueces, pasa por otro lado»

Entrevista a la politóloga Andrea Castagnola sobre el proyecto de reforma judicial

Dossier Reforma de la Justicia | Entrevista a Andrea Castagnola* | Por Tomás Allan y Ramiro Albina |

Semanas atrás, el Gobierno nacional anunció el envío al Congreso de un proyecto de reforma del Poder Judicial que incluye la creación de juzgados federales penales con asiento en las provincias, la unificación del fuero Criminal y Correccional federal (Comodoro Py) con el Penal Económico, la unificación del fuero Civil y Comercial federal con el Contencioso Administrativo federal (aspecto que ya sufrió modificaciones en el Senado) y el traslado de la Justicia penal ordinaria a la Ciudad de Buenos Aires, entre otras medidas.

A su vez, creó un Consejo Consultivo, conformado por once juristas, cuyas tareas consisten principalmente en formular recomendaciones relativas al diseño y funcionamiento de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y el Consejo de la Magistratura y a la implementación de los jurados populares.

Con varias definiciones pendientes, tanto en relación a la recomendaciones del Consejo Consultivo como a posibles cambios en la letra del proyecto por parte del Congreso, entrevistamos a Andrea Castagnola, politóloga, profesora de la materia Derecho y Política en la Universidad Di Tella e investigadora en temas relativos al funcionamiento de los poderes judiciales en Argentina y América Latina en esta cuarta entrega del Dossier Reforma de la Justicia.

En una investigación que realizaron con Aníbal Perez Liñan concluyeron que en América Latina en general las reformas judiciales redundaron en un poder judicial menos independiente, ¿cómo se observa esto en la práctica?

Ese trabajo que hicimos con Aníbal es un proyecto ambicioso donde estudiamos la estabilidad de los jueces de las Cortes Supremas y Cortes Constitucionales en toda América Latina. Es difícil medir independencia judicial de forma tan sistemática. Una de las variables que nos permitirían identificar o no independencia judicial es el grado de estabilidad de los jueces. Uno asumiría que las cortes en donde los jueces duran muchos años, como en EEUU, tenderían a ser cortes independientes mientras que una alta rotación de los jueces, donde muchos jueces salen en un mismo año, donde hay sincronicidad de salida de los jueces con los mandatos de los políticos que los designan… eso lo que te estaría indicando es que algo no está funcionando bien. Entonces, nuestra variable dependiente es entender por qué hay una alta rotación e inestabilidad de los jueces en las Cortes Supremas de América Latina. 

Tenemos varios papers, y el trabajo que estás mencionando está relacionado con cuán importantes son los determinantes institucionales para poder entender la inestabilidad de los jueces. Dicho de otra forma: ¿importa el diseño institucional para garantizar la estabilidad de los jueces? Entonces ahí nos pusimos a analizar el diseño que tienen todos los poderes en América Latina y cómo han variado a lo largo de los años. Vemos que hay mandatos de por vida, hay mandatos cortos, hay mandatos que se reeligen; vemos que hay diferentes mecanismos de designación, por ejemplo el clásico de presidente y congreso; otros que son más del estilo de familia judicial, piramidal, donde los mismos miembros de la Corte Suprema miran hacia abajo y eligen, otros que son más de cooptación, donde 1/3 lo elige el ejecutivo, 1/3 el legislativo, 1/3 el judicial. 

Lo que encontramos es que el diseño institucional en sí mismo no te garantiza la estabilidad de los jueces. Está bien, mandatos vitalicios y designaciones cooperativas aumentan la probabilidad de que los jueces duren más en el cargo, pero el resto de los diseños institucionales no tenían ningún impacto sustantivo para entender la estabilidad de los jueces. Pero lo que sí afectaba era si había o no una reforma de la Constitución. Entonces lo que descubrimos es que en realidad no importa tanto el diseño institucional en sí mismo, sino que lo que más importa para entender la estabilidad es la estabilidad de las reglas. En los momentos en que había reforma constitucional o fuertes enmiendas, sistemáticamente se veía un recambio de los jueces en la Corte. 

¿Eso qué nos indica?

Eso lo que nos está diciendo es que los jueces son una moneda de cambio, de negociación política. En las reformas constitucionales se modifican no solo diseños del Poder Judicial, sino también por ejemplo la re-reelección, la creación de instituciones, diferentes mecanismos de asignación de diputados y senadores a las provincias. Son en definitiva momentos de negociación política donde los jueces son una moneda más de cambio. Entonces lo que encontramos fue que las reformas constitucionales tienden a socavar la estabilidad de los jueces, y que no podríamos asegurar ni defender contra viento y marea determinados diseños institucionales que supuestamente tendrían un efecto positivo en la estabilidad de los jueces porque no es algo que se ve estadísticamente. Lo que una ve es que hecha la ley, hecha la trampa. Una dice “bueno, vamos a poner jueces designados de por vida para que estén muchos años en la Corte”, como sucede en Argentina. Pero bueno, como no se podrían ir porque están designados de por vida, hay mucho interés en los políticos en sacarlos porque sino van a estar ahí hasta quien sabe cuando. Entonces muchas veces los diseños institucionales generan efectos indeseados y contraproducentes en relación al que uno busca cuando los crea.  

«Lo que más importa para entender la estabilidad es la estabilidad de las reglas»

Eso nos llamó la atención: el hecho de que algunos arreglos institucionales de los cuales uno esperaría un efecto positivo sobre la estabilidad de los jueces, como puede ser una mayoría más exigente para removerlos, a veces terminaba teniendo un efecto contraproducente, lo que resulta contraintuitivo. ¿A qué mecanismos causales le adjudican esos efectos?

Tomo el ejemplo de las mayorías que dijiste porque es algo interesante. Estudiamos mucho el caso de Bolivia. Con la reforma del ‘94 dijeron “vamos a ampliar la mayoría necesaria para la designación”, supuestamente para tener amplios consensos y que los jueces tengan legitimidad. ¿Qué sucedió? Bolivia en ese momento era un país fuertemente multipartidista, lo que presentaba una imposibilidad de lograr mayorías suficientes para la designación, entonces lo que se generó es el sistema de cuoteo: tenemos que esperar que haya más de una vacante en la Corte Suprema para poder distribuir los cargos entre los principales partidos políticos y todos apoyamos las candidaturas de todos porque cada quien obtiene una banca en la Corte. Entonces son todas estas prácticas informales que terminan distorsionando el efecto deseado. Ahí uno lo que tiene que estudiar es cuales son los incentivos que tienen los políticos al momento de designación o también al momento de modificación de la Constitución; cuáles son los incentivos que uno puede identificar y después ver qué es lo que sucede al fin y al cabo. Sistemáticamente uno ve en la región el uso estratégico de las diferentes reglas institucionales para el control o manipulación de la designación, remoción y control político de los jueces. 

Trabajaste mucho también a nivel subnacional temas como la relación de las Cortes provinciales con los poderes ejecutivos. ¿Qué tendencias encontraste, en términos de las reformas que llevan adelante los ejecutivos provinciales vinculadas con la independencia judicial?

Esta buena la pregunta. Con respecto a lo que uno ve a nivel nacional más o menos todos conocemos la historia: la justicia menemista, la mayoría automática, etcétera. Pero, ¿qué pasa en las provincias? Si bien tenemos mucha variación y algunas provincias están mejor que otras, lo que uno ve es que hay un patrón que se repite sistemáticamente siendo algunas provincias más obscenas que otras. El tema de la ampliación y reducción de los miembros de las Cortes fue algo fascinante de leer para mi. Tenemos provincias como Misiones que amplió y redujo muchas veces, así como también muchas provincias del sur. Cuando uno se ponía a analizar cuáles eran las justificaciones de la necesidad de ampliar y reducir eran las siguientes: cuando se justificaba ampliar se decía “necesitamos ampliar el número de jueces en los tribunales superiores porque tenemos un fuerte letargo de la justicia y se nos acumulan los casos,  entonces necesitamos más jueces para que nos ayuden a sacar estos casos pendientes”; luego, cuando se justificaba por qué se necesitaban menos jueces se decía “necesitamos menos jueces porque como son muchos y los casos duran más ya que tienen que pasar por una mayor cantidad de jueces, entonces si quitamos jueces vamos a ser más eficientes y más veloces en la resolución de los casos”. Misma justificación de celeridad se utiliza tanto para ampliar como para reducir. 

¿Qué es lo que habría detrás?

La idea de ampliar y reducir en función del poder político que tiene el gobernador en los tribunales superiores. Lo que sucede en muchas provincias es que, como dice el dicho, “pueblo chico, infierno grande”. Esta cooptación es mucho más sistemática que lo que sucede a nivel nacional donde somos muchos más y está más disperso. En provincias mucho más locales, efectivamente saben todos donde vive el juez de la Corte. Entonces se generan inclusive estos sistemas de control mucho más perversos que lo que uno vería a nivel nacional. Pero básicamente lo que uno ve a nivel provincial es la sistematización de estos mecanismos de control. Algo interesante es que uno generalmente asocia que el control político está dado entre los partidos, pero lo que uno empieza a ver en algunas provincias es que el mismo partido gobernó desde la vuelta a la democracia. Entonces ahí lo que yo estudié es no tanto si la lealtad del juez está dada por el partido político sino por la facción del partido político. Lo que uno termina viendo, y que también aparece en Nación, es que importa mucho más la facción del partido que el propio partido. Esta idea de que el presidente se siente más tranquilo con un juez designado por su facción. Pensemos por ejemplo los jueces menemistas en la era kirchnerista. Esto que puede ser super obvio para nosotros a nivel nacional, sucede de forma sistemática cuando uno analiza casos como Neuquén. La competencia inter-facción es más fuerte inclusive que la competencia entre diferentes partidos. Entonces lo que nos dice también la política a nivel provincial es que la lealtad es mucho más cercana que la que uno pensaría y eso es algo sumamente interesante porque nos está explicando cómo operan las redes en algunos casos de una forma mucho más sutil e imperceptible.

«Muchas veces los diseños institucionales generan efectos indeseados y contraproducentes en relación al que uno busca cuando los crea»  

Después de todos estos años estudiando el funcionamiento de los poderes judiciales, ¿cuáles dirías que son los principales determinantes del comportamiento judicial? ¿Qué factores influyen en las decisiones de los jueces? 

Lo que uno ve en términos generales en los poderes judiciales de América Latina, en los que no hay mucha independencia, es una fuerte presión y un fuerte vínculo del grupo político respecto a lo que se espera de los jueces. También lo que se ve es que no todos los jueces votan igual en todos los casos. Nosotros generalmente vemos los casos más relevantes que son aquellos en los que hay mayor presión e interés por parte de los políticos. Por ejemplo la inconstitucionalidad o no de la Ley de Medios o de la Ley de Obediencia Debida y Punto Final. Pero en las Cortes Supremas pasan muchas cosas más allá de esos casos relevantes que en la Ciencia Política no estudiamos tanto. Queda mucho por entender sobre qué otros roles tienen las Cortes en proveer derechos, garantizar servicios, etcétera. Toda esa otra ala es algo que se está empezando a trabajar. Además otra cosa que tendemos a estudiar son las cabezas de los poderes judiciales, asumiendo que los jueces hacia abajo se comportan igual. Pero… ¿por qué pensaríamos que un juez de un juzgado civil sería estratégico? ¿Cuál sería la estrategia que perseguiría? Hay otra operatoria ahí que estaría funcionando y que si la estudiamos podríamos entender el mayor o menor acceso a determinados derechos. 

Son mundos diferentes…

En la Argentina hay mucho para hacer respecto a la Justicia Federal. Nosotros asumimos que los jueces de Comodoro Py se comportan de forma estratégica pero cuando uno ve la estabilidad de los jueces de Comodoro Py, es muy superior que la de los jueces en la Corte Suprema. Entonces ya ahí de movida nos está diciendo que es un fenómeno político diferente a la Corte Suprema. Entonces, ¿podemos aplicar la misma teoría, las mismas hipótesis? Hay que estudiarlo para saber como opera. Esta idea de la reforma judicial de romper el plato de Comodoro Py, incorporar más actores, desconcentrar y diluir el poder… ¿efectivamente eso reduciría el nivel de falta de independencia? No lo sé, porque no sé efectivamente como opera. No hay datos. Las últimas estadísticas de Comodoro Py publicadas por el Poder Judicial son de 2012. Sabemos que es un fuero fuertemente cuestionado, pero estas reformas que se están proponiendo… ¿en base a qué se proponen? Por esta razón hago mucho ruido sobre la reforma junto con Ezequiel González Ocampo en el uso de los datos en la generación de políticas públicas: ¿en base a qué evidencia uno dice que necesitamos 95 juzgados de primera instancia federal penal? No, que después son 65, pero que necesitamos 5 cámaras de apelaciones nuevas, y que si uno cuenta el total de jueces entre ambas sigue sumando 95. Y después resulta que el medio voto del Senado también lo modificó. 

Hagamos reformas de política pública basadas en evidencia. Si no se termina prestando con justa razón la sospecha de que una vez más la Justicia sigue siendo materia de reparto de cargos y poder, especialmente si estamos pensando juzgados penales federales con asiento en las provincias. De hecho, cuando uno analiza los datos que hay sobre el Poder Judicial, la Justicia Penal, en comparación con la Justicia Civil Federal, no está tan mal. En la Justicia Civil Federal son escandalosas las tasas de duración y las tasas de resolución… Entonces, ¿por qué únicamente nos enfocamos en la Justicia Penal? ¿Por qué no hacemos una reforma más integral? ¿Por qué no empezamos por la implementación de la reforma del Código Procesal? Son todas preguntas que cuando uno las analiza piensa: “Qué pena que no hay ningún dato que nos permita no ser malpensados y prejuiciosos al momento de analizar la reforma”. Y cuando uno analiza los discursos y lee los proyectos de reforma, no hay ningún dato. Solamente aparece un dato del INDEC midiendo la tasa de litigiosidad, algo que nunca había visto. Entonces, genera muchas sorpresas para los que estudiamos estos temas. Después cuando uno escucha las voces, las defensas, están yendo muy por la parte política partidaria antes que de política pública. 

Entonces, ¿la principal crítica que le harías a la versión que conocemos del proyecto es que falta fundamentación con evidencia empírica para justificar las reformas que se quieren hacer?

En todas las versiones. Desde la primera que propuso el Ejecutivo nacional, pasando por el dictamen del Senado y hasta lo que termina aprobando este último. En ningún momento vi una justificación en base a evidencia. En la Ciencia Política hay un consenso desde hace muchísimo tiempo sobre la política pública basada en evidencia, en datos. Más ahora que estamos en la era de los datos masivos, el gobierno abierto, el big data, etcétera. Generar una reforma judicial de la magnitud que está pensando el gobierno, sin un dato, genera mucho ruido. Con Ezequiel nos pusimos a analizar las tasas de resolución en los diferentes juzgados penales a lo largo de todo el país y genera dudas de por qué en determinados juzgados que tienen una tasa de resolución esperada (misma cantidad de casos que entran y que salen) con una duración promedio de trámite de un año y medio, y otra circunscripción donde resuelven la mitad de los casos que entran y con una duración promedio del trámite penal de 17 años, se propone crear la misma cantidad de juzgados. ¿Cuál fue el dato que se utilizó para llegar a la conclusión de que en estas dos circunscripciones necesitamos la misma cantidad de juzgados nuevos cuando estamos hablando del día y la noche? A mí me gusta en todo el tema de la reforma judicial sacarle el tinte político y hablar de datos. 

Esta reforma tocó hoy con el gobierno actual pero la forma de reformar el poder judicial es sistemática en los últimos años. Yo siempre le digo a mis alumnos que no se trata de un determinado gobierno, es una práctica recurrente en Argentina que se ve de forma sistemática desde el ‘46 con el juicio político en el gobierno de Perón hasta ahora. Uno también lo puede pensar desde la acordada de 1930 cuando la Corte Suprema avaló un gobierno inconstitucional. Bueno, desde ahí ya las cosas empezaron mal. Es un derrotero en donde se termina generando cierto mecanismo perverso en la relación entre Justicia y política. No se piensan las reformas judiciales basadas en evidencia justamente porque serían muy difíciles de sostener. 

¿Como está en Argentina la tasa de jueces cada 100.000 habitantes o algún indicador similar respecto a otros países de la región? Hay quienes señalan que no está mal actualmente y que esto llevaría a una tasa muy alta de jueces cada 100.000 habitantes.

La tasa por habitantes no la tengo presente ahora pero está dentro de los promedios. El problema de Argentina con la lentitud no es la falta de jueces, pasa por otro lado, por ejemplo en el hecho de que el Código Procesal no ayuda. También algo que sucede es que la falta de estadísticas hace que sea cada vez más difícil comparar a Argentina con otros países. Cuando uno toma datos de Argentina son de 2012 y estamos en el 2020. Pasaron 8 años. Es un montón dentro del Poder Judicial. No son comparables, pero son los únicos datos que tenemos.

Por ejemplo, en materia de equidad de género al Poder Judicial le encanta decir que tienen 50 y 50, pero cuando uno pone la lupa se da cuenta que es del total de los funcionarios, sean jueces, secretarias, etcétera. Cuando uno ve en realidad la proporción de equidad de género en jueces y juezas es 80 a 20. Cuando uno ve todo lo que es personal administrativo, bueno, ahí ve la relación inversa y entonces el total te da un 50 y 50. Pero los puestos de poder siguen siendo fuertemente concentrados en los hombres. ¿Queremos garantizar la igualdad de género en la toma de decisiones? ¿Cómo lo vamos a hacer? Con buenas intenciones no llegamos muy lejos. ¿Necesitamos poner cuotas como en otros países de la región? ¿Es exitoso? Hay un trabajo sumamente interesante sobre género y Cortes en América Latina que escribieron Aníbal Pérez Liñan junto con otros investigadores, donde encuentran que las purgas en las Cortes, especialmente llevadas adelante por gobiernos de izquierda, tienden a incorporar mayores mujeres, pero que esa igualdad de género se termina desdibujando a medida que pasan los años. No están entrando por la puerta grande, entran de la peor forma. Estas mujeres que llegan ahí, ¿llegan con una agenda de género o sucede como ha sucedido en la legislatura donde las primeras mujeres en general terminaban siendo la esposa del senador, la secretaria, que no venían con una agenda de género? Entonces es por eso que llevó muchos años dentro de la Legislatura para ver justamente que la paridad de género se condice con las políticas que se proponen. Bueno, lo mismo lo podemos pensar para el Poder Judicial, donde es aún mucho más difícil por la idea de lo cerrado, lo oscuro y demás. 

«No se piensan las reformas judiciales basadas en evidencia justamente porque serían muy difíciles de sostener». 

En el gobierno parece estar presente la idea de que diluyendo el poder de Comodoro Py se solucionan los problemas. ¿Cuál puede ser el efecto de fragmentar esos enclaves de poder en una multiplicidad de actores? ¿Puede ser una solución o creés que puede redundar en un sistema más complejo que no toque el problema de origen?

Lo que uno ve con la idea de diluir el poder de Comodoro Py es lo que en Ciencia Política llamaríamos court-packing, que es un empaquetamiento de las cortes: como no puedo sacar estos doce apóstoles (nunca se removió ningún juez de Comodoro Py), entonces tengo que nombrar más jueces. Si el gobierno piensa que unificando el Fuero Penal Económico y el Criminal y Correccional, y trayendo jueces de CABA al fuero federal soluciona el problema, no queda claro… Digamos, qué datos, qué experiencias internacionales exitosas en países similares indican que eso efectivamente diluye el poder y que hace que tengamos jueces más idóneos… El problema es tener jueces idóneos. No está clara la lógica de fraccionamiento del Poder Judicial. Alberto Binder dice que esta creación masiva de secretarías, fiscalías y juzgados lo que hacen es multiplicar operadores judiciales a lo largo y ancho del país.

Roberto Gargarella dice algo similar. Sugiere que multiplicar el número de juzgados y fiscalías va a multiplicar el número de problemas ya existentes.

Sí porque además si el problema de Comodoro Py es que hay jueces corruptos, entonces arranquemos por las instituciones que tenemos, como el jurado de enjuiciamiento. Usemos los mecanismos que corresponden para removerlos. Si hay otros problemas, multiplicar el número de juzgados no soluciona los problemas, genera otros. Y otros muchos, porque estamos hablando de más de cuarenta juzgados nuevos.

La conformación del Consejo Consultivo que va a proponer modificaciones para la organización y el funcionamiento del Consejo de la Magistratura y la Corte Suprema pareció seguir un criterio unidisciplinario: está conformado por un cuerpo de 11 abogados y abogadas. ¿Qué pueden aportar otras disciplinas como la Ciencia Política a una reforma del Poder Judicial?

A mí me parece que hay muchos investigadores de la Ciencia Política que tienen muchas cosas para aportar, por haber estudiado reformas judiciales y constitucionales que consideran los intereses y los incentivos de los actores políticos. Yo entiendo que es una reforma judicial y necesitamos gente del Derecho, pero es una visión antigua pensar, en el 2020, que solo los abogados tienen algo que aportar sobre una reforma judicial tan sensible políticamente. Lo mismo vale para gente de otras disciplinas que pueden aportar mucho, como antropólogos, sociólogos del derecho, historiadores del derecho… Esas visiones me parece que están ausentes, no tienen micrófono.

Y también, nadie discute que necesitamos una reforma judicial, ¿pero solo penal? ¿Qué pasa en lo civil? En la Justicia Civil Federal hay muchos casos sobre acceso a la salud. Son cosas importantes. Y la Justicia Civil Federal se encuentra en un estado alarmante, pero como no hay un anuario de estadísticas del Poder Judicial, una no sabe. Nosotros nos encargamos de sistematizar algunos datos pero el dato no está fácil. La pregunta que tenemos que hacernos es qué dicen los datos y si eso se condice con las reformas que estamos haciendo. Y no se condicen. ¿Estoy diciendo que no hay que hacer la reforma? No, simplemente esta propuesta de reforma no se puede justificar con estos datos. No me gusta politizar en términos de política partidaria porque si no sale el ojo. El ojo central para mí es política pública basada en evidencia. Fin. Sea propuesta por quien sea. Porque las reformas pasadas no fueron basadas en evidencia y lo que una ve es un deterioro de la Justicia.

Si hablamos de una reforma del Poder Judicial, empoderemos a la oficina de estadística. Modernicemos la Justicia. El Poder Judicial Federal tuvo que declarar una semana de feria judicial porque se cae el software, que es muy básico además. Tal vez la reforma que el Gobierno quiere hacer es correcta y los datos que yo analizo son malos, pero son los únicos datos que hay. No sabemos qué datos utiliza el Gobierno para proponer 95 juzgados de primera instancia, 5 cámaras de apelaciones, en jurisdicciones donde no se necesitan. Uno cuando analiza la tasa de resolución de la circunscripción de Tucumán ve que la cantidad de casos que llegan a las cámaras de apelaciones, que se quieren desdoblar, son bajísimas. La tasa de resolución es de 1 año. Entonces, ¿necesitamos otra cámara de apelaciones ahí?

¿Y hay algo que veas que surge claramente como una necesidad? Es decir, después de haber estudiado el funcionamiento del Poder Judicial varios años, ¿ves algo que claramente haya que reformar?

Sí, para mí el Poder Judicial Federal está en una crisis informática, y es algo que reconoce el propio Poder Judicial y el Consejo de la Magistratura. Si estamos hablando de invertir, me parece que la reforma no podría perderse esta oportunidad de incorporar temas de modernización de la Justicia, que lo necesita. Pero bueno, la modernización de la Justicia termina generando mayor transparencia, y cuando tenés mayor transparencia hay mayor capacidad de rendición de cuentas. Si uno dice “transparentemos el Poder Judicial”, varios jueces te van a cerrar la puerta. Tiene un montón de efectos secundarios positivos. Si hubiese mayor digitalización uno encontraría cuellos de botella, cuáles son las secretarías más problemáticas, las que tienen mayores cargas de trabajo y que entonces necesitan más gente… Ese tipo de reformas me parecen básicas, que después te permiten escalar en otro tipo de reformas también.

También estamos en un momento de pandemia en el que está más difícil protestar y demás. Entonces, qué tan legítima es una reforma que sale en estas condiciones…

Te parece cuestionable la oportunidad.

Me parece que no va a tener mucha legitimidad y que va a quedar a mitad de camino, los jueces no van a querer hacerla, se van a oponer, van a declarar inconstitucionalidades… No es el momento deseable y hay otras necesidades más importantes hoy en día que la necesidad de la reforma de la Justicia Penal.

¿La ves como una reforma muy centrada en Comodoro Py?

Sí, y de repartir fuertemente puestos de poder en las provincias. Una no quiere pensar mal pero cuando observa los datos encuentra estas conexiones, que son difíciles de explicar porque no hay una justificación sólida por parte del Gobierno.

Ya hablaste algo sobre el tema antes: ¿hay algún diseño institucional concreto en cuanto al nombramiento de magistrados que haya probado tener efectos positivos en la independencia judicial en los estudios de instituciones comparadas?

Se supone que cuantos más actores de veto, mejor. Pero no un número de vetos suficientemente alto como para que se inmovilicen. Siempre es un equilibrio delicado. La competencia la queremos, queremos que haya muchos actores de veto, pero hay que ver cuán despartidizados están esos actores también. Bolivia es el único país del mundo en donde los jueces de la Corte Suprema y del Tribunal Constitucional son elegidos democráticamente. Eso, ¿nos garantiza que sean imparciales? No. Peor, digamos. Hacen campaña abiertamente. ¿Es una forma de transparentar el nexo entre política y Justicia? Sí. Pero, ¿genera el efecto deseado? No.

Sintetizando, dirías que no hay correspondencia entre la evidencia que se tiene sobre el funcionamiento del Poder Judicial y las modificaciones propuestas, y que falta mirada interdisciplinaria…

Sí, primero está la idea de cuáles son las necesidades. Y las necesidades las basamos en datos. Estamos hablando de una reforma sin saber las necesidades. Si vas a hacer una reforma para reformar Comodoro Py, entonces concentrate en CABA, no toques provincia. Entonces, no sabemos cuáles son las necesidades reales del Poder Judicial, y como no lo sabemos bien, es difícil saber si lo que está, sirve. Y tampoco tenemos otras voces. Creo que está este chip de “la Justicia para los abogados, la política para los politólogos y la arquitectura para los arquitectos”. Bueno, no, el mundo es interdisciplinario hoy en día.

*La entrevistada es politóloga, doctora en Ciencia Política (University of Pittsburgh, EEUU) y Posdoctorada en métodos cuantitativos (Universidad de Bergen, Noruega). Investiga temas de política judicial, instituciones políticas, transparencia y corrupción. Sus trabajos fueron publicados por el Banco Mundial, BID, Routldge, Cambridge University Press y revistas académicas internacionales especializadas en el área.

Cristopher Nolan: amado, odiado, respetado

Opinión | Por Ulises Lazarte*|

Aprovechando el estreno de Tenet, es un momento oportuno para hablar del cine que realiza Christopher Nolan. Me resulta interesante pensarlo desde una perspectiva crítica y, sobre todo, que sirva para exponer una mirada particular del cine. No soy quien ni jamás lo seré para criticar a un consagrado, pero creo que hay que entender de forma criteriosa cuál es realmente su cine.

 Hay un gran debate y posturas muy divididas en torno a la imagen de Christopher Nolan. El público popular lo considera un maestro, incluso una leyenda. Por otro lado, los críticos más duros y los historiadores de cine sostienen que sus películas son mediocres. A mí, particularmente, no me gusta el cine de Nolan, o mejor dicho, creo que su trabajo está lejos de lo que a mí me interpela con respecto al cine. A mi manera de ver, sus películas están muy alejadas de la representación del cine como  una herramienta sobre la exploración del mundo.

En primer lugar, se lo reivindica como un director moderno porque “rompe” con las estructuras clásicas a la hora de narrar. El cine moderno, no tiene que ver con la época actual, ni tampoco con realizar films teóricamente “diferentes”. Lo moderno tiene que ver con un sello autoral desde la puesta en escena y con una exploración social, política, filosófica y poética del mundo. Y por sobre todo, con la construcción de ambigüedad desde una postura sentimentalista y no desde aquello que genera confusión. Es cierto que Nolan trabaja algunos rasgos notorios en sus films, como las tramas complejas y la música del gran Hans Zimmer, pero desde la dirección y la puesta en escena, me cuesta ver un plano propiamente suyo. Es decir, no encuentro uno en el que pueda decir: “este es un plano de Christopher Nolan” o “esta película es de Christopher Nolan por este plano”. Tampoco puedo distinguirlos o identificarlos en otros de sus films. Algo que sí pasa, por ejemplo, con Quentin Tarantino: en sus películas hay planos distintivos de un estilo de dirección. Por eso mismo, considero que Nolan no es un director moderno: la puesta en escena y sus decisiones de dirección son clásicas (además de que realiza películas con enormes presupuestos y con grandes productoras). Quizás lo distintivo está en sus enredadas pero irritantes tramas.

Volviendo a la ambigüedad en el cine, Nolan la genera desde lo que no puede ser entendido, lo que está más allá de la capacidad de la mente de una persona. Eso, en definitiva, es justamente lo que el cine no debe representar. Es decir, el cine debe partirle el alma al espectador en función de las sensaciones, pero no partirle la cabeza desde el intelecto. Lamentablemente, he escuchado mucho decir: “no entendiste El origen porque hay que pensar” o “Interestelar está hecha para un público intelectual”. ¡Error! El cine no debe generar confusión en el espectador escarbando cruelmente  la psiquis: el cine debe llegar al alma, generando diversas sensaciones para que al final del film, el espectador pueda sentirse encontrado y no confundido con lo que experimentó. Lo intelectual en el cine no sirve, es basura. Realizar algo pretencioso que carece de sentido y que no se esfuerza por explicar, es casi faltarle el respeto al espectador. Un director debe narrar desde el sentimentalismo y no desde el intelecto, una película debe inquirir en el espectador y de algún modo, ingresar en su vida y de ser posible, cambiársela. A mí me parece muy triste pensar que por entender un film de Nolan, exista la potestad de creer haber visto una buena película.

Hace poco escuché al director en cuestión en una entrevista en la que hablaba de cuál era la finalidad de su cine: “El cine es entretenimiento, busco que el público se entretenga con mis películas”. Una frase que es casi un puñal para mí. El cine debe entretener, pero creo que eso también significa desaprovechar y no tomarse en serio una herramienta tan rica para narrar si solo se resume a entretener. Lo maravilloso del cine es que puede hacerse de innumerables formas, y creo que uno como cineasta debe utilizar las enormes ventajas que tiene por sobre otras artes para poder llevar a cabo un relato. Un director hace cine porque, de algún modo, le interesa cambiar la realidad y ofrecer su propia visión del mundo. Pero si a Nolan solo le interesa entretener, allá él.

Creo que sus mejores películas son las que, justamente, no tienen ese efecto “Nolan” para complejizar las tramas. De esta manera, ofrece una interesante visión de Batman en su trilogía (sobre todo en Batman inicia y el caballero de la noche)aunque,creo que falla en la caracterización de Bruce Wayne como personaje y se nota a leguas que no sabe filmar escenas de acción. De hecho, Batman casi no pelea y cuando lo hace usa solamente los codos (algo doloroso para los seguidores de los cómics). Efectivamente, los villanos que escribe son aún más interesantes que el propio Batman. Pero en fin, pienso que está muy bien lograda la atmósfera realista y sobre todo la humanización de los personajes.

Dunkirk me parece su mejor obra. Me parece que hay una puesta en escena en función de la narración y es interesante la ruptura temporal del relato. Una  ruptura temporal ya de por si manifiesta signos de complejidad, pero en Dunkirk, Nolan no juega a hacerse el intelectual incluyendo agujeros de gusano, física cuántica o un sueño dentro de otro sueño. Aquí, el guión es sencillo, logrado y la temporalidad, por más que esté quebrada, no es compleja de interpretar. De esa forma, el espectador puede atar cabos fácilmente. Pero lo más atrayente, es justamente la materialización de un sentimiento como tal: en Dunkirk hay más sentimentalismo que intelecto, y por eso es la mejor, porque justamente es la menos “Nolan” de sus películas. De hecho, fue la primera vez en ser nominado al premio Óscar como mejor director.

Sus otros films debo decir que me entretienen pero no me generan nada. Quizás hasta me produce cierto rencor el hecho de que complejicen tanto las cosas y que sus fans se crean intelectuales por entender algo que les da fatiga y temor ser explicado.

Creo que Christopher Nolan está a años luz de ser un maestro y sentarse en la misma mesa junto a otros enormes directores. Sus films son justamente lo que para mí, muchos críticos e historiadores, el cine no debe representar. Es decir, el cine sí debe representar y producir sentimientos y sensaciones, pero no intelectos. De todos modos, se ha ganado un lugar y el respeto no solo del público, sino también de sus colegas. Lo que más rescato de él es que siempre defendió el cine y que a pesar del contexto actual de pandemia y de tener la posibilidad de estrenar Tenet en plataformas streaming, decidió aguardar y estrenarla en las salas, y allí sí, estamos en el mismo barco.

*El autor es estudiante de Dirección Cinematográfica en la Universidad del Cine (FUC).