La cultura del aguante

Opinión |Por Milton Rivera|

En cuanto se confirmó la decisión del Gobierno nacional de avanzar sobre la coparticipación de CABA, Alberto Fernández dinamitó el último reducto de capital político que le quedaba para hacer frente a la heterogeneidad de su espacio. Socio minoritario como adelantaron muchos analistas, la participación del presidente en la coalición pierde cada vez más peso. En todo juego de poder, aquel que lo pierde se lo cede a otro. ¿Qué actor absorbe este porcentaje que se le escapa a Fernández? Inicialmente no parecían adquirirlo los gobernadores: ahora resulta que lo que pierde CABA será coparticipable con las demás provincias. A simple vista, Cristina Kirckner y Axel Kicillof emergen como los verdaderos ganadores de una situación que parecía complicarles la vida.

Sin olvidar el carácter unipersonal del Poder Ejecutivo, no hay que perder de vista que las decisiones (inducidas o no) las toma el presidente. Poco puede decirse de ellas dejando de lado las conjeturas habituales sobre el rol de la vicepresidenta. Pero lo cierto es que cada una de las determinaciones del último tiempo parecen ir en línea con el armado de poder que se juega en la provincia de Buenos Aires. Aquella arquitectura cuenta con cuatro personajes centrales que definirán sin duda el papel del oficialismo en las elecciones del año que viene: la propia Cristina, Kicillof, Berni y Máximo Kirchner.

Alberto Fernández fue elegido por Cristina como su compañero de fórmula para tender puentes con todos los espacios que la rechazaban. La relación con estos actores tuvo una intensidad desmedida en el período electoral, aflojó progresivamente desde el 10 de diciembre y hoy está seriamente deteriorada. A cada uno de estos jugadores les corresponde un episodio de desencuentro: al empresariado, la expropiación de Vicentín; a Clarín, el decreto que establece a Internet como servicio público; a Estados Unidos, la postulación de Béliz en el BID; al electorado de centro, la reforma judicial; a la clase media, el endurecimiento del cepo. En términos hegelianos, estas relaciones de poder que Fernández supo ir construyendo en sus días de operador tienen como síntesis el desencuentro en sus días de presidente.

Por eso podemos suponer que una de las características que faltaba estropear, con el proyecto que envió el Poder Ejecutivo para discutir el financiamiento de la Policía Federal, corrió la misma suerte que todas las demás. El mandatario ya no será el interlocutor del Gobierno con la oposición. La herida de muerte que supone este anuncio le saldrá caro en el largo plazo. No solo porque achica su capital como se dijo, sino porque además reúne a la oposición que parecía dirigirse irremediablemente a una disputa entre los moderados y los extremistas. Por primera vez, el espacio se abroquela detrás de Rodríguez Larreta, que implícitamente lanzó su candidatura nacional.

Foto: NA

De todas formas, desde el punto de vista estratégico parece una decisión razonable. La incapacidad del Gobierno para solucionar los problemas estructurales que arrastra el país, o lo mismo aquellos que surgieron con la pandemia, obligan a Fernández a traicionar su aparente vocación de unión. En campaña se presentaba como el candidato que venía a unir a los argentinos tras años de distanciamiento y rencores. Pero mientras el gabinete espera soluciones que (dicen) llegarán en algún momento, la grieta es la única salida. Es la cultura del aguante que hace unas semanas Guzmán denostó con tanta naturalidad. Sin ninguna credencial para mostrar, más que la resolución del default, el presidente apela a la base dura del kirchnerismo.

La grieta siempre puede ser una jugada arriesgada para la democracia. En medio de semejante despelote no sería bueno que una de las instituciones que todavía goza de prestigio en Argentina empiece a tambalear al punto de poner en duda a la clase política. Más aún si en el medio se desata un escándalo de tal bajeza en la Cámara de Diputados. Además, se confirmó un dato muy desalentador: la caída para el segundo trimestre del año fue peor a la del primer trimestre del 2001. Algunas élites sudamericanas se están cuestionando el orden político y son ellos los que marcan la agenda. El problema estará cuando las clases populares se sumen a ese cuestionamiento porque son esos sectores quienes marcan el pulso de la calle. ¿Tiene el presidente el poder para encauzar una crisis similar a la del 2001? Andrés Malamud dice que este Gobierno es una paradoja: “mucha gente pedía un Gobierno con honestidad radical y eficacia peronista, y hoy parece que llegó el resultado invertido”.

La decisión en sí misma es otro tema que vale la pena revisar. Argentina llegó al punto de justificar (y legitimar) una medida inconstitucional fundada en el argumento de que desplaza a otra del mismo tipo. Y la amenaza: si revisamos esta, revisemos también la anterior. Si bien es una jugada que establece ganadores y perdedores desde una perspectiva política, de forma inmediata también los hay desde el punto de vista económico. Abandonamos el mandato que había impuesto la Ley provisoria de coparticipación (aquel que establecía un plazo para elaborar una nueva Ley) como si fuera completamente normal que algunas provincias mendigaran recursos que por cuestiones objetivas les corresponden.

Independientemente de este caso, quitar recursos a los sectores más productivos del país para repartirlos en forma de subsidios ha tenido resultados precisamente no muy alentadores. Muchos dirigentes políticos se muestran preocupados por el destino de los fondos coparticipables. Pero no lo hacen con un criterio ideológico sino geográfico: la cuestión no es qué se hace con los recursos sino quiénes lo hacen. La inquietud que surgió en su momento entre los gobernadores peronistas que firmaron un documento en apoyo al presidente, ¿tendrá que ver con algún incumplimiento del ministro del interior? Todo parece indicar que sí, toda vez que la puja es por sostener una maquinaria política y electoral en aras del federalismo que la opulenta Buenos Aires busca evitar. Como sostiene Ramiro Albina, enfrentar porteños con bonaerenses es un tiro en el pie, teniendo en cuenta que son los dos actores más perjudicados del sistema actual. Argentina nunca tendrá verdadera vocación federal hasta que no se plantee seriamente, sin mezquindades ni oportunismos, el tema de la coparticipación. Es difícil recordar algún candidato a presidente con el tema en agenda por lo que el futuro no inspira demasiada confianza.

*El autor es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Católica Argentina (UCA)

Porteños y bonaerenses en el laberinto del federalismo

Opinión | Por Patricio Mendez

La decisión del presidente Alberto Fernández de destrabar el conflicto policial a través de la sustracción de un punto de coparticipación de la ciudad a la provincia abrió un fuerte debate en las redes sociales y los medios. Mientras que unos rechazaron la decisión arbitraria e inconsulta del gobierno, otros aprovecharon para recordar el aumento de la coparticipación que había establecido el gobierno anterior a través de un método igualmente inconsulto con el resto de las provincias. La legalidad de la medida va a ser definida por la Corte Suprema en un fallo tan distante como incierto. En esta nota me gustaría analizar tres puntos que fueron evidenciados por la decisión y que son problemas inherentes del federalismo argentino.

En primer lugar, la Provincia de Buenos Aires es la gran perdedora del sistema federal. Lo es en términos de coparticipación: la provincia genera 40% de la masa total, solamente se lleva 22%. Se trata de la jurisdicción con mayor cantidad de habitantes y con un alto índice de necesidades básicas insatisfechas en materias sociales como vivienda, agua potable, cloacas, salud y educación. Si los derechos tienen costos, como nos dicen Holmes y Sunstein, la falta de recursos deriva en una situación de graves y sistemáticas violaciones a los derechos humanos. No es justo condenar a los bonaerenses a esta situación de desamparo por el solo hecho de haber nacido en esa provincia.

Pero Buenos Aires es también la gran perdedora en términos de representación política. A pesar de representar alrededor del 38% de la población, solo representa el 27% de la cámara de diputados y el 4% del Senado. Esto no solo genera problemas a la luz del ideal democrático de “una persona un voto” sino que genera efectos prácticos sobre cómo se recauda y como se distribuyen los recursos en nuestro país. Argentina tiene el sistema representativo más distorsionado de todos los países federales, según los expertos en la materia. La subrepresentación de las provincias grandes y la sobrerrepresentación de las pequeñas genera un sesgo favorable a estas últimas en detrimento de las necesidades e intereses de la mayoría. La cantidad de recursos que reciben los fueguinos o los santiagueños en desmedro de los bonaerenses es un resultado directo del sistema representativo.

Si esta situación nos parece problemática, es natural que nos parezca necesario cambiarla. Sin embargo, el régimen de coparticipación es prácticamente inmodificable. La sanción de una nueva ley de coparticipación no solo requiere mayorías absolutas de los miembros totales de las dos cámaras (que ya cuentan con una distorsión representativa a favor de las provincias más pequeñas) sino que requiere de la ratificación de todas las provincias. Se trata de una regla tan injusta como impracticable. Lo que a simple luz parece una oda a los consensos en realidad implica la “tiranía del disidente”. Si la regla es la unanimidad, la consecuencia es que una solo de las provincias tiene poder de veto sobre cualquier reforma. El método elegido para sancionar la nueva ley de coparticipación genera incentivos concretos para que las provincias beneficiadas por el actual sistema no cooperen y rechacen toda reforma, más allá de la injusticia manifiesta del sistema.

Esta situación se agrava a los ojos de las personas preocupadas por la situación actual. Si uno analiza los datos de los recursos otorgados a las provincias, puede notar que la mayor cantidad de dinero es otorgado a las provincias con peores estándares de protección de derechos y de menor calidad democrática. Y en este caso, el federalismo argentino también se aparta de lo que hacen la gran mayoría de los países de este tipo. Mientras que es una práctica normal atar desembolsos de dineros federales al alcance de ciertos objetivos de política pública y de progresiva expansión de los derechos, nuestro sistema no cuenta con mecanismos federales de rendición de cuentas y monitoreo de los recursos y las obras a realizar. Lo que termina sucediendo es que a pesar de que en teoría la mayor asignación de recursos a las provincias más desaventajadas se hace en términos de justicia distributiva, la realidad es que no tenemos mecanismos para verificar que efectivamente eso redunda en mejor calidad de servicios públicos para los más desfavorecidos de esas provincias.

Esta situación, sin embargo, no avala la decisión del gobierno de sustraerle los recursos a la Ciudad de Buenos Aires. Durante los últimos 10 años, la Ciudad asumió la responsabilidad de manejar dos servicios esenciales, como lo son la red de subterráneo y la policía local. En estos días se está discutiendo, asimismo, la transferencia de delitos y juzgados penales nacionales al ámbito de la Ciudad. Estas atribuciones son servicios costosos y, por mandato constitucional, debe ir de la mano de la transferencia de los recursos. No hacerlo así implica un virtual ajuste sobre las arcas públicas de la Ciudad, generando efectos regresivos en los sectores más desaventajados.

Podemos notar que algunos aspectos del arreglo federal argentino chocan con nuestras intuiciones de justicia y, en especial, generan efectos nocivos sobre las personas postergadas de nuestro país. La decisión de ayer provoca una pelea absurda entre las clases medias y pobres de las dos jurisdicciones. No hay que caer en esa tentación. Tampoco es útil entrar en un conflicto con las provincias más pobres de nuestro país. En un país con las desigualdades económicas y territoriales que tenemos, la recaudación y el gasto tienen que tener un fin redistributivo. Sin embargo, para que esas exacciones a favor de ciertas provincias nos parezcan justas, tenemos que repensar los mecanismos de rendición de cuentas atados a la expansión de derechos y del estado de derecho. A largo plazo también nos invita a discutir la salud del federalismo. Si esta forma de gobierno genera desigualdades políticas y económicas, pero hace imposible el cambio y la transformación del status quo, es necesario que repensemos su funcionamiento y sus características.

*El autor es abogado y docente (UBA) y LL.M en Derechos Económicos, Sociales y Culturales (University of Essex)

La revancha de los runners

Opinión | Por Emiliano Vitaliani* |

 

El jueves 25 de junio el presidente Alberto Fernández, acompañado por el gobernador de la Provincia de Buenos Aires y el Jefe de Gobierno porteño, anunció una nueva extensión de la cuarentena. En esta nueva etapa se restringieron algunas de las actividades que habían sido previamente habilitadas, entre ellas el running y los paseos en bicicleta o a pie entre las siete de la tarde y las ocho de la mañana. De esta forma, reapareció una discusión que ya se había dado en los primeros días de cuarentena (éramos tan jóvenes). ¿Puede el Estado prohibirnos salir a correr?

Probablemente la mejor argumentación en defensa de las restricciones para los runners sea la que brindó Natalia Volosin en Infobae. Su nota contaba con dos argumentos centrales. El primero era que en democracia los individuos tenemos buenas razones para aceptar la autoridad de las decisiones gubernamentales en tanto ellas son producto de un proceso deliberativo en el que todas las voces pudieron expresarse. El segundo, que el running aumentaba los contagios, dañando así (al menos potencialmente) a otras personas. Por lo tanto, el running no solo dañaría a otras personas, lo que habilita al Estado a establecer restricciones razonables, sino que afectaría particularmente al derecho que más vulnerable aparece en este contexto: la salud. En este sentido cabe recordar que los estudios en ese momento nos decían que la actividad física aumentaba el riesgo de contagio, por lo que el running parecía especialmente peligroso.

Sin embargo, algunas cosas cambiaron desde el 12 de abril, cuando esta nota fue publicada. En primer lugar, parecería que el debate del que surgen las medidas del gobierno no es tan amplio y público como nos exige un compromiso con una concepción robusta de la democracia. Desde entonces, la Corte Suprema le dijo al Senado que podía sesionar virtualmente y la Cámara de Diputados lo hizo sin preguntarle a nadie. Es decir que contamos ahora con un espacio institucional preparado para la discusión y donde es posible escuchar una mayor cantidad de voces, es decir, mejorar la calidad deliberativa.

Las decisiones, sin embargo, siguen tomándose en una habitación cerrada para después ser comunicadas. Todos sabemos que las medidas para el AMBA son tomadas por Horacio Rodríguez Larreta, Axel Kicillof y Alberto Fernández con sus equipos. Esto tiene al menos dos problemas en términos democráticos. El primero de ellos es que, al darse la discusión en un ámbito cerrado, quienes defienden ciertas posiciones no se ven obligados a justificarlas frente a toda la ciudadanía de forma que sean potencialmente aceptables por todos. Cuando adscribimos a una concepción deliberativa de la democracia nos preocupa no solo que las decisiones sean producto de una discusión sino también que esa discusión sea pública, de modo que todos podamos evaluar las razones que justifican las decisiones finalmente adoptadas.

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Por otro lado, debido a la decisión de seguir tomando las medidas en un ámbito cerrado, aquellos que pueden traer nuevos argumentos y propuestas a la mesa son muy pocos. Si creemos que lo que justifica la autoridad de las decisiones es que ellas son producto de un proceso deliberativo en el que se puedan escuchar las voces de todos los potencialmente afectados, discutir y decidir entre tres gobernantes en una habitación a la que el gran público no tiene acceso parece particularmente poco apropiado. En realidad, uno podría decir que es exactamente lo contrario a lo que esta teoría nos demanda. La deliberación que precede a las decisiones dista de ser pública e inclusiva, por lo que su confiabilidad epistémica decrece.

 


«Cuando adscribimos a una concepción deliberativa de la democracia nos preocupa no solo que las decisiones sean producto de una discusión sino también que esa discusión sea pública»


 

En segundo lugar, no solo la situación de nuestras instituciones cambió, sino también los datos sobre el contagio producido por los runners. Diferentes estudios muestran que el contagio al aire libre es muy bajo y tanto Fernán Quirós como Carla Vizzotti y Ginés González García afirmaron que no hay evidencia que muestre que el running sea una fuente de contagio. Por el contrario, el ministro de Salud de la Nación afirmó que los contagios no eran la razón de la nueva restricción al running, sino que su preocupación era gestual y que “no es bueno ver una vida de ese tipo”.

Recordemos que uno de los argumentos sobre los que se sostenía la prohibición sobre los runners era que la actividad física era especialmente contagiosa. Sin embargo, la evidencia parece ahora decirnos otra cosa. Tanto los científicos como los funcionarios políticos acuerdan ahora en que el riesgo de contagio del running es muy bajo. Como alguna vez dijo Keynes (o al menos eso dicen): “When the facts change, I change my mind – what do you do, sir?”

La justificación que nos queda en pie es la del ministro González García. ¿Realmente es malo ver una vida de este tipo? ¿Hay un problema de imagen cuando vemos a la gente correr por la plaza? La respuesta es que simplemente no importa. Uno de los grandes logros de la tradición liberal es haber encontrado un principio que establece límites al poder del Estado: el principio de daño. Según el principio de daño el Estado solo puede regular las acciones u omisiones de las personas cuando ellas dañan sustancialmente a otras, es decir cuando el libre desarrollo de nuestra vida afecta de forma sustancial el libre desarrollo de la vida de otro.

Por lo tanto, no es función del Estado determinar qué vidas es bueno ver y qué vidas no. La respuesta no es que la vida runner sí merece ser vista, sino que esta no es una pregunta que le quepa hacer al Estado, sino que cada uno de nosotros, en tanto somos el mejor juez de nuestros propios intereses, podemos desarrollar nuestra vida libremente sin que el Estado priorice un plan de vida sobre otro.

 


«Según el principio de daño el Estado solo puede regular las acciones u omisiones de las personas cuando ellas dañan sustancialmente a otras, es decir cuando el libre desarrollo de nuestra vida afecta de forma sustancial el libre desarrollo de la vida de otro»


 

Incluso aceptando el argumento según el cual no es bueno ver a gente corriendo en la plaza y eso es suficiente para justificar la prohibición de la actividad, resulta interesante destacar la situación de las actividades distintas del running que fueron prohibidas con la última extensión de la cuarentena. Como dijimos, el ida y vuelta con los runners incluyó también a los ciclistas y a aquellos que querían dar un paseo nocturno. Sin embargo, ellos pasaron sorprendentemente desapercibidos en el debate público. Ninguna de estas dos actividades fue objeto del mismo nivel de discusión que suscitó el running ni mereció por parte de las autoridades ninguna justificación en su restricción. Los (pobres) argumentos refirieron simplemente a aquellas personas que decidieron salir a correr cuando fue posible.

Es llamativo, por lo tanto, que estas actividades hayan sido prohibidas, dado que ni siquiera pasan el test de Ginés. Realmente nadie estaba viendo a quienes salían a caminar, no era una vida observada y no fue objeto de la discusión pública ni de la crítica que sí sufrieron los runners.

Por último, quisiera contar un secreto muy bien guardado en estos días: existen otros derechos además de la salud. Al justificar las nuevas restricciones, Rodríguez Larreta afirmó que si bien el riesgo de contagio era muy bajo, algún riesgo es mayor que ninguno y por lo tanto debían restringir las salidas habilitadas. Sin embargo, este nivel de prioridad para la salud parece no tomarse en serio que lo que está en juego cuando se restringen las salidas nocturnas también son derechos constitucionales y merecen ser seriamente considerados.

Imaginemos la siguiente situación. El nivel de circulación del virus ha bajado muchísimo, ahora es muy poco contagioso y si el gobierno nos permite retornar a nuestras vidas un grupo se contagiará. Solamente un grupo muy reducido de personas. En este caso, ¿pensaríamos que se justifican las fuertes restricciones impuestas actualmente? Seguramente no.

Esta respuesta viene dada por el hecho de que a la hora de tomar decisiones de política pública debemos ponderar en qué medida se restringe un derecho a los fines de garantizar otro. Por lo tanto, el derecho a la salud no tiene una prioridad tal que su defensa justifique cualquier afectación a otros derechos de igual jerarquía

Afirmar que si se permite el running habrá algún contagiado no es suficiente. Lo que el Estado debe mostrar es que el nivel de contagio sería tan alto que justificaría una severa restricción sobre la autonomía personal y la libertad ambulatoria. Sin embargo, ninguno de estos argumentos apareció en la justificación de las nuevas restricciones ensayadas por los gobiernos de la Ciudad y de la Nación.

En conclusión, sobran las razones para sostener que las nuevas restricciones sobre runners, ciclistas y gente que quiere dar un paseo no están debidamente justificadas. La excepcionalidad de la situación no es una buena excusa para abandonar la discusión pública ni los derechos que tanto nos costó conseguir.

 

*El autor es estudiante de Derecho y de Ciencia Política en la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA)

Una nueva etapa donde la certeza es la incertidumbre

Opinión | Por Tomás Allan y Ramiro Albina |

 

El 27 de octubre ocurrió algo que la mayoría de las encuestadoras y analistas pronosticaban: Alberto Fernández ganó las elecciones presidenciales y lo hizo en primera vuelta. Pero también sucedió algo que pocos esperaban: la diferencia entre los candidatos se redujo notablemente en comparación con las PASO (una reducción cercana al 50%). 

El resultado final y la trayectoria de los candidatos entre las PASO y las generales obligaron a repensar algunas conclusiones prematuras. En primer lugar porque el equilibrio de poder será distinto al que podría haberse esperado luego de las primarias. Juntos por el Cambio obtuvo más diputados y senadores de lo esperado, lo que dará como resultado una conformación legislativa donde será necesaria una mayor negociación. A esto se suma la eventual participación de Mauricio Macri en la competencia por el liderazgo de la oposición, cuando aquel lejano 32% y una diferencia de 15 puntos parecían dejarlo fuera del juego. 

Existen además desafíos y preocupaciones en el frente externo (vencimientos de deuda el próximo año; exigencias del FMI) y en el interno (recesión económica, inflación y demandas variadas al interior de la coalición gobernante). Sobre estos puntos consultamos a tres politólogos: Andrés Malamud, investigador en la Universidad de Lisboa; Victoria Murillo, profesora en la Universidad de Columbia y Santiago Leiras, profesor en la carrera de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires.

Cuando les preguntamos sobre los desafíos del próximo gobierno y el margen de maniobra para afrontarlos, los tres analistas coinciden en que los principales desafíos en materia económica y financiera serán la reestructuración de la deuda externa, la inflación y la recesión. “El margen de maniobra es muy estrecho: debe evitar el default, que se espiralice la inflación, que la provincia de Buenos Aires no pueda pagar los sueldos y que la protesta le tome la calle”, señala Malamud. 

A esta situación, Leiras añade que los desafíos deberán ser encarados “en un contexto internacional poco favorable, caracterizado por amenazas de diverso signo como la recesión mundial, la guerra comercial, el resurgimiento del proteccionismo y el fin del ciclo de las supercommodities”. El gobierno de Alberto Fernández se encontrará también con diferentes demandas en el frente interno: “Las demandas son urgentes y crecen de manera exponencial, no así los ingresos requeridos para su atención en el marco de un prolongado proceso de estancamiento primero y recesión a partir del 2018”, señala. 

En el delicado equilibrio que el próximo gobierno deberá forjar, Murillo sostiene que Alberto Fernández estará tensionado entre las demandas internas por salir de la recesión y las externas por pagar la deuda heredada. «Dado el peso de las demandas internas sobre su supervivencia política, me inclino a pensar que le dará prioridad a estas mismas que ya de por sí son complicadas porque la situación fiscal obligará a definir ganadores y perdedores que forman parte de su coalición política”, dice Victoria.

 


Leiras: «El principal desafío del presidente electo será administrar el sistema de contrapesos que caracteriza al Frente de Todos»


 

Les preguntamos también sobre las posibilidades y dificultades de que el Frente de Todos exceda lo meramente electoral para convertirse efectivamente en una coalición de gobierno, y sobre los desafíos al interior del espacio.

Alberto Fernández deberá lograr establecer un equilibrio dentro de la heterogénea coalición del Frente de Todos. Tendrá que financiar al mismo tiempo a los gobernadores, a los sindicatos y a las organizaciones sociales. La frágil situación de la Provincia de Buenos Aires, donde convergen esos tres actores, es clave”, señala Malamud. “El Frente de Todos es esencialmente el peronismo. El presidente deberá administrar sus distintas facciones como se hace con cualquier partido, pero con menos plata”, concluye.

En esa misma línea, Leiras plantea que “respecto al plano político, el principal desafío del presidente electo será administrar el sistema de contrapesos que caracteriza al Frente de Todos (Cristina, La Cámpora, Massa, los intendentes del conurbano, los gobernadores, las organizaciones del mundo de trabajo)”, y plantea el interrogante: “¿Estamos frente a un conflicto en puerta o nos encontramos frente a una acuerdo no escrito de división del trabajo al interior del FDT?”. “Cabe destacar que el FDT nace como una coalición electoral conformada por las diferentes expresiones de aquello que se denomina el peronismo, cuya fragmentación hizo posible el triunfo de (ex) Cambiemos en los comicios de 2015 y 2017 y la unidad el triunfo en el año 2019”, cierra.

Murillo señala que el peso del kirchnerismo y del peronismo tradicional en el nuevo gobierno se verán con mayor claridad después de diciembre, pero la existencia de dos polos no es un secreto. «El peronismo del conurbano y los movimientos sociales pueden entrar en tensión con el peronismo de los sindicatos y los gobernadores provinciales.” Sin embargo, no podemos aún ser categóricos sobre el resultado de ese equilibrio. “Las tensiones al interior del peronismo por su carácter sociológico pueden hacer más difícil la toma de decisiones, pero también pueden ayudar a mantener a los jugadores en la mesa en lugar de patear el tablero”, añade.

El resultado de este equilibrio inestable estará atravesado por el éxito o no de la gestión del nuevo gobierno. “De fracasar, el presidente electo será debidamente acompañado hasta la puerta del cementerio por los integrantes del Frente de Todos”, anticipa Leiras.

El futuro del espacio opositor

En referencia a las posibilidades de institucionalización de Juntos por el Cambio, Malamud aclara: “Ya existe, son los dos interbloques en el Congreso; las internas o rupturas se darán al interior de cada partido”. Leiras, por su parte, sostiene que Cambiemos “ha funcionado como una coalición de gobierno ad hoc sobre la base del gobierno de un partido de origen vecinal al frente del Ejecutivo (PRO) y una alianza parlamentaria que tuvo expresión en un espacio conformado por los bloques de los tres socios de la coalición electoral (PRO, UCR, CC)”. Y agrega: “El desafío principal en la oposición a partir del 10 de diciembre próximo está en redefinir metas políticas, establecer reglas más claras para la canalización de los conflictos al interior de la coalición y para la selección de sus futuros liderazgos que sean aceptadas por los miembros de la coalición y definir una nueva metodología para la adopción de las decisiones políticas».

Murillo pone el foco en otro punto: la disputa que se juega entre sectores más radicalizados en su antiperonismo y aquellos más moderados y negociadores. Esta resolución, dice, es importante a los fines de la gobernabilidad, dado que el Frente de Todos, en principio, no tendría mayoría propia en ambas cámaras. “El riesgo es que un voto del 40% que pareciera impermeable a la crisis económica pueda generar incentivos para una oposición polarizada de los sectores más radicales. Dicha polarización puede influir en la interna del peronismo y puede generar inmovilismo legislativo, lo que sería muy grave frente a la crisis actual”.

 


Malamud: «En el presidencialismo no existe la figura de líder de la oposición»


 

Por último, se ha hablado mucho estas últimas semanas sobre la disputa que podría abrirse al interior de Juntos por el Cambio por el liderazgo del espacio, con nombres en danza que surgen casi por decantación: Macri, Vidal y Horacio Rodríguez Larreta. Si luego de las PASO, con una diferencia de 15 puntos, el tiempo de Macri parecía haberse agotado, el sprint final con movilizaciones masivas y el recorte de casi el 50% de la diferencia entre los candidatos parece haberlo puesto de nuevo en el ring. Aún así, el presidente es el primero en buscar una reelección sin éxito desde que existe esa posibilidad; sin llegar siquiera al balotaje. Pareciera que su supervivencia tiene más que ver con tendencias (de -15 en las PASO a -8 en las generales), expectativas (encuestas que pronosticaban 20 de diferencia) y demostraciones de fuerza (30 marchas en 30 días). 

Sin embargo, Malamud es terminante: “En el presidencialismo no existe la figura de líder de la oposición”. Lo que sugiere que surge ad hoc para la contienda electoral próxima. Mientras que para Leiras, la definición de un nuevo liderazgo de la coalición opositora dependerá de una condición previa: la reconfiguración interna del espacio que mencionábamos más arriba. 

Independientemente de los desafíos internos que deben afrontar las coaliciones que dominan la política argentina en la actualidad, el país enfrenta notorias dificultades estructurales en materia económica que el próximo gobierno deberá intentar resolver con estrechos márgenes de maniobra. Habrá que esperar para ver si el temor a la profundización de la crisis cohesiona o si la escasez de recursos divide. 

 

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Vamos a volver (al «bipartidismo»)

En las elecciones de octubre se presentaron otras particularidades que dispararon debates acerca del futuro del sistema de partidos. El Frente de Todos y Juntos por el Cambio se llevaron más del 85% de los votos, aplastando las expectativas de terceras fuerzas de constituirse como una «ancha avenida del medio». Muchos leyeron esto como una vuelta al bipartidismo perdido en aquella crisis del 2001. O mejor dicho: como un sistema bipolar que vuelve renovado en forma de coaliciones o frentes.

Consultamos a los analistas para entender estos hechos en perspectiva histórica y las respuestas variaron, aunque con algunos puntos en común.

“La democracia cumple el próximo 10 de diciembre 36 años de vigencia, habiendo sorteado con éxito cuatro sublevaciones militares entre 1987 y 1990, una catástrofe económica (hiperinflación de 1989/1990) y una catástrofe de índole social (crisis 2001/2002)”, dice Leiras. “En este contexto el hecho de haber celebrado la novena elección presidencial desde 1983 adquiere una dimensión que debe ser debidamente valorada, aún cuando nos encontremos con una democracia que debe enfrentar diversas materias pendientes (calidad institucional; rol de las fuerzas de seguridad; definición de una estrategia de desarrollo; pobreza; corrupción sistémica; etcétera), resultado de sus propias ‘promesas incumplidas’”, sigue. Y concluye: “Todavía hoy en la Argentina, parafraseando a Raúl Alfonsín, con la democracia no se come, ni se cura, ni se educa”.

Por su parte, Murillo nos dice que “se cerró la crisis política abierta en 2001, que había fragmentado tanto al PJ como al no-peronismo (ambos presentaron 3 candidaturas en 2003), dándoles tal vez un nuevo cariz e incluso una nueva sociología”. Las coaliciones electorales se han estabilizado, sostiene, “y se reconocen tanto en el peronismo-antiperonismo que emergió hace más de medio siglo, como en el más reciente que refiere al ‘que se vayan todos’ y a su reemplazo por lo que pareció una nueva era de hegemonía kirchnerista en el contexto de un boom de materias primas”. Mientras tanto, para Malamud es la ratificación del espacio político existente desde 1946, con un campo peronista y otro no-peronista que no dejan lugar para terceras fuerzas. 

Ante la pregunta sobre qué factores estructuran y diferencian a estas dos grandes coaliciones, Santiago Leiras sostuvo que estamos en presencia de una sociedad dividida en torno de dos ejes principales: uno territorial y otro ideológico. “En el plano territorial Juntos por el Cambio se posiciona con ventaja electoral en la zona central del país, moderna y agroindustrial, mientras que el Frente de Todos adquiere ventaja decisiva en regiones de actividad extractiva y de alta dependencia del empleo público (Norte y Noreste del país, zona patagónica) y en la provincia de Buenos Aires de manera particular en la 3.ª sección electoral, donde la diferencia a favor del Frente de Todos se tornó decisiva para definir el resultado electoral”.

mapa elecciones

En cuanto al aspecto ideológico, dice: “El eje ideológico puede ser definido en torno de dos grandes tradiciones políticas: por un lado, la tradición política republicana-liberal; por otro, la tradición nacional-popular. Sobre la base de esta división es que podemos ubicar a las dos grandes coaliciones o bloques electorales (Juntos por el Cambio y el Frente de Todos, respectivamente), más allá de la existencia de una división progresismo/tradicionalismo que se superpone con la diferencia entre ambas tradiciones político-culturales”.

Para Victoria Murillo, el domingo se demostró que dos coaliciones bien definidas, sociológica y geográficamente, dominan la política electoral argentina. “El voto por clase social y por geografía divide al peronismo del no-peronismo. El nuevo peronismo está anclado en un conurbano que ya no es industrial sino piquetero. Y el nuevo no-peronismo está firmemente enraizado en la pampa gringa y en las urbes más vinculadas a la economía global por producción o educación”.

 


Murillo: «Se cerró la crisis política abierta en 2001, que había fragmentado tanto al PJ como al no-peronismo»


 

Por último les preguntamos si consideran que el sistema político tiende hacia una lógica bicoalicional. “Una lógica bifrentista”, aclara Malamud. Y sigue: “En Argentina no hay coaliciones post-electorales, como en los parlamentarismos europeos o el presidencialismo brasileño, sino preelectorales: al ciudadano se le presentan dos opciones precocinadas que funcionan como los partidos estadounidenses, con alas y facciones, pero con más disciplina”

Santiago Leiras, por su parte, sostiene que sobre esa estructuración bidimensional de la sociedad y la política argentina (por territorio e ideología) es que el sistema de partidos puede tender a organizarse y tener expresión a través de una estructura bipolar de coaliciones, bloques o espacios, más que de partidos.

En cambio, Victoria Murillo abre un interrogante: “El electorado ya hizo una opción por dos polos políticos, que han sido históricos en Argentina. La pregunta es si los dirigentes entenderán la política desde esas dos coaliciones electorales o se dividirán por diferentes concepciones de poder y de gobierno dentro de cada coalición”. Sigue: “La oportunidad está para construir una opción bipolar alrededor de estas dos coaliciones; hay que ver si las tensiones internas dentro de cada una lo permiten, especialmente porque a diferencia del pasado no hay liderazgos hegemónicos en ninguna de la dos”. Y cierra: “En ambas las dos facciones (radicalizados y moderados) están en tensión pero no hay una que hasta ahora haya subordinado a la otra y ambas se necesitan para garantizar su caudal electoral”.

 

 

 

M. Rodríguez: “Alberto está imaginando un peronismo para la Argentina, no una Argentina para el peronismo”

Entrevista a Martín Rodríguez, coautor de La grieta desnuda

Entrevista a Martín Rodríguez* | Por Tomás Allan |

 

Hay un palabra que se ha adueñado de los análisis políticos en la Argentina de los últimos 10 años. Presente tanto en las plumas politológicas como en los almuerzos con Mirtha, en las cenas familiares como en los periódicos internacionales que pretendían entender «desde afuera» a un país aparentemente excepcional, «la grieta» se convirtió en el concepto estrella.

Pero, ¿qué es la grieta? «Es tanto la estrategia electoral del macrismo, que encontró en ella la forma de ganar elecciones y gobernar desde una minoría, como el signo de una época: la etapa del poscrecimiento y la estanflación, de la eterna repetición de los mismos problemas, las mismas discusiones», escriben Martín Rodríguez y Pablo Touzón en su libro La grieta desnuda (Capital Intelectual, 2019)Lo interesante es que Pablo y Martín se proponen explicarla sin caer en la crítica banal, vacía, llena de lugares comunes y frases hechas, propia de aquellos que reclaman amor y paz mientras se benefician con ella. Porque el nacimiento de la grieta no es el nacimiento de la polarización y las diferencias políticas, y su final tampoco lo es: es el final de algo que sirve para ganar pero no para gobernar (bien); que sirve para construir minorías pero no para transformar.

Entrevistamos a Martín para hablar de ello y algo más, porque hoy, luego de las PASO, hay algo más que grieta: hay síntesis. Hay síntesis en un peronismo que tomó nota y volvió a ganar una elección después de varias derrotas consecutivas. Hay síntesis en las figuras de Lammens y Alberto Fernández. Y de repente aquello que parecía una estrategia ineficaz para gobernar, también parece serlo para ganar. La grieta quedó desnuda.

Aprovechamos para conversar con Martín e intentar capturar algunas imágenes de la coyuntura política argentina. Sobre el peronismo y sus versiones; sobre el macrismo y su época; sobre grietas y síntesis. Y sobre los reflejos igualitarios que persisten en la democracia de la desigualdad. De todo eso hablamos con Martín Rodríguez.

¿Cuándo nace la grieta? ¿Cambiemos es un elemento constitutivo de ella o lo precede?

Primero: la grieta hoy no asusta a nadie. Vengo de una familia que nació puteándose por política. Eso de que me dejé de hablar con gente por política es un cuento chino. Boludos hay en todas las trincheras. E hijos de puta ni te cuento. La Argentina vivió la guerra contra el radicalismo, contra el peronismo, guerra de guerrillas, terrorismo de Estado, Malvinas, dos atentados, sublevaciones militares, hiperinflación. Como decían Los Redondos: “somos hijos de multivioladores muertos”. Así que la grieta tal como es descripta y mecanizada estos últimos años por los medios y la mayoría de la clase política es una etapa, un “clima de época”, y un modo panelista de organizar la política que siempre estuvo marcada por el conflicto y la polarización. Lo estuvo y lo estará. Lo importante es lo que pasa en la Argentina de la fractura social, que muchas veces se oculta en el mismo teatro político. En tal caso prefiero una grieta de temas y no una grieta como tema. Y claro que lo que conocemos bajo ese nombre específico nace en 2008, con el conflicto con el campo, y por supuesto que tiene una ilación histórica, porque nunca falta el bello militante de 88 años que te dice “la grieta empezó en 1810”. Sí, sí, y aún así… Pero aquel otoño de 2008 fue un momento serio. Veámoslo así: siete años después de que la sociedad metropolitana se movilizara en bloque contra la clase política (y De la Rúa se fuera dejando un tendal de muertos) se produce el conflicto de dos plazas enfrentadas en torno a una “política fiscal” (la 125). Del Que se vayan todos a Que se vaya el Estado de mi vida, dijo una multitud. Y vaya si no dimos un salto de calidad, aunque ahora lo quieran reducir a un “error técnico” de Lousteau, acusación insostenible desde el punto de vista político.

¿Y qué modificaciones producen esos hechos del 2008?

El kirchnerismo termina de tomar forma en ese 2008 porque nace el antikirchnerismo, y de hecho si ves el mapa del conflicto, es casi un mapa de la coalición electoral de Cambiemos, que se cocinó a fuego lento hasta 2015. Estuvimos en esas plazas, como un militante más defensor de aquel gobierno, y era palpable el odio anti kirchnerista. Cuando ese chacarero levantó el cartel de “Yegua Montonera” parió una época. La violencia verbal fue partera de esa historia. El gobierno de (Néstor) Kirchner había sido fuerte, con mucha autoridad política. Se hablaba durante ese gobierno del “riesgo de la hegemonía”, y era un mestizaje que había hecho convivir lo nuevo y lo viejo virtuosamente. Kirchner había tenido habilidad para combinar cosas, me acuerdo de una foto: Manolo Quindimil con Hebe de Bonafini en un mismo acto, y de algún modo la fórmula Cristina-Cobos era la versión más refinada de esa suerte de sinergia institucionalista que la 125 hizo volar por el aire.

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¿Por qué deciden abordar la grieta críticamente en el libro? Muchos eligen reivindicarla para marcar una distinción clara con respecto a ciertas ideas o fuerzas políticas (incluso a veces superponiéndola a la lucha de clases).

Primero, en términos resultadistas, ¿a quién le sirvió? Si la analizamos por los resultados vemos que para el propio kirchnerismo fue la llave del fracaso, porque perdió las elecciones del 2009, luego obtuvo el 54% excepcional de Cristina, y después fueron todas derrotas consecutivas: 2013, 2015 y 2017. Dicho rápido: escribimos con mi amigo Pablo Touzon un libro contra lo que el macrismo quiso convertir en “sistema”. A la vez, en el proceso de esa “radicalización” kirchnerista se dio el alejamiento de muchos sectores del peronismo: uno de los mentores del kirchnerismo originario (el propio Alberto Fernández) y políticos como Felipe Solá en 2008, la salida de Sergio Massa y Moyano en 2012 y la relación tensa con los gobernadores, de la cual es expresión la candidatura de Scioli en 2015. Digamos que el kirchnerismo se había dado un límite electoral y conceptual. Por eso muchos sentimos que la decisión de Cristina de consolidar la unidad en base al enroque en la fórmula desbloqueó la energía política que estaba bloqueada. Autocrítica en acto que dejó en offside a los Jaimitos del Pro, porque ella sí anotó que dos años atrás perdió con Esteban Bullrich. Yo creo que ni la corrida cambiaria les dolió lo que les dolió esa corrida electoral. Y además sabiendo que Alberto es Alberto, que de Chirolita no tiene nada. De hecho hizo las cosas de un modo correcto: caminó la campaña a partir del exacto lugar donde termina el kirchnerismo. Es decir: Córdoba, los gobernadores, las clases medias bajas, la reconstrucción de relaciones con Felipe, el Evita, Massa, Bossio, Randazzo, Donda, los guiños a Lavagna. Y apoyó a Lammens que rompió la inercia derrotista en la ciudad. Y mantuvo una prédica explícita contra la grieta, visitando incluso los estudios de TN, donde el chisporroteo con Morales Solá no fue por el lado Magnetto de la vida sino por la ignorancia del periodista en materia económica. La campaña de Alberto (y en esto también la excelente campaña de Axel) no se regodeó conceptualmente con el conflicto en sí, porque sabe que los conflictos reales no nacen de las asambleas de teóricos si no que vienen por añadidura. Hizo una campaña de acumulación política, no de moderación, de cara a lo que viene: la renegociación de la deuda con el FMI. Sacó del rincón al peronismo. Un peronismo arrinconado seguramente por errores propios también, pero que parecía demasiado a la defensiva.

 


«La decisión de Cristina de consolidar la unidad en base al enroque en la fórmula desbloqueó la energía política que estaba bloqueada»


 

¿Puede verse a la grieta como causa del estancamiento económico actual?

No. Me parece que ya tironear tanto del hilo de la “grieta” puede llevar a no tener explicaciones exhaustivas sobre temas más concretos. Es decir, el estancamiento económico de la Argentina tiene que ver con un problema histórico que es la restricción externa. Y el problema del dólar es variado: no es solo que es la mercancía más deseada por los argentinos, sino que no podemos equilibrar un tipo de cambio entre el tironeo exportador y nuestra masa salarial que compone un mercado interno para el que también vive una enorme parte de la economía. Sobreabundar en que las claves de la organización política que rodean a la grieta explican la causa del estancamiento es excesivo. Porque además la grieta no es sinónimo de polarización. Hoy la política está aún más polarizada electoralmente, sin “terceras fuerzas” ni “avenidas del medio”. Se reconstruyó una unidad verosímil, de diversidad real y con discusiones más despojadas de la rivalidad tóxica personal. Y a favor de eso muchos discutimos estos años.

¿Y como consecuencia de los problemas económicos?

Y diría que la forma en la cual vemos las costuras de la grieta lo vimos más con el macrismo; con el uso político del macrismo, que es algo que se fue detectando en el transcurso del gobierno, un gobierno que no tiene un “proyecto de mayorías” sino el ensayo de una fórmula de gobernabilidad. El gobierno macrista, como dice Pablo, no inventó la desigualdad pero es una consecuencia de ella. Cuando se entendió que la llamada grieta era la única fórmula política de Cambiemos. Ellos llamaron “gradualismo” a la primera etapa pero luego tuvieron que hacer el ajuste, y entonces quedó más en evidencia en ese retiro del mar, cuando la cosa en 2018 empezó a complicarse, que la grieta era un recurso electoral para Cambiemos, que era quien lo había usufructuado con eficacia siempre. Funcionarios amarillos que decían “estoy trabajando para la candidatura de Cristina”. Y se volvió evidente. Y frente a esa evidencia quedó claro que significaba un modo de vivir la crisis pero no de solucionarla. Un modo de patear la pelota para adelante. “Que nos vote la minoría a la que beneficiamos y que en pos del espanto que genera el fantasma de Cristina nos voten los restantes”, los “ni-ni”, como los llamó Marcos Peña. Busquen las declaraciones de Alejandro Rozitchner, de Peña y otros, y van a leer ahí esa argumentación explícita.

¿Lavagna destrabó ese empate? ¿Alberto Fernández es la construcción de un Lavagna “por adentro”?

Lavagna tuvo la generosidad de darles a los demás lo que no se dio a sí mismo. Claro que es un hombre valioso de la política. Fue protagonista de la salida de la crisis de la convertibilidad, del pos neoliberalismo, junto con Duhalde y después Kirchner. Representó una etapa muy buena y muy virtuosa. No generó un mensaje hacia la sociedad -de hecho nunca despegó en las encuestas- pero sí hacia la política. Mucha gente de la política sintió cómo que se desperezaba la política con su candidatura. Me animaría a pensar (no por una cuestión de información) que sin su candidatura y el pequeño sismo que originó, no hubiera habido el movimiento que hubo en relación a Alberto. Creo que él decididamente quería ser una tercera posición y que no quiso de verdad arrimarse a ningún sector de los otros dos polos.

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Metámonos en Cambiemos. En el lenguaje del Gobierno hay ciertas palabras que aparecen con mucha frecuencia: “normalidad”, “modernización”, “integración”… ¿Qué significación adquieren en el imaginario macrista?

Me parece que el lenguaje de Cambiemos es un lenguaje confuso. En algunos casos retoma hilos que ya estaban instalados: la modernización del Estado, por ejemplo. Porque también hubo modernización del Estado durante el menemismo y el kirchnerismo. Y lo mismo con la idea de normalidad: los excepcionales momentos de equilibrio entre una macroeconomía estable y acceso al consumo fueron logrados durante gobiernos peronistas, aunque incubaran una bomba, como en los 90.

¿El Gobierno supo representar esa tendencia de las clases medias a “tercerizar la vida”, como mencionan en el libro? ¿Qué idea de libertad se expresa ahí?

Y… si vos le preguntás a cualquier argentino medio “qué es progresar” vas a encontrarte esas respuestas. En general las personas asumen como desafío propio lograr ese estatus de progreso. Forma parte del proceso de individuación. Falló el proceso de privatización del Estado pero no el deseo de privatizar tu vida: poder pasarte a una prepaga… Me parece que bajo esos estándares mucha gente vincula su idea de progreso.

¿Qué quiere decir que Cambiemos logró vencer al aparato peronista pero no al “peronismo social”?

En el libro señalamos la diferencia entre un peronismo institucional y un peronismo social. Ahí planteamos, por ejemplo, que la década del ’60 es una de las mejores décadas argentinas en términos de distribución del ingreso, participación de ingresos en las ganancias… A la vez el peronismo estaba proscripto y era innombrado, no estaba vinculada la izquierda al peronismo. El peronismo era los camellos del Corán. El año de la 125 hice una encuesta entre tacheros, cada vez que me tomaba un taxi y el tipo tenía más de 60 años le preguntaba cuál había sido “la mejor época”. Claro, lo había sido también en el mundo. Pero la mayoría me dijo: “con Onganía”. No extrañaban un gobierno, extrañaban una época. Pero una cosa es el destino del peronismo institucional, del partido, y otra el del peronismo social. Es demagógico o de golpe bajo citarlo pero uno diría que un país donde las empleadas domésticas hacen una rebelión, cortan el acceso al barrio, reclaman viajar dignamente, son atendidas y encuentran una respuesta a su acción colectiva porque se abre el barrio para que circule un colectivo de línea es un país donde en ausencia de otro nombre a eso se le puede seguir llamando peronismo, aunque no se haga en su nombre. Como dijo Ernesto Semán: el país de la acción colectiva que logra resultados.

 


«Falló el proceso de privatización del Estado pero no el deseo de privatizar tu vida»


 

El acuerdo entre los dirigentes peronistas, que se da bajo la figura de Alberto, ¿unió “por arriba” a un electorado peronista que estaba dividido? ¿O “abajo” la cosa ya había empezado a unirse y los dirigentes se limitaron a expresar eso que empezaba a tomar forma de demanda?

Las dos cosas al mismo tiempo. Cito al gran politólogo Rodrigo Zarazaga: “El problema del peronismo no se reduce a que el partido esté dividido: sus bases tradicionales lo están y forman dos mundos aparte. El taxista que despotrica contra el piquete que le impide circular y el desempleado en el piquete no son fácilmente asimilables en la misma expresión política, aunque ambos se digan peronistas.” Es una percepción de algo que probablemente la crisis barrió. Diríamos que el tachero y el piquetero vuelven a votar lo mismo.

¿Qué versión del peronismo imaginás con Alberto Fernández, si finalmente vence? ¿Habría riesgo de tensiones fuertes teniendo en cuenta la diversidad de actores y sectores que componen el frente?

Alberto es un político que reúne dos condiciones: sensatez y sobriedad. Me parece que Alberto no está enamorado del peronismo como si fuera un recién llegado, un converso, que todos los días tiene que reafirmar su identidad, está, en todo caso, enganchado con una idea de Argentina, que no es lo mismo. Decíamos con Pablo Touzon, está imaginando un peronismo para la Argentina y no una Argentina para el peronismo. Más que la identidad “albertista”, de un algo que aún siquiera empezó, el compromiso que viene es construir un nuevo clima político. El riesgo será conjugar todas las expectativas que despertó y todas las razones que dio. Pero presumir cómo puede ser un gobierno a futuro es imposible. El macrismo proyectó un mundo que no era y una economía que no era. Se supone que ellos venían de la economía y venían del mundo y le pifiaron. La Argentina ahora parece que buscó en un político clásico y en un partido que tiene setenta años el camino. Algo no tan a la moda de este mundo de olas, outsiders y cisnes negros.

 

*El entrevistado es fundador y codirector de la Revista Panamá. Escribió La grieta desnuda (Capital Intelectual, 2019), en coautoría con Pablo Touzón.

*Foto de portada: Fabrizio Coprez / Revista Ruda

De periodismo, campañas y líneas discursivas

Algunos apuntes sobre la comunicación política y el periodismo en tiempos de campaña electoral

Opinión | Por Milton Rivera*|

 

Como casi siempre en campaña, el periodismo recupera la centralidad que en tiempos normales a veces parece despreciar. En años electorales cualquier despabilado tiene la facilidad cierta de desanudar las confusiones que presentan los matices del oficio. Esto sirve, esto no, esto aporta, esto perjudica: esto es periodismo, esto es una forma engañosa de presentarlo como tal. Lejos de merecer un análisis sombrío, creo que en cierta medida guarda un carácter ordenador y permite ver los destellos de claridad que surgen dentro de la locura que representa la dinámica electoral. Desde esta revista va un tímido intento por aportar a ello.

De aquí la importancia de analizar los discursos de las dos fuerzas políticas más competitivas. Desde Juntos por el Cambio se habla de la elección más importante desde la vuelta de la democracia. Se apela al voto útil pero desde un punto de vista trágico, casi apocalíptico. Es racional, dice Andrés Malamud: el votante de Cambiemos es menos intenso y puede decidir quedarse en casa. Pero si algo se reconoce de este tiempo, es el fortalecimiento de las vías institucionales y la democracia, al punto que Macri terminará su Gobierno a pesar de no tener credenciales peronistas. Un intento parecido parece haber surgido desde la Provincia cuando Vidal se sinceró ante empresarios al reconocer que pierde por dos puntos en las PASO (puede ser pensado como un tirón de oreja para que la gente vaya a votar).

La coordinación de Peña está debidamente aceitada y hasta parece apostar a nuevos recursos desde su laboratorio digital. Si bien en este momento da la sensación de que la fuerza opositora logró recuperar la agenda de discusión desde la economía, (hoy) marginales concejales pinamarenses se empeñan en alcanzarle soluciones rápidas al equipo de Duran Barba. Dejar hablar para el revival del pavor venezolano, la persecución y el totalitarismo que dieron resultados en 2017. Si la discusión vuelve a encauzarse hacia el punto débil (flaquísimo) que tiene el Gobierno, el equipo para enfrentar tamaño desafío ya fue elegido: parece ir con la delantera Lousteau-Lacunza (a la que ocasional y paradójicamente puede sumarse Guillermo Nielsen).

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FOTO: Télam

Las avivadas de Pichetto son vistas puertas adentro como el condimento peronista que faltaba para estos tiempos de transveralidad federalista del movimiento que “no lo contuvo”. Entonces por un lado vemos una insistencia para exagerar la importancia de esta elección, y un esperar y ver qué pasa: apostar a los errores no forzados y la desorganización del adversario; y por ultimo, en caso de no llevar las riendas de la agenda pública, atender las discusiones de manera ordenada y con voceros cuidadosamente seleccionados. Los chispazos del candidato a vice son un detalle que puede sumar.

Del otro lado la cosa viene más complicada, como era de esperar. El peronismo se reconstruye siempre sobre la marcha y no se asienta definitivamente sobre un nuevo liderazgo hasta tanto no gane otra elección. El Frente de Todos se conforma por fuerzas que hasta hace poco tenían diferencias de concepto muy grandes y algunas con liderazgos propios. No está claro quien conduce la campaña y cuáles son sus líneas discursivas. Todos los actores luchan por llevar el foco de discusión hacia un mismo puerto, que es la economía, pero no lo hacen de forma coordinada sino mas bien con cruzadas individuales. A veces Cristina dice algo que Alberto se ve forzado a matizar con su carácter presuntamente moderador. Queda a las claras que al candidato a presidente se lo expone mucho y se lo carga de cosas. Se lo puede ver arbitrando una disputa dentro de su espacio, actuando como jefe de campaña de su propia candidatura, o como moderador de los impulsos agresivos de algunos compañeros, aunque nadie modere los suyos. “A Alberto no se lo cuida”, se quejan desde el Instituto Patria. 

 


«En el Frente Todos, todos los actores luchan por llevar el foco de discusión hacia un mismo puerto, que es la economía, pero no lo hacen de forma coordinada sino mas bien con cruzadas individuales»


 

Es cierto que si los diarios de mayor tirada titularan con declaraciones desafortunadas de algunas figuras cercanas al Gobierno la cosa estaría más pareja (porque exabruptos sobran aquí y allá). Pero en primer lugar, si bien Aníbal Fernandez es un político marginado sin ninguna incidencia en la toma de decisiones del espacio, hasta hace poco encabezaba la lista como candidato a Gobernador de Buenos Aires. Aníbal es el último episodio de una serie de errores e infortunios que, sumado a la capacidad del Gobierno para ganar elecciones que se le presentan casi imposibles de movida, pueden reordenar el mapa electoral si no se corrige de inmediato el caos desde este lado.

Como no se terminar una nota sin el final circular tan trillado, volvamos a la función a la cual nos gustaría aportar desde este lugar. El periodismo podría funcionar como ese equipo ofensivo, que propone y que va al ataque desde que suena el silbato. Que intenta desactivar las estrategias de los amarretes, que no quieren jugar: un periodismo bielsista. Entre tanto arte de conducir elecciones, las propuestas serias brillan por su ausencia y se cae en simplismos y retóricas inútiles. Hay temas urgentes que requieren explicaciones, inventiva, sensatez e ideas sólidas y elaboradas. Eso esperamos desde acá, arrinconar al que está enfrente y forzarlo a salir jugando con categoría y personalidad, como necesita este país. 

 

*El autor es estudiante de Ciencia Política en la Universidad Católica Argentina (UCA) y editor en Segunda Vuelta Revista.

Tiempos de moderación: cinco preguntas sobre el escenario político

Opinión | Por Tomás Allan |

 

Vivimos tiempos agitados para la política argentina. Más de un mes antes del cierre de listas del 22 de junio, Cristina Fernández anunció su decisión de correrse del centro de la escena para dejar a Alberto Fernández como candidato presidencial y acompañarlo desde la vicepresidencia. Rápidamente, más de una decena de gobernadores peronistas se alinearon con la novedosa fórmula, expresándole públicamente su apoyo. Luego, tres semanas más tarde, Mauricio Macri sorprendió a todos al ofrecerle la candidatura a vicepresidente a Miguel Pichetto, (ahora ex) jefe del bloque justicialista en el Senado de la Nación.

Numerosos análisis se han hecho hasta el momento sobre estas decisiones, intentando interpretar los gestos de los dos principales líderes políticos del país y tratando de decodificar cómo quedaba planteado el tablero político de cara a las primarias de agosto, las elecciones generales de octubre y un eventual ballotage en noviembre. Cristina Fernández tomó la iniciativa aquel 18 de mayo y produjo una serie de reacciones no solo en los sujetos destinatarios directos de su mensaje (¿el resto del peronismo?) sino también en otros actores políticos a quienes no fue dirigido pero que obviamente tienen interés en sus movimientos. De este modo, se produjeron varias decisiones en cadena que terminaron por reconfigurar el tablero político.

Para responder a la pregunta mayor (cómo quedó efectivamente configurado el escenario) podemos recorrer cuatro interrogantes que la preceden: a quiénes le hablaron Cristina Fernández y Mauricio Macri al desginar a Alberto Fernández como candidato a presidente y a Miguel Pichetto como candidato a vice; qué mensaje querían enviar; qué efectos produjeron en sus destinatarios y qué efectos produjeron en otros actores políticos.

Del Albertazo al rosquero superpoderoso

Mucho se ha dicho ya sobre la decisión de postular a Alberto Fernández como candidato a presidente, con una conclusión que destacó con claridad en la mayoría de los análisis: la búsqueda de moderación. La decisión de optar por una figura que se fue del gobierno kirchnerista en su momento de radicalización (post pelea con el campo), que criticó con dureza la forma de la ex mandataria de conducir los asuntos públicos en sus últimos años de gobierno y que parece tener (o poder tener) buen diálogo con sectores de poder en aparente tensión con el kirchnerismo (Clarín, “el campo”, el empresariado, el FMI), fue leído como una indudable muestra de moderación que permitiría ampliar el espacio de cara al cierre de listas y ofrecería la posibilidad de llevar a cabo algunos acuerdos en caso de llegar al gobierno para de esa manera garantizar gobernabilidad en una etapa que será complicada desde el punto de vista económico, gane quien gane. La decisión de colocar al ex Jefe de Gabinete también podría mantener el piso de votos de la ex mandataria y perforar su techo, clave para un eventual ballotage.

Si los destinatarios principales del mensaje cristinista fueron los gobernadores y el resto del peronismo, este parece haber tenido relativo éxito si atendemos a los rápidos alineamientos que se produjeron luego del anuncio, incluido el de Sergio Massa, aunque con algunas idas y vueltas previas.

Pasaron algunas pocas semanas hasta la siguiente movida política de trascendencia. La decisión de incluir a Miguel Pichetto en la fórmula presidencial oficialista sorprendió a propios y extraños: llegaba un peronista de pura cepa a ocupar nada menos que el puesto de candidato a vicepresidente de la fuerza política que hegemoniza el espacio no-peronista del sistema político. Nuevamente, los análisis comenzaron y varios merodearon la tesis del fin de la grieta o, al menos, de su conmoción: si la decisión de ubicar a Alberto Fernández como candidato a presidente del espacio kirchnerista era el principio del fin de la grieta, la decisión de que Miguel Pichetto secundara a Mauricio Macri en la fórmula presidencial era el acto que lo consumaba.

Aunque otras lecturas sugieren que esta está más viva que nunca: ambas decisiones consolidan la grieta pero la moderan (giro al centro) o bien la ratifican ampliando sus respectivos espacios pero sin moderarse (los dirigentes que escapaban a su lógica van hacia los polos pero no los polos hacia ellos –como una especie de imán). Cualquiera de estas presupone vocación de amplitud y un reconocimiento tácito de que para poder ganar las elecciones y, sobre todo, para gobernar luego de ello en una situación económica delicada, se necesitará salir del empate de minorías intensas y posiciones defensivas para lograr acuerdos amplios que garanticen la tan mentada gobernabilidad.

Como sea, algo cambió. Las veredas se ensancharon; los desplazamientos de ciertos actores que hasta ahora habitaban el centro de forma dispersa ampliaron los sectores enfrentados. Massa y varios gobernadores para un lado; Lousteau (que desde 2015 pareció estar con un pie adentro y otro afuera de Cambiemos) y Pichetto para el otro. Si tomamos la teoría del giro al centro de las dos fuerzas principales de la política argentina ello redundaría en un esquema de fuerzas centrípetas: ambas compiten por el centro. La grieta ya no centrifuga sino que aprieta, y los polos están más cerca que antes, dice Andrés Malamud. Sin embargo, ni bien Pichetto salió a la cancha a hacer declaraciones públicas, muchos comenzaron a poner en duda esta tesis: ¿de qué giro al centro hablamos si el flamante candidato comienza a tratar a sus adversarios de comunistas, vocifera contra la flexibilidad en la llegada de inmigrantes y propone rediscutir el rol de las Fuerzas Armadas para que puedan intervenir en tareas de seguridad interior?

Dice Ignacio Ramírez: “Lo de Pichetto fue un giro al centro en términos políticos, pero fue una bolsonarización en términos ideológicos”. El Pichettazo difuminó (¿diluyó?) la línea divisoria entre el espacio peronista y el no-peronista e implicó la cooptación de uno de los principales actores del peronismo no-kirchnerista, nucleado en torno a Alternativa Federal, hasta ese momento renuente a plegarse a cualquier polo de la grieta. Pero, en efecto, su discurso en temas de seguridad e inmigración y sus referencias elogiosas a figuras como Matteo Salvini o Jair Bolsonaro dan pie a la tesis de la radicalización cambiemista, que fue ganando terreno con el cierre de listas y los acercamientos a figuras como Amalia Granata y Alberto Asseff, probablemente algo obligados por la candidatura de José Luis Espert y Ricardo Gómez Centurión. Hasta estas elecciones, el Gobierno no tenía amenazas concretas por derecha. Sus candidaturas lo obligaron a moverse para neutralizar o al menos atenuar esa fuga de votos.

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Entonces, ¿a quién le habló Macri con la designación de Pichetto? En los primeros análisis primó la idea del mercado como “sujeto” destinatario, que aparentemente habría reaccionado positivamente a la postulación del rionegrino. Esta alegría subrepticia obedecería a que su figura encarnaría una suerte de garantía de gobernabilidad para el segundo mandato macrista, por su aptitudes negociadoras y su estrecha relación con varios sectores del peronismo (especialmente los gobernadores), lo cual permitiría conseguir los votos suficientes para aprobar algunas reformas que el gobierno considera necesarias. Sin embargo, esta teoría deja algunas dudas: Pichetto garantizó la gobernabilidad durante el primer mandato macrista desde su posición de jefe de bloque del justicialismo, ¿pero puede garantizarla desde las filas del oficialismo? Por otro lado, no termina de entenderse el porqué de la alegría de los mercados por lo que pudiera pasar en un eventual segundo mandato macrista si la candidatura de Pichetto no aporta votos propios para cumplir una condición anterior, a la cual ese segundo mandato se encuentra obviamente sujeto: ganar las elecciones.

En fin: tesis verosímiles pero con cierta dosis de sobreestimación de las aptitudes negociadoras de Pichetto y de sobreinterpretación de los cálculos del Mercado, ese “sujeto” que solo puede hablar lo que los analistas políticos le hagan decir.

Como fuere, desde esta perspectiva la ecuación del Gobierno es que el rionegrino tranquiliza a los mercados, lo cual significa dólar calmo y, por tanto, se evita la fuga de votos potenciales que se produce ante cada subida de la moneda norteamericana. Carlos Pagni dice que la imagen de Macri está indexada al dólar: cuando este sube, aquella cae; cuando este baja, aquella sube. La paz cambiaria de acá a las elecciones garantizaría la victoria oficialista. Visto así, su figura no sumaría votos propios pero evitaría indirectamente su fuga. La conclusión es verosímil, lo que se pone en duda es la veracidad de la premisas.

 


«Las veredas se ensancharon; los desplazamientos de ciertos actores que hasta ahora habitaban el centro de forma dispersa ampliaron los sectores enfrentados»


 

Finalmente, se ha dicho que su incorporación podría cobijar al votante peronista de derecha, algo también verosímil, aunque cuesta imaginar que estos votantes fuesen renuentes a optar por Cambiemos antes del anuncio de la fórmula, mientras que la fórmula Lavagna-Urtubey ofrece un resguardo para el electorado peronista descontento con el Gobierno y el kirchnerismo.

En el medio, Lavagna y Urtubey unieron fuerzas. Por lo general, la teoría de la ampliación de veredas que angostan y presionan la avenida del medio supone que la tercera vía saldría inevitablemente perjudicada. Sin embargo pueden introducirse algunos matices. Hasta acá, esa ampliación del polo oficialista y del polo opositor-kirchnerista se dio a nivel dirigentes. Sin embargo el desplazamiento de ciertos actores del centro hacia los polos no necesariamente conlleva un movimiento sustantivo de los votantes en el mismo sentido. Si bien el estrechamiento del centro podría perjudicar a Roberto Lavagna, la reducción de la oferta en una zona que pasó a ocupar en solitario podría beneficiarlo si el electorado se mantiene escéptico a los movimientos de Sergio Massa y Miguel Pichetto. Hay que ver si, en efecto, ese movimiento de nombres va acompañado de una moderación en los discursos, y observar el comportamiento del electorado indeciso y su resistencia a moverse al compás de esos movimientos. De este modo, su aventura probablemente dependa (al menos en parte) de la (in)elasticidad de la demanda antigrieta con respecto a las variaciones que se produjeron en la oferta.

Por otro lado, quizá la función de Lavagna vaya mucho más allá de un buen pasar electoral: «La figura de Lavagna destrabó la política», escribe Martín Rodríguez. Su aparición como posible candidato allá por enero de este año, con un potencial electoral creciente en las encuestas, en las que aparecía venciendo tanto a Macri como a Cristina en un eventual ballotage -aunque con dificultades para llegar a él- y atrayendo votantes de ambos bandos, puede que haya contribuido de una forma al menos considerable a moderar la polarización.

Peronismo «todo a lo largo»

El cierre de listas y los desplazamientos que se dieron en la previa exigen un análisis sobre cómo se ha (re)configurado el escenario político. En este sentido, puede ser interesante detenerse en la lectura que los propios actores hacen sobre el tema, dado que la batalla electoral pasa en buena parte por los términos en que ella se enuncia “desde adentro”. La pregunta que subyace es: ¿qué es lo que hay en juego en estas elecciones? Si para el Gobierno estos comicios plantean una disputa entre demócratas liberales republicanos versus populistas autoritarios, para la principal fuerza opositora se enfrenta el campo popular versus el neoliberalismo rampante. Mientras que para el lavagnismo estamos ante el enfrentamiento del fracaso del pasado y el fracaso del presente, solo superables con una alternativa que escape a la grieta.

Unos harán eje en la cuestión moral e institucional mientras que otros harán hincapié en la agenda socioeconómica, que parece ser el flanco débil del oficialismo. Veremos qué interpretación logra imponerse en esta disputa (¿superestructural?) sobre lo que se juega en estas elecciones.

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Por otro lado, “desde afuera” han surgido algunas interpretaciones diferentes más allá de la reproducción de esas mismas lecturas. Si en Argentina siempre ha sido algo impreciso el esquema izquierda-derecha para interpretar la realidad política, las apariciones de Alberto Fernández primero y de Miguel Pichetto después habilitarían un análisis de ese tipo. La candidatura vicepresidencial de este último difumina el clivaje peronismo-no peronismo y da mayor nitidez a este esquema clásico en el que tendríamos dos grandes coaliciones -una en la centroderecha y otra en la centroizquierda-, que entre ambas se llevarían más del 70% de los votos; un centro “flaco” apoyado en la figura de Roberto Lavagna, que aspira a superar los 10 puntos en las generales, y alternativas minoritarias desbordando este esquema por izquierda (FITU) y por derecha (Espert y Gómez Centurión), que se calcula no superarán el 5% cada una.

Por su parte, si bien el Gobierno siempre eligió el confrontamiento directo con el kirchnerismo (y particularmente con la figura de Cristina Kirchner), el discurso de los “70 años de decadencia” (que implícita o explícitamente hace referencia al peronismo) y su intención de distinguirse claramente de “la vieja política” le han permitido presentarse como la fuerza no-peronista por excelencia, nucleando al antiperonismo más duro. Con la designación de un peronista de pura cepa y rosquero de la primera hora en la fórmula presidencial, esa línea divisoria pierde nitidez.

El Gobierno pudo jugar a distinguirse tan nítidamente del peronismo como un todo en tanto y en cuanto este estuviera, en los hechos, dividido (en tanto no fuera un “todo” real y actual sino ficticio e histórico). Cuando el peronismo amagó a unirse bajo la figura de Alberto Fernández, Cambiemos decidió flexibilizar uno de sus componentes identitarios y volver a focalizar a su adversario en un círculo más pequeño, que representa solo una versión particular de aquel: el kirchnerismo. El cambio ya no es respecto de “70 años de atajos y avivadas” sino respecto del proceso de 12 años kirchneristas. Se corre la frontera política. Digamos que para el Gobierno lo que está en juego en estas elecciones es la integridad de las instituciones republicanas, y eso no distingue entre peronistas y no-peronistas sino entre kirchneristas y no-kirchneristas. Esto implica reducir el espacio opositor y permitirse ampliar el propio.

 


«El Gobierno pudo jugar a distinguirse tan nítidamente del peronismo como un todo en tanto y en cuanto este estuviera, en los hechos, dividido»


 

Lo cierto es que, a pesar de las advertencias de que podría producir la fuga del núcleo de votantes antiperonistas, esto no parece representar una amenaza concreta si tenemos en cuenta que ninguna de las fuerzas realmente competitivas quedó exenta de peronismo, por lo cual parece difícil que emigren a otros pagos.

Por último, la formación de un espacio progresista no-kirchnerista parece que tendrá que esperar. El progresismo depositaba en la figura de Lavagna la esperanza de la construcción de una alternativa progresista de escala nacional, pero una serie de eventos desafortunados hicieron caer esas expectativas. La decisión de incluir a Juan Manuel Urtubey como candidato a vicepresidente, la derrota electoral del socialismo en Santa Fe (que perdió la gobernación a manos de un peronismo unificado hacia la derecha, liderado por Omar Perotti) y la conformación de listas en las que primó la estructura del sindicalista Luis Barrionuevo y otros sectores del peronismo bonaerense por sobre las estructuras partidarias del GEN y del Partido Socialista terminaron por opacar esa tonalidad progresista que se esperaba darle a esta construcción a nivel nacional. De todas maneras, puede significar una buena oportunidad para conquistar algunas bancas legislativas.

En suma, ambos gestos giraron en torno al cargo de vicepresidente; ambos han tenido efectos en lo inmediato y podrán tener otros de mediano y largo plazo que habrá que esperar para verificar; ambos mostraron apertura en sus respectivos espacios. No obstante, no está tan claro que esa potencia simbólica de las movidas que incluyeron a Miguel Pichetto y Alberto Fernández hayan tenido un correlato material en el armado de listas, en donde los sectores que podían ampliar los respectivos espacios no han tenido el lugar que se esperaba. Aquel 18 de marzo Cristina tomó la inciativa, Macri respondió y el resto de los actores se incorporaron al juego. El tablero político comenzó a reconfigurarse y el cierre de listas nos dio algunas certezas, pero la incertidumbre primará de cara a las PASO, en una competencia que se avizora reñida. Las fichas se van acomodando pero falta un largo trecho aún por recorrer.

 

*El autor es estudiante de Derecho (UNLP), editor en Segunda Vuelta Revista y colaborador en La Vanguardia Digital.

El artículo fue originalmente publicado en La Vanguardia Digital con el título «PASO a paso: el escenario político de cara a las elecciones de agosto» y sufrió algunas modificaciones para la presente republicación.

 

 

F. Suárez: «Los actores parecen haber perdido radicalización»

Entrevista a Fernando Manuel Suárez* | Por Tomás Allan |

 

El sábado 18 de mayo Cristina Fernández anunció su decisión de correrse del centro de la escena para dejar a Alberto Fernández como candidato presidencial de su espacio y acompañarlo desde la vicepresidencia. La ex mandataria retomó la iniciativa política y obligó al resto de los actores a moverse. La respuesta del presidente Macri llegó algunas semanas más tarde, con la decisión de incorporar a Miguel Pichetto, ex jefe del bloque justicialista en el Senado de la Nación, a la fórmula presidencial que competirá en las elecciones por el espacio oficialista.

Ambas decisiones deben leerse en espejo, nos dice Fernando Manuel Suárez, profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata y mágister en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata. ¿Qué mensajes quisieron enviar los principales líderes políticos del país? ¿Cómo quedó planteado el escenario luego del cierre de listas? ¿Qué criterios pueden ordenar la competencia electoral de este año? Sobre estos temas charlamos con Fernando, que aprovecha también para explayarse sobre la situación de la tercera vía y el tan divulgado concepto de la grieta. 

 

Ya con las listas de candidatos cerradas, ¿cómo puede leerse la decisión de Cristina Fernández de designar a Alberto Fernández como candidato a presidente?

Las interpretaciones han sido muchas. Está claro que la decisión de Cristina apuntó en dos sentidos. Por un lado a descomprimir el efecto que provocaba la presencia de su figura, sobre todo en el voto negativo. Al correrse al segundo lugar de la fórmula no diluye su potencial electoral pero sí intenta atenuar parcialmente el efecto por la negativa que generaba en el potencial electorado de Cambiemos (hoy Juntos por el Cambio). Y después también está orientada a terminar de acercar a sectores del peronismo, que si bien estaban dando algunas señales, esperaban un gesto para dar el paso a la unidad. Sergio Massa, la figura más visible quizá, pero también varios gobernadores, intendentes… que tenían visiones críticas sobre el kirchnerismo. Y este cambio de orden en la fórmula y la inclusión de una figura como la de Alberto Fernández, que supo ser opositor al kirchnerismo en el último tiempo, le dio aire al frente y logró integrar a estos actores que se mantenían todavía distantes o que incluso evaluaban alguna tercera vía.

¿Y la decisión de Mauricio Macri de que sea Miguel Pichetto quien lo acompañe en la fórmula?

La respuesta de Macri fue un poco en espejo, con la idea de aligerar los rasgos más sectarios que había tomado Cambiemos. Un Cambiemos muy hegemonizado por el Pro y sobre todo controlado por Marcos Peña, donde tanto el radicalismo como los sectores más políticos (Monzó, Frigerio…) habían perdido participación. Pichetto es una figura que viene del peronismo, que estuvo en el kirchnerismo pero siempre mantuvo algún grado de autonomía. Algunos lo ven como una forma de incorporar a una figura que de alguna manera radicaliza el discurso de una derecha más conservadora, que Pichetto lo encarna bastante bien y ha enfatizado ese rasgo en sus intervenciones públicas. También esperaban que a través de él se sumaran algunos actores. En eso quizá el Gobierno ha sido menos exitoso de lo que creían pero ha habido algunas incorporaciones, como el caso de Alberto Assef que sirvió para debilitar o dejar fuera de carrera a una de las opciones minoritarias que le sacaba votos a Cambiemos, que en un escenario de paridad o de polarización pueden terminar siendo muy relevantes, más en una elección de tres vueltas como es hoy en Argentina. Es una lectura doble: se aligera la radicalización del discurso pero se consolida la polarización. La polarización es un atributo del sistema; la radicalización es un atributo de los actores, algo que señala acertadamente Andrés Malamud. Los actores parecen haber perdido radicalización. Se sale de una etapa más defensiva de la polarización para ir a una más ofensiva, yendo a capturar algunas figuras y a través de ellos, –esperan- votos. Y también ganar tiempo en el efecto polarizador que siempre produce el ballotage, es decir acelerar ese proceso en desmedro de las otras alternativas políticas.

 


«Se sale de una etapa más defensiva de la polarización para ir a una más ofensiva»


 

¿Tuvieron los efectos que se esperaban? ¿Qué efectos tuvieron sobre otros actores políticos?

Fue muy efectiva la estrategia de Alberto Fernández en tanto permitió la incorporación de los actores que mencionamos. Todavía no me queda claro que eso tenga una repercusión electoral. Es muy difícil de medir su candidatura porque el electorado kirchnerista va a seguir referenciado en la figura de Cristina, y hay que ver cuánto voto se incorporó a esa figura. Lo de Pichetto tuvo un impacto quizás menor en la incorporación de actores pero le permitió quebrar fronteras que se habían vuelto muy rígidas, porque con Pichetto se sumaron también otros actores que quizás no se les dio tanta relevancia pero es importante destacarlos, como es el caso de Martín Lousteau, que es una figura que sigue teniendo potencial, a pesar de algunos errores tácticos que cometió.

Igualmente, el principal capital del Gobierno tiene que ver con la estabilidad económica y la posibilidad de sostener eso a cualquier costo. Ahí va a ser también decisivo el tema de los tres turnos electorales que tiene hoy Argentina. Me da la impresión de que el kirchnerismo apunta a lograr una victoria en primera vuelta, mientras que el Gobierno sigue apostando a ser el “Partido del Ballotage”, como bien acuño Ignacio Zuleta. A concentrar los votos negativos hacia el kirchnerismo. Sigue siendo un escenario abierto que hoy se muestra desfavorable al Gobierno y favorable al kirchnerismo.

macri y pichetto

¿Cómo queda la situación de la tercera vía?

La tercera vía empezó a sufrir los embates de la polarización hace un buen rato. Y llega al cierre de listas algo debilitada, sobre todo porque ha perdido muchos recursos organizativos (“los fierros”) que esperaba tener. Hoy el espacio de la tercera vía prácticamente no tiene ningún gobernador, dada la derrota del socialismo en Santa Fe. Y algunos actores que en algún momento flirtearon con esa opción (como el caso de Schiaretti, Uñac, Bordet…) prefirieron adherir al Frente de Todos, aunque manteniendo siempre una equidistancia prudente. Los gobernadores tienen que mantener una buena relación con los oficialismos, cualquiera sea, entonces no van a demoler puentes con ninguno de los espacios. En este caso olfatean que la victoria del Frente de Todos es factible. Creo que la tercera vía va a preservar un caudal electoral razonable, que puede no ser suficiente para el espacio en términos electorales, y que incluso puede deteriorarse a lo largo de las tres instancias, pero sigue siendo un caudal electoral decisivo en caso de triunfo en primera vuelta de cualquiera de las fuerzas. Ese segmento electoral, que podrá estar entre un 5 o 6 % (en una tesis muy negativa) y un 15 % (en una muy positiva), termina siendo fundamental, tanto en términos de lo que concentra en las primeras instancias como de cómo se va a desintegrar ese electorado en un eventual ballotage, en pos de alguno de los polos.

¿Se pospone la construcción de un espacio progresista no-kirchnerista de escala nacional?

Está claro que la derrota en Santa Fe parece una evidencia incontrastable de una crisis, dada la desaparición de figuras de ese espacio progresista en las fórmulas presidenciales, incluso si extendemos ese espacio al radicalismo. Creo que es consecuencia de una acumulación de errores y desaciertos de largo aliento. Hubo errores propios y luego la dinámica política también te conduce a un lugar. Hubo errores incluso en etapas de éxito. En 2011, cuando el progresismo queda como segunda fuerza nacional con aquel 17% de Binner, forzó una serie de interpretaciones por parte de los dirigentes y militantes de ese triunfo que luego condujeron a lecturas equivocadas. En ese sentido, me da la impresión de que el tipo de autocrítica que hay que hacer es más estructural y menos preso de la coyuntura electoral. Yo aligeraría un poco el derrotismo respecto de cuál es la fórmula final del espacio, con la incorporación de Urtubey y la subrepresentación del espacio progresista, porque si bien Lavagna acumuló errores a lo largo de su campaña, la decisión de incorporar al otro candidato que jugaba en ese espacio fue tácticamente acertada. Y ahí el progresismo tiene la posibilidad de meter algunos diputados. Encabeza la lista en Santa Fe, en Córdoba, va en cuarto lugar en la provincia de Buenos Aires, y eso es bastante interesante en términos de lo que representa hoy el progresismo en términos electorales. Creo que se requiere un pensamiento un poco más táctico y luego hacer revisiones un poco más profundas y estructurales. Hay mucho sobre lo cual reflexionar. Uno de los puntos más importantes va a ser el recambio generacional.

¿Estamos ante el fin de la grieta o ante una mera reedición?

Con respecto a la grieta, yo creo que estamos, por un lado, ante la fetichización de un concepto, que se volvió popular, que sigue dando títulos a notas, libros, análisis… pero que es menos idiosincrático de lo que parece. No me refiero en términos históricos sino de la política en general. Vivimos en un momento en el que la democracia liberal está viviendo momentos críticos. Y al mismo tiempo la polarización -que esa sí es una categoría adecuada- es un rasgo bastante extendido en las democracias contemporáneas. Y, como decía Pérez Liñán en una nota en Clarín, en un sentido deseable. Es decir, el problema no está en la polarización sino en la radicalización de los actores. Y en ese sentido la Argentina parece ser mucho menos radicalizada de lo que algunos comunicadores señalan. Y los cambios e incorporaciones en las fórmulas presidenciales daría la impresión que abonan esa lectura de una polarización no tan radicalizada. Por un lado eso. Después, la faceta negativa de ese aligeramiento de la radicalización y esta polarización con aristas menos duras tiene que ver con la situación social y política, que remite a la cuestión de que hoy el diagnóstico socioeconómico de la Argentina es muy negativo, entonces da la impresión de que el repertorio de opciones que tienen todos los actores principales (Macri, Alberto Fernández, Lavagna…) con respecto a esa situación son muy limitadas. Y va a costar mucho tiempo desandar socialmente eso. Los números en términos de pobreza, indigencia, inflación, crecimiento de la economía… son absolutamente negativos, y pareciera que ninguno de los actores –al margen de las expectativas de sus bases y de sus comunicadores- se diferencia mucho entre sí. Y esa es una gran deuda de la política. Eso lo señalan con mucha claridad Pablo Touzón y Martín Rodríguez en su libro. Hay una relación ahí entre la grieta política y las múltiples grietas sociales, que merece un análisis más profundo. Es una bomba de tiempo, que no ha estallado porque las políticas sociales se han mantenido y hay mecanismos de contención relativamente estables, pero que puede estallar en algún momento. Hay un punto de la fisonomía de la grieta actual que plantea eso: una grieta mucho menos beligerante que antes y que en otros países, pero al mismo tiempo como saldo de una economía que parece estar muy condicionada por la restricción externa y por el endeudamiento. Y eso ofrece un panorama al menos preocupante.

 


«El problema no está en la polarización sino en la radicalización de los actores»


 

¿Cómo queda configurado el escenario político? ¿Pierde fuerza el clivaje peronismo-no peronismo como ordenador de la política nacional y gana fuerza el clivaje clásico izquierda-derecha?

Con respecto a los clivajes yo tengo algunas dudas. Ordenan el escenario electoral, ofrecen coordenadas… pero yo no estoy muy seguro de que sean tan nítidos, transparentes y excluyentes entre sí. Me da la impresión de que es cierto que discursivamente parece estarse dando un corrimiento del clivaje peronismo-antiperonismo, pero me parece algo muy moderado. De hecho el Pro desde sus orígenes tiene muchos integrantes que provienen del peronismo (Monzó, Santilli…). Y con respecto al clivaje izquierda-derecha, me parece que funciona pero sobre tópicos muy segmentados. Es decir, sobre ciertos tópicos, ciertas agendas… y que va encontrando límites también por la ampliación de los espacios. En ese sentido, los enunciadores principales pueden tender a cierta línea. Digamos: Pichetto y Bullrich representan un discurso ordenancista claro de una derecha punitivista y el kirchnerismo tiene otra línea sobre eso; pero después el kirchnerismo ha tenido enunciadores importantes que hoy pueden no ser protagónicos pero que han seguido líneas similares (pienso en el caso de Berni). Entonces, da la impresión de que ese clivaje va a operar en algunos momentos pero no sé si va a ser decisorio. Sobre todo porque me parece que va a ser muy poco ordenador en términos electorales. El clivaje peronismo-antiperonismo sigue teniendo alguna correlación electoral pero no me queda claro que el clivaje izquierda-derecha tenga un impacto decisivo. Digamos, no me da la impresión de que los sectores más liberal-progresistas de Cambiemos (hoy Juntos por el Cambio), como puede ser Martín Lousteau o un sector del radicalismo que se referencia en él, vayan a dejar de votar al espacio por la figura de Pichetto u otros actores con discursos derechistas. Lo mismo a la inversa: daría la impresión que la lectura del kirchnerismo, si bien tiene un poco más esa autopercepción de espacio de centroizquierda, sobre todo términos económicos, después en cuanto a actores es más heterogéneo. Sobre todo ahora que se incorpora el resto del peronismo. No parece que el clivaje se proyecte sobre el electorado.

 

*Fernando Manuel Suárez se graduó de profesor en Historia (Universidad Nacional de Mar del Plata), magister en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata, fue becario del CONICET y se encuentra terminando su doctorado en Ciencias Sociales (UNLP). Actualmente es editor de la revista La Vanguardia Digital.