Un fondo para la mesa 1, por favor

Opinión | Por Ramiro Albina |

“Cuando hablamos sobre el federalismo argentino, la previsibilidad que otorgan las reglas claras es una ilusión. Hoy vuelve a aparecer la discusión sobre una eventual reducción de la coparticipación de la CABA. Decir vuelve es engañoso, porque la discusión sobre coparticipación federal de impuestos forma parte de nuestro ser nacional”. Hace seis meses, cuando el coronavirus aún era algo que leíamos en los medios internacionales, escribía eso en una columna. La quita de un porcentaje de la coparticipación de CABA se venía planeando y negociando. Sin embargo, el anuncio de anoche nos agarró a muchos por sorpresa. 

No puedo dejar de preguntarme si en algún otro país, un tema tan aburrido como el reparto de impuestos puede formar parte de la discusión twittera más acalorada. En pleno conflicto con la policía bonaerense revivimos un conflicto sobre la interpretación de la historia de nuestro federalismo. Realismo mágico.  Que sea un tema aburrido, no significa que sea insignificante. Al contrario. Cuando las discusiones son complejas y difíciles de entender para los simples mortales hay que prender las antenas. 

El federalismo es un mecanismo de descentralización vertical del poder político. La dimensión fiscal del mismo es el motor de la máquina. Algo que, en algunos casos, puede transformarse en una auténtica puja distributiva. La coparticipación federal de impuestos es una de las piedras angulares de este sistema y, a diferencia de otras transferencias de Nación, deja poco margen a la discrecionalidad. Poco no es ninguno. Hay dos conceptos que tenemos que tener presentes. La distribución primaria establece qué porcentajes le corresponden a la Nación por un lado, y a todas las provincias en su conjunto por el otro. La distribución secundaria hace referencia a la participación relativa de cada provincia en la masa de recursos destinados a ellas. En el caso de la Ciudad de Buenos Aires, su porcentaje de coparticipación surge de la distribución primaria, no de la secundaria. Con el traspaso de la Policía Federal, CABA pasó de recibir el 1,4% al 3,75%, que luego del Consenso Fiscal se redujo al 3,5%. Hoy Nación busca recortarle un punto, que según algunas estimaciones representaría cerca de 40 mil millones de pesos anuales. La discusión legal sobre si Nación puede recortar recursos por decreto, recién acaba de comenzar. En este mismo contexto, se discute también una reforma judicial cuyo costo no termina de queda claro y que, entre sus planteos, está el de traspasar la justicia nacional con competencia ordinaria a CABA. En caso de aprobarse, vamos a tener otra discusión sobre traspaso de fondos en puerta. Loop.

Efectivamente, como señala un informe del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF) (https://www.iaraf.org/index.php/informes-economicos/area-fiscal/335-informe-economico-90), en el período 2015-2019 los dos distritos que más se vieron beneficiados fueron CABA y Provincia de Buenos Aires (PBA). Tres factores son los más importantes: restitución de la precoparticipación del 15% que incrementaría la participación de las provincias en al distribución primaria; el aumento del coeficiente de CABA y el descongelamiento del Fondo del Conurbano Bonaerense.

El caso del Fondo del Conurbano Bonaerense es interesante. Con el anuncio de anoche y fundamentalmente los argumentos para la creación Fondo para el Fortalecimiento Fiscal de la Provincia de Buenos Aires, es inevitable que este no se nos venga a la cabeza. El Fondo de Reparación Histórica del Conurbano Bonaerense, creado mediante la Ley 24.073 en el año 1992 estipulaba que el 10% de lo recaudado en impuesto a las Ganancias se destinaría a PBA como compensación por lo perdido en términos relativos por la Ley de Coparticipación. Si, esa que rige actualmente. En 1996 se impuso un tope máximo de 650 millones de pesos para el Fondo mediante la Ley 24.621, y la diferencia entre el 10% y los 650 millones se distribuiría entre el resto de los distritos (sin incluir CABA). Con el tiempo y hasta su descongelamiento, el Fondo del Conurbano Bonaerense fue cada vez menos conurbano, y mucho menos bonaerense. 

Desde la reforma de 1994, seguimos incumpliendo el mandato constitucional que determina la necesidad de aprobar una nueva Ley de Coparticipación cuya fecha límite era 1996. No necesariamente por falta de voluntad, sino por la práctica imposibilidad de llegar a un acuerdo en los términos establecidos, ya que su aprobación requeriría el apoyo de las 24 legislaturas. Cuando se trata de distribuir recursos, siempre hay quienes ganan y quiénes pierden. El status quo es difícil de cambiar.

Muchas cosas cambiaron desde 1988, año en que fue sancionada la Ley de Coparticipación que rige actualmente. Se crearon nuevos impuestos, se transfirió a las provincias los gastos en salud y educación, se llevaron adelante distintos pactos y compromisos fiscales, se sumaron nuevos actores (Tierra del Fuego y la propia CABA), etc. En fin, parches que volvieron al sistema cada vez más complicado. 

No creamos que los problemas estructurales se resolverán con la discusión sobre un par de puntos en la coparticipación. ¿Hay que discutir el esquema de reparto? Absolutamente. Nos debemos esa discusión. Pero el problema de base en la distorsión de lo que cada provincia aporta y recibe, reside en la persistencia de un desarrollo productivo fuertemente asimétrico entre los 24 distritos.  La falta de autonomía tributaria de algunas provincias cuya dependencia con las transferencias de Nación supera el 70-80% es un claro indicador de nuestro problema. ¿Qué incentivos estamos creando para avanzar en la senda de un mayor desarrollo productivo y mayor inversión privada? ¿Qué incentivos de rendición de cuentas existen cuando mis recursos fiscales no surgen de la recaudación propia y por lo tanto estoy libre del costo político? 

¿Los enormes problemas de la provincia de Buenos Aires se van a solucionar con un poco más de recursos? Probablemente no. El gigante bonaerense, que tiene alrededor de 17 millones de habitantes y en cuyo interior hay municipios con más habitantes que muchas provincias, pasa buena parte de su tiempo enfocado en conseguir recursos de un sistema que lo perjudica. Amenazante cuando se inquieta, la bestia parece a veces indomable. Transferencia va, transferencia viene, y sus problemas estructurales siguen ahí, agravándose. Más aún, la provincia de Buenos Aires no es perjudicada solamente con la coparticipación. Por ejemplo, en términos de representación política, con el 38% del electorado a nivel nacional tiene solamente el 27% de los diputados y el 4% de los senadores. 

Ya va siendo tiempo de plantear una discusión seria sobre una profunda reforma para cambiar el enfoque de los problemas en PBA. Hay quienes piensan que el camino es una reorganización interna que contemple mayor autonomía municipal, y quienes consideran directamente la posibilidad de dividirla. No tengo la respuesta. Pero empecemos por plantear las preguntas.

No habrá luz al final del túnel mientras no discutamos una agenda de desarrollo que contemple la inversión productiva y la eficacia estatal en todos sus niveles. La sábana es corta. Y se acorta cada vez más. Plantear la discusión sobre los recursos como una disputa entre dos de los distritos más perjudicados en términos de lo que aportan y lo que reciben, es dispararnos en el pie.

*El autor es estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

El Mercado de San Telmo, entre la renovación y la historia

Por Milton Rivera |

 

Sobre la calle Chile en San Telmo dos personas arregladas se bajan de un taxi riéndose y haciendo equilibrio mientras pisan los adoquines del asfalto. Tan divertidos como entonados dan un saltito para dejar atrás el cordón y subir a la vereda. Son huéspedes del hotel Luxury Suites, uno de los mejores de Buenos Aires. A tres cuadras sentido a Independencia, sobre Bolivar, otras dos personas discuten  señalándose amenazantes y a los gritos. Están entre mucha gente en lo que parece ser una fila desordenada que espera impaciente en la puerta de un lugar. Uno lo acusa al otro de haberse colado. El banco rojo, dice el cartel de la fachada. Es un bar de comida mexicana que los lunes cierra sus puertas al público de siempre para abrírselas a otro: la gente que pide en la calle. El contraste es algo que caracteriza a este barrio porteño. Dos realidades antagónicas se mezclan: la pareja del hotel, la pareja de la fila. Y en el medio el Mercado de San Telmo, que parece unirlos y contarnos de qué se tratan estas contradicciones tristes porque dentro de él las hay más que en ningún lado.

Desde la entrada de Carlos Calvo, el olor a comida se va metiendo por los angostos pasillos y se entremezclan en alguna esquina dándole ese olor tan particular a algo con harina horneándose, a carne asada, a empanadas, a facturas calientes, a café. Los locales como islas en medio de ríos de gente que los delimitan son de una rusticidad típica de la zona y de sus calles, aunque algunos más modernos que otros. Lo mismo la estructura del edificio, los techos de chapa y el piso con baldosas de cerámica negras, amarillas o blancas. Los puestos son diminutos y casi no hay espacio para moverse dentro si más de tres personas quieren pispear la mercadería al mismo tiempo.

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La salida a la calle Estados Unidos está atestada de locales viejos que cambian el paisaje del renovado mercado que se ofrece como polo gastronómico. Hay olor a antigüedad, a humedad. Esta parte es una especie de altillo gigante, de esos que tienen las abuelas en sus casas para apilar lo que no usan. La diferencia es que las cosas que ofrecen estos comercios sí tienen quien las aprecie, sobre todo los turistas. Hay quienes dicen que son la verdadera atracción del lugar, la historia viva de un mercado con más de 120 años de historia.

De un lado está Coffe Town, un local pionero en el cambio que está ocurriendo en el mercado desde hace dos años atrás. Es un bar moderno que ofrece cafés de Etiopía, Kenya, Ruanda y muchos otros lugares, comida y cerveza tirada. Las mesas son compartidas, de madera oscura y estilizada. Lo paradójico es que la decoración tiene un estilo vintage con onda bohemia, de lugar antiguo y rústico, el estilo casual de los locales que están del otro lado del mercado (una pared sin revoque ahora está de moda). Basta que uno pase caminando con la mirada perdida para que Mariana Iriarte, una de las mozas, se acerque y ofrezca un “café del mundo”. “Yo trabajo hace 8 años acá. Te puedo asegurar que desde hace dos o tres años el lugar cambió muchísimo”, cuenta. Hay mucha gente sentada inspeccionando la carta con extrañamiento y sorpresa. Antes de ayudar a los clientes y ordenarlos en el mapa enorme que es el menú, Mariana explica que “hay muchos locales nuevos, más dirigidos al turista y no tanto al vecino de San Telmo”. Un mozo pasa por entremedio de dos mesas y pide permiso al verdulero que carga dos cajones repletos de manzanas. En una escena similar al testeo del vino, el muchacho acerca un vasito metálico lleno de café molido que tiene en su mano derecha a la nariz de una mujer rubia que habla un español forzado. Ella asiente. El joven vuelve al mostrador y prende la máquina para que el chorrito marrón empiece a llenar la taza. “Los dueños están intentando imitar los grandes mercados del mundo, los de Florencia, Londres, París” cuenta Mariana antes de alejarse para darle la bienvenida a más gente que pasea.

En la otra punta, Yupanqui. Está sobre la pasarela más ancha que sale a la calle, justo frente a la famosa parrilla La Brigada. Bajo el gran cartel azul con letras rojas y blancas y el dibujo de un gaucho que lee sentado, las figuritas, imanes y banderines de la vidriera tapan el interior del local. No se sabe bien qué vende. Hay un poster enorme de Scarface pegado al mostrador y Al Pacino vigila la entrada. Una bandera de Argentina, calcomanías de superhéroes, leyendas de fútbol, discos de vinilo, estampados de Independiente por todos lados.

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Atiende Aldo Sandoval hace 20 años, que ni mira a las personas que entran para no perder la lectura del diario. Tiene el pelo completamente blanco aunque puede que sea lo único que delata sus más de 60 años. Una persona le pregunta por el precio del banderín del River campeón de la Copa Libertadores 1986. Agacha la vista y asomando la mirada sobre los anteojos que sostiene con la punta colorada de su nariz le dice con voz apagada “están todos 200 pibe”. “Esto de mercado ya no tiene nada. Hay dos verdulerías y una carnicería, nada más”, dice abriendo los brazos con las palmas hacia adelante, en lo que parece ser un reproche. Y agrega “Esto es una movida de Larreta con los dueños del lugar. Pero no se dan cuenta que San Telmo no es Palermo, la gente es otra”. Pocas personas compran. La mayoría mira, revuelve, soplan sacándole el polvo a alguna cosa, preguntan el precio y se van. Algunos ni entran: miran lo que está en las bateas o los estantes de afuera. “Todos estos locales de comida que están poniendo son muy lindos, pero la esencia del mercado es otra. Es el vecino que viene a hacer las compras, y después, en segundo lugar, viene el turista” se queja.

Son las 5 de la tarde y los locales que de noche no registran movimiento cierran sus puertas. Los que sí, aprovechan para cambiar el turno del personal. En el local de Aldo trabaja su sobrino. Es un chico joven de pelo largo que tiene un arito plateado y redondo como un punto en su lóbulo izquierdo. Todos los miércoles se junta a jugar al fútbol 5 con sus amigos y antes de irse le pide prestada la camiseta de Bochini a su tío, que sabe que terminará por obsequiarle. En lugar de salir por el portón de su derecha, cruza el mercado por el medio. Antes de pisar Carlos Calvo saluda a un mozo amigo del local Merci, la nueva panadería boutique, garronea dos medialunas y sale apurado con una risa tímida y dando las gracias. Al mismo tiempo Mariana pasa por detrás de dos mujeres que toman mate en el pasillo, frente a su precario local de ropa y zapatos, y suelta a la pasada: “Un día de estos me compro un tapado chicas” y también se aleja hacia la calle.

El mercado está entre no perder su costado histórico, el lugar de los mandados dirigido al vecino, que en definitiva es lo que lo posicionó como punto turístico de la ciudad, y desarrollar una cadena gastronómica renovada, que sea persuasiva desde la decoración, la pinta y la oferta. La sensación es que la reticencia de los antiguos vendedores no es con los nuevos locales, es con el peligro de que el desplazamiento termine por alcanzarlos a ellos. Detenidos en el tiempo como están, temen que el tiempo se los lleve por delante. Lo cierto es que el equilibrio es atractivo, es una contradicción hermosa y un contraste poético siempre y cuando conserve su esencia. Es San Telmo.

¡Olé! Un encuentro con Julia Zanettini, la chica del momento

Por Milton Rivera

El torero es la persona cuyo oficio consiste en lidiar con toros bravos. Su tarea es conducir repetidamente las embestidas del animal de forma que resulte estéticamente vistosa, medirlo en la suerte de capote, dirigirlo a la pica, colocarle las banderillas, templarlo en la suerte de muleta y finalmente causarle muerte mediante la utilización de una espada llamada estoque.

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