Opinión | Por Ulises Lazarte* |
A lo largo de la historia, el mundo y las sociedades han sufrido pequeños y grandes cambios, en áreas que van desde la cultura y la arquitectura hasta la lengua. Y también, lógicamente, el cine. El cine ha variado a lo largo del tiempo, y la forma de expectación de una película se fue dando de diferentes maneras, desde la sala de cine propiamente dicha hasta la exhibición de filmes en museos, centros culturales, autocines y demás.
En el momento en el que salió el tan famoso VHS (sistema de video doméstico), se creyó que la sala de cine iba a desaparecer, debido a que se comenzó a reducir la cantidad de espectadores. Algunas personas tenían acceso al dispositivo y podían comprar películas o alquilarlas y verlas sin salir de la comodidad de su casa. El cine siempre ha sufrido atentados; luego del VHS se empezó a comercializar el DVD, ya con mayor tecnología en el dispositivo y con una mejor calidad técnica en las películas. Pero actualmente, un coloso ha venido a ocupar el terreno y a ser la competencia directa de las salas cinematográficas: las famosas plataformas streaming.
El cine vs Netflix: entidades y películas
Netflix, la plataforma streaming por excelencia y a la que la mayoría de la población mundial tiene acceso, comenzó siendo una plataforma con varias series y alguna que otra película disponibles, aunque todas eran producciones ajenas a la compañía. Con el tiempo, vieron que podían generar su propio material y se lanzaron también a la producción, con mucho éxito comercial en series pero con poco éxito en el caso de las películas.
Fue hasta hace algunos años que las historias comenzaron a mejorar: se contrataron a mejores guionistas y directores como Martin Scorsese, Noah Baumbach y Alfonso Cuarón, entre otros, para llevar a cabo varias producciones, algunas de ellas con nominaciones a los Óscars.
Soportes técnicos
Empecemos con los cambios que introduce esta novedad en los soportes técnicos. Mientras que ver una película desde el sillón de nuestra casa puede traer algunas ventajas relativas a la comodidad, también representa algunas desventajas en cuanto a que no es exactamente una película lo que terminamos viendo, sino una representación -un reflejo- de esa película.
Para entenderlo mejor, digamos que una película siempre va a funcionar mejor en una sala cinematográfica, en primer lugar por las características técnicas de imagen y sonido. Cuando se piensa la fotografía de un film, por ejemplo, el ratio de aspecto, la sensibilidad y el uso de la óptica se piensan para una pantalla grande, en donde estos elementos se verán con mejor detalle y generarán cierto impacto en el espectador, tanto visual como emocional. En cambio en una pantalla pequeña, la calidad y el formato se verán modificados para este dispositivo, lo cual genera mucha pérdida en la narración visual y eso afecta, lamentablemente, a la emoción.
Lo mismo va para el sonido: en líneas generales, el sonido se mezcla en 5.1 o en 7.1 o hasta en más canales, dependiendo de la sala y de la calidad de la producción. Este procedimiento favorece que las diferentes capas de sonido del film (ambientes, efectos, diálogos, música y demás) hagan que la narración tome un rumbo concreto en afán de constituir una emoción.
Desgraciadamente, los dispositivos de televisión no cuentan con canales 5.1. Hay una opción en Netflix que permite reproducir el sonido en este nivel de calidad técnica pero en realidad no es así, dado que para eso se necesita la disposición de los parlantes necesarios distribuidos de una forma concreta. En cine serían tres parlantes detrás de la pantalla (izquierdo, central, derecho), un subwoofer delante de la pantalla y dos medialunas de parlantes surround en los costados de la sala. Por lo que el formato de sonido de un Smart TV será estéreo y eso modificará (para mal) la calidad narrativa de los sonidos: se escucharán achatados, uno encima del otro y siempre resultará en que se priorice un canal por encima del otro (el sonido ambiente o la música se escuchan fuerte y los diálogos, más bajo).
Emotividad
Más importantes aún son las diferentes emociones que le produce al espectador visualizar un film en una sala de cine. Con respecto al efecto espejo, un film en Netflix actúa de forma inversa; es decir, el espectador es quien manipula la película, algo que no debiera ser así porque el cine no se trata de eso. Una película no tiene que estar atada al espectador: de hecho, todo lo contrario. El espectador se sienta cómodamente en su sillón, pone play a una película, no le gusta, la saca. Pone otra película, cambia el idioma, le llega un mensaje, pone pausa, chatea, pone play, hay una escena de diálogos extensos, el espectador revisa las diferentes redes sociales, no pone pausa y deja que la escena de diálogo continúe, pone pausa, tiene sueño, se va a dormir y retoma el asunto al otro día, en unos días o quizás nunca.
Todo este procedimiento repercute negativamente en la visualización de una película, independientemente de si es de carácter narrativo, descriptivo, para pasar el rato, pasa filosofar, o lo que sea. El formato del cine genera una especie de relación de respeto entre la película y el espectador: todo film debe ser respetado por el espectador y debe entregarse de lleno a aquello que elige mirar. Algo que no está presente en las plataformas de streaming.
En cambio, en una sala cinematográfica el procedimiento es muy distinto: ir al cine es una salida más, al mismo nivel que ir a cenar o ir a bailar. Al igual que ver una película en Netflix, es un momento que puede compartirse con un amigo o amiga, con pareja, familia o incluso solo. Pero la enorme diferencia es que también se comparte con gente desconocida, gente que al vivir en la misma ciudad, pareciera que aparecen de la nada en un mismo espacio. El espectador ingresa al cine, va al baño, compra bebidas y pochoclos y se sienta en una ubicación lo más favorable posible (los espectadores obsesivos llegan temprano y eligen los mejores asientos). Allí sucede la magia, luego de los trailers y del indicador de “apagar los celulares”, las luces comienzan a caer y todo ese ritual de ir al cine se concentra en ver la película, a oscuras, en una pantalla gigante, con sonido envolvente, con personas alrededor, conocidas y desconocidas.
El espectador se entrega por un lapso de tiempo a aquello que está viendo y escuchando, se mete de lleno en una historia ajena y empatiza con personas ajenas, sin pensar en ningún momento en que aquello que se está reproduciendo no es más que mera ficción. Es algo inexistente pero en lo que el espectador cree. El espectador sufre, se ríe, se enoja, se asusta, se emociona.
Luego de esa ceremonia, sale del cine, aturdido, sin saber qué día ni qué hora es, vuelve a ir al baño y se encuentra con las desconocidas personas con quienes compartió la película, en algunos casos algunos que fueron juntos debaten lo que vieron. El espectador se queda durante horas pensando en aquello que vio y escuchó, el film invade su mente pero un buena película también invade su corazón. Esas horas de digestión ponen al espectador en jaque. Ese conjunto de sensaciones es algo que una pantalla chica jamás podrá reproducir, independientemente del producto. Una sala de cine trae consigo una mística sin igual: hace que la película tome el carácter que se merece y la relación entre película-espectador fluya y perdure en el tiempo.
Cine vs series
Durante estos últimos años se produjo el boom de las series, en su mayoría disponibles en Netflix y muchas de ellas producidas por esta compañía. Una primera aproximación arroja que en las series prevalecen fines de entretenimiento, por el simple hecho de que se apoyan más en el factor guión que en el trabajo de dirección y cuestiones técnicas. Los tiempos en televisión suelen ser más rápidos que en cine y lógicamente se prioriza la historia. A su vez, hay series que tienen un grandísimo contenido y muchos factores de análisis; también hay algunas que datan de períodos históricos particulares y hay otras con un contenido bastante más superficial.
Una primera conclusión alude al tipo de espectador que genera; lo que podríamos llamar el espectador pasivo: alguien con poca tolerancia y que se aburre fácil. Esa pasividad que surge del desacople entre tener la intención de ver algo pero no tener el compromiso de introducirse y someterse a la narración.
Lastimosamente, los grandes perjudicados son el cine y las películas. Un espectador que se acostumbró a ser pasivo se acostumbró al mismo tiempo al formato de estructura de una serie. Una estructura puramente narrativa, con conflictos externos, que avanza rápido y sitúa el conflicto en los primeros cinco o diez minutos de comenzado el primer capítulo. Allí el espectador se engancha y mira todas las temporadas que componen a esa serie. Luego, comienza a indagar cuál será la futura serie que desea ver. En cambio, al momento de ver una película, si no hay acción en los primeros diez o quince minutos, se aburre y la termina sacando. En líneas generales, en un film clásico el conflicto aparece a partir de los veinte minutos… Cinco minutos más de paciencia.
El autor, el contenido y los puntos a favor
Es muy común que Netflix adquiera los derechos de un film que se filmó con una productora cualquiera, se estrenó en festivales y todavía no tiene distribuidora. Pero, lamentablemente, en la mayoría de los casos no se le da crédito al autor de la obra. El contenido queda como “una película de Netflix”.
Asimismo, dentro del catálogo, la división de géneros parece muy limitada y se utilizan categorías como “lentos” y allí dentro hay un conjunto de series y películas aparentemente “lentas”. En parte es cierto que existen productos que tienen procesos de narración más lentos que otros, pero Mindhunter no es una serie lenta por tener mucho diálogo, ni El Irlandés lo es por durar tres horas y media. Quizás Netflix no conoce la existencia de las películas de Tarkovksi, o quizás se resume a que su catálogo solo contiene filmes de años recientes, como si el cine hubiese sido inventado hace veinte años. Posiblemente Netflix tenga como tarea estudiar la historia del cine.
Más allá de todos los puntos en contra que pueda llegar a tener la plataforma, es cierto que también tiene muchas cosas a favor. Volviendo al caso de El Irlandés, ninguna productora ni distribuidora estaba interesada en llevar a cabo la producción. Es muy extraño ya que se trataba de un film de nada más ni nada menos que Martin Scorsese y con actores como Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci. Aunque, al mismo tiempo, no es tan extraño si consideramos que hoy en día un espectador no aguanta ver una película larga en la sala de cine (otro guiño al nuevo espectador pasivo). Gracias a Netflix, esa joya (recomendadísima, por cierto) pudo ver la luz.
Por otra parte, Netflix está teniendo grandes acercamientos a producciones nacionales, lo cual es muy bueno si tenemos en cuenta hoy en día la industria es muy acotada y gracias a la inserción de esta plataforma se genera más movimiento de producciones nacionales y más fuentes de empleo.
Por último, la famosa plataforma de streaming hace algo muy extraño: lanzan una serie de filmes en carteleras de cines y luego las quitan y las colocan en su plataforma. Pasó el año anterior con Roma, El Irlandés, Historia de un matrimonio, Diamantes en bruto y algunas otras más. El motivo es estar en carrera para las diferentes ceremonias de premiaciones (Oscars, Globos de Oro, premios de la crítica, entre otras). Una de las tantas reglas para participar es que un film debe estar en cartelera como mínimo una semana. Por un lado es una maravillosa experiencia poder disfrutar de esas películas en salas cinematográficas, pero por otro lado es algo triste que las quiten tan rápido y luego las estrenen en su plataforma.
Quizás, esperemos, en un futuro Netflix produzca contenido exclusivo para salas de cine. Eso enriquecería mucho a la industria y podría ser una reivindicación para aquellas y para el cine mismo. Un cine que, a pesar de todo, sigue y seguirá prevaleciendo a lo largo de la historia.
*El autor es estudiante de Dirección Cinematográfica en la Universidad del Cine (FUC).