De la prostitución y sus fundamentos: recorrido histórico (parte I)

Primera entrega de «De la prostitución y sus fundamentos». Un recorrido histórico de una actividad objeto de controversias.

Primera entrega de De la prostitución y sus fundamentos | Por Malena Malacalza |

   

Cualquier acercamiento a la prostitución exige como punto de partida entender que no hay un solo fenómeno que pueda llamarse de ese modo sino que han existido formas muy variadas que responden a diferentes significados y orígenes.

En general, el debate sobre la prostitución no suele abordarse dentro de un contexto histórico, por lo que siempre queda oculto su vínculo con la situación de las mujeres en distintas épocas. En este sentido Beatriz Gimeno nos ilustra: 

«Para abordar la prostitución adecuadamente es imprescindible estudiar las relaciones de género hegemónicas en cada momento histórico, porque la prostitución tiene que ver, fundamentalmente, con el tipo de relación que cada sociedad, en cada momento, establece entre hombres y mujeres. Por tanto entendemos aquí la prostitución siempre como una relación. No hay prostitución sin más, sino relaciones de prostitución, situaciones muy diversas en las que las mujeres se han relacionado con los hombres para ofrecerles sexo a cambio de dinero o de bienes».

Sin ánimos de adelantar, me atrevo a hacer una primera reflexión: el patriarcado siempre encuentra una manera de manifestarse incluso en las sociedades más progresistas.

De los fundamentos de la prostitución

  • “El trabajo sexual es la actividad voluntaria de personas mayores de 18 años que ofrecen o prestan servicios de índole sexual a cambio de retribución económica”
  •  “Las trabajadoras sexuales necesitamos una ley para ejercer nuestra actividad, amparada en derechos laborales, como cualquier trabajador/a registrado/a en el país (…)” (Asociación de mujeres meretrices de la Argentina -Ammar).
  •  La posición abolicionista mantiene que la prostitución de mujeres solo puede ser analizable desde la perspectiva de la historia de la desigualdad entre hombres y mujeres (…), la prostitución, que definen como violencia contra las mujeres, no es comparable con ningún otro trabajo. En realidad, es el núcleo de una relación de dominación en bruto, sin mediación alguna” (Ana de Miguel Álvarez, “La prostitución de mujeres, una escuela de desigualdad humana”).

 

Saber a quién consideramos social o legalmente prostituta -y por ende sobre qué mujeres se aplican las políticas relativas a la prostitución- no es tarea fácil. La  cuestión tiene lo que algunas autoras llaman “un matiz ideológico casi invisible”.

La RAE define a la prostitución como «la actividad a la que se dedica quienes mantienen relaciones sexuales con otras personas a cambio de dinero», y a la prostituta como «la persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero».

Este concepto es viable en el mundo actual, en el que casi toda actividad humana se expresa en términos monetarios, pero en el pasado no ha sido tan sencillo delimitarlo; no se ha considerado siempre al dinero como característica esencial para la definición. En otros momentos y en otras culturas, lo relevante ha sido la actividad en sí misma. En la edad media, por ejemplo, cualquier mujer con experiencia sexual, consentida o no, fuera del matrimonio, era una prostituta incluso cuando no cobraba.

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La prostitución como «el empleo más antiguo del mundo»

Cuando hablamos de la prostitución debemos referirnos a la sexualidad, puesto que están íntimamente vinculadas y es esta última la que crea y reproduce relaciones de desigualdad entre hombres y mujeres. Más aún, debemos referirnos a la doble moral sexual: un conjunto de postulados que indican que hay cuestiones éticamente aceptadas para los hombres pero no para las mujeres (o al menos para algunas mujeres).

Los hombres han sido el sujeto en casi todos los sentidos posibles, y como tal, definieron la sexualidad como su sexualidad. Es así como establecieron distintas instituciones que les garantizaban la variedad en sus parejas sexuales. Entre estas, la prostitución.

Frente a esta situación de “comprensión y tolerancia de la promiscuidad masculina”, las mujeres fueron divididas en dos grupos: las mujeres públicas, destinadas a satisfacer el deseo sexual de los hombres, y las mujeres destinadas al matrimonio, quienes renegaban de su sexualidad.

La época victoriana. Sexualidad y Revolución Industrial en el siglo XIX

La época victoriana de la historia del Reino Unido marcó el auge de la Revolución Industrial y del Imperio británico. Aunque esta expresión se usa comúnmente para referirse al largo reinado de Victoria I (1837/1901), también refiere a los profundos cambios ocurridos en las sensibilidades culturales.

La doble moral sexual encuentra en la era victoriana su mayor esplendor: paralelamente a las estrictas y conservadoras costumbres de la época para las mujeres de las clases sociales más altas,  se desarrollaba un mundo sexual subterráneo donde proliferaba la prostitución. Se creó una sociedad exacerbada de moralismos y disciplina, con rígidos prejuicios y discursos de sexualidad como nunca habían existido en el mundo Occidental.

La prostitución fue una de las principales actividades económicas que caracterizaron Inglaterra en el periodo victoriano, concentrándose en centros urbanos como Londres y Gales, en barrios específicos y en burdeles, y tuvo como protagonistas a las mujeres de clase media y baja, mujeres que se encontraban desprotegidas por haber enviudado, por tener maridos alistados en el ejército o mujeres con pocos recursos. Es así como comienza a perfilarse en el siglo XVIII el modo de prostitución contemporáneo.

La actividad sexual femenina (por supuesto, de la clase alta) quedó neutralizada y reducida a un solo fin: la reproducción, cuando fuere necesaria. Mientras tanto, resultaba lógico –y era de buena práctica- que los hombres estuvieran con una variada cantidad de mujeres, que al parecer podían incumplir las reglas al solo efecto de darles placer.

 


«Las mujeres fueron divididas en dos grupos: las mujeres públicas, destinadas a satisfacer el legítimo deseo sexual de los hombres, y las mujeres destinadas al matrimonio»


 

La revolución industrial y los discursos de sexualidad construidos en ella no pueden considerarse como dos situaciones sin punto de encuentro, meramente casuales. Uno fue condición de posibilidad del otro.

El modelo de producción capitalista exigió que los cuerpos sean concebidos y tratados en miras a los intereses productivos económicos de la época : consumo y acumulatividad. La movilidad social producida por el desarrollo del capitalismo industrial creó nuevas demandas a gran escala por lo que era necesaria mano de obra barata.  Para ello, se requería rapidez y eficacia y de ahí que fuera necesario instruir unas reglas para el cuerpo y posibilitar que las mujeres contribuyan en el trabajo en la industria, modificando este concepto de la familia tradicional arraigada a la tierra, reduciendo la cantidad de miembros que la integraban.

De ese modo, se produjo una represión de los cuerpos traducida en un control de la sexualidad  atravesado por el saber y el control de la misma. El sexo era considerado un problema: «el placer sexual era un interés particular que escapa de toda dominación, se escapaba  del interés general de la producción industrial y del orden social». 

Sin embargo, es necesario volver a advertir en este punto, qué eran las mujeres quienes encontraban coartada su sexualidad, mientras tanto: los hombres consumían prostitutas.

Este modelo es el que caracteriza la época victoriana, pero dichas prácticas no fueron cometidas única y exclusivamente en el Reino Unido, sino que trascendieron sus fronteras hasta llegar a todo el Occidente.

Este orden de cosas permaneció relativamente incuestionable hasta el desarrollo de los movimientos feministas del siglo XIX. Las feministas y los diferentes socialismos fueron críticos con esta doble moral sexual y lucharon por la autonomía de las mujeres en los más amplios sentidos. La denuncia de la doble moral sexual tomó la forma de defensa del derecho de divorcio y también una posición crítica sobre la prostitución.

Ana de Miguel en su trabajo La prostitución, una escuela de desigualdad humana introduce el concepto de “ideología de la prostitución”: un conjunto de postulados favorables a que los hombres vayan con mujeres prostituidas y a que las mujeres lo acepten. Por un lado, se parte de la base de que el hombre tiene derecho a satisfacer sus necesidades sexuales. Por otro, a que la sociedad debe proporcionarles un mercado de mujeres para satisfacerlas.

Desde argumentos conservadores, se sostiene que lo que es bueno para los hombres es malo para las mujeres y viceversa. De este modo, es conveniente que los hombres tengan relaciones sexuales lo más variadas que puedan antes del matrimonio, siendo el mismo núcleo familiar quien llevaba a los hombres a debutar a los prostíbulos, mientras que la mujer debía permanecer virgen hasta el matrimonio.

Se consideraba así a la prostitución como un mal menor para evitar que el  hombre pudiera tener estas necesidades insatisfechas. Advierte, sin embargo que ésta ideología es muy elástica, y que la prostitución se legitima tanto desde posturas conservadoras como desde liberales y progresistas. Esos argumentos pudieron funcionar durante un largo tiempo, pero luego la opresión encontró nuevas maneras de manifestarse y transformarse.

marcha feminista

Los años 60: drogas, sexo y rock and roll. Haz el amor, no la guerra.

La revolución sexual del año 1960 fue un punto de inflexión del modelo sexual tradicional y “la doble moral sexual” en casi todos los países de Europa Occidental. Su mayor auge fue entre 1970 y 1980, con consecuencias que aún siguen vigentes. Esta revolución supuso una reivindicación a la libertad sobre los cuerpos y la sexualidad como parte integral de la condición humana, la aceptación de las más diversas relaciones sexuales, en parte gracias a los avances tecnológicos en materia de métodos anticonceptivos, y de la legalización de prácticas como el aborto.

Sin embargo, como advertimos hace un momento, la ideología de la prostitución encontró el modo de reproducirse en esta nueva era, donde los argumentos anteriores quedaban anticuados.

 


«La ‘mujeres de familia’ se reprimían, los hombres consumían prostitutas»


 

El sexo empezó a concebirse como algo bueno, moderno y trasgresor, como algo “antisistema”, a tal punto hubo una exaltación del mismo excluyendo todo juicio moral de ese territorio.  ¿Cuál fue el problema? Que estas ideas fueron tomadas por los medios hegemónicos de comunicación y reprodujeron un nuevo modelo de sexualidad, que ya no era tradicional, pero que exaltaba al cuerpo de la mujer desnuda constituyéndola como objeto de deseo de los hombres bajo el lema de la “libertad”. La televisión, las revistas, las publicidades, incluso la industria pornográfica, todos se encargaron de dejar un mensaje bien claro: la sexualidad seguía estando a la orden del placer masculino.

Debemos destacar que este escenario también posibilitó que muchas mujeres pudieran cuestionar ese modelo sexual tradicional al que estaban sujetas, advirtiendo que pocas veces se sentían identificadas con aquellas mujeres de la pornografía; que pocas veces se veían satisfechas; que poco conocían su cuerpo; que esa libertad estaba dirigida por el placer masculino. Dentro de algunas mujeres de la época podemos mencionar a Kate Millet, quien sostuvo que «el amor era el opio de las mujeres», la planta que adormecía sus inquietudes y las llevaba a la sumisión y al conformismo: “mientras nosotros amábamos, ellos gobernaban el mundo”. Sin embargo, fueron silenciadas, tachadas de locas, lesbianas, feas, puritanas. La ideología de la prostitución encontraba así una nueva base: el mito de la libre elección y el consentimiento. Si la prostitución es voluntaria y hay consentimiento, la libertad individual aparece como un factor determinante para su aceptación.

En este sentido, Ana De Miguel distingue entre las sociedades de patriarcado duro o coacción en las que legalmente se establece la inferioridad moral, intelectual y física de las mujeres, reduciéndolas al ámbito privado y al servicio del hombre, y las sociedades de patriarcado blando basadas en el consentimiento, en las que el patriarcado se manifiesta a partir del mundo de la creación: cuentos, novelas, canciones que orientan a las mujeres a elegir cosas distintas que los hombres. En una entrevista, Ana ilustra esto de manera muy precisa a través de un ejemplo: al nacer una mujer inmediatamente se ofrece perforarle las orejas, desde ese primer momento en su vida es marcada por la sociedad. Eventualmente, en el desarrollo de su vida, esa niña tomará varias decisiones: la elección del color rosa; las novelas de amor; los juegos de cocina o cuidado de niños. Elecciones que creerá libres, pero que en realidad no son más que respuestas a nuestra sociedad patriarcal.

En este  punto de la historia, la sexualidad de la mujer dejó de estar entre las sombras, pero lejos de producirse un verdadero cambio en su modo de percibirla y vivirla, se la concibió nuevamente desde una perspectiva patriarcal: se hiper sexualizo a la mujer, reduciéndola a un mero objeto de consumo masculino.

*La autora es estudiante de Derecho (UNLP).