Elecciones a la carta

Por Ramiro Albina

Todo indica que el domingo 6 de diciembre tendrán lugar las elecciones legislativas en Venezuela. ¿Elecciones? A pesar de que pueda parecer una contradicción, uno de los triunfos de la democracia a nivel global a partir de la segunda mitad del siglo XX es que incluso los regímenes autoritarios con la mochila cargada de violaciones a los DDHH buscan crear una pantalla de legitimidad, a partir de una extendida creencia en la soberanía popular.

A pesar de quienes aún hoy en día siguen atragantándose con su propia lengua al momento de realizar malabares conceptuales para justificar la dictadura de Nicolás Maduro, las elecciones que tendrán lugar el próximo mes son una muestra más de las arbitrariedades y de la falta de independencia de poderes que impera en Venezuela. Sin embargo, incluso las elecciones amañadas constituyen siempre un día de nerviosismo para los gobiernos ante la posibilidad de que el capricho de la democracia nos de una sorpresa. 

Combate al pluralismo

Desde las últimas elecciones legislativas del año 2015, en las cuales la oposición consiguió 112 escaños frente a los 55 ganados por el oficialismo, el gobierno avanzó en un proceso de radicalización con vistas a eliminar definitivamente del juego político a los opositores. Este proceso encontraría su paroxismo en el autogolpe de febrero de 2017 cuando el Tribunal Supremo de Justicia declaró en desacato a la Asamblea Nacional opositora y se arrogó sus competencias. 

Junto con la intensificación en las violaciones a los Derechos Humanos documentados por organizaciones de la sociedad civil como Provea y el conocido Informe Bachelet de Naciones Unidas, se avanzó en un proceso de continuas inhabilitaciones políticas a los principales opositores. En la siguiente imagen con fecha de febrero del 2018, perteneciente a la ONG Acceso a la Justicia, se puede observar claramente la purga encabezada por los poderes adeptos al oficialismo como el TSJ o el CNE.

Más recientemente, la intervención a las directivas de algunos de los principales partidos de oposición durante este año y su reemplazo por juntas ad hoc integradas por dirigentes más cercanos al oficialismo es un nuevo paso en esa dirección. Como se señala en un documento de Acceso a la Justicia, «(el TSJ) determinó que las juntas ad hoc son las únicas facultadas para postular a los candidatos de esos partidos políticos en las elecciones que convoque el ilegítimo CNE; por ello, ordenó al árbitro abstenerse de aceptar cualquier candidatura no avalada por los interventores».

De juegos y estrategias.

Al analizar las estrategias de los partidos políticos en Venezuela tenemos que tener presente un elemento crucial: el tipo de régimen político, entendido como el conjunto de reglas para el acceso y ejercicio del poder. Generalmente pensamos a los partidos como organizaciones guiadas por la búsqueda de maximización de votos para fortalecer su posición y acceder a cargos legislativos o ejecutivos. Sin embargo, esta generalización puede aplicarse solamente a los contextos de democracias consolidadas en las cuales los actores comparten la expectativa de que en el futuro cercano las elecciones legítimas seguirán siendo el único canal de acceso al poder. The only game in town. Como nos enseña Scott Mainwaring, en contextos de democracias frágiles o autoritarismos competitivos, los partidos no solamente juegan el juego electoral sino también un juego de régimen. Los partidos tienen que prestar atención a conseguir más votos (y competir con otros partidos por ellos), pero al mismo tiempo deben fijar estrategias en torno al régimen político. Estos dos juegos no son independientes sino que la estrategia decidida para uno de ellos puede incidir de forma determinante en el otro. Por esta razón puede ser incomprensible la dinámica política venezolana si la analizamos con las mismas anteojeras que usamos para mirar la política argentina, chilena, uruguaya, etc.

En los últimos meses la discusión dentro de la oposición venezolana sobre si participar o no en las elecciones legislativas llegó a un pico en septiembre cuando un sector, encabezado por Henrique Capriles, había dejado trascender la posibilidad de subirse a la carrera electoral (aún cuando este se encuentra inhabilitado para competir), tomando distancia del sector encabezado por Juan Guaidó. Sin embargo, ante la intransigencia del oficialismo de no postergar las elecciones como solicitó la Unión Europea, Capriles retrocedió y advirtió que su espacio político no participará en las mismas si no son postergadas.

En la dinámica de este doble juego (electoral y de régimen) la oposición venezolana se vio recurrentemente encerrada en un laberinto. Cuando la oposición participó y ganó (como en el 2015) el oficialismo desconoció los resultados; sin embargo, cuando la oposición encabezada por Guaidó apostó a una estrategia de deslegitimación bajo las consignas de «cese de usurpación, gobierno de transición y elecciones libres», ninguna pudo cumplirse mientras el oficialismo encontró la manera de seguir ganando tiempo. Participar o no en las elecciones no parece ser un dilema real cuando se trata de encontrar la manera de lograr una transición de régimen. A pesar de que los argumentos para abstenerse en unas elecciones a medida de Maduro pueden ser razonables, esta decisión es suicida si no está acompañada por una estrategia sobre qué hacer luego de la abstención en un contexto donde el oficialismo controlaría absolutamente todos los poderes del Estado.

Una elección amañada.

En diciembre el chavismo buscará eliminar del mapa al último espacio institucional controlado por la oposición: la Asamblea Nacional. De esta forma, se cae también la falsa pantalla de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), formada en el año 2017 con el objetivo de neutralizar a la primera. El oficialismo ya ha dejado trascender que la ANC podría disolverse a fines de este año marcando un récord: en más de tres año no presentó siquiera un borrador de proyecto constitucional.

A pesar del «indulto» a 110 perseguidos políticos, en un intento del oficialismo por dar una ambiente de mayor legitimidad para las elecciones, Foro Penal asegura que siguen habiendo 333 presos políticos. Las elecciones del próximo diciembre se planean llevar a cabo con un Consejo Nacional Electoral designado de forma express por el cooptado Tribunal Supremo de Justicia (y no por la Asamblea Nacional); con algunos de los principales partidos políticos opositores anulados o intervenidos como Copei, Acción Democrática, Voluntad Popular, y Primero Justicia (con respecto a este último, la intervención había sido suspendida por el mismo TSJ en septiembre), una suerte que también corrieron partidos afines al oficialismo como Patria para Todos y Tupamaro. Además, las elecciones se regirán por un sistema electoral modificado a discreción por el CNE (nuevamente pasando por encima de la Asamblea Nacional). Entre los cambios incorporados de forma unilateral esta el de incrementar los escaños legislativos de 167 a 277 y reducir del 70% al 48% el número de diputados electos nominalmente.

Nicolás Maduro ha demostrado una capacidad de resistencia sorprendente. Ante cada coyuntura que parecía ponerlo contra las riendas, se las ingenió para patear el tiempo hacia adelante. Hay que ser claros en un punto: en Venezuela hay un gobierno que se sostiene sobre las Fuerzas Armadas, con los altos mandos involucrados en crímenes gravísimos y con un ¿líder? que no puede ganar elecciones libres. Como mínimo, el costo de dejar el poder sería la cárcel. De esta manera, mientras no se quiebre el mando militar, la salida pacífica por medio del diálogo parece una tarea imposible sin una cuota de impunidad. Las elecciones libres sin condiciones sólo existen en democracia y Venezuela ya dejó de serlo. Entre tantas interrogantes, podemos recuperar una certeza: el tiempo juega a favor del gobierno.

* El autor es estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires

Elecciones 2020: ¿Qué es y cómo funciona el Colegio Electoral?

Una introducción al funcionamiento del Colegio Electoral, previo a las elecciones en Estados Unidos

Por Joaquín Nuñez |

La mayoría de la gente se suele encontrar, muy cada tanto, con las palabras “Colegio Electoral”. La escuchan en la televisión, la radio e incluso la leen en los diarios. Este proceso ocurre solo cada cuatro años, cuando hay elecciones presidenciales en los Estados Unidos. En vísperas de las elecciones del 3 noviembre, vamos a explorar un poco este concepto.

Este sistema de elección se decidió en el año 1787 durante la “Gran Convención de Philadelphia”, la cual, luego de un extenso tire y afloje, terminó con la firma de la Constitución Nacional. En dicho evento se decidió que el gobierno federal debía ser elegido mediante los electores, quienes representan a los estados. Se dice que llegaron a este acuerdo para contentar a los estados del sur, quienes no querían perder influencia en el proceso electoral.

James Madison, no el futbolista inglés, sino uno de los padres fundadores, expresó en el artículo número 39 de “El Federalista” los motivos por los cuales había que implementar este formato. «La elección del presidente debe ser mediante una combinación entre la elección del Senado y la Cámara de Representantes, una mezcla de federalismo y voto popular», expresaba.

El Colegio Electoral, como el helado de sambayón, tiene sus defensores y sus detractores. Los padres fundadores se cansaron de repetir la expresión “checks and balances”, en español “controles y equilibrios” pero usualmente traducido como «frenos y contrapesos». Entonces idearon un sistema que establecía un balance entre el pueblo norteamericano y los estados para elegir al gobierno federal. Así nació el Colegio Electoral.

Habiendo estudiado las imperfecciones de una democracia directa, quisieron evitar caer en lo que, años más tarde, John Stuart Mill bautizó como “Tiranía de la mayoría” en su ensayo Sobre la Libertad. Sin embargo, sus detractores han ido creciendo en número desde el 2016, cuando Hillary Clinton ganó el voto popular por casi tres millones de votos pero perdió por 74 electores. Me estoy adelantando un poco. Antes de seguir, vamos a explicar en qué consiste este procedimiento.

¿Qué es el Colegio Electoral?

Estados Unidos ejerce una democracia indirecta. Si bien elige a sus legisladores por voto popular, no es el caso del Poder Ejecutivo. Como ya hemos visto, los padres fundadores le encomendaron esta tarea al Colegio Electoral.

La metodología es la siguiente: llega el día de la votación. Usted se despierta, insulta, se viste, se perfuma y sale a votar. Llega al cuarto oscuro dónde va a elegir la boleta con la cara del candidato de su preferencia. Hasta aquí todo normal. Pero usted no está directamente votando por ese candidato sino por electores que han prometido votar por ese candidato que usted está eligiendo.

La votación se realiza en cada uno de los 50 estados y cada uno de ellos tiene un número de electores asignado que van a votar por el candidato que haya obtenido la mayor cantidad de votos en su estado en particular. Con una pequeña salvedad: el candidato que obtiene esa mayoría en el voto popular del estado se lleva todos los electores del mismo. Por ejemplo, en el 2016, Donald Trump derrotó a Hillary Clinton por 47,5% a 47,3%, en Michigan. Apenas más de 10.000 votos en una elección donde participaron más de seis millones de personas. Ese mínimo margen le valió para llevarse los 16 electores. Se podría simplificar diciendo que el ganador se lo lleva todo.

Ahora bien, ¿quiénes son estos electores? No son extraterrestres que llegan para votar en su plato volador, sino que son personas de a pie, gente común que compra el diario todos los días. Son elegidos por los partidos políticos, con la promesa de votar por el candidato que haya ganado en su estado. Por ejemplo, el que Donald Trump gane en Iowa, significa que la gente ha votado por los electores del Partido Republicano en dicho estado y estos últimos han prometido votar por Trump.

El día de la elección estas personas se reúnen en la capital de sus respectivos estados y firman un documento conocido como “Certificación de voto”. Este último es enviado a la oficina del Presidente del Senado de los Estados Unidos. El 19 de diciembre se develan estos certificados y el 6 de enero se convoca al Congreso para que los certifique, declarando a un ganador, que por supuesto, se sabe desde el día de la elección. No hay mucho suspenso en este paso.

Mapa del colegio electoral. Fuente: Scholastic Magazines

Los estados de Nebraska y Maine son la excepción a la regla, ya que dividen sus votos electorales; esto quiere decir que ambos candidatos pueden recibir votos electorales por parte estos estados.

En 1906 se estableció que el número total de electores a repartir iba a ser de 538, los cuales se disputan cada cuatro años en el mes de noviembre. Este número es el equivalente a los miembros del Congreso, a los 435 representantes de la Cámara baja, a los 100 integrantes del Senado y a los 3 legisladores de Washington DC. Para ganar una elección presidencial es necesario llegar al “número mágico” de 270 electores. Si uno llega a ese número puede golpearse el pecho porque automáticamente se convierte en presidente electo. En el caso de que ningún candidato llegase a esos 270, la Casa de Representantes elegirá al nuevo presidente.

Hay estados que otorgan muchos votos electorales, como California (55), Texas (38), Nueva York (29) o Florida (29). Otros otorgan menos, pero no por eso son menos importantes, como Wyoming (3), Dakota del Sur (3), Vermont (3) o Utah (6).

Los electores no tienen obligación legal de votar por el candidato por el cual prometieron votar. Si bien no es lo más ético, esto ha ocurrido a lo largo de la historia en un total de 157 oportunidades, aunque nunca alteraron el resultado de la elección. A estos incumplidores se los denomina “electores infieles”. Sin ir más lejos, en las últimas elecciones hubo 7 de estos casos. Cuatro electores de Clinton en el estado de Washington votaron por Colin Powell (3) y por Faith Eagle (1) para presidente. A su vez, en Texas, dos electores de Trump votaron por John Kasich y Ron Paul respectivamente. Por último, Bernie Sanders recibió un voto electoral en el estado de Hawai.

Mapa del 2016. Fuente: Business Insider

En la Constitución Nacional, artículo dos, sección primera, cláusula segunda, se especifica a cuántos electores tiene derecho cada estado. El número está definido por la densidad poblacional de cada uno, la cual se establece mediante los censos, que tienen lugar cada diez años. Este número del censo determina cuantos legisladores tendrá cada estado en el congreso, por ende, el número de electores va a ser igual a la cantidad de representantes totales, sumando diputados y senadores, que cada estado posea. Por ejemplo, California tiene 53 diputados y dos senadores nacionales. La suma de ambos da un total de 55 electores y es el estado que mayor cantidad posee. Es decir, el número del censo determina cuantos legisladores tiene en el Congreso, lo que a su vez determina la cantidad de electores.

Otra ventaja de este sistema es que obliga a mantener al país en su conjunto unido. Para muestra, un botón: se ha visto un gobierno federal fuerte por más de 200 años. También dificulta, pero no imposibilita, el fraude electoral.

Hay estados que son tradicionalmente republicanos o tradicionalmente demócratas (al menos en la historia moderna del país). Estos son denominados “Safe States”. Por ejemplo: Nueva York, Illinois, Nueva Jersey, Delaware y California son estados que hace años tienen al Partido Demócrata tatuado en el antebrazo. Por otra parte, Carolina del Sur, Arkansas, Texas, Utah, Tenesse y Loussiana suelen ser republicanos. Luego están los estados más codiciados, los que no tienen un color definido, aquellos por los que un candidato presidencial robaría a su madre: los famosos “Swing States”. Si bien los más cambiantes son Flordia y Ohio, podemos sumar también a Pennsylvania, Michigan, Winsconsin y Carolina del Norte. Para las elecciones de este año no estaría de más agregar a Arizona.

¿Por qué los “Swing States” son tan importantes? Porque poseen un número bastante interesante de electores y las elecciones en ellos suelen ser muy reñidas. Sin ir más lejos, en las últimas cinco elecciones presidenciales la diferencia entre los candidatos nunca superó los dos puntos y medio en Florida. Se podría afirmar que en estos estados se definen las elecciones. Sin embargo, nunca hay que dar nada por sentado, ya que para ganar una elección presidencial, uno tiene que obtener votos de diferentes tipos de votantes en diferentes estados.

Ilustración del “número mágico”. Fuente: CNN

El Colegio Electoral protege a los estados pequeños de ser desatendidos porque, en una elección reñida, cada elector cuenta. No se puede descuidar a ningún estado por más que su población sea insignificante. Vamos a un ejemplo concreto. En las elecciones presidenciales del año 2000 se enfrentaban el por entonces vicepresidente Al Gore (D) y el gobernador de Texas, George W. Bush (R). Esta es considerada como una de las elecciones más reñidas en la historia. “Bush vs. Gore” finalizó 271 a 266, a favor del texano. La mayoría de la gente asegura que Bush ganó gracias al estado de Florida, que primero fue anunciado para Gore, y luego, tras un muy polémico recuento y la intervención de la Corte Suprema, le fue otorgado a Bush. Si bien tienen razón y Florida fue obviamente determinante, lo que realmente resolvió la elección fue que los republicanos ganaron Virginia Occidental. Un estado que no se pintaba de rojo desde 1984. Así fue que un olvidado estado que aporta solo 5 votos electorales definió al nuevo líder del “mundo libre”.

Los demócratas lo dieron por ganado luego de haber obtenido una diferencia de 17 puntos en 1996 y de no haber perdido allí en más de 15 años. Para su sorpresa, Bush se llevó dicho estado por el 51% de los votos, lo que le valió para llevarse también el lugar privilegiado en la Casa Blanca. Si Julio Grondona inmortalizó la frase “Todo pasa”, en este caso aplicaría el “Todo suma”.

Si bien es muy extraño que el voto popular y el Colegio Electoral no coincidan, esto ha ocurrido en cuatro oportunidades. Samuel Tilden en 1876, Grover Cleveland en 1888, “Al” Gore en el 2000 y Hillary Clinton en 2016.

Habiendo quedado claro cómo funciona el sistema electoral, va una recomendación: cuando estén viendo en vivo los resultados de las elecciones, vean al mapa, recuerden que el número mágico es 270 y empiecen a sumar.

*El autor es estudiante de Comunicación en la Universidad Católica Argentina (UCA).

Fuente de la imagen principal: Heritage Foundation

Trump vs Biden: no fue un debate, fue una desgracia

Opinión |Por Joaquín Núñez*|

Si bien el hecho de que dos candidatos a ocupar un mismo cargo público en los Estados Unidos intercambien ideas por televisión nacional se nos ha hecho moneda corriente, este ritual apenas cumple sesenta años. Tal y como los conocemos hoy, estos debates comenzaron en el año 1960 cuando Richard Nixon (R) y John F. Kennedy (D) protagonizaron el primer debate presidencial transmitido en vivo y en directo. La transmisión marcó un claro precedente para todos sus sucesores: la imagen también cuenta.

 Cuando Kennedy entró a los estudios de NBC para alistarse para la contienda, el periodista Theodore White escribió “Parece un Dios bronceado”. Esto se debió a que pasó toda la tarde tomando sol en la terraza del hotel. Diferente fue la situación de Richard Nixon, a quien se vio un poco desmejorado. En palabras de Roger Stone, “Nixon llegó tarde a Chicago, luciendo cansado, demacrado y con bajo peso debido a una cirugía reciente de rodilla. Además se negó a maquillarse. También vestía un saco de tres botones de color claro.  JFK lucía bronceado y confiado. Nixon se veía pálido y nervioso”, comentaba en su libro Stone´s Rules. Quienes escucharon el debate por radio, dieron como ganador a Nixon, sin embargo, quienes lo vieron por televisión, mayoritariamente se inclinaron hacia ese joven y bronceado senador.

John Kennedy y Richard Nixon en 1960. Fuente: history.com

Vale aclarar también, que hubo otros eventos de este estilo más de cien años atrás de nuestro ejemplo anterior. En el año 1858, hubo una serie de siete debates entre los, por entonces, candidatos al senado por el estado de Illionis, Stephen Douglas y Abraham Lincoln. Los mismos fueron organizados exclusivamente por los candidatos, ni siquiera hubo necesidad de un moderador. Esto último hoy sería imposible ya que se acercaría más a una discusión entre camioneros en plena Autopista Richieri.

Los debates son momentos que requieren de mucha preparación, dónde nada puede dejarse al azar y los pequeños detalles adquieren una gran importancia. Algunos de esos momentos han sido  memorables, como Ronald Reagan asegurándose la reelección con un ingenioso chascarrillo o George W. Bush asintiendo con la cabeza; y otros no tanto, como Gerald Ford afirmando que la Unión Soviética no tenía el control sobre Europa del Este, George H.W. Bush ojeando su reloj,  y Albert “Al” Gore con  esos molestos suspiros.

Ya sea para reírse o llorar, estos debates se han vuelto un clásico esperado por todos. Desde aquellos apasionados por la política o televidentes ocasionales, nadie quiere quedarse afuera. Sin embargo, si algún amigo lector por casualidad no pudo ver este último debate, déjeme decirle que lo envidio profundamente. Lo que se vio en el primer round de Trump vs Biden se asemejó más a un debate entre delegados de escuela primaria, dónde el principal asunto a discutir era: ¿Quien pinchó la “plastiball”?.

“Mentiroso”, “Payaso”, entre otras cosas,  fue lo que salió de la boca de quienes se están disputando el liderazgo del “mundo libre”. Esto no solía ser muy común en los Estados Unidos, dónde se han presenciado grandes debates. No hace falta irnos a 1980 a ver el Reagan vs Carter, pueden ver el primer debate entre Barack Obama y Mitt Romney en el 2012 y sacar sus propias conclusiones.

Lo que se vio la noche del martes 29 de septiembre fue una hora y media de gritos, insultos e interrupciones. Los candidatos raramente pudieron terminar un argumento sin ser opacados por los gritos del otro.

Analicemos con un poco más de detenimiento las performances de los candidatos en cada una de las temáticas. Con esto no quiero levantar las expectativas de lo que fue el debate. En palabras de Ben Shapiro, “Fue lo peor que he visto en mi vida. En los primeros 15 minutos la gente se fue a buscar un whiskey. A los 30 minutos fueron buscar una aspirina y a los 45 minutos fueron a buscar un revólver”.

Debate 2020

Se llevó a cabo en la ciudad de Cleveland, Ohio, y estuvo dividido en seis segmentos: el historial de ambos candidatos, la corte suprema, el Covid-19, la economía, raza y violencia en las calles y la integridad de la elección. Cada uno de estos tópicos, de 15 minutos de duración, fueron elegidos por el moderador de la noche, el polémico Chirs Wallace, del cual nos ocuparemos más adelante. La modalidad era la siguiente. Wallace disparaba una pregunta a uno de los candidatos,  este tendría dos minutos para responder y luego ambos tendrían tiempo para debatir entre sí. La idea era que dentro de esos primeros dos minutos no hubiera interrupciones. Evidentemente algo salió mal.

Joe Biden y Donald Trump. Fuente : BBC News

Estrategias

Ambos candidatos salieron a la cancha con una estrategia bien definida y ensayada. La táctica elegida por el equipo del vicepresidente Biden fue simple, incluso se puede imaginar a su staff arengándolo antes de salir, “Por favor, evita todo tipo de intercambio con Trump. Salí a hacer lo tuyo”. Lo aplicó al pie de la letra. Eran conscientes de que el actual nominado demócrata no está muy lúcido como para un intercambio a solas con el presidente Trump, quien arriba del escenario es una topadora.

Su papel fue prolijo, aunque no lució del todo bien. Si bien estuvo mucho más sagaz de lo que se podía esperar, se lo vio bastante frágil.  Su apariencia no era la más presidencial y tuvo dificultades para empezar oraciones. A pesar de todo se mostró muy calmado y sereno.

Biden también quiso instalar que él es quien toma las decisiones dentro de su partido, algo que últimamente ha estado en tela de juicio.  “Yo soy el partido demócrata. Lo que está en la plataforma demócrata está ahí porque yo lo he aprobado”, expresaba.

Por otra parte, el presidente Trump buscó interrumpir constantemente a su adversario, con el objetivo de que este se desorientara, como ya hemos visto en sus apariciones públicas. Personalmente no creo que haya sido lo más inteligente, ya que lo peor de Biden se vio cuando el presidente lo dejó hablar. Citando a Napoleon Bonaparte, «Nunca interrumpas a tu enemigo cuando esté cometiendo un error». Otro motivo por el cual la constante interrupción no fue acertada es la siguiente: si hubiera centrado el debate en sus políticas, comparadas con la de su adversario, podría haber sido una victoria clara. Sin embargo, hizo todo lo posible por mostrar lo que a la gente más le molesta, que es su propia personalidad. 

Esos argumentos políticos que el presidente tenía a su favor se vieron eclipsados por sus interrupciones constantes y, a veces, irritantes. También buscó fragmentar a la coalición demócrata, forzando a su adversario a declarar en contra de la izquierda, la cual se está disputando el control dentro de dicho partido. Aquí no tenía nada que perder ya que, diga lo que diga Biden, alguien dentro de esa coalición se iba a ofender. Esta estrategia la utilizó en casi todas las temáticas a lo largo de la noche.

Joe Biden. Fuente: BBC News

Primer Round

El debate comenzó con la discusión sobre la Corte Suprema de Justica. Para quienes no estén muy al tanto, ante el fallecimiento de la jueza Ruth Bather Gindsburg, el presidente Trump nominó a Amy Coney Barnett, quien se espera sea confirmada por el senado a fines de octubre. “Nosotros ganamos las elecciones, las cuales tienen consecuencias, tenemos el senado, tenemos la casa blanca y tenemos una nominada fenomenal, respetada por todos”, comenzaba Trump.

Por su parte, Biden criticó a Barnett por estar en contra del Obamacare y cuando fue consultado por el moderador si tenía en mente ampliar el número de jueces en la corte, la respuesta del exvicepresidente fue la siguiente: “El problema es que el pueblo norteamericano debe expresarse, ustedes deben salir y votar, voten ahora y háganle saber a sus senadores que tan fuertes se sienten. Voten ahora”.

Terminado este tema, pasaron al Covid-19. Biden atacó primero. Comentó los  números que había dejado hasta el momento la pandemia en el país del norte. Sumado a esto criticó fuertemente la gestión de Trump sobre el virus y lo acusó de saber de antemano lo peligroso que este era. El presidente no tardó en responder: “Si lo hubiésemos escuchado a usted Joe, las fronteras hubieran quedado abiertas, millones hubieran muerto en vez de doscientos mil. Por supuesto que un muerto ya es demasiado, esto es culpa de China y jamás debería haber ocurrido. (…) Cuando cerré las fronteras me acusaste de xenófobo.  Muchos de los gobernadores demócratas dijeron que el presidente había hecho un trabajo fenomenal. Conseguimos las mascaras, las camas, los ventiladores y ahora estamos a semanas de la vacuna”, sentenciaba.

Ahora llegaba el turno de la economía. Aquí Biden comentó cuál sería el alcance de su proyecto. “Mi plan va a crear siete millones de puestos de trabajo más de los que creó el presidente en sus cuatro años. Además, va a añadir un billón de dólares en crecimiento económico, porque va ser acerca de “comprar americano”. (…) Voy a subir el impuesto corporativo de 21% a 28%”, explicaba. Este segmento derivó en un griterío cuando Trump acusó al hijo del ex vicepresidente de haber recibido tres millones y medio de dólares por parte de la esposa del alcalde de Moscú. De lo que menos se habló en esos ocho minutos fue de economía.

Donald Trump. Fuente: BBC News

Otro de los momentos polémicos se dio cuando, ante una pregunta de Wallace referida a si existe un racismo institucional en Estados Unidos,  Biden argumentó lo siguiente, “Hay una injustica sistémica en este país, en educación, trabajo y aplicación de la ley”.  Esa idea de que las instituciones norteamericanas son racistas ha sido una de las banderas de los demócratas de cara al 3 de noviembre.

No mucho después, Wallace le preguntó al presidente por qué prohibió el “Entrenamiento de Sensibilidad Racial” en las oficinas del gobierno. Esta pregunta partió de una premisa falsa, ya que lo que Trump prohibió fue la “Teoría Racial Crítica”, la cual afirma que toda institución en los Estados Unidos está apuntalada por supremacía racial. “Le estamos pagando cientos de millones de dólares a ciertas personas para enseñar, francamente, ideas muy malas y enfermas. Realmente le están enseñando a la gente a odiar a nuestro país y no voy a permitir que eso pase”, respondía Trump.

Uno de los obstáculos que tuvo que afrontar el presidente, quizás el más difícil, fue el propio moderador. Wallace comenzó el debate tranquilo, pero aparentemente se molestó con la estrategia del presidente de interrumpir a su rival tantas veces como era posible. Por lo tanto, decidió convertirse en un jugador más en el debate, por momentos parecía un dos contra uno. Incluso increparon a dúo al presidente para que condenase a grupos supremacistas blancos (algo que ya ha realizado en reiteradas ocasiones).

 La respuesta del “acusado” fue la siguiente: “Seguro que estoy dispuesto a condenarlos, pero debo decir que casi toda la violencia que he visto en las calles es de los grupos de izquierda, no de derecha. Estoy dispuesto a hacer lo que sea, yo quiero ver paz.”. Mientras Trump hablaba, Biden y Wallace arengaban, “Vámos, hágalo”. Algún televidente ocasional puede haber pensado que lo que estaban transmitiendo era una reunión de consorcio.

Chris Wallace, moderador de la noche. Fuente: BBC News

Luego le pidieron que condenara al grupo “Proud Boys”,  un grupo violento de ultraderecha asociado al neonazismo, nacionalismo y supremacismo blanco. “Proud Boys, retrocedan, pero les diré una cosa, alguien tiene que hacer algo sobre ANTIFA, porque este es un problema de la izquierda”, sentenciaba Trump.

Esto dio lugar a otro de los momentos más tensos de la noche. Luego de lo comentado, el ex vicepresidente se refirió a ANTIFA, en sus propias palabras, “ANTIFA es una idea, no una organización”. Por supuesto que la respuesta de su adversario no se hizo esperar, “Tienes que estar bromeando. ANTIFA es un grupo radical peligroso”.  Inmediatamente Wallace intervino para cortar la interacción y sacarle a Biden las papas del horno. Para despejar dudas, ANTIFA es un grupo extremista de izquierda y uno de los principales responsables de la violencia en las calles de Kenosha, Minneapolis o Chicago.  El nominado demócrata tomó distancia de la izquierda con respecto a los saqueos, “La violencia como respuesta nunca es apropiada, pero sí los manifestantes pacíficos”, declaraba. “¿Quiénes son los manifestantes pacíficos. Aquellos que toman las calles, queman los negocios y matan gente?”, replicaba el presidente.

Fin del debate. Fuente: BBC News

Acto seguido, Trump infló el pecho por haber sido respaldado por diferentes departamentos de policía. “Tengo el apoyo de todas las organizaciones que están a favor del cumplimiento de la ley. Tú ni siquiera puedes decir esas palabras, porque si lo haces, vas a perder a todos tus votantes de izquierda. (…) Yo creo en la ley y el orden, usted no Joe. Y le digo algo, la gente de este país quiere y demanda ley y orden. Usted ni siquiera puede decir esas palabras”, argumentaba. En ese momento apareció nuevamente Wallace, vestido de bombero para apagar la discusión. Esto le valió un comentario por parte del presidente: “Supongo que estoy debatiendo con usted y no con él. Pero está bien, no me sorprende”, disparaba.

Ahora sí, para alegría de todos los televidentes, llegaba el último tema de la noche, la integridad de las elecciones. Dicha integridad ha estado muy discutido debido a la cantidad de gente que va a votar por correo. Este tipo de votación ha sido cuestionado, entre muchas otras cosas, porque estados clave como Michigan o Florida no pueden abrir los sobres hasta el día de la votación, lo que dio lugar a teorías sobre fraude. Básicamente, el partido demócrata está a gusto con la votación por correo y el partido republicano le tiene fobia.

“El director del FBI aseguró que no había ningún riesgo en la votación por correo, no hay evidencia de que los sobres puedan ser manipulados. Ustedes deben salir a votar, voten, voten y  voten. Si pueden votar antes, voten antes, si quieren ir a votar, vayan a votar, pero  él no puede detenerlos para que decidan el resultado de esta elección. Si gano, voy a aceptarlo y si pierdo también, exclamaba Biden.

“En cuanto a las boletas se refiere, es un desastre. Una boleta solicitada está bien, usted la pide, ellos se las mandan y usted la devuelve con su voto. Pero ellos están enviando millones de boletas a lo largo del país. Esto va a ser un fraude como nunca han visto. Vean lo que pasó en Manhattan, en Nueva Jersey, en Virginia, se han perdido el 30% de los votos. Es una vergüenza (…), esto no va a terminar bien. Si es una elección justa, estoy 100% a bordo, pero si veo cientos de miles de boletas manipuladas, no puedo estar de acuerdo con eso” finalizaba el presidente. Entonces, ¿Quién gano el debate? Depende a quien le pregunten. Si vamos a CNN veremos una cosa y si vamos a Fox News veremos otra muy diferente.

En resumen, lo hecho por Donald Trump estuvo muy debajo de lo esperado, aunque se mostró más sólido tanto en las temáticas como en lo que respecta a la imagen. Esto se vio eclipsado por su “rudeza” y sus interrupciones. Joe Biden fue a Cleveland a dar un monólogo y esquivó todo tipo de intercambio. Pero hay que destacar que su actuación estuvo por encima de las expectativas. Ahora debemos esperar unos días para presenciar el segundo round. Lo único que nos queda es rezar para que la siguiente frase no se cumpla: “Las segundas partes nunca fueron mejores que las primeras”. Porque, como les adelanté al comienzo, esto no fue un debate: fue una desgracia.

*El autor es estudiante de Periodismo en la Universidad Católica Argentina (UCA)

Foto de portada: Scott Olson/Getty Images

Un viaje retrospectivo a las convenciones 2020

Opinión | Por Joaquín Nuñez* |

Se pueden decir muchas cosas acerca de las convenciones nacionales en los Estados Unidos. Para algunos son innecesarias como la citación de Diego al “Chino” Garcé para el mundial de Sudáfrica. Otros, en cambio, las perciben infaltables como el vitel toné del 24 de diciembre. Incluso están los que tachan los días como los presos esperando a que lleguen. Pero si hay algo en lo que todos vamos a estar de acuerdo es en que las convenciones de este año fueron las más particulares de la historia.

Para aquellos amigos lectores que no están muy en tema, vamos a explicar un poco de qué se trata esto de las convenciones nacionales.

Pasando en limpio

Podemos definir a las convenciones nacionales en los Estados Unidos como grandes eventos políticos, celebrados únicamente en años electorales, generalmente de tres o cuatro días de duración, en donde se reúnen los delegados del partido en cuestión para nominar a un candidato. Suelen realizarse en grandes estadios, con tribunas colmadas y ruidosas, al mejor estilo Racing Club. Podríamos afirmar que los principales objetivos de las convenciones son los de anunciar al nominado presidencial del partido y dejar bien en claro cuál será la plataforma del mismo (base ideológica, candidatos y propuestas).

Tanto el partido demócrata (DNC) como el partido republicano (RNC) celebran sus convenciones, pero en fecha y lugares diferentes.

Convención republicana 2012. Fuente: Roll Call

Decenas de oradores tendrán su momento a lo largo de esas cuatro noches. Estos suelen estar ordenados según su jerarquía, como cuando uno sale a cenar. No empieza con el plato fuerte. Primero traen la canasta de pan, con algún dip de dudosa procedencia, luego uno comienza a abrirse el apetito con un tentempié, van trayendo las bebidas, para luego esperar, a veces de más, el plato fuerte de la noche. Queda a gusto del lector si prefiere o no cerrar con un postre. 

Entre los oradores suele haber mucha diversidad, ya que no solamente son políticos quienes pronuncian su discurso: celebridades, cantantes, empresarios, maestros, comerciantes, activistas, entre muchos otros rubros, también son invitados según sus ideales. 

Aunque, sin lugar a duda, quienes más tienen en la mira la convención nacional del partido son los jóvenes candidatos. Estos intentaran esforzarse al máximo para conseguir la atención de las bases del partido para futuras elecciones. Sino, pregúntenle al presidente Obama. Su discurso en la DNC del año 2004 fue su boleto directo a la nominación presidencial del 2008; boleto que también le dio acceso a las Casa Blanca meses después.

Imagínense, para un político absolutamente desconocido, de repente aparecer en televisión nacional y contar con la atención de decenas de millones de personas. A muchos se les hace agua la boca.

También es una ocasión inmejorable para recaudar fondos, ya que a los lobbies más grandes del país no les van a escribir ausente en ninguna de las 4 noches que dure la convención.

En cuanto a la campaña, la convención suele reforzar al partidario, ahuyentar a la oposición más dura y seducir al indeciso. Esto último resulta fundamental, ya que para aquellas personas bautizadas por Paul Lazarsfeld como “cristalizadores” (aquellos que definen su voto en las últimas instancias) estos eventos resultan de gran importancia. Los ayudan a definirse por uno u otro partido, según cuál de estos represente, momentáneamente, sus ideales de la mejor manera. El caso de los Estados Unidos es muy claro en este sentido, ya que es un juego de suma cero, lo que significa que lo que gana uno lo pierde el otro (pido por favor que no se me ofenda la gente del Partido Verde o del Partido Libertario).  Por este motivo, los dos partidos mayoritarios se esfuerzan al máximo para poder ganarse la simpatía de estos cristalizadores, y qué mejor manera que bombardearlos con toda su agenda política por televisión nacional.

Barack Obama en la convención demócrata del 2004. Fuente: WBUR

¿Sirven electoralmente? Estadísticamente hablando, estos eventos suelen suponer una inyección de alza en las encuestas para los nominados en cuestión. Vamos con un ejemplo concreto: en las elecciones presidenciales de 1992, después de las convenciones nacionales, el presidente George H.W. Bush (R) subió 3 puntos en las encuestas, mientras que el por entonces gobernador, Bill Clinton (D) subió 16 puntos. Un numerito. Afortunadamente para él, pudo confirmar esa diferencia en el colegio electoral, lo que le valió para mudarse sin escalas desde Arkansas a Pennsylvania al 1600 en Washington DC.

El día y la noche

Ahora sí, vamos a lo que venimos. Este 2020 presenció las convenciones más particulares de la historia de los Estados Unidos. Ambos partidos tuvieron que adaptarse a esta nueva realidad de pandemia. Ya no se podían llenar estadios con miles de simpatizantes, así que optaron por retrasar el inicio de sendos eventos para poder realizarlos de manera virtual, cada uno a su manera.

Sin embargo, la virtualidad fue lo único en lo que ambos eventos coincidieron. ¿En qué se diferenciaron? Veamos.

Convención Nacional Demócrata

La Convención Nacional Demócrata tuvo lugar entre el 17 y el 20 de agosto, donde decenas de oradores intentaron convencer a la audiencia de que la fórmula Biden-Harris es lo que Estados Unidos necesita. Desde los presidentes Barack Obama, Bill Clinton o Jimmy Carter, ex nominados como John Kerry y Hillary Clinton, ex candidatos como Bernie Sanders o Pete Buttigieg, republicanos como John Kasich y hasta cantantes como Billie Elish.

Cada uno de ellos hizo un excelente trabajo en transmitir el mensaje central de la plataforma demócrata de cara al 3 de noviembre: Donald Trump no está capacitado para ser presidente de los Estados Unidos. Esto puede ser un arma de doble filo ya que fue exactamente la misma estrategia que utilizaron cuatro años atrás. ¿Cómo fue el resultado entonces? Habrá que preguntarle a Hillary Clinton.

Se centraron casi exclusivamente en los aspectos negativos de la administración Trump en términos económicos, políticos y atacaron su gestión contra el Covid-19: “La ignorancia e incompetencia de Donald Trump fue siempre un peligro para nuestra nación. El coronavirus fue su más grande evaluación; falló miserablemente”, comentaba la senadora Elizabeth Warren.

Elizabeth Warren. Fuente: WBUR

Muchos de los oradores expusieron los aspectos negativos de los Estados Unidos, en términos económicos y raciales, dando a entender que el país del norte es racista e injusto. Todos coincidieron en que están inmersos en un momento muy difícil y que esta realidad de crisis empeoraría enormemente si el presidente resultase reelecto. “Las cosas no están bien, y créanme, puede llegar a estar mucho peor si no generamos un cambio en esta elección”, expresaba Michelle Obama.

La ex primera dama pronunció uno de los discursos más destacados de la convención. “Donald Trump tuvo mucho tiempo para demostrar que era apto para el cargo, pero está claramente por encima de su cabeza (…) simplemente él no puede ser quien necesitamos que sea para nosotros. Él es lo que es”, sentenciaba.

Su esposo, Barack Obama también tuvo palabras muy críticas para con el actual inquilino  de la Casa Blanca. Aunque articuló uno de los discursos más moderados en cuanto a los Estados Unidos, sugirió que la democracia estaría en jaque con cuatro años más de Trump. “No dejen que les quiten el poder (…) esta administración ha demostrado que derribarán nuestra democracia si es necesario. Hay que votar como nunca antes, por Joe, por Kamala, para que no quede duda, de lo que este país, el cual amamos, representa”, formulaba.

A su vez, el racismo fue uno de los principales protagonistas a lo largo de las cuatro noches. “Las personas de raza negra, latinos e indígenas están sufriendo y muriendo desproporcionadamente (…) siendo causa de un racismo estructural”, exclamaba la flamante nominada a la vicepresidencia, la senadora Kamala Harris. Este concepto del racismo sistémico estuvo en boca de muchos de los oradores, lo cual evidencia que el discurso en general estuvo orientado a las minorías. En su mayoría latinos, mujeres y, sobre todo, afroamericanos.

Transmisión en vivo del discurso de Michelle Obama. Fuente: Miquer Pelicier

También enfatizaron en los aspectos positivos del vicepresidente Biden, definiéndolo como un hombre “decente”, “capaz”, “valiente” y “de fe”.                         

A muchos les llamó la atención que pasaran por alto sus propuestas políticas y económicas, a las que se refirieron poco y nada. Esto se debe principalmente a la creciente división ideológica dentro del partido, que actualmente se encuentra en medio de un forcejeo entre la moderación y la izquierda progresista. Un claro ejemplo fue el curioso y breve discurso de la representante Alexandria Ocasio Cortez, quien expresó que buscaba conseguir la nominación del senador Bernie Sanders. Quizás lo conozcan como “el loco Bernie”, representa el ala más radical hacia la izquierda del partido.

Tampoco le dedicaron mucho tiempo a la violencia que está ocurriendo en ciudades como Portland, Minneapolis y Kenosha, entre otras. No quisieron inquietar a ninguna de las dos bases, un discurso recatado y prudente, con el objetivo de no ofender a nadie.

Si nos referimos al “show” que se suele ofrecer en este tipo de eventos, los demócratas fueron bastante austeros. Incluso, hablando un poco en criollo, pareciera que ratonearon con la pirotecnia.

El encargado de cerrar esas cuatro noches no iba a ser otro que el nominado presidencial, Joe Biden. Ya un experimentado, por no decir un dinosaurio, en este tipo de eventos. Fue protagonista de las tres últimas convenciones como vicepresidente. Biden intentó no fragmentar a la coalición del partido, llamó a la unidad del país y  le dedicó unas bonitas palabras a su esposa Jill y a sus hijos. Enfatizó en la gran crisis que está sufriendo Estados Unidos, comparado con Canadá, Japón o incluso Europa. Sin embargo, fue uno de los pocos oradores en dedicarle palabras positivas al país y casi no mencionó al presidente.

Joe Biden cierra la DNC junto a su esposa Jill y su Kamala Harris. Fuente: El Español

“Esta es una elección trascendental, el carácter de esta nación está en la boleta, la compasión está en la boleta, la decencia, la ciencia y la democracia, todas están en la boleta. (…) Esta es nuestra misión, la historia va a decir que el final de este capítulo oscuro de Estados Unidos empieza aquí, esta noche, con amor, con esperanza y con luz. Únanse a la batalla por el alma de la nación”, finalizaba. 

Convención Nacional Republicana

La Convención Nacional Republicana tuvo lugar entre el 24 y el 27 de agosto. La diferencia entre ambas convenciones fue abismal en todo sentido. Solo coincidieron en dos aspectos: esta es la elección más importante de “nuestro tiempo” y, de ganar el otro partido, es muy posible que el sol no vuelva a salir.

Los principales valores que buscaron transmitir fueron el optimismo, la inclusión y fundamentalmente el patriotismo. Para ello contaron con un amplio abanico de oradores, entre los que se destacaron Charlie Kirk, los senadores Rand Paul y Tim Scott, la ex embajadora Nicky Hailey, el ex alcalde Rudy Giuliani, el Doctor Ben Carson, el empresario Máximo Álvarez e incluso algunos demócratas, como los representantes Vernon Jones y Jeff Van Drew. De más está aclarar, todo el clan Trump también dijo presente.

Centraron su mensaje en cómo las políticas del presidente ayudaron a la población en general. Sacaron chapa de la baja de impuestos, una economía fuerte, históricos números de desempleo para las minorías, reforma de la justicia penal, su política exterior y las “zonas de oportunidad”. Personificaron estas políticas con personas comunes y corrientes. Gente a pie de calle que se vio beneficiada por alguna de estas iniciativas, como Alice Johnson o la familia Mc closkey. Llenaron a la audiencia de optimismo, fieles a uno de los eslóganes de campaña: “Lo mejor está por venir”.

Por supuesto que también dispararon sus flechas contra el partido demócrata, al que acusaron de haber sido consumido por la izquierda. Para ello subieron al escenario a Jeff Van Drew, un representante que fue demócrata hasta el 2019, cuando cruzó a la vereda de enfrente. “Este no es el partido demócrata que yo conocí. He visto al “Escuadron” tomar el control del partido, se ha vuelto radical. Ahora no solo buscan subir los impuestos, buscan abrir las fronteras, están en contra de la policía y en contra de los derechos que nos fueron dados por Dios.(…) Ya tuve demasiado de su agenda radical y socialista”, exclamaba.

Jeff Van Drew junto a Donald Trump en el despacho oval. Fuente: NYT

 A esto último se sumó el senador Tim Scott. “Los demócratas radicales quieren transformar permanentemente lo que significa ser norteamericano. No cometan el error. Joe Biden y Kamala Harris buscan una revolución cultural. Si los dejamos, comenzarán a transformar este país en una utopía socialista”, enunciaba.

Otro que no quiso quedarse afuera del ataque fue Máximo Álvarez, empresario cubano: “Esas cuatro promesas: distribución de la riqueza, «Medicare» para todos, educación ‘gratuita’ para todos y desfinanciar a la policía. Esas políticas no suenan radicales para mí, suenan familiares. (…) Cuando escuché esas promesas, escuché ecos de mi vida anterior, ecos que nunca quise volver a escuchar”, declaraba.

Otro de los objetivos de la convención fue sacarle al presidente Trump y a Estados Unidos los carteles de “racista” que les fueron colocados por los demócratas. La primera de estas misiones le fue encargada a Hershel Walker, ex jugador de fútbol americano y amigo personal del presidente. Walker ilustró a Trump como un hombre cálido y familiero: “Conozco a Donald hace 37 años, me duele en el alma cuando escucho a la gente llamarlo por nombres horribles y el peor de todos, es el de ‘racista’. Tomo como un insulto personal que alguien me diga que fui 37 años amigo de un racista. Crecí en lo profundo del sur, créanme, sé lo que es el racismo y no es Donald Trump”, comentaba.

La segunda misión estuvo a cargo de Nikki Hailey y nuevamente Tim Scott. “El cumpleaños número 99 de mi abuelo hubiese sido mañana. Fue obligado a dejar la primaria para cosechar algodón, nunca aprendió ni a leer ni a escribir. A pesar de todo, vivió lo suficiente para ver a su nieto convertirse en el primer afroamericano en ser elegido para la Casa de Representantes y para el Senado en la historia de este país. Nuestra familia pasó del algodón al congreso en una generación. Por eso es que creo que este próximo siglo puede ser mejor que el anterior”, manifestaba.

Tim Scott durante su discurso en la RNC. Fuente: National Review

Tampoco iba a faltar tiempo para perseguir a Biden por sus recientes dichos sobre la comunidad afroamericana. Daniel Cameron, fiscal general de Kentucky, le respondió al nominado demócrata: “Pienso en Joe Biden, quien dijo que si no votamos por él, no éramos negros. Quien argumentó que los republicanos nos pondrían cadenas y quien dijo que no había diversidad de pensamiento en la comunidad negra. Señor vicepresidente, míreme a mí. Soy negro, no somos todos iguales, no estoy encadenado, mi mente es solo mía y usted no puede decirme como votar por el color de mi piel”, sentenciaba. Todos los anteriores oradores fueron transmitidos en vivo desde el Auditorio Andrew Mellon en Washington DC.

Ahora vamos al plato fuerte de la última noche: el discurso del presidente Trump. El lugar elegido fue la casa blanca, contó con un numeroso público, algo que fue bastante cuestionado por el contexto actual. Habló, sobre todo, de los éxitos de su administración, defendió a la familia, fulminó al actual partido demócrata, nombró 41 veces a su adversario, se jactó de su gestión del Covid-19 y atacó a la audiencia con bombas de patriotismo.

“Nunca antes los votantes se enfrentaron a una decisión tan clara entre dos partidos, dos visiones, dos filosofías y dos agendas. Esta elección va a definir si salvamos el sueño americano o si permitimos que una agenda socialista destruya nuestro destino”, comenzaba. Suave, por suerte.

No tardó en atacar a los demócratas y en especial a Joe Biden, a quien calificó como el “caballo de troya del socialismo”. “En la DNC, Joe Biden y su partido atacaron repetidamente a Estados Unidos como una tierra de injusticia racial, económica y social. Hoy les hago una simple pregunta, ¿cómo el partido demócrata pide liderar nuestro país, cuando pasan tanto tiempo intentando tirarlo abajo?”, disparaba.

Donald Trump finaliza la convención republicana. Fuente: NYT

También le dedicó unos minutos a la violencia que se estuvo viendo en las calles estos últimos meses. “El partido republicano condena las revueltas y los saqueos que hemos visto en Kenosha, Minneapolis, Portland, Chicago y Nueva York. Todas ciudades gobernadas por demócratas. (…) No debemos y no podemos permitir la ley de la calle”, afirmaba.

Para finalizar, el presidente lanzó un mensaje de unidad a la audiencia. “Los norteamericanos construimos nuestro futuro, no tiramos abajo nuestro pasado. Somos la nación que ganó una revolución, combatió la tiranía, el fascismo y llevó la libertad a millones. Lo hicimos con confianza, estilo e instinto. (…) Porque eso es lo que somos. Cuando nuestro estilo de vida fue amenazado, nuestros héroes aparecieron, respondieron la llamada. (…) Para nuestro país, nada es imposible. Juntos, somos imparables; juntos, somos invencibles; porque juntos, somos los orgullosos ciudadanos de los Estados Unidos de América”, cerraba.

Si hay algo que no le podemos reprochar al presidente Trump es su empeño por producir un buen show. Luego de que terminó su discurso, comenzaron seis minutos seguidos de fuegos artificiales. Lo que se ahorraron en gastos de la convención sin duda lo invirtieron en pirotecnia. 

Entonces, transcurrido este -no tan breve- repaso por ambas convenciones, definitivamente quedan muchas interrogantes: ¿Cuál estuvo mejor? ¿cuál fue más efectiva? ¿cuál transmitió mejor su mensaje? Las respuestas a esas interrogantes estarán disponibles el tres de noviembre.

*El autor es estudiante de Periodismo en la Universidad Católica Argentina (UCA)

Fuente de la imagen principal: Morning Consult

Joe Biden define su compañera de fórmula en medio de la pandemia

Comenzó la (otra) carrera demócrata: una presentación de las candidatas a la vicepresidencia

Opinión | Por Joaquín Nuñez* |

El hecho de que la Convención Nacional Demócrata se haya reprogramado para el 17 de agosto puede que parezca un dato intrascendente para muchas personas; sin embargo, no es así para Joe Biden. Esta fecha le impone un plazo, un cronómetro que cada vez parece bajar más rápido y que marca el tiempo para que el ex vicepresidente escoja un compañero de fórmula para las elecciones del 3 de noviembre. Escoger un compañero de fórmula puede ser una de las decisiones más importantes de una campaña presidencial. Puede allanar el camino hacia Pennsylvania al 1600 o llenar ese camino con adoquines.

En la política norteamericana hay algunas cuestiones que son fundamentales para cualquier candidato a la hora de elegir un compañero: el Estado al que pertenece esta persona, cuál es el tipo de votante que atrae, su popularidad y, la más importante, el equilibrio que le pueda aportar a la boleta (en términos de edad, de color de piel, de religión, de experiencia y de ideología).

Este equilibrio muchas veces da resultado, como cuando el presidente Barack Obama eligió al propio Biden para acompañarlo, o cuando John Kennedy escogió a su más duro rival en las primarias, Lyndon Johnson. Lamentablemente en otras ocasiones ese equilibrio no da tan buen resultado. Podemos tomar un par de casos medianamente recientes como los de John McCain eligiendo a Sara Palin, o el hoy senador Mitt Romney con Paul Ryan.

Tomemos el caso de Obama con Biden. Este es uno de los ejemplos de equilibrio perfecto: la envidia de los fabricantes de balanzas. Por un lado, Barack Obama, un senador junior de 46 años, relativamente joven para buscar el “liderazgo del mundo libre”, popular entre los jóvenes progresistas, latinos y votantes de color. Por otro lado, Joe Biden, quien ha pasado más años de su vida en el Senado que fuera de él, 65 años de pura experiencia y algunos roces de más, visto como un moderado que puede atraer los votos de personas blancas mayores, votantes independientes y algún que otro republicano del ala más centrista. Evidentemente mal no les fue. Obtuvieron diez millones de votos más que su homólogo republicano y un categórico triunfo en el colegio electoral: 365 a 173, lo que equivale a un 4-1 futbolísticamente hablando.

Biden empezó bien en la búsqueda de ese equilibrio, ya que en el debate que sostuvo en marzo con el senador Bernie Sanders anunció que su compañero de fórmula sería una compañera de fórmula. “Si obtengo la nominación me comprometo a escoger a una mujer como vicepresidenta”, expresó sin dar más detalles. Entonces, ¿quiénes son las candidatas?

Amy Klobuchar

Actual senadora por el estado de Minnesota, Klobuchar tiene fama de ser una jefa muy exigente. Durante años ha tenido una de las tasas más altas de rotación de personal en el Senado. Buscó la nominación demócrata para la Presidencia este año pero los resultados no fueron los esperados y decidió terminar su campaña el 2 de marzo, un día antes del supermartes, para dar su apoyo a Biden. Se expresa a favor del aborto pero con algunas restricciones y plantea expandir el Medicare y construir sobre el Obamacare.

Según la encuestadora Morning Consult, es la séptima senadora con mayor índice de aprobación del país, con un 56% de imagen positiva contra un 31% de negativa. Se mostró fuerte en los debates demócratas y es vista como una política moderada que atrae votantes de diversos sectores. Incluso de algunos republicanos moderados, principalmente electores blancos rurales y sin educación universitaria, votos que últimamente se les hacen cuesta arriba a los demócratas. Es bueno echar un vistazo a la encuesta de CNN de 2018 en Minnesota y ver cómo se desempeñó en estos grupos. Klobuchar se hizo con el 52% de los votos de los hombres blancos y el 56% de los votantes sin educación universitaria. No le fue tan bien entre hombres blancos no universitarios, pero aun así consiguió un 45% de los votos.

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Amy Klobuchar en el lanzamiento de su campaña presidencial en Minnesota. Fuente: Star Tribune

De más está decir que es muy popular en su estado (en las últimas elecciones aventajó por 24 puntos a su oponente republicano). Cabe destacar también que Minnesota tiene una cantidad considerable de electores (10), se encuentra pegado a Wisconsin (10) y está muy cerca de Michigan (16). Dos estados que se consideran “puntos de inflexión” y que estaban dentro del “muro demócrata” que fue dinamitado cuatro años atrás por el presidente Trump.

Tiene una ventaja regional muy fuerte donde más la necesita su partido, en el medio oeste. Esto resulta importante ya que desde que las elecciones son bipartidistas (1892), en el 87% de los casos la fórmula ganadora también se lleva el estado del candidato a la Vicepresidencia. «Si observamos 2016, las mismas tendencias que ocurrían en Wisconsin y Michigan ocurrían en Minnesota», explicó Jeff Blodgett, un antiguo agente demócrata de Minnesota que se desempeñó como asesor informal de su campaña presidencial.

La senadora no suele tomar posiciones impopulares. Por ejemplo, estuvo en contra de la Guerra de Irak y está a favor de tomar medidas para frenar el cambio climático, pero no está en contra del fracking.

Además de tener fama de jefa exigente -y según ciertos rumores, algo abusiva-, su principal carta en contra es que puede ahuyentar el voto latino que Biden tanto necesita. El conocido episodio que tuvo donde no pudo contestar el nombre del presidente de México le puede jugar muy en contra a la hora de atraer votantes de origen mexicano, que representan el 66% de los latinos en Estados Unidos. Esto impactaría en estados que Biden necesitaría ganar para llegar a la presidencia, tales como Arizona, Nevada, Florida o incluso Ohio.

A su vez, no es la candidata más popular entre los votantes jóvenes y de color, los cuales son la base del partido demócrata moderno. «Su problema son los demócratas no blancos, aunque otro problema son los jóvenes. Ella no ha estado ganando apoyo entre los votantes nacidos después de 1975 «, expresó David Wasserman, editor del Cook Political Report.

Stacey Abrams

Cuarenta y seis años, ex representante por el estado de Georgia, escritora de novelas románticas y solo 50.000 votos la separaron de ser gobernadora de aquel estado. Abrams es una de las opciones que más equilibrio aporta a la mesa. Su caso es similar al de Obama-Biden de 2008. Representa al partido demócrata moderno, se llama a sí misma pragmática, no tiene miedo de abrazar el progresismo y ha coqueteado con presentarse para todos los cargos públicos en juego en las elecciones de este año.

Sus principales puntos a favor son la frescura, el carisma y la juventud que le aportaría a la boleta. Abrams es muy popular entre votantes jóvenes, de color, de centro izquierda y, más importante, mujeres (un voto que probablemente se le haga cuesta arriba a Biden por las reiteradas denuncias de acoso sexual en su contra).

Otro dato que también juega a su favor es su estado de procedencia. Si bien Georgia no se pinta de azul desde 1992, Joe Biden ha demostrado ser muy popular en el sur, principalmente con los votantes de color, que representan más del 30% de los habitantes del estado. Si a esa afinidad por Biden le sumamos a Abrams, podrían llegar a ser un dolor de cabeza para el presidente Trump, en un estado que cuenta con la cuantiosa cifra de 16 electores. Abrams tiene muy buenos índices de aprobación allí. Según una encuesta realizada en 2019 por la Atlanta Journal-Constitution (AJC), goza de la simpatía del 51,9 de los votantes. Este número incluye alrededor del 60% del voto femenino, dos tercios de los moderados y el 90% de los votantes negros.

Quizás una de sus mayores virtudes puede ser su mayor debilidad: su juventud y falta de experiencia en cualquier cargo federal potencialmente la invitan a convertirse en un Dan Quayle demócrata. Prácticamente no ha estado ni cerca de Washington DC. Fue parte de la cámara baja de su estado por diez años, pero su mejor carta de presentación podría decir “casi gobernadora de Georgia”.

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Stacey Abrams en un acto de campaña en 2018. Fuente: AP news

El pez por la boca muere, dicen algunos. El hecho de que haya cambiado de parecer sobre las denuncias de acoso sexual presentadas por mujeres es una de sus más grandes controversias. «Creo que las mujeres y las sobrevivientes de la violencia siempre merecen ser apoyadas y que se escuche su voz”, afirmaba Abrams en 2018, refiriéndose al caso de Brett Kavanaugh. Como abanderada del movimiento Me Too, se esperaba que apoyase también a las mujeres que han denunciado a Biden por acoso sexual.

Para sorpresa de muchos, “Yo creo en Joe Biden”, fue lo que salió de la boca de Abrams el pasado 29 de abril en una entrevista con CNN. «Creo que las mujeres merecen ser escuchadas y creo que necesitan ser escuchadas, pero también creo que esas acusaciones tienen que ser investigadas por fuentes creíbles. El New York Times hizo una investigación profunda y descubrieron que la acusación no era creíble. Creo en Joe Biden”, dijo Abrams en la misma entrevista en relación a la denuncia de Tara Reade en contra del ex vicepresidente.

Elizabeth Warren

Ex candidata a la nominación demócrata para la presidencia, escritora, profesora de Derecho en la Universidad de Harvard y siete años sirviendo en el Senado por el estado de Massachusetts. Con ese curriculum se afianza Warren en el casting para la Vicepresidencia. Abanderada del progresismo norteamericano, se destacó en las primarias por desarrollar planes detallados para cada una de las problemáticas, lo que llevó a la viralización del meme «Warren tiene un plan para eso».

A favor del Medicare para todos, promueve una gran inversión en educación que se basa, principalmente, en expandir los préstamos estudiantiles y dejar sin efecto hasta 50.000 dólares de esos mismos préstamos a miles de estadounidenses, dependiendo de su ingreso. Orgullosa de su ascendencia indígena, lo que le valió el apodo de Pocahontas, por el presidente Trump.

Es prácticamente un imán para el voto progresista norteamericano, dado que, en términos ideológicos es la candidata más cercana al senador Bernie Sanders. Esto significa que aportaría equilibrio ideológico a la fórmula. Según una encuesta realizada por CBSN, es la opción predilecta de los votantes demócratas ya registrados, un 36% de estos votantes la prefieren para acompañar a Biden.

La imagen positiva de Warren sube a la par del grado de educación de los votantes. Entre los demócratas es la favorita de los votantes blancos con título universitario, la segunda candidata con mejor imagen positiva entre los graduados universitarios, y presume de ser la favorita entre las personas con educación superior.

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Elizabeth Warren dialoga con Joe Biden en uno de los debates demócratas. Fuente: Boston Gerarld

Si bien expresamos con firmeza que era una especie de imán para el voto progresista en general, podríamos decir que es una “espanta-moderados”. Las elecciones generales se tratan de seducir a nuevos votantes, de atraer más gente a tu equipo, gente que antes no estaba allí. De ser Warren la elegida por Biden, estaría sacrificando mucho voto centrista e independiente, voto que necesita más que sus característicos lentes y su sonrisa ganadora si piensa vencer a Trump. Para muchos de estos votantes la imagen de la senadora en la boleta resultaría muy poco (o nada) atractiva. Por supuesto que dentro de estos posibles votantes espantados se encuentran republicanos moderados.

Al representar al estado de Massachusetts, no ofrece ninguna ventaja regional, ya que este estado no se tiñe de rojo desde el presidente Ronald Reagan. Además, sus 70 años no ofrecerían mucho equilibrio generacional a la fórmula.

Kamala Harris

Varios comentaristas políticos de Estados Unidos la han descrito como “la mejor opción para la Vicepresidencia”. Con cincuenta y cinco años y orígenes indios, Harris se desempeñó siete años como Fiscal General del distrito 27 de San Francisco, seis años como Fiscal General de California y desde 2017 ocupa una banca del Senado representando a este último estado.

Abandonó la carrera por la nominación demócrata para la presidencia el 3 de diciembre de 2019, luego de que su (forzada) apariencia de fiscal progresista no diera resultado. Se muestra a favor de legalizar la marihuana, recortar el gasto en defensa, leyes migratorias más flexibles, aumentar el salario mínimo a quince dólares la hora y a favor de ampliar los beneficios fiscales para hogares de clase media y de bajos ingresos.

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Kamala Harris habla en un acto de campaña a favor de Joe Biden. Fuente: Vox

Harris podría aportar un interesante equilibrio a la fórmula. Su experiencia como fiscal y senadora, su postura de centro izquierda, su popularidad entre los votantes (especialmente mujeres) de color y su origen asiático-americano contrastan muy bien con el presunto nominado demócrata. De hecho, Harris fue la primera mujer afroamericana en convertirse en Fiscal General de California e incluso la primera persona afroamericana en representar a este estado en el Senado.

Se muestra muy fuerte en los debates, como lo demostró en las primarias. Si no pregúntenle a Joe Biden quién era “esa pequeña niña”. Podría hacerlo muy bien en el debate con el vicepresidente Pence. Con su gran oratoria puede ponerse fácilmente en la piel de defensora de las minorías, no solo con los votantes de color, sino inmigrantes y minorías religiosas, especialmente aquellos que se encuentran decepcionados por la presencia de otro hombre blanco en la Casa Blanca. Por eso es que puede ser un gran contrapeso para Biden, quien ya goza de una gran popularidad entre los votantes de color, pero no así de algunos inmigrantes, todavía molestos con las deportaciones del presidente Obama. Harris podría convertirse en la Biden (2008) de Biden (2020).

Durante su campaña presidencial no terminó de mostrarse tal cual es, no parecía muy auténtica. Si bien ahora puede hacerlo a través de Biden, su táctica de mostrarse como una fiscal progresista convenció a pocos. Es popular entre los votantes de color, aunque no todos la ven con buenos ojos, algunos por su pasado como fiscal y otros por su campaña presidencial. «Los candidatos negros cometen un error principal: suponen que van a tener el voto negro solo porque son negros», expresaba Johnnie Cordero en 2019, presidente del Caucus Negro Democrático de Carolina del Sur. Cordero sugirió, además, que Harris no se dedicó a sumar apoyo entre los votantes de color porque ya lo daba por asegurado.

Según Lara Bazelon, directora de las clínicas de justicia penal y racial en la Universidad de San Francisco, “cuando el Caucus Negro Legislativo le pidió a Harris que respaldara proyectos de ley que habrían ordenado que todos los policías usaran cámaras con el cuerpo puesto y que la oficina del Fiscal General investigara los tiroteos letales involucrados por oficiales, ella se negó. Incluso apoyó un sistema que encierra a las personas que son demasiado pobres para pagar una fianza de dinero exorbitante. Estas políticas fueron parte integrante de un sistema de encarcelamiento masivo que ha dañado profundamente a las personas pobres y a las comunidades de color”.

Por otro lado, tampoco ofrece ninguna ventaja regional, ya que California lleva más de 30 años siendo demócrata en las presidenciales.

Tammy Duckworth

Es posible que estemos ante la presencia de una de las candidatas más novedosas entre el abanico de posibilidades que maneja Joe Biden. Veterana de la Guerra de Irak, fue miembro de la Cámara de Representantes por el estado de Illinois por cuatro años, lleva tres como senadora por el mismo estado y fue subsecretaria durante el mandato de Barack Obama.

Su principal carta a favor es que prácticamente no tiene ninguna en contra. Hemos mencionado que participó en Irak, lo que no hemos dicho es qué allí perdió sus dos piernas y parte de la movilidad de su brazo derecho. Como veterana y madre, puede empatizar muy bien con el voto femenino en general, ya que se muestra como una figura fuerte, trabajadora y que pudo salir adelante a pesar de su discapacidad física.

Su padre también se alistó en el ejército y participó en la Segunda Guerra Mundial, lo que inmediatamente le abre la puerta al voto veterano en general, sumando su propia experiencia en Medio Oriente. Por si esto fuera a poco a la hora de empatizar, es la primera senadora en la historia de Estados Unidos en amamantar a su bebe durante una votación y en emitir un voto con un bebe en brazos. No sé qué más se puede pedir.

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Tammy Duckworth en la Convención Nacional Demócrata de 2016. Fuente: Vox

Si bien le amputaron la pierna izquierda por debajo de la cadera y la derecha por debajo de la rodilla, nunca perdió el sentido del humor. En una entrevista comentó qué fue lo primero que dijo luego de despertar tras la operación y ver a su esposo junto a la cama. “Dije tres cosas cuando desperté en Walter Reed: ‘Te amo, ponme a trabajar y ¡Apestas! ¡Bañate!”, recordaba.

Duckworth fue la primera mujer nacida en Tailandia y la primera mujer con discapacidad física en ser elegida para el Congreso. No abraza tan fuerte al progresismo, aunque tampoco llega a la moderación, por lo que no haría dudar a la base del partido. Según Morning Consult, su índice de aprobación como senadora es del 42%, contra el 32% que la desaprueba. Además, la senadora refleja bien el ánimo bipartidista, ya que desde el 15 de abril trabaja junto a la administración Trump en un grupo enfocado en la reapertura de la economía durante el Covid-19.

Representa al estado de Illinois, tradicionalmente azul con sus 20 electores, por lo que no ofrece ninguna ventaja en ese aspecto.

Catherine Cortez Masto

De ascendencia latina, la actual senadora por el estado de Nevada es un caso muy particular, dado que se desconoce si estaría dispuesta a aceptar el cargo. Según algunos rumores, Biden le dijo en persona a uno de sus ex colegas en el Senado, Harry Reid, que Cortez Masto está entre sus tres opciones principales para hacerle compañía el 3 de noviembre. La senadora tiene una gran ventaja sobre las demás: tiene ascendencia latina. Su abuelo paterno, Edward Cortez, nació en México y emigró a Estados Unidos cuando era joven. Se hizo con la ciudadanía estadounidense en 1940, antes de servir en el Ejército durante la Segunda Guerra Mundial.

Puede presumir de ser la primera latina en servir en la cámara alta de los Estados Unidos. Esto resulta fundamental y podría ser un suero de tranquilidad para Biden a la hora apelar al voto latino. Según una encuesta realizada por Latino Decisions el pasado mes de abril, el ex vicepresidente está bajando su popularidad e intención de voto entre los latinos. Esto confirmaría la tendencia que se observó en las primarias: Biden no cuenta con un fuerte apoyo latino, como si lo hizo su amigo el Presidente Obama. La encuesta indicó que el 59% lo apoyaba o se inclinaba hacia él, en comparación con el 67% de febrero. La misma encuesta revela que, en caso de elegir a Cortez Masto como compañera de fórmula, su intención de voto escalaría hasta el 72%. Es precisamente el voto latino el que puede impulsar a Biden a ganar estados como Florida y Arizona. Entre los dos suman 40 electores y ambos se colorearon de rojo en 2016.

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Joe Biden con Catherine Cortez en 2018

Hay que tener muy en cuenta también la relación personal que la senadora mantenía con Beau Biden, hijo de Joe, que falleció en 2015. «Mi hijo tenía muy buen juicio. Y mi hijo realmente, realmente, realmente admiraba a Catherine. Él habló sobre ella. Trabajó con ella. Están cortados de la misma tela. Ella es latina. Beau sufre de ser un católico irlandés, como yo. Pero tienen el mismo valor establecido. Así es como conocí a Catherine «, manifestó Biden sobre la relación.

Si bien se desempeñó como fiscal general de Nevada por siete años, el 2020 es solo su tercer año en Washington DC, lo que no la hace la candidata más experimentada en el gobierno federal. Tampoco es la demócrata más conocida: según la misma encuesta de Latino Decisions, más de un tercio de los encuestados no la conocía, aunque eso se solucionaría desde el momento en el que Joe Biden pronuncie su nombre públicamente.

Por mucho que el ex vicepresidente intente disimular sus 77 años con su atractivo bronceado, en caso de ser electo presidente en noviembre, finalizaría su primer mandato con 82 años. Esta situación hace que muchos consideren que no va a buscar la reelección. Lo que significa que la entonces vicepresidenta será la primera opción para buscar la nominación demócrata y, por qué no, la primera opción para suceder al ex vicepresidente en la Casa Blanca. Por lo tanto, Biden podría estar eligiendo, aunque no explícitamente, a la primera inquilina de la calle Pennsylvania al 1600.

*El autor es estudiante de Periodismo en la Universidad Católica Argentina (UCA)

Fuente de la foto principal: Taiwan News

Perspectivas del poscoronavirus: la esfera internacional

Opinión |por Milton Rivera|

La crisis desatada por la pandemia del COVID-19 no viene con manual de instrucciones. No se debería pasar por alto el carácter sumamente distintivo de esta situación: nunca antes el mundo se encontró sometido a una crisis autoinducida. Eso es, en definitiva, este enorme problema desde el punto de vista económico. Muchos países decidieron unilateralmente encerrar a los ciudadanos en sus casas para detener la circulación del virus, al tiempo que cerraron sus fronteras. La falsa dicotomía que se instaló en los últimos días en Argentina entre salvar a la economía o a la salud, deja a las claras la punta esencialmente social que tiene esta crisis: lo social visto como una generalidad. Es decir, las consecuencias son, en primer orden, sociales.

De todas formas, veamos este análisis que se ubica en un plano más mediato. Poco pueden importarle a un ciudadano argentino las transformaciones que sufrirá la esfera internacional como consecuencia de este virus, cuando su preocupación más importante pasa por el armado de un barbijo casero. Pero algunas observaciones demuestran por qué la configuración de los países en las relaciones internacionales del post coronavirus pueden inquietarnos.

Andrés Malamud suele sostener que la suerte de los presidentes argentinos depende exclusivamente de dos factores externos: uno es Estados Unidos y el otro es China. El país del norte influye en el deterioro de nuestra moneda y la disponibilidad de capitales a través de las tasas de interés que pone la Reserva Federal, en tanto que el gigante asiático determina en gran parte el precio de las commodities que vendemos al mundo. Sin mencionar la situación de renegociación de deuda que profundiza nuestra dependencia. En este sentido, la configuración del mapa mundial nos afectará indudablemente (tarde o temprano).

Por transformaciones en las relaciones internacionales no necesariamente me refiero a alteraciones en las tendencias evidentes antes de la crisis. Al contrario, coincido con Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en Harvard, que sostiene que “China y Estados Unidos se mantendrán en su curso de colisión. Y la batalla dentro de los estados-nación entre oligarcas, populistas autoritarios e internacionalistas liberales se intensificará, mientras la izquierda lucha por diseñar un programa que apele a una mayoría de votantes”. En términos generales, la crisis acelerará procesos anteriores a su explosión e intensificará posturas evidentes.

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Clasificando al Estado neosoberano

Pero por otro lado, hay algunos conceptos que irremediablemente deberán sujetarse a revisiones rigurosas. La comparación que establece el filósofo surcoreano Byung-Chul Han entre la Unión Europea y la comunidad asiática sirve para escenificar esta cuestión. ¿Qué importancia tiene el cierre de fronteras cuando dentro del país no se toman las medidas adecuadas para detener la circulación del virus? Según el autor de La sociedad del cansancio, en Europa abundan estas sobreactuaciones inútiles: “Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía”. Y acá me gustaría detenerme. ¿Qué es la soberanía y qué implica este concepto en medio de la pandemia? Originalmente estaba referido a la autoridad del Estado: no había nada por encima suyo. En la época en que se popularizó esta definición se hacía referencia la Iglesia. Visto en perspectiva hoy podemos preguntarnos por las organizaciones internacionales.

Por lo visto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) será victima de un escarnio público por algunas disposiciones erráticas cuando comenzó la enfermedad. Será utilizada además por los realistas (en términos de la teoría de las relaciones internacionales) como la expresión de un orden basado en las organizaciones internacionales que ya no tiene ninguna razón de ser. “La soberanía plena vuelve a los Estados” dirán. Pero ¿cuál soberanía? Weber define al Estado como una asociación institucional que “en un ámbito territorial determinado reivindica para sí con éxito el monopolio de la coacción legítima”. Pero en este caso, ¿qué coacción posible pueden ejercer los Estados de Europa si no cuentan con herramientas útiles? El cierre de fronteras entonces aparece como un autoconvencimiento de las facultades soberanas, cuando en realidad no es más que una reacción instintiva sin implicancias reales sobre la solución del problema. No quiero decir que estén mal, quiero decir que no son suficientes. Veámoslo en detalle:

En primer lugar, nadie quiere entrar en Europa. Al contrario, la gente quiere salir. Hay una demanda masiva de asiáticos que viven en occidente para volver a sus países de origen. Paradójicamente las personas se sienten más seguras en China (donde se originó el virus), Taiwán, Corea del Sur o Japón, que en España, Italia e Inglaterra. Y eso es fundamentalmente porque los Estados asiáticos entendieron que en el mundo de las telecomunicaciones la soberanía pasa por otro lado: el soberano es quien decide sobre el estado de excepción. “Es soberano quien dispone de datos”, dice Byung-Chul Han. Solo un ejemplo: en Corea, quien se acerca a un edificio en el que estuvo algún infectado recibe una señal de alarma a través de una aplicación. Estos países están usando la vigilancia digital para combatir al coronavirus. Y están siendo efectivos.

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Tom Hall – Getty p. Bloomberg

Europa, por lo pronto, sigue aferrado a modelos anquilosados de soberanía que abren un nuevo frente de crisis en la Unión. La sensación es que Bruselas abandonó a los Estados a su suerte y reavivó los tres focos que amenazan con disminuir la cohesión intra continental: la disputa norte-sur (Estados responsables, Estados gastadores); la división este-oeste (Estados populistas, Estados liberales); la competencia oriente-occidente (la influencia de Beijing y Washington).

Pero debería existir un punto medio. La cuestión es cómo apoyarse en la tecnología sin mojarse los pies en la fuente del totalitarismo. Cómo conciliar vigilancia y libertad individual. Cómo implementar el big data en las democracias liberales sin dañar (aún más) la concepción que los ciudadanos tienen de ellas. En Polonia sin ir más lejos, el viceprimer ministro propuso extender el mandato del presidente, Andrzej Duda, por dos años porque “los datos científicos muestran que es lo más seguro”. Quiero decir: la cuestión tecnológica sin cuidado ni resguardo de los datos personales puede suponer otro incentivo para que estos líderes autoritarios se lleven puesta otra esfera de privacidad.

Por otro lado, Estados Unidos aparece como el país con más infectados del mundo y no hace pie en la crisis mundial. Con las políticas de inyección de liquidez en la economía ensaya una maniobra, importante puertas para adentro, pero hasta el momento tibia en el plano internacional. Además Trump anunció que le quitará financiamiento a la OMS en pleno desarrollo de la pandemia, una movida que se suma a la retirada del la UNESCO y del Consejo de Derechos Humanos de la ONU ni bien asumió la presidencia. A Xi le gusta esto. “La globalización no se está muriendo por el coronavirus, se está volviendo más china”, tituló una nota de opinión David Rosenberg. Estados Unidos parece ya no estar interesado en ser el guardián del mundo. Europa tiene otra oportunidad y el mundo liberal mira a Merkel que asoma como la última esperanza del modelo que supimos construir.

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Peter Drucker, en su libro La Sociedad poscapitalista, sostuvo la transformación paulatina que fue sufriendo el Estado Nación en los 100 años que van desde 1870 a 1970. El viraje social que comenzó con Bismarck en 1880 condujo lentamente a un cambio sustancial en la consideración del Estado. Cada vez se arrogaba más funciones y facultades, y tras varios estadios intermedios terminó constituyéndose lo que Drucker llama el megaestado. Pero casi a la par fueron surgiendo fenómenos incontrolables que se traducían en demandas cada vez más complejas y heterogéneas de la sociedad. Incapaz el Estado de seguir creciendo y satisfaciendo estas demandas de forma efectiva, nacen las organizaciones internacionales. Y con ellas, la necesidad de ceder algún tipo de soberanía en virtud de la resolución de conflictos. Pero curiosamente, desde este punto de vista, puede que algunos actores individuales (determinantes) estén aprovechando esta crisis para recuperar soberanía que habían perdido. El resurgir de los Estados en una crisis global: ¿Volverá el megaestado?

Volviendo a Weber, la asociación institucional que supone el Estado también tiene un carácter político. Y lo político implica poder: es decir, la potestad de imponer la propia voluntad. El elemento del poder, sumado al del monopolio de la coacción, casi que describe naturalmente al modelo de Estado chino. ¿Será capaz Xi Jinping de vender su megaestado policial digital como modelo de éxito? El mundo occidental es una cultura muy diferente, mucho menos obediente y autoritaria. Sólo le faltará a China, dirá Weber, hacerse del elemento moral de la dominación: la legitimidad.

 

*Foto de portada: Evgenia Novozhenina p. Reuters

*El autor es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Católica Argentina (UCA)

 

Radiografía del nuevo (des)orden mundial

Entrevista a Juan Elman y Martín Schapiro* | Por Tomás Allan y Ramiro Albina |

La conversación con Juan Elman y Martín Schapiro por momentos fue como asistir a un debate sobre política internacional en la que los entrevistadores quedamos en modo espectadores escuchando disquisiciones sobre las capacidades económicas chinas para disputarle hegemonía a Estados Unidos, la falta de horizonte de las izquierdas en Occidente o la posibilidad de recrear un esquema de bipolaridad similar al de la Guerra Fría.

Por momentos se complementan, de a ratos se superponen y a veces se contraponen. Entre acotaciones precisas, correcciones cruzadas y contrapuntos interesantes transcurrió esta charla con dos analistas internacionales que al margen de trabajar juntos han compartido varios intercambios previos sobre los temas que se tratan en la entrevista y que se han convertido en voces autorizadas para escribir sobre ellos.

¿Estamos presenciando una nueva Guerra Fría que enfrenta a Estados Unidos y China? ¿Qué sucede con el ascenso de los nacionalismos europeos y el fin de la utopía globalista? ¿Qué nos deja el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur? De lo global a lo regional, de lo regional a lo nacional: comenzamos con las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos y terminamos con la política exterior que llevó adelante Cambiemos y con proyecciones sobre un eventual mandato de Alberto Fernández al frente de nuestro país.

SITUACIÓN GLOBAL

¿Cómo están hoy las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos?

Schapiro: En este momento en un gran impasse, después de la reunión del G-20 en Osaka, un poco en repetición de lo que pasó en 2018 en el de Buenos Aires. Hay una tregua. Sin embargo la situación es más compleja, en el medio hubo tarifas grandes, de más de 10 puntos para los productos chinos, que significaron 500 mil millones de dólares en exportaciones aproximadamente. Tuvimos la apertura del frente tecnológico, que es muchísimo más difícil de resolver que la competencia comercial, porque es una competencia que tiene que ver con la materialidad de cómo se produce y lo que se produce y no solo con cuánto se paga por ello. Y tiene que ver además con la percepción para Estados Unidos de una amenaza estratégica, que excede lo comercial, que se relaciona con cuestiones de seguridad. Estados Unidos la doctrina de la primacía absoluta la tiene desde la caída de la Unión Soviética. Tiene que ser mejor que el resto del mundo y estar en condiciones de repeler cualquier amenaza del resto del mundo y China aparece como una amenaza seria… Cuando uno mira lo militar, lo tecnológico y otros planos, China aparece como una amenaza. Ahí hay una novedad, que por primera vez se está manifestando en cosas concretas y por lo tanto es más difícil de resolver. Dicho esto, estamos en una tregua, están negociando, nos volvieron a prometer que un gran acuerdo comercial estaba cerca, y se han atenuado las sanciones.

Elman: Yo haría una diferencia entre una mirada corta y una más a mediano o largo plazo. Si uno piensa en las últimas semanas, las mismas empresas estadounidenses le habían pedido a Trump que bajara un poco el tono con respecto a China. Por supuesto China estaba interesada en frenar la escalada comercial, entonces efectivamente estamos en un impasse. Si en los próximos meses no se solucionan los problemas, uno podría esperar algo más. Pero, ¿de qué problemas estamos hablando? Me parece que una de las claves de los últimos meses fue cómo la cuestión se desplazó de los déficits comerciales que tenía Estados Unidos con China, y de cómo se aprovechaba de sus condiciones, a lo tecnológico. O sea, el conflicto por 5G, por Huawei y por esta disputa más a largo plazo que tiene que ver con un cuestionamiento de la primacía global en la que China ya viene inmersa hace un tiempo y en la que Estados Unidos quiere una revisión de eso. Y ahí la cuestión es mucho más compleja, porque son tensiones que no se pueden solucionar. Ese es el problema. Hay una disputa inherente a lo que es el orden global hoy, que no se soluciona con un tratado comercial. La clave es pensar Huawei como un síntoma más. No es el centro pero en los últimos meses entró y fue bien sintomático de esa discusión por la hegemonía global.

Schapiro: Ahí me parece que hay que distinguir cuáles son las prioridades de la Administración Trump y cuáles son las prioridades de la élite norteamericana en general. Me parece que hay dos cuestiones que hoy son evidentes: la urgencia por el tema comercial es propia de la Administración Trump, pero la percepción de que China es una amenaza es compartida por toda la clase dirigente, de izquierda a derecha. Y probablemente Trump haya ganado algo de crédito en el enfrentamiento relativo a Huawei y en la regulación de los negocios de las empresas tecnológicas chinas. En las cuestiones de seguridad hay que estar mucho más atentos, particularmente en China, a cuáles son las iniciativas del Congreso, y ahí vamos a ver que Trump no es una voz tan solitaria que de pronto está en el gobierno y por lo tanto tiene apoyo en la base republicana porque es popular… Muchos sectores del Partido Demócrata y sectores republicanos más amigos de los mercados libres comparten la preocupación por China como un riesgo y por la necesidad de sanciones duras.

No es una cruzada personal de Trump, digamos.

No, creo que ahí juega la estructura, no los dirigentes.


«Hay una disputa inherente a lo que es el orden global hoy, que no se soluciona con un tratado comercial»


¿Cuáles son hoy las claves para entender la importancia del 5G en la disputa?

Elman: 5G tiene a priori dos diferencias con el 4G. Hay una que es cuantitativa y es que tiene una velocidad muchísimo mayor en la transmisión de datos. Y hay otra cualitativa, más importante, y es que 5G va a habilitar el desarrollo de otras tecnologías que hoy se vienen discutiendo y desarrollando pero que todavía no tienen razón de ser, o al menos no tan claramente. La nueva tecnología; la internet cuántica; el internet de las cosas; la inteligencia artificial… 5G atraviesa esas tecnologías por la conectividad, que es lo que va a permitir que eso funcione. Básicamente, las características de 5G (que te permite no perder señal, la alta velocidad en la transmisión y demás) hacen que hoy lo que no se puede dar (supongamos ciudades inteligentes) de repente sea posible. Ya no es una cuestión de pensar en los celulares sino en el ecosistema digital. 5G atraviesa esta promesa de la sociedad digital.

Shapiro: Hay algunas cosas que existen ahora. Hace poco se cayó el servicio de la nube de Google y mucha gente se quedó encerrada en la casa. Si todas las cosas van a ser smart y van a estar interconectadas, va a estar el problema de quién controla esa llave. No necesariamente tiene que ver con 5G pero sí con el acceso al hardware, que va a ser una parte gruesa de las discusiones. Porque cuanto más inmersivo en la vida de las personas es internet, más poder para el que controla esas conexiones. Es un poder enorme.

Elman: El problema es que eso ya está sucediendo con el tema de los datos personales. La diferencia del 5G con respecto a otras generaciones digitales es que si uno ve cómo se desarrollaron, la posición de China fue muy…

Schapiro: Tomadora de tecnología, no creadora.

Elman: Claro. En el desarrollo de 4G, China casi no tuvo poder. No estuvo en esa mesa chica. Sí estuvo Japón, por ejemplo, y Japón no cuestiona el statu quo. China representa una amenaza porque por primera vez se sienta en esa mesa chica y además pareciera que es el que está tomando (o ya tomó) el timón. Porque empezó antes, porque tiene un modelo de desarrollo que le permite ciertas ventajas que otros países no tienen, y además tiene una estructura que es bien diferente a la de Occidente. Y todo el tema de los datos no navega en aguas neutrales. Claramente Estados Unidos tiene hoy la capacidad para acceder a los datos personales a través de las plataformas. El problema es que ante este nuevo paradigma, con esta posición de China ante el desarrollo de nuevas tecnologías que atraviesan a otras tecnologías del futuro, la discusión tiene que ver con qué pasaría si China desplaza al menos en algunas cuestiones a Estados Unidos. No se pueden repartir eso.

Schapiro: A mí me parece que hay algo se expresa ahí que tiene que ver con la estructura, que es el problema de la emergencia de un nuevo actor. Antes las normas las fijaba Estados Unidos. China emerge y empieza a querer discutir las normas de un modo que se adapte más a su sistema y a su modo de ver el mundo y de producir. China tiene necesidades en el territorio, estas necesidades se plasman en el sistema y más allá de que se manifiesten en la tecnología, lo que estamos viendo es un problema viejísimo que es el de la emergencia de un nuevo actor que le disputa espacio a un actor establecido. Y en ese sentido no es un tema de ponerse de acuerdo o no ponerse de acuerdo sino de volver a discutir un orden tal como funcionaba. Y eso es bien complejo.

Cuando cayó el Muro de Berlín parecía que íbamos hacia un mundo unipolar, con Estados Unidos dominando. Luego se habló también de la posibilidad de que en algún momento haya varios centros de poder. ¿Hoy estamos volviendo hacia un esquema de bipolaridad que enfrenta a Estados Unidos con China, ocupando el lugar que dejó la Unión Soviética?

Schapiro: A mí me parece que es una pregunta totalmente abierta. Soy muy escéptico respecto de la nueva bipolaridad entendida en términos de bloques. Me gusta el concepto del G-0 o el mundo no polar, donde ningún país toma el liderazgo ni asume los costos del liderazgo. Más allá de que de pronto vemos que hay una bipolaridad con dos actores que emergen sobre el resto, lo que vemos en el G-20, en el comercio, en el modo en que se establecen las relaciones entre países… es que no hay un bloque chino ni un bloque norteamericano en los términos en que uno pensaría los bloques en la época previa a la caída del Muro. Estados Unidos no ha logrado que Gran Bretaña le diga “no” a Huawei o que comparta sus previsiones. Entonces, a mí me cuesta mucho ver cómo será el mundo que está armando este escenario en el cual Estados Unidos y China superan claramente a los demás actores.

Después está el signo de interrogación de cómo va a reaccionar Europa. Con este auge de los nacionalismos yo no veo que esté avanzando hacia una federación, pero si avanzara en ese sentido tiene mil armas nucleares y otro 20% del PBI global. Si uno pudiera pensar en Europa como un bloque, sería un bloque casi igual de potente al chino y al norteamericano. Es un escenario de mucha incertidumbre, no me animaría a recrear la Guerra Fría. Y además, más allá de que todos relativizan el peso de las ideas, la disputa del Muro de Berlín tenía un componente de convencimiento y de creencia. Hoy entre China y Estados Unidos no veo que haya una disputa que pueda ponerse en términos de guerra de ideas. Claramente la concepción del capitalismo, del Estado y del desarrollo que transmiten Estados Unidos y China son muy diferentes, pero ninguno de los dos te está pidiendo hoy compromisos en el modo en que organizás a tu sociedad civil, a tu Estado…

Elman: Creo que hay una pregunta ahí que es de qué hablamos cuando hablamos de bipolaridad; y si hay una bipolaridad, en qué puede ser diferente a la Guerra Fría. Es una pregunta que muchos se están haciendo.

Bipolaridad en otros términos.

Elman: Sí. O sea, la Guerra Fría claramente es bipolaridad. Pero puede ser una forma de bipolaridad. Es cierto que no hay una discusión general en torno a las ideas. Además de eso, China es bien diferente a la Unión Soviética. Una de las características es que, efectivamente, no está cuestionando el sistema económico, por más que su capitalismo sea diferente. China no cuestiona el capitalismo. También tiene una capacidad económica que es muchísimo mayor a la que tenía la Unión Soviética. Pensemos en las ambiciones que tiene, como la Ruta de la Seda… Tiene la estructura para trazar esas ambiciones y llegar a cumplirlas.

Schapiro: El punto no es que no haya bipolaridad entre dos actores que destacan sobre el resto sino que no haya bloques. Ese es para mí el problema. Creo que otro problema adicional es la bruta interdependencia comercial que hay en el mundo post-globalización. Hoy vemos tendencias centrípetas de la globalización, pero ciertamente es muy difícil pensar economías funcionando sin la demanda China, y ni que hablar economías funcionando sin el mercado de consumo estadounidense, que sin ir más lejos es el 20% de las exportaciones chinas. El grueso del combustible de la demanda China está ahí. Entonces, quiero ser cauto en pensar una política de bloques como esa que se daba entre bloques que comerciaban entre sí pero muy poco. Hay una disputa entre dos actores que claramente emergieron sobre el resto.

Es más una escalada entre dos gigantes que un enfrentamiento entre bloques…

Schapiro: Que una reedición de la Guerra Fría o una disputa entre bloques, sí. Ahora, ¿eso puede desembocar en una disputa entre bloques? Probablemente pueda. Soy escéptico respecto de que eso haya pasado o esté pasando.


«No hay un bloque chino ni un bloque norteamericano en los términos en que uno pensaría los bloques en la época previa a la caída del Muro»


¿Cuáles son hoy las prioridades estratégicas de China? ¿Qué busca hoy? ¿Mecanismos comerciales, soft power?

Shapiro: A mí me parece que China tiene una serie de desafíos. Tiene que terminar de integrar su territorio. Hoy cualquiera que va a Shangai te dice que compite con Nueva York por lo avanzada e impresionante que es, y por otro lado tenés el oeste que sigue siendo muy pobre y muy poco desarrollado. Entonces, todavía tiene esos desafíos internos. Tiene que poder seguir sacando gente de la pobreza al ritmo -tal vez inédito en la historia humana- en el que lo hace desde hace 30 años; tiene que poder seguir dando respuestas, porque al mismo tiempo aumentó mucho la desigualdad en su población, y eso si no sirve para sacar a la gente de la pobreza obviamente va a generar tensiones sociales grandes. China tiene algunos problemas sociales que está enfrentando con mayor o menor sofisticación, que tienen que ver con la integración de su población, tienen que ver con lo social, lo étnico, lo territorial. Y después me parece que la siguiente prioridad china es encontrar relaciones comerciales en las cuales ella no sea percibida como un peligro. Si es percibida como un actor imperial, pierde. Por ahora tiene una estrategia de muchísima menor intervención en los asuntos internos de los países. Muchos piensan que tal vez su tipo de aproximación sea diferente, sea una «primacía benevolente» (y que “benevolente” hay que pensar que significa porque quizá es no meterse en la política interna de una dictadura africana genocida, pero bueno).

Elman: No sé si China está muy lejos de ser percibida así. Lo que pasa también es que, si vamos al caso de algunas naciones africanas hoy, el único país que está ofreciendo una salida de desarrollo es China. Si hoy me tengo que desarrollar, no tengo otro actor que me esté ofreciendo salidas. Europa está con Alemania metida en África, Merkel había tenido unas puntas ahí, pero claramente la diferencia entre Alemania y China es notable. Estados Unidos no tiene interés en cumplir el rol que cumplía antes, porque incluso cuando se dirige a sus territorios lo hace con una primacía de la seguridad nacional más que como una cuestión económica. Entonces, no sé si es tanto una cuestión de no ser percibido como una potencia imperial, porque creo que en muchos casos lo es, es percibida así. Lo que pasa es que también al no tener otro actor que esté con el interés o con la capacidad de cumplir ese rol, no quedan caminos. Me parece importante mencionarlo. No es únicamente la cuestión de cómo se vincula con países que están en vías de desarrollo, que no se desarrollaron, sino también con los gigantes. El Reino Unido me parece hoy un buen ejemplo para tomar. En el caso de Huawei, la mitad del gabinete de May está diciendo “Bueno, hoy no tenemos nada para vetar Huawei” y la otra mitad dice “No, no podemos seguir con China”.

 Schapiro: Bueno pero China ahí tiene dos cosas: no se está metiendo en la política interna de los países y es un país que ofrece financiamiento de infraestructura y de otras cuestiones fundamentales que son distintas a aproximaciones como la de la ayuda humanitaria o los créditos para el sector financiero de la economía, por ejemplo. En este sentido hace tiempo que pasó con mucho al Banco Mundial como fuente de financiación de iniciativas. No sé si eso es percibido como imperialismo por los países, me gustaría creer que no, más allá de que ese discurso se fortalece cada vez más.

Más en rol de promotor del desarrollo.

Claro, me cuesta verlo en las relaciones del imperialismo más clásico.

trump y xi

Saliendo un poco de la disputa entre China y Estados Unidos, y yendo al fenómeno del ascenso de los nacionalismos europeos… ¿Hoy la importancia del clivaje aperturismo versus proteccionismo es tal que llega a desplazar al eje izquierda-derecha u otros clivajes clásicos que ordenan la política en Occidente? Al menos parece que lo atraviesa: hay izquierdas aperturistas y proteccionistas y derechas aperturistas y proteccionistas.

Schapiro: Hay una cuestión entre los postergados y los no postergados de la globalización que no hace que desaparezca el clivaje izquierda-derecha pero que sí hace que esté efectivamente atravesado. Creo que hay algo que funciona de ese modo. Pero me parece complejo creer que hay un clivaje en este momento que esté por encima de los demás. Obviamente hay una preocupación con emergentes, que a mi entender lo que tienen en común es una utopía reaccionaria. ¿Por qué utopía reaccionaria? Porque miran hacia atrás, miran al pasado y dicen que hay que restaurar cosas que tienen que ver con el pasado, y ahí por más que Bolsonaro sea librecambista y los militares brasileños sean desarrollistas, él mira la dictadura como el punto donde Brasil estaba bien. Y el “Make America great again” tiene la misma tónica. ¿Cuándo se jodió el país? Cuando se llenó de zurdos, homosexuales, negros… Me parece que ahí hay un signo común y hay proyectos que enfrente tal vez sean de utopías progresistas, y no lo digo en el sentido de izquierda sino en el de que creen en el progreso y en la integración como utopía. El emergente más claro en eso es Macron. Él tiene como lógica: más mercado, más integración, igualdad… Macron no hace un cuestionamiento del discurso globalizador de ninguna clase sino que lo abraza, y lo abraza como solución a todo.

Elman: Yo discutiría un poco esa idea de las utopías… Estoy muy de acuerdo con lo que dice Martín de las utopías reaccionarias, esa tendencia a ver hacia atrás. Pero creo que lo que estamos viendo es un síntoma. Me cuesta ver una utopía para las izquierdas. Uno de los problemas que tiene la izquierda hoy en general y que tuvieron las llamadas nuevas izquierdas en Europa y Estados Unidos es que no tienen ninguna utopía para vender. Creo que tiene que ver con una cuestión de cómo cambió el capitalismo de hace 50 años.

Falta un horizonte que movilice.

Elman: Me parece que es un clima de época. Yo lo pensaría al revés: una de las ventajas que tiene la derecha es justamente que hoy es difícil pensar en utopías y resulta atractiva la idea de volver atrás. Ojo: estos pasados son míticos; todos esos pasados son de mentira, no existieron, no es así como lo dicen.

 Schapiro: Cuando yo decía lo de la utopía globalista pensaba en Macron, en el propio Obama… Me parece que ahí hay un relato sobre un mundo mejor posible, abierto, con mercados, con más integración y no menos… No posible porque sea efectivamente posible, sino porque lo plantean. Me parece que hay un relato utópico sobre un modo nuevo de interacción con los mercados que sigue teniendo al capitalismo como protagonista para mejorarle la vida a las personas, algo del espíritu de los ‘90. Hay algo de eso que todavía tiene potencia y que tal vez se opaca ante los relatos de las nuevas derechas, que preocupan al mundo y nos preocupan a nosotros. Pero en las últimas elecciones europeas los liberales crecieron muchísimo, y también los verdes expresan algo de eso: las ciudades, los ganadores de la globalización que tienen grandes cuestionamientos pero no pasan por las penurias del día a día de otras personas. Y me parece que es sintomático en eso que el partido verde que más creció es el Partido Verde alemán, que es tal vez el más integrado al capitalismo.

Elman: Me parece que eso no está muerto y yo no hablaría de que hoy ya no hay que hablar de libre mercado.  Hay algo ahí pero yo no creo que tenga tanta potencia. Es cierto que en Europa sucedió pero votaron menos del 50% de la gente en unas elecciones que no son tan significativas. Si los verdes de repente pueden hacer una muy buena elección en Alemania y Francia creo que es posible, pero me gustaría ver quiénes son los que votan a esos espacios, porque quizás los que los votan no son los perdedores de la globalización, que hoy tienen potencia…

Schapiro: Votan los ganadores, los urbanos, que son muchos. En las ciudades son muchos y muy potentes, y hay algo ahí. Claramente tiene que tener una expresión política: la tienen los verdes, la tiene Macron. Para mí ahí hay algo y hay que prestarle atención porque normalmente se da por muerto y en realidad hay una expresión de “falta más, no menos”. Y de vuelta, de la crisis no hay que olvidarse que Donald Trump sacó tres millones de votos menos que Hillary Clinton, que si había una abanderada del mundo que se supone que se murió, era ella.

Elman: Me parece que una pregunta pertinente acá es si hoy el mundo, o mejor dicho Occidente, está generando más votantes de Trump y Le Pen o más votantes verdes y de Ocasio-Cortez. Es una pregunta muy estúpida pero de algún modo pertinente para pensar el futuro. Porque creo que hay una narrativa que sostiene que hay una derecha de votantes viejos que se van a morir y que vienen las nuevas generaciones más progres y más liberales, y esto hay que revisarlo un poco.

Schapiro: Llevamos muchos años esperando que los jóvenes cambien el mundo y después estos jóvenes crecen.

Elman: Hay que revisar la narrativa de cómo votan los jóvenes.

Schapiro: El domingo hubo elecciones en Grecia y los jóvenes votaron a un candidato conservador.

Elman: Pienso en los partidos de extrema derecha, algunos hasta neonazis, para los cuales los jóvenes son su núcleo duro de votantes.


«Uno de los problemas que tiene la izquierda hoy es que no tiene ninguna utopía para vender»


Se suele decir que la globalización achica los márgenes de acción de los Estados -por ejemplo para establecer regulaciones laborales o políticas fiscales más fuertes- por las facilidades que ofrece para la libre movilidad de capitales y desplazamientos de las empresas. ¿Puede que eso perjudique más a la izquierda, que suele reivindicar un rol más protagónico del Estado, con acento en la reducción de las desigualdades?

Schapiro: Sí, los achica. Hoy hay cosas que se saludan como las grandes alternativas, como el caso de Portugal, que es interesante e importante, pero es un reformismo muy tímido que se hizo después de un ajuste muy fuerte. Entonces efectivamente yo creo que los márgenes de acción se achicaron. Me parece que la ventaja de las derechas ahí es que tienen otro eje además del nacionalismo económico que sí es mucho más fácil de llevar adelante, que es el que tiene que ver con la movilidad de las personas, las migraciones, el racismo y lo cultural, que no requiere cuestionamientos al sistema. Efectivamente las derechas tienen más margen de acción, y los valores liberales que cuestionan son mucho más fáciles de atacar desde el Estado que los valores de la economía liberal.

Elman: Seguridad y migración son narrativas que a la derecha históricamente le son mucho más cómodas y navegar ahí es mucho más fácil que para las izquierdas. Y cuando uno pone el foco en lo cultural, es más fácil a la hora de gobernar. Coincido con Martín en los problemas de la izquierda con estas condiciones de posibilidad del capitalismo mundial. A las izquierdas les cuesta mucho plantear una agenda transformadora o de salir por arriba de esa situación. Al margen de eso, también hay otra cosa que es que las izquierdas que de algún modo aceptan esa realidad y dicen “tenemos que hablar de otra cosa”, tampoco tienen éxito. El gran ejemplo de eso fue Tony Blair, que tuvo éxito durante 10 años pero ya esa narrativa no tiene razón de ser electoralmente. Las izquierdas están muy castigadas con eso. Vos decís “acepto esto pero voy a distribuir un poco más” o “voy a ser más liberal”, pero también tenés una agenda liberal cuestionada.

Schapiro: Una cosa que me parecía interesante pensar además es que esas batallas culturales las derechas no solo las están dando sino que las están ganando. Cuando uno mira cuál es la postura frente a la inmigración de las centroderechas, cada vez aceptan más los postulados de la extrema derecha. Y un caso que me parece interesantísimo: hubo elecciones en Dinamarca y se volvió a formar un gobierno a la izquierda, y el Partido Sociademócrata, que es el partido más grande de los que van a formar gobierno, abrazó todas las restricciones migratorias que había aprobado Dinamarca. Ahí hay una batalla cultural que las derechas dieron y ganaron: ellos en todo caso quieren ocupar el Estado, que no lo ocupan en la mayoría de los países, pero la agenda claramente la ocuparon. Han aceptado cosas que hace 15 o 20 años hubiéramos dicho que son contrarias a todos los valores occidentales posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

macron y merkel 1

ARGENTINA Y LA REGIÓN

Sobre el acuerdo Mercosur – Unión Europea: ¿Qué información tenemos hasta ahora? ¿Qué sectores pueden llegar a ganar y qué sectores pueden llegar a perder? ¿Cuáles son las preguntas abiertas?

Schapiro: Hace tiempo que busco presentar el acuerdo de manera balanceada y encontrar los pros y los contras. Leyendo los artículos europeos, me está costando presentar qué es lo que ganarían los países sudamericanos. Me parece que encontramos un acuerdo que salió por mucha voluntad sudamericana de que ese acuerdo se aprobara, y poca voluntad europea de que ese acuerdo los perjudicara en algo. Poca voluntad europea de ceder. El otro día leí un artículo muy interesante en el cual decían que los agricultores franceses están hablando del problema de la carne: “Pero si es menos del 1% de su producción, ¿por qué joden?”. Literalmente eso es lo que dice el comisario europeo. Por lo menos para la industria argentina no hay manera de pensar que el acuerdo vaya a ser demasiado beneficioso. Dicho esto, es muy curioso cómo en Europa el acuerdo está fuertemente cuestionado y tampoco nadie sale a defenderlo. Parece un acuerdo de los términos de intercambio clásicos de esta región: productos primarios por productos industriales. Me parece que es más un instrumento para terminar con lo que se percibe como una economía cerrada que un acuerdo comercial en el que haya una agenda de ganancias y cesiones.

Elman: Hay que ver también qué sucede detrás de la cuestión de aranceles comerciales. Lo que tiene que ver con compras públicas, propiedad intelectual… que va a estar en la letra chica y donde por ahora hay posiciones medio ambiguas, porque Argentina y Mercosur dicen que las compras públicas siguen como políticas de desarrollo, y en propiedad intelectual que no va a haber un cambio mayor, y en Europa no dicen eso. Creo que eso es importante porque también denota un contenido que va más allá de lo comercial y arancelario, que tiene que ver con una vinculación económica y política más profunda que también hace a lo que es la inserción de la Argentina en los próximos años. Hoy no sabemos esa letra chica y es algo en lo que tenemos que hacer hincapié para comprender el acuerdo de una manera más cabal.

Schapiro: Cuando lo conozcamos me parece incluso más clave que el tema comercial lo que pueda pasar con los instrumentos de desarrollo en manos de los Estados. No conozco ningún caso de país que se haya desarrollado sin un Estado con grandes capacidades; si se limita la capacidad del estado de hacer algunas cosas que tienen que ver con ordenar y promover sectores económicos, creo que las posibilidades de desarrollo de la Argentina y de Brasil van a ser más acotadas de lo que son hoy, más allá de que evidentemente ninguno de los dos países ha encontrado un camino de desarrollo en los últimos 30 años.

Elman: Me parece que no es factible hoy pensar en una agenda de desarrollo en América Latina sin Brasil con un rol que hoy no está teniendo y que contradice un poco lo que se decía o prometía de él.

Que se pensó que quizás iba a tener con Lula, que iba a tomar ese camino…

Schapiro: Si hoy miramos Brasil, es la historia de un par de fracasos. Con Lula nunca terminó de convertirse en actor hegemónico. Tal vez en la región Brasil tenía aspiraciones de ser el primero, el actor grande de la región, de discutir en el plano global, y tenía un par de estrategias. Una era la internacionalización de sus empresas, y hoy lo más sintomático que podemos ver es la convocatoria de Odebrecht que no puede pagarle a sus acreedores y que fue víctima de la operación Lava Jato, de las operaciones contra la corrupción. Buscado o no, lo cierto es que cualquier estrategia de internacionalización de las empresas brasileñas cayó con esa causas. En toda la región la empresa se convirtió en un sinónimo de corrupción. Entonces me parece que ahí hay una estrategia que fracasó. Pero otra cosa que pasó con Lula, y que me parece que es su gran fracaso regional, es que no pudo convencer a los sectores de su país (que hoy celebran el acuerdo con la Unión Europea) de que Brasil invirtiera en hegemonía. Esto es: que ofreciera acceso a reservas internacionales a un país como la Argentina; que ofreciera algo parecido a lo que ofrece China en materia de financiamiento… El PT lo pensaba, pero no lo pudo, quiso o supo llevar a la práctica. Ahí hay que ver los mayores fracasos de ese gobierno en términos regionales. Y me parece que después la crisis política que vino junto con la operación Lava Jato, además de afectar en la internacionalización de las empresas, terminó por afectar toda la legitimidad del sistema político y democrático de Brasil, primero a nivel interno pero además hacia afuera, porque Brasil tiene un sistema político que es percibido como altamente disfuncional.


«Por lo menos para la industria argentina no hay manera de pensar que el acuerdo vaya a ser demasiado beneficioso»


En estos casi cuatro años de gobierno de Cambiemos, ¿qué líneas se pueden trazar sobre la postura en política exterior, la forma de ver el mundo, los alineamientos que persiguió…?

Elman: Yo creo que ya se revelaron equivocadas. Primero hubo un error de diagnóstico, que incluso se podría ver en cuestiones como la situación del gobierno apostando a Hillary Clinton. No supo ver lo que estaba ocurriendo en el mundo y que venía de tendencias más de mediano y largo plazo. Creo que eligieron una agenda de vinculación con ciertos países que no cabía mucho en cómo estaba cambiando el mundo. Hoy está en una situación de mucha delicadeza en cuanto a cómo se vincula con eso porque depende materialmente de un acuerdo que lo obliga a tener buenas relaciones con Estados Unidos, que dentro del FMI, sobre todo en la relación con Argentina, es un pilar importante de apoyo al gobierno de Cambiemos. Además es un mundo donde esas cuestiones se pagan caro, porque tenés que vincularte con Estados Unidos y China, que te impone un margen de maniobra muy acotado, y por lo cual es peligroso. Pero sí creo que hoy se revelaron equivocadas, y de hecho es interesante ver cómo lo ve Pichetto, que hoy es el candidato a vicepresidente, y tiene un diagnóstico que es más completo. Me parece que cuando vos priorizás una narrativa política de «Volvimos al mundo», más aspiracional, eso tiene sus costos. Costos económicos y costos geopolíticos que tienen que ver con cómo te vinculás con el resto del mundo.

Schapiro: Han sido alberdianos en pensar que todas las relaciones son relaciones económicas/comerciales. En esto es un contraste grande con el modo tal vez extremadamente político en el que, por lo menos con la región, se relacionó el Gobierno anterior. Creo que la idea de ellos era «Bueno, como nosotros tenemos una aproximación abierta al comercio, similar a la economía que a ellos les gusta, nos van a financiar y permitir salir de los problemas en que nos encontramos de un modo poco doloroso». Y hoy están gestionando los problemas de ese diagnóstico también en sus propios términos, porque ir al FMI efectivamente es el tipo de salida que recomendaría esa visión anterior y fallida que decía que iba a haber un aterrizaje suave. Me parece interesante de todos modos ver que, en este mundo, el mundo de Trump, encontraron pista allí. Argentina tiene el préstamo más grande en la historia del FMI y el tipo de dependencia que se establece es una dependencia noventista, de programas, típica también de la crisis de 2008. Y en este sentido, a pesar de que me parece que equivocaron el diagnóstico y eso el país lo pago caro, siguen teniendo una agenda que se discute en los términos de Cambiemos.

Elman: Hay una nota de Pablo Touzón cuando fue el acuerdo, que plantea cómo el Gobierno utilizó también la cuestión del FMI para decir «Bueno, efectivamente…»

Schapiro: «Volvimos al mundo».

Elman: Claro, eso es interesante. Es interesante plantear también cómo el FMI tomó ese riesgo del rescate más grande de su historia, cómo Estados Unidos apoyó de manera notable, y también cómo el Gobierno lo redireccionó en el sentido de «Bueno, perdimos el consenso interno, entonces el consenso lo agarro de afuera».

¿Cómo imaginan que puede ser la postura en materia de política exterior de un eventual gobierno de Alberto Fernández? ¿Distinta a la del último mandato de Cristina? ¿Puede haber una ruptura ahí?

Elman: Yo diría distinta porque el mundo cambió. Y creo que Alberto Fernández lo dice, y ahí hay un punto. Aunque quieras, no podés porque las condiciones de posibilidad no están. La vinculación con China no sería diferente, porque si hay algo que vimos de Macri en este gobierno es que si bien al principio tuvo posturas más escépticas con respecto a China, y que de algún modo intentó cambiar un poco la relación en lo comercial y demás, se dio cuenta que no podía. Así que podría haber una continuidad en ese sentido, pero también otras que van a estar presentes como la cuestión del acuerdo y la discusión con Estados Unidos y el Fondo. También es una señal lo que de algún modo vienen mostrando tanto Alberto Fernández como Matías Lammens y otros: cierta vinculación con un progresismo que está bien lejos de Venezuela, por ejemplo. Es un progresismo de Lula, de Pepe Mujica… No es el de Rafael Correa o Nicolás Maduro, porque me parece que entienden también cómo ese cambio en las condiciones de posibilidad no tiene solo que ver con la cuestión económica sino también con la cuestión política.

Schapiro: Yo soy muy crítico de la política exterior del último gobierno de Cristina, pero me cuesta pensar que eso pueda ser repetible sin el paraguas brasileño; en el marco de la crisis venezolana; en la situación de vulnerabilidad frente al FMI… Ahora, señalo una luz amarilla en este sentido: ante una situación de intransigencia del FMI en renegociar los vencimientos con Argentina; ante una situación de agresividad de Estados Unidos y no de neutralidad frente a un eventual nuevo gobierno; ante una situación de corrida bancaria… creo que pueden empujar a un gobierno entrante hacia un lugar al que no quiere ir. En esto sinceramente espero inteligencia de los gobiernos norteamericano y brasileño en el modo en el cual tratarían a un nuevo Gobierno argentino. Las mayores luces de alarma no están en lo que quiere hacer Argentina sino en lo que planteen sus vecinos. Fue un muy mal signo lo que ha hecho Bolsonaro de llamar a intentar evitar por todos los medios una victoria de Alberto Fernández. Me parece que es un signo preocupante. Impulsar una radicalización de la política exterior argentina sería pérdida para todos los actores. Argentina todavía tiene qué perder, no en la voluntad de Alberto Fernández o de Cristina Fernández, pero sí en la posibilidad de que se encuentren con niveles de condicionamiento que sean inmanejables para las limitaciones estructurales y dependencias que ha construido la Argentina en estos últimos años.

*Juan Elman es periodista y analista internacional. Escribe en Cenital y tiene un newsletter («Mundo Propio») en ese mismo medio que sale los días jueves. Ha publicado en Revista Anfibia, Clarín y La Vanguardia Digital.

Martín Schapiro es abogado y analista internacional. Combina el laburo de abogado con el de periodista, aunque no se anima aún a reconocerse como tal. Es editor de la sección Mundo, en Cenital, y ha publicado en medios como Panamá Revista y La Nación.

Populismo del bueno

Opinión |Por Milton Rivera|

Carlos Waisman, profesor de sociología política en la Universidad de California, tiene una mirada bastante particular sobre la administración de Donald Trump. Dice que toda su estrategia política gira alrededor del concepto del muro, que en verdad son tres y no uno solo, como se piensa. No pasa únicamente por el que fue bandera de su campaña y que, sigue prometiendo, construirá en la frontera sur para endurecer la política migratoria. Dos muros simbólicos además de aquél ocupan la centralidad del armado político trumpista: uno que se propone debilitar (el que sirve como protección a las instituciones y al normal funcionamiento del sistema republicano de gobierno) y otro que busca construir (con respecto al mundo comercial y la consecuente integración entre países). Deja claro Waisman: aislacionismo en política exterior, democracia plebiscitaria y proteccionismo económico, son los tres pilares que capturan bastante bien el proyecto de Trump.

https://twitter.com/realdonaldtrump/status/1142410006513500161?s=12

El camino que debe transitar para consagrar estas hazañas indudablemente se construye por vías populistas. Ese modo de ejercer el gobierno, y cuyo retorno tanto temor le causa en países como Argentina, ha sido durante todo este tiempo el que lo mantuvo en el poder y el que le permitió transitar inmune algunos de sus momentos más polémicos. Visto desde esta perspectiva, la mayoría de las medidas impulsadas por el gobierno conllevan un resultado positivo inmediato pero son soluciones fundamentalmente cortoplacistas y nocivas a largo plazo. Digo, por ejemplo: los aranceles a productos extranjeros generan una suerte de crecimiento en el sector manufacturero norteamericano, pero no mueven el amperímetro dentro del sector industrial pesado, que es la punta de lanza de la economía de Estados Unidos. Quienes verdaderamente pagan los impuestos no son las empresas asiáticas sino las norteamericanas que ven inmutable su dependencia comercial con ellas.  Lleva mucho tiempo reorientar la productividad y las cadenas de valor, y todo eso tiene un costo. Con las tarifas al acero que Estados Unidos impuso el año pasado no vimos surgir cientos de fábricas nacionales. Entonces, ¿cuál es la idea? Trump parece apoyarse en la bonanza económica que heredó de Obama, con los recortes de impuestos hechos a medida del 1% más rico y su batería de cambios regulatorios, para justificar este tipo de medidas que, de todas formas, por lo pronto continúa reduciendo el desempleo que ya llegó al 3,1%. La liviana herencia, ¿quién pudiera?

Si miramos su electorado, el núcleo duro al que apunta Trump son dos grupos: los trabajadores industriales que temen perder su trabajo por la globalización; y los que ya lo perdieron y se encuentran en un estado de marginalidad casi absoluta. Si se quiere, Donald Trump apela al miedo: esa inseguridad que tuvo cabida después de la crisis del 2008 en el movimiento obrero por la pérdida de algunos puestos de trabajo, pero sobre todo por la gran cantidad de personas con problemas para pagar sus hipotecas. De la misma forma que sucedió en Europa con la Socialdemocracia, el Partido Demócrata no supo capitalizar todo ese temor de la clase trabajadora, que vio en los partidos que tradicionalmente representaban sus intereses una parte del problema y no de la solución. La figura caudillista de un outsider que va en contra del establishment y que habla el llano del lenguaje urbano caló hondo y repercutió en el voto. Soluciones fáciles que parecen razonables desde el punto de vista del sentido común: ¿por qué no?

Como buen líder populista, Trump se convirtió en un especialista en conservar este núcleo duro. Dice Waisman que visto así, el magnate incluso ha sido capaz de consagrar la política exterior de Estados Unidos como un arma de convencimiento combinando su intención aislacionista con casos de pragmatismo intervencionista. Por ejemplo, pensemos en Florida: un Estado con 29 electores, donde 5 millones de los 20 millones de habitantes son de origen hispano (en su mayoría cubanos) y el 66% blancos republicanos. La misma posición en política exterior con respecto a Cuba que históricamente han tenido los gobiernos republicanos, ahora también aplica a Venezuela y Trump sigue fortaleciendo su popularidad entre los exiliados. Lo mismo puede pensarse en cuanto al voto judío, tradicionalmente demócrata y progresista, y la política exterior en relación a Israel (y la jugada de ajedrez que se cargó al hombro con la mudanza de la embajada a Jerusalén); o el retiro del acuerdo con Irán, que obedece a los intereses de los halcones en política exterior (think tanks muy influyentes). Como dijo Kissinger en su momento sobre Israel: no hay política exterior, todo es política interior.

El muro que no cede 

El intento de Trump por derribar el muro constitucional (el que más nos interesa) refleja su concepción de la democracia, que es, como ya se dijo, plebiscitaria y no liberal: busca subordinar los poderes legislativo y judicial al ejecutivo. Esto no significa solamente agresiones verbales a sectores opositores, miembros del congreso o jueces federales que, como el boxeador que tira el primer cross para ver la reacción de su rival, sirven de prueba para una escalada mayor. Sino que además se tradujo en intentos ilegítimos de avasallamiento sobre instituciones autónomas. El ejemplo quizás más concreto y que más resonancia mundial tuvo fue la investigación sobre la injerencia rusa en las elecciones. Tras un desenlace fatídico por los constantes intentos por parte del gobierno para detener la investigación, el fiscal especial Robert Mueller elaboró un informe que “si bien concluye que el presidente no cometió ningún delito, tampoco lo exonera”.

Sin ir más lejos, cuando Trump asumió una de las primeras reuniones que tuvo fue con el director del FBI James Comey, nombrado por la gestión de Obama. “Quiero saber si puedo confiar en que me será leal” lo arrinconó el presidente; a lo que Comey alcanzó a balbucear algo así como “claro que sí, pero mi lealtad se la debo a las leyes y a la Constitución”. Respuesta incorrecta: como en su programa de TV, Trump le bajó el pulgar y esa misma semana el director dejó su cargo. El relato de una situación que técnicamente no es entendida como obstrucción a la justicia, pero de mínima muestra la intención de controlarla.

Lo cierto es que la cosa no viene fácil. Estados Unidos es la democracia más longeva de occidente y siempre ha sido bandera de la separación de poderes y el respeto por las instituciones. El muro que las protege no parece ceder y tanto la justicia como el congreso ya le pusieron ciertos límites. Pero alguien dirá: con un índice de pleno empleo y la economía en crecimiento permanente, una base sólida de electores que ahora responden directamente a su figura, y la política internacional acomodándose detrás de modelos similares al suyo, es muy difícil que algo impida su reelección. Sin mencionar la silenciosa pero insistente lucha interna entre la naciente ala izquierda del Partido Demócrata y su tradicional sector liberal. La pregunta es: gozando de la aceptación del voto popular y la legitimidad de un segundo mandato, ¿resistirá el muro a sus continuos embates? Sea de ello lo que fuere, Trump ha dejado su huella en el país del norte y en el mundo: se transformó en el referente de una nueva generación de políticos que amenazan el orden liberal en occidente.

Venezuela en el laberinto de la transición

Opinión | Por Ramiro Albina |

En este artículo vamos a partir de un hecho básico: la situación de crisis humanitaria y autocratización del poder político en Venezuela. Reconocer esta situación no es algo que requiera un esfuerzo intelectual importante, pero, sin esa premisa, el tema del que trata esta columna no tendría sentido. Por lo tanto, no es de interés en este caso discutir con aquellos que niegan la situación venezolana con un discurso vergonzoso y desde hace mucho tiempo distante de la realidad (un intento modesto en este sentido lo intentamos en un artículo anterior). Tampoco nos interesa plantear una discusión en términos de izquierda-derecha. La utilización de estas categorías no tiene demasiada relevancia cuando lo que está en juego es una disyuntiva entre democracia y autoritarismo. Quienes creemos en la democracia en sí misma podemos tener preferencias inclinadas hacia uno u otro lado, pero siempre preferiríamos un gobierno democrático de signo ideológico contrario antes que uno autoritario de los “nuestros”.

Venezuela volvió a ser noticia el 30 de abril cuando en la madrugada se conoció un video de Juan Guaidó (Presidente de la Asamblea Nacional y reconocido como Presidente Encargado por alrededor de 50 países) junto al dirigente Leopoldo López (quien se encontraba en prisión domiciliaria), anunciando el comienzo de la “Operación Libertad”. Finalmente, este no logró el apoyo militar esperado, la movilización opositora fue reprimida, y López terminó refugiado en la Embajada de España. Maduro logró una vez más aquello en lo que más éxito ha demostrado tener: durar.

En esta capacidad del gobierno de aferrarse al poder, bloqueando paulatinamente los canales de acceso legítimos, hay una responsabilidad de parte de los gobiernos de la región que han permitido, y en algunos casos avalado, que la situación venezolana llegue a este punto límite. La retórica de integración regional y la conformación de esquemas de cooperación no lograron (o no quisieron lograr) evitar la creciente autocratización del poder en Venezuela, a pesar de las alarmas que se venían encendiendo desde hace tiempo. Esta incapacidad o falta de voluntad tuvo dos consecuencias fundamentales: en primer lugar, transformó lo que en un principio era un problema de política interna en una pieza más dentro del ajedrez geopolítico mundial. En segundo lugar, al mirar para otro lado mientras el gobierno venezolano se tornada cada vez más autoritario, violando derechos humanos y viéndose implicado en graves casos de corrupción y narcotráfico, los costos de abandonar el poder aumentaron enormemente. En una democracia competitiva, la derrota electoral del oficialismo significa solamente pasar al llano durante un tiempo, esperando por volver al gobierno. Pero cuando lo que está en juego en una derrota es la prisión o la vida, esta deja de ser una opción para quienes corren ese riesgo.

Sin embargo, algo puede estar cambiando desde el 30 de abril. Esta pequeña fractura en un sector de las Fuerzas Armadas (algo que no había sucedido anteriormente), junto con la profundización de la crisis económica y de los servicios públicos esenciales, hacen muy difícil pensar que el gobierno pueda volver a la situación hegemónica de años atrás. Por lo tanto, se habla cada vez más, y con un poco de optimismo, sobre la posibilidad de que finalmente se avance en una transición (incluso hay trascendidos sobre posibles negociaciones secretas). Hay que ser precavidos en este punto ya que quizás sería un error pensar la salida venezolana en términos del esquema de transiciones de décadas anteriores. El autoritarismo venezolano es uno de nuevo tipo. No es un régimen surgido de un golpe de Estado encabezado por un grupo de militares que se quedan en el poder por tal cantidad de años, sino que fue producto de una lenta descomposición de las instituciones democráticas desde el interior de las mismas por un partido con control militar (debate que se avivó recientemente con la publicación de “Como mueren las democracias” de Steven Levitsky y  Daniel Ziblatt). Este hecho, sumado a un contexto global cuyas condiciones no son las más favorables para las democracias, hace que las soluciones de manual recetadas puedan no garantizar necesariamente el éxito.

No hay nada que asegure que el gobierno no vaya a triunfar en su empresa de mantenerse con uñas y dientes en el poder (hablamos de gobierno y no solamente de Maduro, ya que también existe la posibilidad de una transición dentro y no de régimen). En este sentido, el desafío principal de la oposición es generar las expectativas y condiciones para una oferta transicional que pueda quebrar a la coalición dominante del gobierno, hoy sostenida fundamentalmente por el apoyo de los principales mandos militares. Una transición lo más pacífica y al menor costo social posible sólo puede ser el resultado de una negociación. Sin ella difícilmente se podrá salir de una situación en la que ningún bando puede imponerse definitivamente sobre el contrario.

En caso de que la oposición logre sumar cada vez más voluntades militares, en un contexto de suma cero, donde encontrarse del lado de los perdedores tiene costos altísimos, abdicar en la negociación y apostar a una estrategia de a todo o nada, generaría la posibilidad real de un enfrentamiento armado. En ese escenario, que hoy no es el más probable, los costos sociales serían incalculables y podríamos despedirnos del Estado venezolano. Esto significa que, sin una derrota militar (la única forma en la que pueda haber un castigo masivo a todos los responsables), la transición solo es posible pactando, ya que la certeza del castigo hace que desaparezca cualquier incentivo para abandonar el poder. En el contexto de una transición, el castigo de los crímenes cometidos por un régimen autoritario es ciertamente el tema más difícil. Se trata de esas situaciones en las que lo es deseable entra en tensión con lo que es viable.

Nada de esto será posible sin una fractura en los mandos militares que obligue al gobierno a sentarse en una mesa de negociación en serio (no las farsas que ha venido planteando el oficialismo para ganar tiempo), y sin una unidad opositora que se agrupe en torno a una estrategia viable en la práctica y una comunidad internacional que acompañe firmemente este proceso (para lo cual podría ser de gran utilidad un país como Cuba jugando un rol de “intermediario”). Si se abre esta posibilidad, donde los más moderados de ambos bandos deberían ser quienes la lideren, tendrá que asegurarse que la transición sea estable y dure en el tiempo mediante una estrategia conjunta, con un manejo responsable de las expectativas, y un difícil consenso acerca del límite hasta el cual pueden llegar las amnistías y los castigos. Una transición que permita al nuevo régimen consolidar su legitimidad y reconstruir una sociedad fracturada, marcada por un éxodo masivo y años de profunda división política, junto con una capacidad productiva destrozada.

Por lo tanto, para plantear las posibles alternativas de transición primero deben darse las condiciones de su posibilidad. Otro escenario posible, es aquel en que los sucesos del 30 de abril sean utilizados como la excusa perfecta para intensificar la persecución de opositores. En esta dirección, el Tribunal Supremo de Justicia ordenó enjuiciar a siete diputados y la detención del vicepresidente de la Asamblea Nacional, Edgar Zambrano, ahora con prisión preventiva en una cárcel militar. Si el gobierno logra mantener el apoyo militar, los riesgos de una radicalización de la dictadura venezolana son altos y su permanencia en el poder no estará en verdadero peligro.

* El autor es estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires